domingo, 7 de julio de 2013

PARA DARSE AIRES




Tengo en mi casa un par de abanicos que pertenecieron a mi familia y que después de muchísimos años guardados en un cajón de la vieja cómoda, un día mi madre se decidió a sacarlos y encargar unos marcos en donde exponerlos, abiertos y en todo su esplender.
Los dos están bien conservados, aunque con algunos achaques debido a le edad porque deben tener más de ciento cincuenta años. Uno es de madera de sándalo, que aún conserva su característico y agradable aroma y el otro es de marfil. Los dos tienen en la banda que en términos técnicos recibe el nombre de país, motivos chinos, con la particularidad de que cada una de las caras de los múltiples personajes que aparecen, es de marfil esculpido y pintado. La palillería esta labrada con una pulcritud que asusta al pensar en las horas de trabajo que debió llevar. Guardados tengo los estuches en el que han permanecido durante muchos años y éstos, si cabe, son más bellos que los propios abanicos.
Desde pequeño sentía verdadera atracción por estas dos piezas de colección y no pocas veces pedía a mi abuela que me los enseñara, aunque no me dejaba tocarlos y había de contentarme solamente con contemplarlos y apreciar su delicado olor.
Ahora los tengo en mi casa y, ciertamente, muchos días creo que ni los miro, pero, en fin, así son las cosas: aprecias lo que no tienes y menosprecias lo tuyo.



Mis dos abanicos


Pero hace unos días cayó en mis manos una publicación en la que se anunciaba una subasta de abanicos y por curiosidad empecé a informarme sobre este bello artilugio que es muy apreciado en sus versiones populares, pues cumple una maravillosa función, pero que en las versiones como las mías, no sirven nada más que para exhibirlos.
En el proceso investigativo sobre el abanico me enteré de cosas verdaderamente curiosas que me parece merece la pena relatar.
La palabra abanico procede del término latino “vanus” y da la idea de un instrumento o artilugio que sirviera para avivar el fuego, aventar la parva, o simplemente refrescar, mediante movimientos de vaivén; durante la época que por algunos se ha dado de denominar “galante”, como integrante del aderezo de las damas, fue también y sobre todo, instrumento de comunicación, porque el abanico llegó a tener todo un lenguaje en un momento en la que la libertad de expresión de una dama estaba muy restringida y las señoritas de buena familia acudían siempre a los bailes o demás recepciones acompañadas de una “carabina” que controlaba sus movimientos y conversaciones con los hombres.
En esa mal llamada época galante, cuando Europa olía a retrete por todas partes, dos cosas se pusieron de rabiosa actualidad: el perfume y el abanico.
El perfume para enmascarar la peste que reinaba en todos los lugares públicos y el abanico para aminorar esos mismos olores además de para refrescar el rostro de las damas.
El origen del abanico es confuso, aunque se supone que debió estar en los países cálidos, cuyos habitantes, en un primer momento, usarían una hoja de palma o planta similar, o bien las plumas de un ave para darse un poco de aire que aliviara el calor.
Los abanicos pueden ser, fundamentalmente de dos clases: fijos, más sencillos en su construcción y plegables, más elaborados y complejos.
Sin duda alguna fue el fijo el primero que hizo su aparición y ya en grabados egipcios se representan unos primitivos aventadores, hechos de plumas de avestruz, con los que los siervos daban aire a las personas importantes.
El primer vestigio de este útil objeto se encontró en la tumba de Tutankamon y era un abanico de plumas de avestruz y mango de marfil en forma de “L”.
Pero no fue el uso de este artilugio unicamente de los egipcios, pues en la América precolombina también aparecieron pinturas y grabados con abanicos y de igual forma se constata su existencia en África, en Asia y en muchas islas del Pacífico y siempre en una clara asociación con posiciones de preeminencia social.
Las plebes no usaban abanicos, quizás porque el acceso a plumas de avestruz u otra ave fuera prohibitivo para las clases sociales deprimidas, pero lo que parece innegable es que de una manera o de otra su uso, utilizando una tabla delgada u otro objeto similar, estaría extendido, aunque no se reflejase en ninguno de los grabados, dibujos o bajorrelieves.
Desde que se conoce el uso del abanico, que puede ser desde quince o veinte siglos antes de nuestra Era, su diseño varió poco, aunque si lo hicieron los materiales de que se construía, pero no es hasta el siglo IX d.C. cuando se construyó el primer abanico articulado y fue en Japón.
Cuenta la tradición que su inventor fue un artesano constructor de abanicos fijos que, observando las alas de un murciélago, tuvo la ocurrencia de unir por su base varias varillas y desplegarlas o cerrarlas a capricho.
Su uso fue muy localista hasta que siglos después fue introducido en China, en donde lo conocieron los mercaderes españoles y portugueses que comerciaban con Catay, nombre por el que se conocía a la actual China.
Desde la Península Ibérica se introdujo rápidamente en Italia, dada la gran presencia española y desde allí a Francia y los países centro-europeos.
Cuando Catalina de Médicis se casó con Enrique II de Francia, llevó a Paris sus abanicos, causando una tremenda sensación en la corte francesa, donde se llegó a poner de tal actualidad que todas las damas que se preciaban asistían a los actos sociales aderezadas con sus abanicos.
Lo cierto es que el abanico cumplía al menos con cuatro importantes cometidos.
El primero era, por supuesto, el de refrescar, función para la que estaba concebido; el segundo era disipar los malos olores de todos los palacios, teatros, salones, mansiones y casas de la época, el tercero era el de constituir una especie de juguete con el que tener entretenidas las manos durante los largos conciertos, las recepciones o las tediosas cenas y el cuarto el de constituir una especie de biombo portátil tras el que ocultar las conversaciones privadas de las damas o sus gestos, dejando ver del rostro solamente los ojos.
Más tarde, a este ingenio se le dio otra aplicación como elemento de comunicación secreta.
Desde casi el momento de su introducción se comprendió la cantidad de posibilidades que ofrecía un abanico para convertirse en un objeto de máximo lujo y entonces, hábiles talladores fabricaban las varillas en maderas preciosas o marfil e incluso orfebres las fundieron en oro y plata, creando maravillosas filigranas, mientras que los “países”, nombre que reciben la banda pegada a las varillas, eran confeccionados en sedas, vitelas, encajes o materiales de calidad y eran decorados por importantes pintores de la época, aportando al abanico un valor incalculable.
Como a veces las damas necesitaban las dos manos para realizar alguna función, se acostumbró a llevar el abanico prendido en una cadena, normalmente de oro que se sujetaba a la cintura, dejándolo colgar mientras se realizaba la función, para recuperarlo tirando de la cadena.
Cuando el uso del abanico se popularizó en toda Europa, se crearon numerosas empresas abaniqueras, siendo las más importantes las italianas, donde la gran presencia de artistas, escasos en otros países, hacían una innovación permanente en tan útil objeto.
Desde el siglo XVII se crearon en París y en algunas otras capitales europeas, un buen número de talleres abaniqueros e incluso se formaron gremios debidamente regulados por diferentes edictos.
Un siglo después, su uso se había popularizado de tal manera que el abanico había entrado a formar parte del atuendo femenino, sobe todo cuando se industrializó su construcción, sustituyendo el labrado a mano de las varillas por el troquelado a máquina y la pintura a mano delm país, por una impresión gráfica. Sobre esta época, el abanico alcanza el tamaño de medio círculo al abrirse, pues hasta entonces, su arco era bastante inferior a los 180º.
Sin que se sepa muy bien por qué, los temas de decoración de los abanicos europeos fueron fundamentalmente mitológicos, siendo también muy popular los temas religiosos cristianos.
En la actualidad el abanico es una prenda de uso común, suelen ser de tamaño inferior a los abanicos clásicos de los que hemos hablado y sobre todo de aquellos abanicos enormes llamados “pericotes” que estuvieron de moda allá por el siglo XVIII. Como prenda estacional que es, se suele desempolvar con el inicio de las ferias, sobre todo la de Sevilla, en cuyo real y en cuya plaza de toros, se mueven aliviando las calores de las damas y algunos caballeros, para los que también se han fabricado abanico, de menor tamaño que suelen llevarse en el bolsillo superior de la chaqueta.
Si será importante este artilugio en la vida y costumbres de los pueblos occidentales, el nuestro entre ellos, que además de servir para mitigar el calor, el abanico ha impregnado nuestro ya de por si largo vocabulario. Decimos con mucha frecuencia que ante nosotros se nos presenta un abanico de posibilidades, o que los militares se desplegaron en abanico, o que determinado vegetal se cultiva en abanico, o que el barco llevaba velas de abanico.
Por eso, desde hace unos días en que empecé a instruirme sobre este apreciado artefacto, cada vez que cruzo el pasillo en el que tengo colgados los míos, los miro con admiración y respeto, porque además de todo lo dicho, es que son muy bonitos. 

1 comentario:

  1. La verdad que muchas veces no damos importancia a estas cosas debido a la costumbre de tenerlas en casa sin más. Es muy curiosa esta exposición que haces sobre el abanico, su uso y su lenguaje; si no que les pregunten a aquellas damas "solteronas" que con un golpe de abanico se querian ligar al mozo de sus entretelas

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