martes, 4 de marzo de 2014

LA REALEZA EN EL BANQUILLO (Y II)





Nos habíamos quedado en que, revestido de la apariencia de un hecho poco probable, varias veces se había mencionado la existencia del documento que Zavala dice haber encontrado en el Ministerio de Justicia y que transcribe en su obra.
El que sea poco probable no le niega verosimilitud, por lo que no hay que dudar por principio y mucho menos, negarlo, si bien, sería conveniente que sobre el hecho se realizase la oportuna y exhaustiva investigación que afirmase o negase su existencia y en caso afirmativo aclarase, si es que hay algo que aclarar, su contenido.
Porque de ser cierto cuanto se ha dicho, es obligado pensar que la dinastía reinante en España se había extinguido y eso lo sabía el rey Fernando VII, el noveno hijo de María Luisa de Parma y de padre desconocido según este documento, que aun colocado en tan desventajosa posición del escalafón real, llegó a gobernar, ya que los ocho hermanos anteriores o fueron mujeres o murieron prematuramente.
Además de esos catorce embarazos, la reina María Luisa tuvo diez abortos, es decir que estuvo veinticuatro veces embarazada.
Esa enorme cifra da una idea del desarreglo lúbrico de la pobre señora, por cuya cama pasaron ilustres personajes, desde el incombustible Godoy, hasta el libertador Simón Bolivar, que tomó el relevo de su compatriota, el guardia de corps y también privado de la reina, Manuel Mallo, que a su vez lo había tomado de Manuel Godoy, cuando éste fue desterrado a Roma, pero que a su vuelta y gracias a las armas que esgrimía y que guardaba dentro de su calzón, volvió a conquistar el favor real.
Hay voces que afirman que el fraile Almaraz no existió, que es un invento de alguien con intención de desacreditar la ya tocada familia real española, pero lo cierto es que el fraile acompañó a los reyes en el exilio y a su muerte, la reina María Luisa, dejó en su testamento una manda para que se pagase al fraile la cantidad de cuatro mil duros, con idea de resarcirle de los enormes sacrificios que había realizado y facilitarle su vuelta a España en buenas condiciones económicas. Pero Fernando VII se negó a pagar esa cantidad. El testamento existe y está por tanto constatada la existencia del siervo del Señor.
El fraile, sin la protección de la reina, quedaba en una situación en extremo precaria, por lo que se decidió a escribir al rey solicitando se cumplimentase el testamento de su señora madre y veladamente exponerle el secreto del que era depositario, sin llegar a decirle que lo utilizaría en caso de no ser atendido.
Sin duda que al rey aquella velada amenaza no gustó en absoluto y ordenó su secuestro en Roma y su traslado a Peñíscola en donde quedó completamente incomunicado y de donde salió tras la muerte de Fernando VII y aprovechando un indulto real que era costumbre en la época, tras la coronación del nuevo monarca.
La siguiente reina disoluta, cuarta esposa de Fernando VII, fue María Cristina de Borbón Dos Sicilias, que tras la muerte de su marido, se casó en secreto con un sargento de la guardia de corps llamado Agustín Fernando Muñoz Sánchez, hijo de un estanquero de Cuenca.
Quizás avergonzada de su plebeyo esposo, no reconoció públicamente estar casada, pero como cada año paría un vástago, se supo que la reina, ya fuera de sacramentada legalidad o de lujuriosa necesidad, se aliviaba en la intimidad del palacio, disimulando su estado con los voluminosos vestidos de la época y una oportuna retirada a cualquiera de sus posesiones en el momento del parto. Luego, distribuía a los vástagos como mejor conviniera y a empezar de nuevo.
Esta reina fue la madre de Isabel II y ejerció la regencia en la minoría de edad de Isabel hasta que fue expulsada de España por el general Espartero, declarando la mayoría de edad de la reina cuando acababa de cumplir trece años.
No fue hasta entonces que María Cristina se dirigió al Papa Gregorio XVI suplicando le concediese el reconocimiento de su matrimonio morganático, a lo que el pontífice accedió.

María Cristina de Borbón Dos Sicilias

Y con Isabel II, se rompió el molde. La obligaron a casarse con su primo Francisco de Asís de Borbón, duque de Cádiz, reconocido homosexual, al que el pueblo llamaba “Paquita” y que según la propia reina, en la noche de bodas llevaba en su camisa de dormir más encajes que ella, por lo que la reina, ardiente por los bajos, como todos los Borbones, se vio obligada a buscarse el consiguiente alivio para tantas calores. El primero fue el que ella llamaba El General Bonito, refiriéndose al general Serrano, con el que protagonizó tales escándalos que el ejército lo trasladó fuera de Madrid.
A éste siguieron el cantante Pepe Mirall, el compositor Emiliano Arrieta, otro militar, el coronel de la Gándara, el capitán José María Arana, conocido como “El pollo Arana”, que fue el padre de la infanta Isabel, conocida como “La Chata” .
Pero la más desastrosa de todas fue con el capitán de ingenieros Enrique Puig Moltó, reconocido oficiosamente como el padre de Alfonso XII, al que llamaban “Puigmolteño” .
Otros amantes fueron el general O’Donnell, el cantante Tirso Obregón, José Murga y Reolid, Carlos Marfiori que la acompañaría al exilio en París y el capitán de artillería José Ramón de la Puente.
Producto de esta desenfrenada lujuria, la reina quedó embarazada en doce ocasiones al menos, siendo la más destacada la ya señalada del nacimiento de Alfonso XII.
Y éste, menos mal que murió joven, pues con veintiocho años ya entrego su alma al Altísimo, como se decía en aquellas fechas, no sin antes protagonizar los más descarados y embarazosos escándalos de faldas; el más sonado, el mantenido con la cantante de ópera Elena Sanz, cuya relación duró desde parte de su viudedad, hasta su muerte, ya casado en segundas nupcias con otra María Cristina, esta vez de Habsburgo-Lorena y con la que tuvo dos hijas y un hijo, Alfonso XIII, rey desde su nacimiento, pues éste se produjo después de muerto su padre.
Pero Alfonso XII tuvo con la contralto otros dos hijos, el mayor, Alfonso Sanz, nació cuando su padre era viudo, por tanto era hijo natural y no ilegítimo, pues sus padres tenían capacidad para casarse al tiempo de su nacimiento y en consecuencia, abrió una corriente de opinión, según la cual le correspondía la corona de España.
Como la muerte del rey, aunque esperada, dado lo avanzado de la tuberculosis que padecía, sorprendió a todos por lo repentina, no tuvo tiempo el monarca de arreglar la situación económica de su familia clandestina.
Tras algunas negociaciones con la familia real y bajo promesa de no hacer público ningún documento que atestiguase la paternidad de los dos hijos menores de Elena, la familia recibió una buena cantidad que les permitía vivir con cierta comodidad. Pero a la muerte de Elena, ocurrida pocos años después, las cosas cambiaron. Su hijo mayor, Jorge, de padre desconocido, tomó la tutela de los dos hermanos menores y comprobó que el capital que se había depositado para la familia, había sido malversado con una importante merma.
Se negoció intensamente hasta que la reina regente, María Cristina, se avino a conceder una pensión vitalicia a los hermanos Alfonso y Fernando Sanz, aunque luego incumpliera su promesa. Se recurrió a los tribunales en donde el administrador, un tal Ibáñez reconoció su intervención en la mala administración y en la falsificación de las cuentas.
Consciente la casa real de que había actuado negligentemente, el rey Alfonso XIII se comprometió a resarcir a los hermanos Sanz (sus hermanos), pero también incumplió su promesa.
El Tribunal Supremo vio la demanda presentada por Alfonso Sanz, contra los herederos de su padre, Alfonso XII y en aras a conseguir el reconocimiento de hijo natural con todas sus condiciones como heredero.
El proceso era muy escabroso y aunque silenciado hacia la opinión pública, entre la que el monarca fallecido gozaba de cierto carisma, siguió desarrollándose lentamente y en el curso del cual se llamó a declarar, ni más ni menos, que a la reina María Cristina, la cual, como su tocaya de un siglo más tarde, aseguró que ella desconocía la existencia de aquellos dos hijos de su esposo, que no sabía lo que éste hacía y, como suelen decir muchos antes las preguntas que se les formulan: “Yo estoy ignorante de tó”. Y no sé lo que es el IRPF, porque eso todavía no se ha inventado.
Por último, un sorprendente paralelismo en los gustos de los miembros de la casa de Borbón, destaca sobre todos los demás. No es que se parezcan físicamente, que ya lo es, sino de que a todos les gustan las mismas cosas: cazar y las damas del mundo de la farándula.
Dejando el mundo cinegético aparte, pues carece del necesario morbo, las damas de los escenarios causaron furor entre los borbones. Ya hemos visto el afán de Fernando VII por la Tirabuzones, o el de Alfonso XII por Elena Sanz para seguir con el de su hijo, el XIII por Carmen Ruiz Moragas, Genoveva Vix, La Bella Otero, Celia Gámez y alguna otra que pasaría desapercibida.
No hay nada nuevo, todo ha ocurrido ya antes.
Y de los primeros en empezar fue Carlos I, que nada más llegar a España se lió con su abuela, Germana de Foix, viuda de Fernando el Católico, un montón de años mayor que él y con la que tuvo una hija.

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