Estamos viviendo en España y en gran parte de Europa,
unos momentos de crisis y recesión como nunca habíamos visto. Eso es lo que
dicen los expertos y es más que probable que lleven razón en lo que a la
segunda parte se refiere, es decir, que nunca lo habíamos visto nosotros, pero
no tiene nada de cierto en que sean los peores momentos a lo largo de la
historia.
España siempre ha estado en crisis y siempre ha sido
pobre, a pesar de haber sido durante un siglo el país hegemónico del mundo y de
haber recibido en las arcas del gobierno, las fortunas más incalculables.
El oro y sobre todo la plata que llegaban de las
Américas nunca fueron capaces de frenar el endeudamiento crónico del estado.
Mientras que muchas familias en el entorno del tráfico comercial con el Nuevo
Mundo, los famosos Cargadores a Indias, se enriquecían a ojos vistas, la Corona
era cada vez más pobre.
Los monarcas españoles estaban permanente endeudados
con los prestamistas alemanes, holandeses y de cualquier otro país, casi
siempre familias judías y poderosos banqueros, a los que llegaron a hipotecar
hasta las minas de cinabrio de Almadén, cuando el metal que se extraía, el
mercurio, era imprescindible para obtener oro y plata en América.
Pero así eran las cosas y todo porque España no
cesaba de guerrear ni un solo instante y contra todo bicho viviente.
Contra los protestantes, por la cosa del acendrado
catolicismo de nuestros monarcas, contra la Gran Bretaña, por ser enemiga
mortal desde siempre, haber repudiado a una reina española y darnos
constantemente la vara en el mar y para colmo de males, deshacerse de la
autoridad papal y crear la religión anglicana a gusto del rey y sin más
obediencia que al arzobispo de Canterbury.
En Italia,
para imponer la presencia española y mantener los efímeros reinos de los
que disfrutamos, cambiamos, perdimos y al final nos arruinaron.
Y con los Países Bajos, en una guerra eterna que duró
ochenta años y que al final, terminamos perdiendo, aunque ganamos casi todas
las batallas.
Nuestro sino ha sido estar siempre en crisis, porque
entrando el siglo XIX, la cosa no fue a mejor, ni mucho menos; y saliendo el
siglo, por la otra puerta salieron todas las colonias, fuente principal de los
ingresos del estado.
En fin, que la situación no tiene más remedio que un
milagro, un buen milagro que nos saque de este atolladero, como siempre hemos
pedido los españoles, tan católicos y cristianos. Y la verdad es que muchas
veces las cosas han sido milagrosas y ya he referido en alguna ocasión cómo
esos milagros, producidos porque Dios estaba siempre de nuestro lado, han
salvado situaciones realmente comprometidas.
Precisamente en la guerra contra Flandes, la de los
Ochenta Años, un “milagro” vino a salvar a nuestros Tercios de un desastre sin
precedente.
El hecho es muy poco conocido, quizás por lo
escasamente rentable que fue al final para nuestras tropas, pero se le ha
venido en llamar “El Milagro de Empel”.
Ocurrió el día ocho de diciembre del año 1585, en un
lugar de Flandes, entre la desembocadura de los ríos Mosa y Waal. El Waal es el
nombre que toma el Rin en su último tramo y que forma un estuario enorme en el
que se halla la Isla de Bommel.
Allí se encontraban, arrinconados por tropas de
tierra y la escuadra flamenca, al mando del Almirante Holak, unos cinco mil
soldados del llamado Tercio Viejo, el más temible ejército de infantería de
todos los tiempos, veteranos en mil batallas y aguerridos soldados, al mando
del Mariscal de Campo Francisco Arias de Bobadilla, titular del expresivo
condado de Puñonrostro y sobrino-nieto de aquel Pedrarias Dávila que viajaba a
todas partes con su féretro (consultar mi artículo “Viajando con su ataúd).
Francisco Arias de Bobadilla
Los Países Bajos se llaman así precisamente porque la
mayor parte de su territorio está bajo el nivel del mar y las tropas flamencas
aprovecharon esa circunstancia para abrir las compuertas del río Mosa y anegar
todo el terreno alrededor de donde se encontraba el Tercio español.
Vista su situación de superioridad, el almirante
Holak ofrece a los españoles que se rindan, pero la respuesta de Bobadilla es
contundente: “Los infantes españoles prefieren la muerte a la deshonra. Ya
hablaremos de capitulaciones después de muertos”.
La respuesta es tomada como una insolencia y el
flamenco da orden de abrir las demás compuertas y anegar más la zona, tanto,
que sólo queda una pequeña colina llamada Empel, emergiendo sobre las aguas.
Sin posibilidad de auxilio, con pocas provisiones,
todos los uniformes y pertrechos empapados y tiritando de frío, los españoles
se disponen a resistir como se pueda y comienzan a cavar unas trincheras para
resguardarse, cuando un soldado tropieza con algo duro, un objeto de madera que
una vez desenterrado resulta ser una imagen de la Inmaculada Concepción.
En algún lugar se dice que era una tabla flamenca con
la pintura de la Virgen, diferencia que no viene al caso porque lo importante
es que, de inmediato y como no podía ser de otra manera en aquellos tiempos, se
toma el hallazgo como una señal divina, máxime cuando aquel día es la víspera
de la celebración de la festividad de la Inmaculada.
De inmediato se improvisa un altar, los soldados se
encomiendan a la Señora y Bobadilla arenga a su gente enalteciéndolas para el
combate.
Quiere la casualidad o he aquí el milagro que esa
noche se desate un frío extremo, acompañado de vientos huracanados que en pocas
horas, convierten en hielo toda el agua que anega la zona. Bobadilla observa el
fenómeno y aunque ateridos, ordena a sus hombres caminar sobre el hielo después
de comprobar su extrema dureza.
Así, los soldados marcharon sobre la capa helada en
dirección a la flota flamenca que había quedado atrapada entre los hielos y que
por ningún concepto esperaba un ataque.
El Tercio
Viejo fue, como siempre, implacable y después de asaltar los buques
pasaron a cuchillo a sus tripulaciones.
Desde las fuerzas flamencas de tierra observaban cómo
los barcos caían en poder de los españoles sin que ellos pudieran hacer nada.
Después de tomar los barcos, los soldados se
aprovisionaron de armas y ropas secas y recomponiendo la formación, marcharon
sobre el fuerte situado en tierra firme.
Cargaron con una virulencia inusitada y tomaron la
posición en poco tiempo, produciendo una desbandada general, seguida hasta por
el altanero Holak que no pudo oponerse al avance de los famosos cuadros de
chispa y pica que formaban los tercios españoles.
Como parece natural, después de una victoria tan
contundente, la Inmaculada fue declarada patrona del arma de Infantería, lo que
continúa siendo hasta el día de hoy.
Pero se ve que este milagro no ha sido el único,
aunque en esta otra ocasión y dado el carácter totalmente laico del
beneficiario, no se atribuyó el hecho a la divina intercesión.
Un suceso muy similar, casi idéntico, ocurrió el día
21 de enero de 1795 durante las llamadas Guerras Revolucionarias Francesas y en
un enfrentamiento contra Holanda en el que el general francés Jean Charles
Pichegru llegó a tomar Ámsterdam, en donde pensaba fijar sus cuarteles de
invierno.
Pero sus espías le informaron que la flota holandesa
estaba anclada en Den Helder, una provincia al norte de Ámsterdam, distante
unos ochenta kilómetros.
Dadas las características extremas de aquel invierno,
la noticia era que todos los ríos estaban helados y que el mar también lo estaba,
habiendo atrapado a los quince buques que formaban la escuadra, los cuales
estaban inmovilizados y sin posibilidad de defenderse.
Toma de la escuadra en el hielo
En consecuencia, el general Pichegru envió un
ejército de húsares a caballo al mando de un general, para que se dirigiera con
toda urgencia a Den Helder. Cada caballo llevaba a la grupa a un soldado de
infantería y a marchas forzadas se dirigieron a la zona, comprobando que entre
Den Helder y la isla de Texel, que es la más próxima a tierra del archipiélago
de Frisia Occidental, se encontraban los quince navíos completamente
inmovilizados por la mar helada.
Aprovechando la dureza del hielo y la oscuridad de la
noche, la caballería francesa llegó por sorpresa hasta los barcos y los tomó,
sin que sus tripulaciones pudieran defenderse, pues aparte de que estaban
confiados de encontrarse fuera de peligro, los barcos se habían escorado de tal
manera que sus cañones apuntaban, una banda al cielo y la otra a pocos metros
del propio buque aunque en la pintura no está
así representado.
El resultado de la operación fue espectacular pues no
hubo ni un solo herido y se capturaron quince navíos, de ellos once
completamente equipados, con más de ochocientos cincuenta cañones.
De parte de los franceses estuvo solamente la
estrategia y la decisión. En esta ocasión ningún milagro vino a poner la
balanza a su favor, claro que los franceses saben de muchas cosas pero no de
desenterrar imágenes de Vírgenes.
Muy interesante me gusta.
ResponderEliminarParece ser que el Almirante Holak, despues de esto, dijo que no debia de caber duda que Dios era español. Evidentemente no es asi, porque todo el mundo sabe que Dios es judio.
ResponderEliminarBromas a parte, e independientemente del milagro que sucedio, hay que tener en cuenta que solo la mejor infanteria del mundo podia haberlo hecho.