Casi cada pueblo tiene su tradicional
sistema de suicidios que a lo largo de la historia, han ido configurándose de
forma adaptada a los nuevos tiempos.
En la Grecia clásica beber la cicuta
era el sistema tradicional; en Roma recurrían al físico que seccionaba las
venas de los antebrazos. En el Japón se recurría al Hara-Kiri y los azafranados
bonzos recurren al fuego purificador.
Pero lo más tradicional ha sido el
ahorcamiento, la defenestración, el pistoletazo en la sien, cuando se inventaron
las pistolas y arrojarse al tren en los tiempos más modernos.
Una forma de defenestración, palabra
que procede del francés y que quiere decir tirarse por la ventana, era la de
arrojarse desde cualquier lugar elevado y en este sentido, la ciudad de Madrid
tiene un lugar preferido que es lanzarse al vacío desde el puente llamado
Viaducto de Segovia, situado en la calle Bailén, muy cerca del Palacio de
Oriente.
Este sistema para quitarse de en
medio, efectivo donde los haya, comenzó a hacerse popular a mediados del siglo
XIX, a raíz de ciertos acontecimientos ocurridos en la capital y de los que
ahora vamos a hablar.
El famoso Viaducto de Segovia
De pequeños, muchos de nosotros hemos
participado en aquellas cadenas en las que mandabas una tarjeta postal o un
sello de Correos a los seis últimos de una lista y con el paso del tiempo
recibías miles de tarjetas o sellos. Yo fui, durante bastantes años, muy
aficionado a la filatelia, ya lo he comentado en artículos anteriores y en
varias ocasiones me apunté a aquellas cadenas milagrosas, de las que debo
decir, en honor de la verdad, que nunca recibí nada.
Eran unas cadenas infantiles,
desprovistas de maldad en las que los primeros en apuntarse sí que recibían
centenares y miles de postales o sellos, pero para los últimos, la cosa era muy
diferente.
Estas cadenas, que no dañaban las
economías de nadie, tenían su fundamento en otras habidas con mucha
anterioridad, en las que sí hubo pérdidas más que cuantiosas, con beneficio
exclusivo para el organizador y los primeros enganchados.
Es lo que se ha dado en conocer como
Estafa Piramidal, o Esquemas Ponzi que está considerado como delito en muchos
países, sobre todo en los llamados civilizados.
Por este sistema se han enriquecido
algunos y luego han ido al traste todos; entre ellos empresas tan supuestamente
potentes como Sofico, Fidecaya, Gescartera, Forum Filatélico, Afinsa, Madoff y
un etcétera al que habrá que agregarle alguna más con el tiempo.
Pero, ¿quién inventó esta forma de
estafar?
Casi seguro que estaríamos inclinados
a atribuirla a algún avispado financiero/estafador inglés, francés, alemán o
americano, pero no. Lo mismo que el Estraperlo lo inventaron dos españoles
llamados Pérez y López que junto con el suizo Straus pusieron en marcha el
sistema (Stra-Per-Lo), la invención de esta estafa fue de otro español.
En este caso, una española: Baldomera
Larra Wetoret, por más señas,
hija del afamado escritor romántico, Mariano José de Larra.
Larra era hijo de un médico de los
considerados afrancesados que tras la marcha de José I Bonaparte, tuvo que
salir de España, con toda su familia, regresando años después con la amnistía
de Fernando VII. Debía ser buen médico, pues al poco tiempo ya era médico de la
corte, proporcionando a sus hijos un hogar confortable.
No era Mariano José una persona muy
equilibrada, antes al contrario, lo que le hizo vivir episodios que en la época
se considerarían muy al gusto, pero que evidenciaban que algunos tornillos en
su mecanismo interno, no estaban lo suficientemente apretados.
Así, por ejemplo, vino a enamorarse de
la amante de su padre, lo que le trajo graves consecuencias familiares, para
luego casarse con una mujer simple, Josefa Wetoret, que aparte lo progre de su
apellido extranjero, no aportaba a su efervescente vida, ningún matiz.
Con ella tuvo tres hijos, Luís
Mariano, libretista de zarzuelas, algunas de mucho éxito, Adela y Baldomera,
las cuales tenían cinco y cuatro años respectivamente cuando su padre decidió
acabar su vida disparándose un tiro en la sien, a la manera más romántica.
Pero a pesar de la pérdida del cabeza
y sustento de la familia, salieron adelante, e incluso las hijas hicieron
buenos casamientos, pues la protagonista de esta historia se casó con Carlos de
Montemayor, médico sevillano de la Casa Real y también afrancesado, como su
abuelo y Adela, más díscola, llegó a ser la amante temporal de rey Amadeo de
Saboya.
Amadeo pidió la carta de despido y
dejó a Adela con las vergüenzas al aire y
tras la Primera República, con la llegada de Alfonso XII, los afrancesados
optaron por salir de España, cosa que secundó el de Montemayor, que marchó a
las Américas, abandonando a Baldomera y a sus tres hijos, por lo que, de la
noche a la mañana, ambas hermanas se vieron en la calle.
Pero Baldomera era de recursos o al
menos, una persona lanzada. En un principio y para sobrevivir, recurrió a
prestamistas, en cuyas casas terminaron cuanto de valor tenía el hogar, además
de satisfacer unas elevadas cantidades por los intereses.
Fue en ese momento cuando se le
ocurrió una forma de ganar dinero que de inmediato puso en práctica. Se trataba
de un novedoso sistema, pues acababa de inventar y poner en funcionamiento el
sistema de Estafa Piramidal.
Consistía en captar un cliente a quien
ofrecía un interés de hasta el cien por cien en pocos meses, en principio
dejando en prenda algunas de sus pertenencias. A continuación continuaba con
las captaciones y con las aportaciones recibidas por nuevos clientes, abonaba
al primero la cantidad aportada y los intereses, siguiendo así con el segundo,
el tercero y muchos más.
Esta forma de ganar dinero se corrió
rápidamente por todo Madrid, atrayendo cada vez a más clientela, llegando a un
número tan elevado de impositores que Baldomera fundó la llamada Caja de
Imposiciones, en la que hoy se llama calle Los Madrazo, detrás del Palacio de
Las Cortes.
Baldomera Larra de mayor y sin
las patillas
Pronto aquel local se le quedó pequeño
y se trasladó a la castiza Plaza de la Cebada. Allí operaba con su secretario,
Saturnino Isegas, a la vista de todo el mundo, llegando a pagar intereses del
treinta por ciento mensual con el dinero que le iban aportando los nuevos
impositores.
Cuando parece ser que tenía unos cinco
mil impositores, había recaudado más de veinte millones de reales (unos cinco
millones de pesetas, cantidad impensable en aquella época), de los que muy
buena parte eran sus ganancias.
Alcanzó tal fama con su novedoso
sistema que trascendió las fronteras y la prensa de París, Bruselas y otras
capitales europeas, se hicieron eco del formidable negocio que Baldomera
regentaba.
A Baldomera empezaron a llamarla “La
madre de los pobres”, como apelativo
cariñoso opuesto a otro con el que se la conocía también, que era “La
Patillas”, por dos tirabuzones que
llevaba pegados a las orejas y cuando sus impositores le preguntaban en qué
sistema se basaba para proporcionar aquellas fabulosas ganancias ella, muy
ufana, contestaba que era tan simple como el huevo de Colón.
Como es natural, después de una
primera impresión favorable, personas técnicas en finanzas empezaron a hablar
del peligro de aquellas inversiones y la prensa, tan favorable en los
comienzos, se decantó abiertamente en contra de aquel sistema que ya empezaba a
verse como una estafa.
En el año 1876 una buena mañana, los
impositores encontraron cerradas las oficinas de Baldomera; había huido con
todo el dinero que en ese momento tenía en la caja y sus últimos impositores
quedaron de una pieza y sin su dinero.
Dos años más tarde, se tuvieron
noticias de que Baldomera vivía en Auteil, una pequeña ciudad de Francia al
oeste de París.
El juez de Madrid que llevaba el caso
solicitó de las autoridades francesas la extradición, cosa que se consiguió y
se la sometió a juicio.
Fue condenada a seis años de cárcel,
igual que su secretario, ingresando ambos en prisión, mientras que su abogado,
Felipe Aguilera, recurría la sentencia basándose en algo que sería una burla,
pero una burla legal.
Baldomera era una mujer casada que
carecía de la pertinente autorización de su marido para contratar y obligarse,
totalmente imprescindible en aquella época, de forma que los contratos de
préstamos suscritos por ella eran nulos, por tanto, todo lo demás ocioso. Es
decir, no había acreedores, ni alzamiento de bienes, ni fuga de la justicia.
El 1 de febrero de 1881 fue puesta en
libertad junto con Saturnino por sentencia del Tribunal Supremo, para el que
los actos cometidos eran de una trascendente inmoralidad, pero que no pudieron
constituir obligaciones legítimas sujetas a la acción de los tribunales.
Tras su salida de prisión se le perdió
la pista y hay quien dice que marchó a Cuba, en donde vivía su marido y otros
que se fue a Argentina, en donde murió a principios del siglo XX.
Sea come fuere, de lo que no hay duda
es que a Baldomera le cabe el dudoso honor de haber sido la primera persona del
mundo en emplear un sistema o método de estafa encubierta que luego han puesto
en práctica muchos otros.
¿Y qué tiene que ver lo del Viaducto?
Pues muy sencillo, cuando a la “financiera” le preguntaban qué garantías
existían en la Caja de Imposiciones, contestaba con muchos descaro:
¿Garantías?, ninguna, tirarse por el Viaducto.
Curiosamente, desde aquella fecha, se
puso de moda en Madrid suicidarse arrojándose por el Viaducto.
Y una última cosa que no me explico:
¡Su padre, tan fino y tan romántico y ponerle a su hija Baldomera! ¿Es que no
había otro nombre?
Buen articulo!!!
ResponderEliminar