Tengo en mi casa
un par de abanicos que pertenecieron a mi familia y que después de muchísimos
años guardados en un cajón de la vieja cómoda, un día mi madre se decidió a
sacarlos y encargar unos marcos en donde exponerlos, abiertos y en todo su
esplender.
Los dos están bien
conservados, aunque con algunos achaques debido a le edad porque deben tener
más de ciento cincuenta años. Uno es de madera de sándalo, que aún conserva su
característico y agradable aroma y el otro es de marfil. Los dos tienen en la
banda que en términos técnicos recibe el nombre de país, motivos chinos, con la
particularidad de que cada una de las caras de los múltiples personajes que
aparecen, es de marfil esculpido y pintado. La palillería esta labrada con una
pulcritud que asusta al pensar en las horas de trabajo que debió llevar.
Guardados tengo los estuches en el que han permanecido durante muchos años y
éstos, si cabe, son más bellos que los propios abanicos.
Desde pequeño
sentía verdadera atracción por estas dos piezas de colección y no pocas veces
pedía a mi abuela que me los enseñara, aunque no me dejaba tocarlos y había de
contentarme solamente con contemplarlos y apreciar su delicado olor.
Ahora los tengo en
mi casa y, ciertamente, muchos días creo que ni los miro, pero, en fin, así son
las cosas: aprecias lo que no tienes y menosprecias lo tuyo.
Mis dos abanicos
Pero hace unos
días cayó en mis manos una publicación en la que se anunciaba una subasta de
abanicos y por curiosidad empecé a informarme sobre este bello artilugio que es
muy apreciado en sus versiones populares, pues cumple una maravillosa función,
pero que en las versiones como las mías, no sirven nada más que para
exhibirlos.
En el proceso
investigativo sobre el abanico me enteré de cosas verdaderamente curiosas que
me parece merece la pena relatar.
La palabra abanico
procede del término latino “vanus” y da la idea de un instrumento o artilugio
que sirviera para avivar el fuego, aventar la parva, o simplemente refrescar,
mediante movimientos de vaivén; durante la época que por algunos se ha dado de
denominar “galante”, como integrante del aderezo de las damas, fue también y
sobre todo, instrumento de comunicación, porque el abanico llegó a tener todo
un lenguaje en un momento en la que la libertad de expresión de una dama estaba
muy restringida y las señoritas de buena familia acudían siempre a los bailes o
demás recepciones acompañadas de una “carabina” que controlaba sus movimientos
y conversaciones con los hombres.
En esa mal llamada
época galante, cuando Europa olía a retrete por todas partes, dos cosas se
pusieron de rabiosa actualidad: el perfume y el abanico.
El perfume para
enmascarar la peste que reinaba en todos los lugares públicos y el abanico para
aminorar esos mismos olores además de para refrescar el rostro de las damas.
El origen del
abanico es confuso, aunque se supone que debió estar en los países cálidos,
cuyos habitantes, en un primer momento, usarían una hoja de palma o planta
similar, o bien las plumas de un ave para darse un poco de aire que aliviara el
calor.
Los abanicos
pueden ser, fundamentalmente de dos clases: fijos, más sencillos en su
construcción y plegables, más elaborados y complejos.
Sin duda alguna
fue el fijo el primero que hizo su aparición y ya en grabados egipcios se
representan unos primitivos aventadores, hechos de plumas de avestruz, con los
que los siervos daban aire a las personas importantes.
El primer vestigio
de este útil objeto se encontró en la tumba de Tutankamon y era un abanico de
plumas de avestruz y mango de marfil en forma de “L”.
Pero no fue el uso
de este artilugio unicamente de los egipcios, pues en la América precolombina
también aparecieron pinturas y grabados con abanicos y de igual forma se
constata su existencia en África, en Asia y en muchas islas del Pacífico y
siempre en una clara asociación con posiciones de preeminencia social.
Las plebes no
usaban abanicos, quizás porque el acceso a plumas de avestruz u otra ave fuera
prohibitivo para las clases sociales deprimidas, pero lo que parece innegable
es que de una manera o de otra su uso, utilizando una tabla delgada u otro
objeto similar, estaría extendido, aunque no se reflejase en ninguno de los
grabados, dibujos o bajorrelieves.
Desde que se
conoce el uso del abanico, que puede ser desde quince o veinte siglos antes de
nuestra Era, su diseño varió poco, aunque si lo hicieron los materiales de que
se construía, pero no es hasta el siglo IX d.C. cuando se construyó el primer
abanico articulado y fue en Japón.
Cuenta la
tradición que su inventor fue un artesano constructor de abanicos fijos que,
observando las alas de un murciélago, tuvo la ocurrencia de unir por su base
varias varillas y desplegarlas o cerrarlas a capricho.
Su uso fue muy
localista hasta que siglos después fue introducido en China, en donde lo
conocieron los mercaderes españoles y portugueses que comerciaban con Catay,
nombre por el que se conocía a la actual China.
Desde la Península
Ibérica se introdujo rápidamente en Italia, dada la gran presencia española y
desde allí a Francia y los países centro-europeos.
Cuando Catalina de
Médicis se casó con Enrique II de Francia, llevó a Paris sus abanicos, causando
una tremenda sensación en la corte francesa, donde se llegó a poner de tal
actualidad que todas las damas que se preciaban asistían a los actos sociales
aderezadas con sus abanicos.
Lo cierto es que
el abanico cumplía al menos con cuatro importantes cometidos.
El primero era,
por supuesto, el de refrescar, función para la que estaba concebido; el segundo
era disipar los malos olores de todos los palacios, teatros, salones, mansiones
y casas de la época, el tercero era el de constituir una especie de juguete con
el que tener entretenidas las manos durante los largos conciertos, las
recepciones o las tediosas cenas y el cuarto el de constituir una especie de
biombo portátil tras el que ocultar las conversaciones privadas de las damas o
sus gestos, dejando ver del rostro solamente los ojos.
Más tarde, a este
ingenio se le dio otra aplicación como elemento de comunicación secreta.
Desde casi el
momento de su introducción se comprendió la cantidad de posibilidades que
ofrecía un abanico para convertirse en un objeto de máximo lujo y entonces,
hábiles talladores fabricaban las varillas en maderas preciosas o marfil e
incluso orfebres las fundieron en oro y plata, creando maravillosas filigranas,
mientras que los “países”, nombre que reciben la banda pegada a las varillas,
eran confeccionados en sedas, vitelas, encajes o materiales de calidad y eran
decorados por importantes pintores de la época, aportando al abanico un valor
incalculable.
Como a veces las
damas necesitaban las dos manos para realizar alguna función, se acostumbró a
llevar el abanico prendido en una cadena, normalmente de oro que se sujetaba a
la cintura, dejándolo colgar mientras se realizaba la función, para recuperarlo
tirando de la cadena.
Cuando el uso del
abanico se popularizó en toda Europa, se crearon numerosas empresas
abaniqueras, siendo las más importantes las italianas, donde la gran presencia
de artistas, escasos en otros países, hacían una innovación permanente en tan
útil objeto.
Desde el siglo
XVII se crearon en París y en algunas otras capitales europeas, un buen número
de talleres abaniqueros e incluso se formaron gremios debidamente regulados por
diferentes edictos.
Un siglo después,
su uso se había popularizado de tal manera que el abanico había entrado a
formar parte del atuendo femenino, sobe todo cuando se industrializó su
construcción, sustituyendo el labrado a mano de las varillas por el troquelado
a máquina y la pintura a mano delm país, por una impresión gráfica. Sobre esta
época, el abanico alcanza el tamaño de medio círculo al abrirse, pues hasta
entonces, su arco era bastante inferior a los 180º.
Sin que se sepa
muy bien por qué, los temas de decoración de los abanicos europeos fueron
fundamentalmente mitológicos, siendo también muy popular los temas religiosos
cristianos.
En la actualidad
el abanico es una prenda de uso común, suelen ser de tamaño inferior a los
abanicos clásicos de los que hemos hablado y sobre todo de aquellos abanicos
enormes llamados “pericotes” que estuvieron de moda allá por el siglo XVIII.
Como prenda estacional que es, se suele desempolvar con el inicio de las
ferias, sobre todo la de Sevilla, en cuyo real y en cuya plaza de toros, se
mueven aliviando las calores de las damas y algunos caballeros, para los que
también se han fabricado abanico, de menor tamaño que suelen llevarse en el
bolsillo superior de la chaqueta.
Si será importante
este artilugio en la vida y costumbres de los pueblos occidentales, el nuestro
entre ellos, que además de servir para mitigar el calor, el abanico ha
impregnado nuestro ya de por si largo vocabulario. Decimos con mucha frecuencia
que ante nosotros se nos presenta un abanico de posibilidades, o que los
militares se desplegaron en abanico, o que determinado vegetal se cultiva en
abanico, o que el barco llevaba velas de abanico.
Por eso, desde
hace unos días en que empecé a instruirme sobre este apreciado artefacto, cada
vez que cruzo el pasillo en el que tengo colgados los míos, los miro con
admiración y respeto, porque además de todo lo dicho, es que son muy bonitos.
La verdad que muchas veces no damos importancia a estas cosas debido a la costumbre de tenerlas en casa sin más. Es muy curiosa esta exposición que haces sobre el abanico, su uso y su lenguaje; si no que les pregunten a aquellas damas "solteronas" que con un golpe de abanico se querian ligar al mozo de sus entretelas
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