viernes, 19 de julio de 2013

UNA MEDALLA Y UNA ESPADA





El diario La Vanguardia de Barcelona, publicaba, días pasados, un artículo sobre el contencioso que mantienen los municipios de Palamós y Palafruguel, en el litoral de la Costa Brava, por unos islotes inhóspitos y deshabitados conocidos como las Islas Formigues. 
Ambas ciudades se atribuyen la pertenencia de los islotes a sus respectivos términos municipales, aunque su utilidad sea prácticamente nula, pues su altura es tan escasa que cuando hay temporales quedan completamente cubiertas por las olas.
Su único valor son las efemérides, pues en sus aguas se celebró en 1285 la batalla naval de Formigues en la que la escuadra aragonesa derrotó a la francesa que había invadido Cataluña, además de otro suceso que me propongo narrar.
Sin mucho fundamento, por la escasa similitud entre ambos casos, el periódico relaciona este contencioso con el esperpéntico incidente de la Isla del Perejil, con el que no guarda relación alguna, salvo en el escaso valor intrínseco y de todo tipo que el islote y las Formigues poseen.
Pero no es esa coincidencia ni ese pleito lo que atrae mi curiosidad. Refiere el periódico que en el siglo XVIII, ese lugar fue escenario de un combate entre un barco pirata argelino y un barco mercante de Mataró, en el que hubo cuarenta heridos y terminó con una aplastante victoria del lado español.
Es de todos conocido que los piratas berberiscos asolaron las costas mediterráneas por espacio de siglos y sobre todo España e Italia, vivieron en permanente estado de alerta por culpa de las incursiones de estos piratas. La situación era así desde tiempos del Imperio Romano, pues ya Julio César hizo una campaña contra la piratería, pero  empeoró a raíz de dos acontecimientos: la toma de Granada y la caída de Constantinopla.
Con la desaparición del reino Andalusí, muchos de los moros expulsados se pusieron a disposición de los piratas berberiscos que tenían sus bases en el norte de África y, conocedores de la costa y de la lengua, facilitaban enormemente las incursiones en el litoral español.
La caída de Constantinopla supuso el comienzo de la hegemonía islámica en el Mediterráneo y el fortalecimiento de la piratería en el las plazas de Túnez, Argel, Trípoli, Salé, Orán, etc.
Dicho esto para centrar un poco el tema y volviendo a la noticia de días pasados, quise buscar alguna confirmación oficial de aquel hecho, lo que no ha resultado fácil, pero hoy, con las nuevas tecnologías, nada parece imposible.
La noticia no daba, como pueden ver en el enlace que encabeza este artículo, ningún dato confrontable, por lo que la búsqueda, no estando en mi mano la posibilidad de consultar archivos físicos por fechas, creí que no iba a dar resultado positivo.
Pero hurgando en los archivos de la Academia de la Historia, que el Instituto Cervantes tiene digitalizados, en referencia al siglo XVIII, único dato constatable, encontré con un artículo titulado “Una singular merced nobiliaria del principado de Cataluña”.
Me descargué el archivo y me dispuse a leer, con paciencia. la rebuscada literatura de aquellos siglos.
Pronto vi que en él se hacía referencia a un hecho de características tan similares al que se publicaba que, no habiendo encontrado nada más que pudiera relacionarse con el mismo, me inclinaba a pensar que se trata del mismo hecho.
Dice el artículo que mediado el siglo XVIII, hacía ya trescientos años que los monarcas españoles tenían un grave problema con los piratas berberiscos que, muy bien organizados y con grandes barcos, impedían la navegación, adueñándose de las riquezas que venían de las Indias o las que circulaban por el Mediterráneo.
Como la situación de la Marina Real Española era dramática (como siempre), sobre todo después de las guerras contra Inglaterra y Holanda y el desastre de la Armada invencible, fue necesario acudir a otros medios eficaces para combatir a los piratas y uno de dichos medios fue el de autorizar que se “armasen en corso” los navíos mercantes de alto porte, los cuales merecerían la consideración de barcos de guerra. La recompensa ofrecida por la aprehensión de barcos piratas eran privilegios militares, pensiones, empleos, etc.
Por esa razón y faltos del apoyo que la Armada Española podía proporcionar, numerosos barcos dedicados al comercio, pero con porte alrededor de las cien toneladas, decidieron armarse con los cañones que proporcionaban las capitanías marítimas.
No faltaban entre las tripulaciones quienes hubiesen servido en barcos de la Marina Real, por lo que era relativamente fácil encontrar entre los marineros de cubierta a algún artillero y los sirvientes necesarios para abastecer los cañones.
Así las cosas, el día 22 de junio de 1757 surgió en aguas de Palamós una galeota pirata que tenía sembrado el pánico en el Mediterráneo y que llevaba claras intenciones de asaltar al primer barco que pasara o hacer una incursión en tierra.
El capitán y propietario del buque armado San Antonio de Padua, llamado Juan Bautista Balanzó, que venía de Marsella con mercaderías destinadas a Barcelona, se vio sorprendido por la presencia del barco pirata a la altura de las islas Formigues y aunque su nave solamente llevaba cuatro cañones y su tripulación eran quince hombres y dos pasajeros, uno capitán del ejército español y otro un franciscano, decidieron presentar batalla a los piratas, por lo que tras abrazarse todos para darse ánimos, se lanzaron a la aventura de atacar a un barco muy superior a ellos en porte y armamento.
Se inició el combate intercambiando cañonazos y consiguiendo el San Antonio mantener a raya a la galeota pirata y cuando llevaban dos horas de fuego cruzado, un disparo del San Antonio tuvo la buena fortuna de acertar con la Santa Bárbara del barco pirata, provocando una tremenda explosión y echándolo a pique.
Como resultado del estallido del almacén de pólvora, murieron o quedaron mal heridos muchos de los cien tripulantes piratas y entre estos últimos se encontraba el jefe corsario que junto con otros cuarenta consiguieron ganar la costa a nado, donde fueron hechos prisioneros por las autoridades de Palamós y Palafruguel que advertidas de la presencia de los piratas y alertados por los ruidos de los cañonazos hicieron presencia en la costa con un contingente de hombres armados. Los piratas que consiguieron sobrevivir fueron curados y  encerraros en una torre de Palamós, para trasladarlos posteriormente a Barcelona el día cinco de agosto.
El capitán Balanzó, natural y vecino de Mataró, fue recibido con gran alegría por todos los habitantes de la comarca, cuyas autoridades no dejaron pasar el acontecimiento sin dar cuenta de ello al rey.
Conociendo Fernando VI el importante servicio que se había prestado, concedió al capitán Balanzó diferentes mercedes, entre ellas dos de singular calado por lo inhabitual.
La primera es que el rey dispuso que para eternizar la memoria de este suceso, se esculpiera una medalla de oro con su real efigie y que se le entreguase al referido Balanzó, por “envidiable timbre de su persona, honra de su familia y estímulo común”.
La segunda es que le concede “el adorno y porte de espada”, mandando a todos los jefes militares que no pongan obstáculos a su uso.
La concesión de esa medalla, de la que se conserva un ejemplar que estaba en el medallero del rey, otro en el Museo Arqueológico Nacional y otro en poder de los descendientes del heroico capitán, tiene una importancia extraordinaria porque es la única medalla regia creada en España en honor de una familia, pero aún tiene mayor importancia la concesión del uso de la espada, lo que representa ennoblecimiento en la graduación adecuada, pues los reyes concedían a sus súbditos que destacaban con acciones sobresalientes, los privilegios de Ciudadanía Honrada, de Caballero y de Noble.

Medalla conmemorativa del suceso

En este caso la concesión del porte de espada implica el nombramiento de caballero que se llevó a cabo el día 9 de noviembre de 1758 por el Capitán General de los Reales Ejércitos, gobernador de Cataluña y Presidente de su Real Audiencia, Juan de Aragón-Azlor.

La heroica tripulación que solo sufrió algunas heridas, recibió doscientos doblones de oro para su reparto.

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