A veces resulta muy costoso encontrar
un tema sobre el que desarrollar un artículo, pero en otras ocasiones parece
que te encuentras un insignificante cabo, tiras de él y toda una madeja se
ofrece como un escondido tesoro sobre el que escribir.
Este es el caso del artículo anterior
en el que hablaba de un papa corrupto y fornicador que, no obstante, fue
declarado santo. Abundando sobre el mismo tema que yo encuentro apasionante, me
topé con una de esa perlas de la historia que han pasado completamente
desapercibidas y que es interesante sacar a la luz.
Los de mi generación conocimos a un
papa de lo más bondadoso que adoptó el nombre de Juan XXIII. Angelo Giuseppe
Roncalli adoptó ese nombre de forma
excepcional, porque ya en la Iglesia hubo un papa que lo llevó, con mucha
anterioridad.
Se trataba en realidad de Baldassare Cossa, un antipapa
durante el Cisma de Occidente que duró desde 1378 hasta 1417; Cossa fue elegido
pontífice, sin ser sacerdote, por los cardenales reunidos en Pisa. Poco después
y a la resolución del Cisma por el concilio de Constanza, tras el que fue
encarcelado y obligado a dejar su posición, se avino y dejó el papado,
terminando sus días como cardenal y obedeciendo al papa Martín V, con el que
concluyó la mencionada división de la Iglesia. Su nombre fue borrado de la
lista oficial de papas, quedando libre de nuevo.
Para deshacer aquella irregularidad
histórica, según la cual había habido un papa, que no fue papa y que se llamó
Juan XXIII, Roncalli adoptó ese
nombre y la cuestión quedó zanjada más de quinientos años después.
Juan XXIII, el papa bondadoso
Pero con el nombre de Juan, quizás con
el que más papas hayan reinado, ha habido más de un incidente, aparte
del relatado, y uno de ellos, y muy curioso, es el ocurrido con la persona que se
conoce como Pedro Juliâo, papa
numero 187 de la Iglesia católica que ocupó la silla de Pedro desde 1276 a 1277
con el nombre de Juan XXI.
Estamos en el último tercio del siglo
XIII y la división en el seno de la Iglesia es total. La causa no puede ser más
mundana, ni más estúpida y se podría explicar fácilmente diciendo que había dos
corrientes: la de aquellos que considerándose hombres normales querían
desarrollar su labor apostólica como hombres casados y padres de familia; y la
de los fanáticos misóginos que no veían en el matrimonio más que fornicación,
vicio y perversión.
Los primeros sostenían y con razón,
que nada impuro había en el matrimonio y que por contra, el celibato forzado
conducía a la perversión oculta, en sus más diversas formas, tanto naturales,
como antinaturales.
Los segundos no tenían otra consigna
que la de erradicar las relaciones sexuales dentro del clero, claro que
solamente de cara al exterior, porque en lo que a las intimidades se refiere,
eran extremadamente permisivos y pervertidos. Cada religioso podía hacer lo que
quisiera con el sexo, siempre que fuera de puertas para dentro de su casa, su
iglesia, su convento o su palacio.
“Qué malo hay en acariciar o penetrar
a otra persona, es roce de dos pieles, como si frotaras una mano contra la
otra”, llegó a ser una excusa para tener acceso carnal que más de un alto
dignatario empleó.
Detrás de cada facción cardenalicia
estaban las poderosas familias italianas y francesas que luchaban por colocar a
uno de los suyos en la silla de Pedro, pero tras unos y otros, solo había
corrupción.
Una serie de “investigadores” del papa
Gregorio X descubrió que el obispo de Lieja tenía setenta concubinas y era
padre de setenta y cinco hijos. Se llamaba Enrique de Luttlich y el papa
Gregorio se vio obligado a convocar un concilio en Lyon, para destituirle, muy
a su pesar, pues había sido su mentor y su jefe.
Este obispo prometía el perdón de la
confesión únicamente cuando se pasaba por su cama, claro que eso era si la
mujer, o el joven que solicitaba el perdón de sus pecados, era guapa, o
apuesto.
Gregorio escribió una carta que no se
conserva, pero aparece reflejada en escritos vaticanos en la que recrimina al
obispo Enrique de incurrir en simonía, fornicaciones y otros crímenes y lo
acusa de entregarse a la concupiscencia de la carne y que desde que es obispo
ha tenido varios hijos e hijas y también el haber tomado como concubina a la
abadesa de la Orden de San Benito y haber dicho, en un banquete que había
tenido catorce hijos en menos de dos años (según el ensayista y profesor
universitario Eric Frattini).
Deberías servir a Dios con la misma
pasión con lo que te entregas a la lujuria, debió decirle el papa, para que se
arrepintiese y pidiese perdón, pero el obispo no lo hizo, continuando con su
vida como si tal cosa hasta que un noble flamenco, a cuya hija había dejado
embarazada, lo apuñaló repetidamente en la cara, causándole tremendas heridas
aunque parece que el obispo no murió de ese incidente.
En enero de 1276 fallecía Gregorio X
que ha pasado a la historia por ser el papa que introdujo el cónclave
(encerrado bajo llave) para elegir nuevo obispo de Roma.
Y tras su muerte, después de varios
papas, llegó al solio un hombre de conveniencia. Los cardenales no lograban
ponerse de acuerdo y pasando los días, sus raciones de alimento se les iban
disminuyendo y empezaban a pasar hambre, tal como el anterior papa había
dispuesto en la famosa encíclica “Ubi periculum” (Cuando haya peligro) que unida a la tensión sexual
que alguno ya estuviera padeciendo, hizo que se decidieran por un portugués. El
único papa portugués de la historia: Pedro Juliâo.
Juliâo era cardenal y médico eminentísimo, autor de uno de
los mejores tratados de oftalmología de la época, a la vez que brillante y muy
afamado profesor universitario.
Sobre su figura, como hombre, existe
cierta controversia que lo colocan en el campo de lo enigmático. Porque
conocido como Pedro Hispano, se le atribuye la autoría de un texto célebre
llamado Tractatus, un manual de
lógica que se utilizó en las universidades europeas hasta el siglo XVII y del
que se hicieron miles de copias, lo que acredita su popularidad, hasta el
extremo de que fue llamado por importantes universidades para impartir clases
en sus aulas.
Al parecer, había nacido en Lisboa,
hacia el año 1215, hijo de un prestigioso médico llamado Juliâo Rebelo. A
temprana edad inició sus estudios en la escuela episcopal de la catedral de
Lisboa, para trasladarse muy pronto a la universidad de París, donde estudió
medicina, teología, lógica, física y otras materias que eran muy comunes en la
época.
Sus primeros pasos en la docencia
fueron en el campo de la medicina, en la universidad de Siena, lugar en el que
se granjeó una bien merecida fama de hombre inteligente y estudioso y en donde
escribió su obra sobre oftalmología que se titula Thesaurus pauperum que fue libro de texto en muchas universidades y
escuelas de medicina.
En el año 1250 fue llamado para
dirigir la universidad de Lisboa y la escuela catedralicia de dicha ciudad y en
ese cometido se encontraba cuando fue requerido por el papa Gregorio X, aquel
del que antes se habló, que se lo llevó a Viterbo, como médico de la curia
romana.
No se sabe muy bien cuándo profesó
como sacerdote, pues su carrera personal estuvo siempre supeditada a su
condición de intelectual, médico y profesor universitario, pero se sabe que el
papa, cuando lo llamó a Italia, a la vez que como médico, lo nombró obispo de
Frascati, una ciudad cercana a Roma que en los últimos años había adquirido
mucha importancia.
A la muerte de su benefactor, el papa
Gregorio X, Juliâo permaneció en Italia y allí continuaba cuando años después
murió el Papa Adriano V. Como cardenal, participó en el cónclave de Viterbo que
habría de elegir al sucesor de Adriano y en el que, para sorpresa de muchos,
fue elegido papa adoptando el nombre de Juan XXI.
Y aquí es donde radica la curiosidad
de esta historia porque nunca hubo un papa Juan XX.
Grabado de Juan XXI, en donde
dice “PP XX” Hispanus.
No se sabe por qué razón el lugar
correspondiente a Juan XX quedó sin cubrir, pero así fue y Juliâo, portugués, médico, profesor universitario y muchas
cosas más, nos dejó un enigma que será muy difícil de desentrañar, porque
pensar, como han dicho algunos historiadores, en que se debió a un error del
propio Juliâo al denominarse, es
ser demasiado ingenuo, sabiendo cómo estaban las cosas en aquellos momentos. En
el grabado de más arriba, Juan aparece con el ordinal XX y lo identifica de
manera indiscutible al llamarlo “Hispanus”. ¿Por qué, entonces, consta en los
anales como el XXI?
Muy influido por las ideas de
corrupción de la época, trasladó la corte papal a Viterbo, donde se mandó
construir una pequeña casa, anexa al palacio episcopal.
Rápidamente empezaron a correr rumores
de que el papa mantenía relaciones con una joven perteneciente a una de las
familias poderosas, pero nada se ha podido comprobar sobre tal extremo y quizás
fuera un bulo para desacreditar su política de rectitud.
Hasta su muerte fue enigmática porque
falleció al derrumbarse un muro de la modesta casa que se había mandado
construir y cuando solamente llevaba ocho meses de pontificado.
Curioso articulo
ResponderEliminarCurioso articulo!!
ResponderEliminarCurioso articulo!!!
ResponderEliminar