sábado, 21 de septiembre de 2013

SIEMPRE LOS MILAGROS




Estamos viviendo en España y en gran parte de Europa, unos momentos de crisis y recesión como nunca habíamos visto. Eso es lo que dicen los expertos y es más que probable que lleven razón en lo que a la segunda parte se refiere, es decir, que nunca lo habíamos visto nosotros, pero no tiene nada de cierto en que sean los peores momentos a lo largo de la historia.
España siempre ha estado en crisis y siempre ha sido pobre, a pesar de haber sido durante un siglo el país hegemónico del mundo y de haber recibido en las arcas del gobierno, las fortunas más incalculables.
El oro y sobre todo la plata que llegaban de las Américas nunca fueron capaces de frenar el endeudamiento crónico del estado. Mientras que muchas familias en el entorno del tráfico comercial con el Nuevo Mundo, los famosos Cargadores a Indias, se enriquecían a ojos vistas, la Corona era cada vez más pobre.
Los monarcas españoles estaban permanente endeudados con los prestamistas alemanes, holandeses y de cualquier otro país, casi siempre familias judías y poderosos banqueros, a los que llegaron a hipotecar hasta las minas de cinabrio de Almadén, cuando el metal que se extraía, el mercurio, era imprescindible para obtener oro y plata en América.
Pero así eran las cosas y todo porque España no cesaba de guerrear ni un solo instante y contra todo bicho viviente.
Contra los protestantes, por la cosa del acendrado catolicismo de nuestros monarcas, contra la Gran Bretaña, por ser enemiga mortal desde siempre, haber repudiado a una reina española y darnos constantemente la vara en el mar y para colmo de males, deshacerse de la autoridad papal y crear la religión anglicana a gusto del rey y sin más obediencia que al arzobispo de Canterbury.
En Italia,  para imponer la presencia española y mantener los efímeros reinos de los que disfrutamos, cambiamos, perdimos y al final nos arruinaron.
Y con los Países Bajos, en una guerra eterna que duró ochenta años y que al final, terminamos perdiendo, aunque ganamos casi todas las batallas.
Nuestro sino ha sido estar siempre en crisis, porque entrando el siglo XIX, la cosa no fue a mejor, ni mucho menos; y saliendo el siglo, por la otra puerta salieron todas las colonias, fuente principal de los ingresos del estado.
En fin, que la situación no tiene más remedio que un milagro, un buen milagro que nos saque de este atolladero, como siempre hemos pedido los españoles, tan católicos y cristianos. Y la verdad es que muchas veces las cosas han sido milagrosas y ya he referido en alguna ocasión cómo esos milagros, producidos porque Dios estaba siempre de nuestro lado, han salvado situaciones realmente comprometidas.
Precisamente en la guerra contra Flandes, la de los Ochenta Años, un “milagro” vino a salvar a nuestros Tercios de un desastre sin precedente.
El hecho es muy poco conocido, quizás por lo escasamente rentable que fue al final para nuestras tropas, pero se le ha venido en llamar “El Milagro de Empel”.
Ocurrió el día ocho de diciembre del año 1585, en un lugar de Flandes, entre la desembocadura de los ríos Mosa y Waal. El Waal es el nombre que toma el Rin en su último tramo y que forma un estuario enorme en el que se halla la Isla de Bommel.
Allí se encontraban, arrinconados por tropas de tierra y la escuadra flamenca, al mando del Almirante Holak, unos cinco mil soldados del llamado Tercio Viejo, el más temible ejército de infantería de todos los tiempos, veteranos en mil batallas y aguerridos soldados, al mando del Mariscal de Campo Francisco Arias de Bobadilla, titular del expresivo condado de Puñonrostro y sobrino-nieto de aquel Pedrarias Dávila que viajaba a todas partes con su féretro (consultar mi artículo “Viajando con su ataúd).


Francisco Arias de Bobadilla

Los Países Bajos se llaman así precisamente porque la mayor parte de su territorio está bajo el nivel del mar y las tropas flamencas aprovecharon esa circunstancia para abrir las compuertas del río Mosa y anegar todo el terreno alrededor de donde se encontraba el Tercio español.
Vista su situación de superioridad, el almirante Holak ofrece a los españoles que se rindan, pero la respuesta de Bobadilla es contundente: “Los infantes españoles prefieren la muerte a la deshonra. Ya hablaremos de capitulaciones después de muertos”.
La respuesta es tomada como una insolencia y el flamenco da orden de abrir las demás compuertas y anegar más la zona, tanto, que sólo queda una pequeña colina llamada Empel, emergiendo sobre las aguas.
Sin posibilidad de auxilio, con pocas provisiones, todos los uniformes y pertrechos empapados y tiritando de frío, los españoles se disponen a resistir como se pueda y comienzan a cavar unas trincheras para resguardarse, cuando un soldado tropieza con algo duro, un objeto de madera que una vez desenterrado resulta ser una imagen de la Inmaculada Concepción.
En algún lugar se dice que era una tabla flamenca con la pintura de la Virgen, diferencia que no viene al caso porque lo importante es que, de inmediato y como no podía ser de otra manera en aquellos tiempos, se toma el hallazgo como una señal divina, máxime cuando aquel día es la víspera de la celebración de la festividad de la Inmaculada.
De inmediato se improvisa un altar, los soldados se encomiendan a la Señora y Bobadilla arenga a su gente enalteciéndolas para el combate.
Quiere la casualidad o he aquí el milagro que esa noche se desate un frío extremo, acompañado de vientos huracanados que en pocas horas, convierten en hielo toda el agua que anega la zona. Bobadilla observa el fenómeno y aunque ateridos, ordena a sus hombres caminar sobre el hielo después de comprobar su extrema dureza.
Así, los soldados marcharon sobre la capa helada en dirección a la flota flamenca que había quedado atrapada entre los hielos y que por ningún concepto esperaba un ataque.
El Tercio  Viejo fue, como siempre, implacable y después de asaltar los buques pasaron a cuchillo a sus tripulaciones.
Desde las fuerzas flamencas de tierra observaban cómo los barcos caían en poder de los españoles sin que ellos pudieran hacer nada.
Después de tomar los barcos, los soldados se aprovisionaron de armas y ropas secas y recomponiendo la formación, marcharon sobre el fuerte situado en tierra firme.
Cargaron con una virulencia inusitada y tomaron la posición en poco tiempo, produciendo una desbandada general, seguida hasta por el altanero Holak que no pudo oponerse al avance de los famosos cuadros de chispa y pica que formaban los tercios españoles.
Como parece natural, después de una victoria tan contundente, la Inmaculada fue declarada patrona del arma de Infantería, lo que continúa siendo hasta el día de hoy.
Pero se ve que este milagro no ha sido el único, aunque en esta otra ocasión y dado el carácter totalmente laico del beneficiario, no se atribuyó el hecho a la divina intercesión.
Un suceso muy similar, casi idéntico, ocurrió el día 21 de enero de 1795 durante las llamadas Guerras Revolucionarias Francesas y en un enfrentamiento contra Holanda en el que el general francés Jean Charles Pichegru llegó a tomar Ámsterdam, en donde pensaba fijar sus cuarteles de invierno.
Pero sus espías le informaron que la flota holandesa estaba anclada en Den Helder, una provincia al norte de Ámsterdam, distante unos ochenta kilómetros.
Dadas las características extremas de aquel invierno, la noticia era que todos los ríos estaban helados y que el mar también lo estaba, habiendo atrapado a los quince buques que formaban la escuadra, los cuales estaban inmovilizados y sin posibilidad de defenderse.


Toma de la escuadra en el hielo

En consecuencia, el general Pichegru envió un ejército de húsares a caballo al mando de un general, para que se dirigiera con toda urgencia a Den Helder. Cada caballo llevaba a la grupa a un soldado de infantería y a marchas forzadas se dirigieron a la zona, comprobando que entre Den Helder y la isla de Texel, que es la más próxima a tierra del archipiélago de Frisia Occidental, se encontraban los quince navíos completamente inmovilizados por la mar helada.
Aprovechando la dureza del hielo y la oscuridad de la noche, la caballería francesa llegó por sorpresa hasta los barcos y los tomó, sin que sus tripulaciones pudieran defenderse, pues aparte de que estaban confiados de encontrarse fuera de peligro, los barcos se habían escorado de tal manera que sus cañones apuntaban, una banda al cielo y la otra a pocos metros del propio buque aunque en la pintura no está así representado.
El resultado de la operación fue espectacular pues no hubo ni un solo herido y se capturaron quince navíos, de ellos once completamente equipados, con más de ochocientos cincuenta cañones.
De parte de los franceses estuvo solamente la estrategia y la decisión. En esta ocasión ningún milagro vino a poner la balanza a su favor, claro que los franceses saben de muchas cosas pero no de desenterrar imágenes de Vírgenes.

2 comentarios:

  1. Parece ser que el Almirante Holak, despues de esto, dijo que no debia de caber duda que Dios era español. Evidentemente no es asi, porque todo el mundo sabe que Dios es judio.
    Bromas a parte, e independientemente del milagro que sucedio, hay que tener en cuenta que solo la mejor infanteria del mundo podia haberlo hecho.

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