La editorial Navalmil, que centra su actividad en
productos relacionados con la mar y con la marina, acaba de publicar un libro
interesantísimo sobre la piratería y sobre un insigne, peculiar y olvidado
marino español.
Su título es “La piratería Berberisca y su final con
los jabeques de don Antonio Barceló” y está escrito por el capitán de navío
José Manuel Gutiérrez de la Cámara.
En este interesante e ilustrativo libro, se saca a la
luz a un hombre singular que sin haber ingresado en la Armada, como todo los
que seguían carrera militar, fue incorporado a la marina por orden real y llegó
al más alto rango.
El inicio de esta historia guarda mucha relación con
el artículo que publiqué la semana pasada a raíz da la aparición en La Vanguardia
de cierto pleito por la Islas Formigues y la antigua presencia de piratas
berberiscos en aquellas zonas.
El personaje central de este libro, cuya lectura
recomiendo a todos los aficionados a la mar, es Antonio Barceló y Pont de la
Terra, un mallorquín que de marinero enrolado en un jabeque propiedad de su
padre y dedicado al correo entre Baleares y la Península, llegó hasta Teniente
General de la Armada.
Su historia es muy sencilla a la vez que conmovedora,
pues se trata de uno de esos héroes, como los que he intentado rescatar del
olvido, que no tienen calles en su pueblos ni plazas en las capitales.
Antonio Barceló nació en Palma de Mallorca el uno de
octubre de 1717, sintiendo inclinaciones hacia la mar desde muy joven, lo que
le impulsó a enrolarse como marinero de cubierta en un jabeque propiedad de su
padre Onofre Barceló, junto al que viajó y aprendió hasta obtener el título de
tercer piloto cuando aún era un niño.
A los dieciocho años falleció su padre,
prematuramente envejecido de los innumerables sufrimientos de la mar y la
familia le confió el mando del jabeque cuando lo normal era que lo patronearan
hombres más expertos.
Como decía en mi pasado artículo, el Mediterráneo era
un enjambre de piratas que importunaban constantemente el comercio, causando
graves daños a la economía.
Pero Barceló no era de los que se dejaban atrapar por
los piratas y con su jabeque persiguió a los berberiscos que infestaban las
islas “Pitiusas”.
Un jabeque era una embarcación muy ágil y muy
marinera que unía remos y velas en una combinación que le daba mucha capacidad
de maniobra, lo que sumado a la potencia artillera, hacían de estas
embarcaciones unos buques incluso mejores que los navíos de línea.
El nombre de Barceló fue haciéndose popular por ser
persona valiente que no se entregaba sin lucha y su reconocimiento llegó al
máximo cuando, transportando de Baleares a Barcelona un destacamento de
dragones, sostuvo un serio combate con dos galeotas argelinas, a las que
venció, poniéndolas en fuga y por cuya acción, como era costumbre, el rey le
nombró alférez de fragata, aunque, eso sí, “sin derecho a goce de sueldo
alguno”.
Tanto se consideraba su arrojo que la frase que da
título a este artículo, se hizo muy popular y cuando se quería destacar la
valentía de alguien, se hacía comparándola con la ya acreditada del mallorquín:
¡Es más valiente que Barceló!
Algún tiempo después, los berberiscos atraparon un
barco español que llevaba doscientos pasajeros, entre lo que se encontraban
varios oficiales del ejército. Esta acción pirata causó gran indignación por lo
que se ordenó armar en Mallorca una escuadra compuesta por cuatro jabeques y
cuyo mando se le concedió al que ya era conocido como “Capitán Toni” que fue
ascendido a teniente de fragata.
La escuadra se dirigió a Cartagena en donde se
incorporaron dos navíos de línea quedando toda la escuadra al mando de Julián
de Arriaga, héroe de la Guerra de la oreja de Jenkins, sobre la que escribí
hace tiempo y que los que siguen mis artículos habrán ojeado.
Esta división naval obtuvo algunos éxitos, poniendo
en fuga a numerosos barcos piratas de las costas mediterráneas, pero al año
siguiente y como siempre ocurre en este país, sin causa justificada, se ordenó
deshacer la división, por lo que Barceló volvió a sus antiguos quehaceres.
En cierta ocasión y hallándose en el
puerto de Palma de Mallorca, se corrió la noticia de que una flotilla
berberisca había sido avistada cerca de las costas de Formentor. El “Capitán
Toni” ordenó embarcar una compañía de granaderos en su jabeque y se hizo a la
mar en persecución de los piratas a los que localizó en las proximidades de la
isla Cabrera. Se trataba de tres naves: una galeota de treinta remos y cuatro
cañones y un jabeque pequeño, que llevaban apresado el buque español “Santísimo
Cristo del Crucifijo”. Consiguió abordar y tomar la galeota y liberar el buque
español, aunque fue herido en el abordaje. Por esta acción se le ascendió a
teniente de navío graduado, lo que suponía su incorporación real a la Armada,
que se confirma con fecha de treinta de junio de 1756.
Desde entonces abandonó sus
actividades de marino mercante y se dedico plenamente a la marina de guerra,
alcanzando el grado de capitán de fragata en 1761, momento en el que se le dio
el mando de una división naval de tres jabeques, siendo comandante del llamado
“Garzota”.
Jabeque de Barceló en
1738
Ese año, al mando de su división, se
enfrentó a una flotilla berberisca y apresó siete barcos. Más tarde, navegando
en solitario apresó a otro barco pirata, haciendo más de treinta prisioneros,
además de los diez que murieron en el abordaje.
Un año después, con su embarcación,
presentó batalla y venció a tres barcos piratas, haciendo más de ciento
cincuenta prisioneros, entre ellos al famoso “Selim”, un célebre, por lo cruel
y aguerrido, capitán pirata.
En aquella ocasión Barceló pagó bien
cara su heroicidad pues fue herido por una bala de mosquete que le atravesó la
mandíbula izquierda, dejándole una deformidad permanente.
Su ascendente carrera continuó en
cuanto estuvo repuesto, apresando un jabeque pirata de veinticuatro cañones en
las costas de Marruecos.
Su carrera militar seguía en ascenso
y alcanzó el grado de capitán de navío cuando al mando de una flotilla de seis
jabeques se enfrentó a una escuadra pirata en la ensenada de Melilla,
consiguiendo apresar cuatro barcos.
Su fama alcanzó el zenit cuando
consiguió liberar a mil cristianos y hacer mil seiscientos prisioneros.
Luego participó en operaciones de
desembarco y castigo, como la del Peñón de Alhucemas o la toma de Argel en las
que ambas fracasaron cuando se produjeron los desembarcos, pero no por el
comportamiento de la escuadra que no solamente protegió las maniobras con su
artillería, sino que se acercaba a las costas para hacerla más efectiva, a la
vez que para recoger a los soldados que en gran números eran obligado a
retirarse ante la presión enemiga.
La toma de Argel, al mando del
general O'Reilly fue una gran derrota militar, aunque supuso el comportamiento
heroico y destacado de muchos de nuestros militares y marinos.
Aun cuando su hoja de servicios
estaba más que cumplida, aun quedaba al “Capitán Toni” otra acción encomiable.
El veinticuatro de agosto de 1779 fue
nombrado comandante de las fuerzas navales que participarían en el bloqueo de
Gibraltar. Al mando de una potente escuadra debía efectuar el bloqueo por mar,
mientras que por tierra debía atacar el general Martín Álvarez de Sotomayor.
Óleo de Barceló con
uniforme de teniente general
Fue en ese asedio cuando a Barceló se le ocurrió la
genial idea de construir lanchas cañoneras y bombarderas, manejadas a remo y
muy ágiles, las cuales dieron grandes éxitos pues con mucha facilidad se
aproximaban a los objetivos, presentando a la vez muy poco blanco. Estas
lanchas causaban estragos metiéndose entre las formaciones de buques enemigos
que huían atemorizados al no poder presentar batalla.
Hay que pensar que en aquella época
los cañones se montaban a los costados del buque, por lo que atacándole por la
proa eran totalmente vulnerables.
En 1783 fue ascendido a teniente
general y reconocido su derecho a cobrar el sueldo que le correspondiese, cosa
que no era muy corriente en la época y se retiró a descansar a Palma de
Mallorca, donde falleció a los ochenta años y cuando su prestigio había
alcanzado tal cota que, despertada la envidia de un grupo de detractores que
siempre tuvo, se dedicaron a la tarea de desacreditarlo por carecer de
formación y no haber cursado la carrera militar, cosa que como casi siempre
ocurre, consiguieron en parte.
Hoy, en el Panteón de Marinos Ilustres
de San Fernando hay una placa dedicada a su memoria, pues su restos reposan en
alguna iglesia de Palma de Mallorca.
Uno más de nuestros héroes olvidados
y felizmente sacado a la luz en el libro que la editorial Navalmil ha
publicado.
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