Los que vivimos en Andalucía no
sabemos las riquezas que nuestra tierra contiene; bueno, si sabemos de muchas
de ellas, pero desconocemos de tantas otras que a veces, nos sorprende nuestra
propia ignorancia.
Tengo que reconocer que la provincia
de Huelva es para mi una gran desconocida, pese a la proximidad geográfica, por
eso, cuando la semana pasada mi hijo me comentó que en la Sierra de Aracena se
celebraban unas jornadas gastronómicas dedicadas a las setas, nos planteamos la
posibilidad de irnos a pasar el fin de semana en aquella desconocida localidad,
aprovechando para conocer algo de la zona y degustar las deliciosas setas.
Así lo hicimos y el viernes por la
tarde, tras dos horas de viaje aparcábamos en la plaza principal del precioso
pueblo de Aracena.
Lo primero que comprobamos al bajarnos
del coche fue el frío que hacía. Habíamos salido de El Puerto en una tarde
cálida, vistiendo en mangas de camisa y aquel mazazo de frío nos cogió por
sorpresa. Inmediatamente nos apresuramos en sacar del equipaje algo para
abrigarnos.
Aparte del frío, de inmediato
comprobamos que Aracena es un pueblo precioso, con calles amplias y casas
bajas, muchas placitas con encantadores rincones, abundante arbolado y una
limpieza digna de ser copiada en todos nuestros municipios. Es la capital de la
comarca que lleva su nombre y se encuentra a pocos kilómetros del famosísimo
pueblo de Jabugo, en donde se da el mejor jamón del mundo.
Pero además, en el casco urbano de
esta preciosidad de pueblo, se encuentra la gruta de las Maravillas, una
verdadera maravilla de la naturaleza que no se puede dejar de visitar.
Recorriendo sus distintas calles,
visitando sus enclaves más turísticos, mi gran sorpresa fue la monumentalidad
del pueblo cuya historia, como la de muchos otros de Andalucía, es realmente
apasionante y se remonta a tiempos prehistóricos.
Panorámica del pueblo con
castillo al fondo
Pero nosotros íbamos, sobre todo, a
por las setas; también por los productos del cerdo, pero sobre todo por ese
exquisito manjar que son esos hongos, tan buenos para una dieta hipocalórica,
como deliciosos al paladar.
Setas guisadas, a la plancha, en
ensaladas o simplemente crudas, con un chorrito de aceite y sal, son el
complemento perfecto para rebajar las calorías que un buen plato de jamón, caña
de lomo o de chorizo, ibéricos y de la zona, puedan aportarnos.
En todos los bares se anunciaban las
setas; las diferentes variedades desde el gurumelo, hasta el tentullo, nombres locales de la amanita ponderosa y del boletus edulis, para llegar a la que en todos los lugares nos
señalaban como la verdadera reina de las setas: la tana.
Amanita cesarea en las tres
fases de su crecimiento
Así se las conoce allí, con esos
nombres locales, pero cualquier aficionado a recolectarlas, o sencillamente a
degustarlas, conoce sus nombres científicos que emplean cuando quieren darte a
entender que puedes comerlas con absoluta tranquilidad porque todas las setas
que se consumen en aquella zona son perfectamente comestibles y no van a suponer
riesgo alguno para tu salud, pues están recogidas y manipuladas por personas
que entienden y mucho, de ese quehacer.
El consumo de setas se extiende a la
más profunda prehistoria y desde hace unos años está perfectamente constatado
por un hecho que seguidamente relataré.
Siempre se creyó que en la antigüedad
nuestros antepasados consumían setas y hongos de variedades comestibles,
posiblemente de observar cómo el ganado comía aquellos hongos con deleite, pero
hasta la aparición del cuerpo momificado de Otzi (consultar mi artículo
recientemente sugerido de Vivir
eternamente) http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com.es/2013/03/vivir-eternamente.html),
en cuyo zurrón se encontró una seta, no se tuvo la certeza de que hace más de
cinco mil años los humanos ya las conocían y las consumían.
De la misma manera, hasta hace bien
poco se tenían a las setas como individuos pertenecientes al reino vegetal.
Evidentemente no eran vegetales, pues carecen de clorofila, pero quedaban así
encuadradas. En la actualidad no se sabe a ciencia cierta si pertenecen al
reino vegetal o al animal y, de momento, se ha creado una nueva categoría,
denominada Reino Fungi, en la que se las ha encuadrado, esperando que con el
tiempo se puedan clasificar de manera más acertada.
Pero volviendo al pueblo y a sus
bares, un camarero, simpático y avispado, a nuestras primeras preguntas sobre
la seguridad del consumo, nos comentó: “Las puede usted comer con entera
tranquilidad por que todas las setas que servimos son comestibles y no de la
manera que lo decía ese de los hermanos Marx que todas lo eran, por lo menos
una vez”.
Gracioso Groucho y el camarero,
capaces de tranquilizarnos y empezar a degustar tan delicioso manjar.
Tanto que ya en la antigua Roma, la
sociedad más hedonista de todos los tiempos, las setas se consumían con
asiduidad y de entre todas ellas, una que en Aracena es también la emperatriz
de las setas: la amanita cesarea, vulgarmente conocida como tana. Un lujo de seta con un sabor distinto a todas las
demás y que cuanto menos se la cocina o sazona, más rica y sabrosa está. Una
ligera pasada por la plancha y el inevitable chorro de aceite con un poco de
picadillo de perejil y ajo es más que suficiente para potenciar todo su sabor.
Todo un gustazo que ya se daban los
emperadores romanos que a estas
setas habían colocado su sello personal y su consumo estaba prohibido a todas
las clases sociales, excepto a los patricios, de ahí su apellido de cesarea.
Dicen, aunque no he conseguido
documentación que lo avale, que era tanta la afición por esta seta que se
recolectaba en diferentes lugares, pero ninguna era igualable a las que se
daban en Hispania, que llegada la época de su consumo los emperadores romanos
disponían de un sistema eficaz de postas para trasladar las setas frescas desde
diferentes lugares de Hispania, pero sobre todo de la sierra de Huelva, hasta
la capital del imperio. Para esa misión reventaban veinte caballos y varios
jinetes
El hecho es posible, porque según nos
han contado, estas setas, convenientemente dispuestas y envasadas, se conservan
perfectamente por espacio de cuatro días, sin apenas merma de su calidad.
Sentados a una mesa y con un plato de tanas por delante, hicimos un cálculo somero: Roma está a
menos de dos mil cuatrocientos kilómetros de Huelva. Un buen caballo,
simultaneando un trote ligero con un galope lento, puede cabalgar a una media
de unos treinta kilómetros por hora, e incluso más y durante unas cuantas horas.
Disponiendo de postas adecuadamente distribuidas para cambiar los caballos y
los jinetes, cabalgando ininterrumpidamente, día y noche, por las buenas
calzadas romanas, una caja de tanas se puede encajar en Roma en poco más de cuatro días; eso sí, reventando
esos veinte caballos y dejando a sus jinetes para el arrastre con tal de darle
gusto al césar.
Todos los emperadores y posiblemente
antes que ellos los cónsules y la gente pudiente en la época republicana,
consumían las setas de Hispania, sobre todo las de la Sierra de Aracena,
próxima a dos emporios romanos, Mérida e Itálica, circunstancia que las haría
muy conocidas, pero de entre todos ellos, el que más afición a su degustación
demostró fue el emperador Claudio, aquel medio subnormal, tartamudo, cojo y
tímido que luego sorprendió a todos con su carácter y su inteligencia, tanto
que las mismas legiones que le habían coronado emperador, por pensar que era el
más tonto y manipulable, trataron de deshacerse de él asesinándolo, cosa que
por fin consiguió su esposa Agripina, la cual quería el trono de Roma para su
hijo Nerón.
No hay coincidencia en criterios
respecto a la manera en que fue asesinado, pero es opinión muy extendida el
creer que fue envenenado por su esposa, con la ayuda de la envenenadora más
famosa de Roma: Locusta y usando un veneno disfrazado en un plato de setas, la
comida preferida del emperador, posiblemente otra seta de la misma especie
amanita que pueden ser mortalmente venenosas, las conocidas como “phaloides”.
La fama de peligrosas que llegan a
tener las setas la deben a que cada año mueren varias personas al consumir,
equivocadamente, algunas setas, precisamente de la misma familia que la
cesarea como la virosa, la phanterina, o la phaloides antes mencionada, cualquiera de las cuales es capaz
de provocar la muerte de una persona aun ingiriendo una sola seta.
Después de su muerte, Nerón accedió al
trono y Claudio fue proclamado dios, convirtiéndose así las setas en alimento
de los dioses y nunca mejor empleado el término, pues convirtieron a Claudio en
uno de ellos.
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