Nos habíamos quedado en que, revestido
de la apariencia de un hecho poco probable, varias veces se había mencionado la
existencia del documento que Zavala dice haber encontrado en el Ministerio de
Justicia y que transcribe en su obra.
El que sea poco probable no le niega
verosimilitud, por lo que no hay que dudar por principio y mucho menos,
negarlo, si bien, sería conveniente que sobre el hecho se realizase la oportuna
y exhaustiva investigación que afirmase o negase su existencia y en caso
afirmativo aclarase, si es que hay algo que aclarar, su contenido.
Porque de ser cierto cuanto se ha
dicho, es obligado pensar que la dinastía reinante en España se había
extinguido y eso lo sabía el rey Fernando VII, el noveno hijo de María Luisa de
Parma y de padre desconocido según este documento, que aun colocado en tan desventajosa posición del
escalafón real, llegó a gobernar, ya que los ocho hermanos anteriores o fueron mujeres o
murieron prematuramente.
Además de esos catorce embarazos, la
reina María Luisa tuvo diez abortos, es decir que estuvo veinticuatro veces
embarazada.
Esa enorme cifra da una idea del
desarreglo lúbrico de la pobre señora, por cuya cama pasaron ilustres
personajes, desde el incombustible Godoy, hasta el libertador Simón Bolivar,
que tomó el relevo de su compatriota, el guardia de corps y también privado de
la reina, Manuel Mallo, que a su vez lo había tomado de Manuel Godoy, cuando
éste fue desterrado a Roma, pero que a su vuelta y gracias a las armas que
esgrimía y que guardaba dentro de su calzón, volvió a conquistar el favor real.
Hay voces que afirman que el fraile
Almaraz no existió, que es un invento de alguien con intención de desacreditar
la ya tocada familia real española, pero lo cierto es que el fraile acompañó a
los reyes en el exilio y a su muerte, la reina María Luisa, dejó en su
testamento una manda para que se pagase al fraile la cantidad de cuatro mil
duros, con idea de resarcirle de los enormes sacrificios que había realizado y
facilitarle su vuelta a España en buenas condiciones económicas. Pero Fernando
VII se negó a pagar esa cantidad. El testamento existe y está por tanto
constatada la existencia del siervo del Señor.
El fraile, sin la protección de la
reina, quedaba en una situación en extremo precaria, por lo que se decidió a
escribir al rey solicitando se cumplimentase el testamento de su señora madre y
veladamente exponerle el secreto del que era depositario, sin llegar a decirle
que lo utilizaría en caso de no ser atendido.
Sin duda que al rey aquella velada
amenaza no gustó en absoluto y ordenó su secuestro en Roma y su traslado a
Peñíscola en donde quedó completamente incomunicado y de donde salió tras la
muerte de Fernando VII y aprovechando un indulto real que era costumbre en la
época, tras la coronación del nuevo monarca.
La siguiente reina disoluta, cuarta
esposa de Fernando VII, fue María Cristina de Borbón Dos Sicilias, que tras la
muerte de su marido, se casó en secreto con un sargento de la guardia de corps
llamado Agustín Fernando Muñoz Sánchez, hijo de un estanquero de Cuenca.
Quizás avergonzada de su plebeyo
esposo, no reconoció públicamente estar casada, pero como cada año paría un
vástago, se supo que la reina, ya fuera de sacramentada legalidad o de
lujuriosa necesidad, se aliviaba en la intimidad del palacio, disimulando su
estado con los voluminosos vestidos de la época y una oportuna retirada a
cualquiera de sus posesiones en el momento del parto. Luego, distribuía a los
vástagos como mejor conviniera y a empezar de nuevo.
Esta reina fue la madre de Isabel II y
ejerció la regencia en la minoría de edad de Isabel hasta que fue expulsada de
España por el general Espartero, declarando la mayoría de edad de la reina
cuando acababa de cumplir trece años.
No fue hasta entonces que María
Cristina se dirigió al Papa Gregorio XVI suplicando le concediese el
reconocimiento de su matrimonio morganático, a lo que el pontífice accedió.
María Cristina de Borbón Dos
Sicilias
Y con Isabel II, se rompió el molde.
La obligaron a casarse con su primo Francisco de Asís de Borbón, duque de
Cádiz, reconocido homosexual, al que el pueblo llamaba “Paquita” y que según la propia reina, en la noche de bodas
llevaba en su camisa de dormir más encajes que ella, por lo que la reina,
ardiente por los bajos, como todos los Borbones, se vio obligada a buscarse el
consiguiente alivio para tantas calores. El primero fue el que ella llamaba El
General Bonito, refiriéndose al
general Serrano, con el que protagonizó tales escándalos que el ejército lo
trasladó fuera de Madrid.
A éste siguieron el cantante Pepe
Mirall, el compositor Emiliano Arrieta, otro militar, el coronel de la Gándara,
el capitán José María Arana, conocido como “El pollo Arana”, que fue el padre de la infanta Isabel, conocida
como “La Chata” .
Pero la más desastrosa de todas fue
con el capitán de ingenieros Enrique Puig Moltó, reconocido oficiosamente como
el padre de Alfonso XII, al que llamaban “Puigmolteño” .
Otros amantes fueron el general
O’Donnell, el cantante Tirso Obregón, José Murga y Reolid, Carlos Marfiori que
la acompañaría al exilio en París y el capitán de artillería José Ramón de la
Puente.
Producto de esta desenfrenada lujuria,
la reina quedó embarazada en doce ocasiones al menos, siendo la más destacada
la ya señalada del nacimiento de Alfonso XII.
Y éste, menos mal que murió joven,
pues con veintiocho años ya entrego su alma al Altísimo, como se decía en
aquellas fechas, no sin antes protagonizar los más descarados y embarazosos
escándalos de faldas; el más sonado, el mantenido con la cantante de ópera
Elena Sanz, cuya relación duró desde parte de su viudedad, hasta su muerte, ya
casado en segundas nupcias con otra María Cristina, esta vez de
Habsburgo-Lorena y con la que tuvo dos hijas y un hijo, Alfonso XIII, rey desde
su nacimiento, pues éste se produjo después de muerto su padre.
Pero Alfonso XII tuvo con la contralto
otros dos hijos, el mayor, Alfonso Sanz, nació cuando su padre era viudo, por
tanto era hijo natural y no ilegítimo, pues sus padres tenían capacidad para
casarse al tiempo de su nacimiento y en consecuencia, abrió una corriente de
opinión, según la cual le correspondía la corona de España.
Como la muerte del rey, aunque
esperada, dado lo avanzado de la tuberculosis que padecía, sorprendió a todos
por lo repentina, no tuvo tiempo el monarca de arreglar la situación económica
de su familia clandestina.
Tras algunas negociaciones con la
familia real y bajo promesa de no hacer público ningún documento que
atestiguase la paternidad de los dos hijos menores de Elena, la familia recibió
una buena cantidad que les permitía vivir con cierta comodidad. Pero a la
muerte de Elena, ocurrida pocos años después, las cosas cambiaron. Su hijo
mayor, Jorge, de padre desconocido, tomó la tutela de los dos hermanos menores
y comprobó que el capital que se había depositado para la familia, había sido
malversado con una importante merma.
Se negoció intensamente hasta que la
reina regente, María Cristina, se avino a conceder una pensión vitalicia a los
hermanos Alfonso y Fernando Sanz, aunque luego incumpliera su promesa. Se
recurrió a los tribunales en donde el administrador, un tal Ibáñez reconoció su
intervención en la mala administración y en la falsificación de las cuentas.
Consciente la casa real de que había
actuado negligentemente, el rey Alfonso XIII se comprometió a resarcir a los
hermanos Sanz (sus hermanos), pero también incumplió su promesa.
El Tribunal Supremo vio la demanda
presentada por Alfonso Sanz, contra los herederos de su padre, Alfonso XII y en
aras a conseguir el reconocimiento de hijo natural con todas sus condiciones
como heredero.
El proceso era muy escabroso y aunque
silenciado hacia la opinión pública, entre la que el monarca fallecido gozaba
de cierto carisma, siguió desarrollándose lentamente y en el curso del cual se
llamó a declarar, ni más ni menos, que a la reina María Cristina, la cual, como
su tocaya de un siglo más tarde, aseguró que ella desconocía la existencia de
aquellos dos hijos de su esposo, que no sabía lo que éste hacía y, como suelen
decir muchos antes las preguntas que se les formulan: “Yo estoy ignorante de
tó”. Y no sé lo que es el IRPF,
porque eso todavía no se ha inventado.
Por último, un sorprendente
paralelismo en los gustos de los miembros de la casa de Borbón, destaca sobre
todos los demás. No es que se parezcan físicamente, que ya lo es, sino de que a
todos les gustan las mismas cosas: cazar y las damas del mundo de la farándula.
Dejando el mundo cinegético aparte,
pues carece del necesario morbo, las damas de los escenarios causaron furor
entre los borbones. Ya hemos visto el afán de Fernando VII por la Tirabuzones,
o el de Alfonso XII por Elena Sanz para seguir con el de su hijo, el XIII por
Carmen Ruiz Moragas, Genoveva Vix, La Bella Otero, Celia Gámez y alguna otra
que pasaría desapercibida.
No hay nada nuevo, todo ha ocurrido ya
antes.
Y de los primeros en empezar fue
Carlos I, que nada más llegar a España se lió con su abuela, Germana de Foix,
viuda de Fernando el Católico, un montón de años mayor que él y con la que tuvo
una hija.
muy interesnte!!!
ResponderEliminar