viernes, 12 de septiembre de 2014

TIRARSE POR EL VIADUCTO




Casi cada pueblo tiene su tradicional sistema de suicidios que a lo largo de la historia, han ido configurándose de forma adaptada a los nuevos tiempos.
En la Grecia clásica beber la cicuta era el sistema tradicional; en Roma recurrían al físico que seccionaba las venas de los antebrazos. En el Japón se recurría al Hara-Kiri y los azafranados bonzos recurren al fuego purificador.
Pero lo más tradicional ha sido el ahorcamiento, la defenestración, el pistoletazo en la sien, cuando se inventaron las pistolas y arrojarse al tren en los tiempos más modernos.
Una forma de defenestración, palabra que procede del francés y que quiere decir tirarse por la ventana, era la de arrojarse desde cualquier lugar elevado y en este sentido, la ciudad de Madrid tiene un lugar preferido que es lanzarse al vacío desde el puente llamado Viaducto de Segovia, situado en la calle Bailén, muy cerca del Palacio de Oriente.
Este sistema para quitarse de en medio, efectivo donde los haya, comenzó a hacerse popular a mediados del siglo XIX, a raíz de ciertos acontecimientos ocurridos en la capital y de los que ahora vamos a hablar.

El famoso Viaducto de Segovia

De pequeños, muchos de nosotros hemos participado en aquellas cadenas en las que mandabas una tarjeta postal o un sello de Correos a los seis últimos de una lista y con el paso del tiempo recibías miles de tarjetas o sellos. Yo fui, durante bastantes años, muy aficionado a la filatelia, ya lo he comentado en artículos anteriores y en varias ocasiones me apunté a aquellas cadenas milagrosas, de las que debo decir, en honor de la verdad, que nunca recibí nada.
Eran unas cadenas infantiles, desprovistas de maldad en las que los primeros en apuntarse sí que recibían centenares y miles de postales o sellos, pero para los últimos, la cosa era muy diferente.
Estas cadenas, que no dañaban las economías de nadie, tenían su fundamento en otras habidas con mucha anterioridad, en las que sí hubo pérdidas más que cuantiosas, con beneficio exclusivo para el organizador y los primeros enganchados.
Es lo que se ha dado en conocer como Estafa Piramidal, o Esquemas Ponzi que está considerado como delito en muchos países, sobre todo en los llamados civilizados.
Por este sistema se han enriquecido algunos y luego han ido al traste todos; entre ellos empresas tan supuestamente potentes como Sofico, Fidecaya, Gescartera, Forum Filatélico, Afinsa, Madoff y un etcétera al que habrá que agregarle alguna más con el tiempo.
Pero, ¿quién inventó esta forma de estafar?
Casi seguro que estaríamos inclinados a atribuirla a algún avispado financiero/estafador inglés, francés, alemán o americano, pero no. Lo mismo que el Estraperlo lo inventaron dos españoles llamados Pérez y López que junto con el suizo Straus pusieron en marcha el sistema (Stra-Per-Lo), la invención de esta estafa fue de otro español.
En este caso, una española: Baldomera Larra Wetoret, por más señas, hija del afamado escritor romántico, Mariano José de Larra.
Larra era hijo de un médico de los considerados afrancesados que tras la marcha de José I Bonaparte, tuvo que salir de España, con toda su familia, regresando años después con la amnistía de Fernando VII. Debía ser buen médico, pues al poco tiempo ya era médico de la corte, proporcionando a sus hijos un hogar confortable.
No era Mariano José una persona muy equilibrada, antes al contrario, lo que le hizo vivir episodios que en la época se considerarían muy al gusto, pero que evidenciaban que algunos tornillos en su mecanismo interno, no estaban lo suficientemente apretados.
Así, por ejemplo, vino a enamorarse de la amante de su padre, lo que le trajo graves consecuencias familiares, para luego casarse con una mujer simple, Josefa Wetoret, que aparte lo progre de su apellido extranjero, no aportaba a su efervescente vida, ningún matiz.
Con ella tuvo tres hijos, Luís Mariano, libretista de zarzuelas, algunas de mucho éxito, Adela y Baldomera, las cuales tenían cinco y cuatro años respectivamente cuando su padre decidió acabar su vida disparándose un tiro en la sien, a la manera más romántica.
Pero a pesar de la pérdida del cabeza y sustento de la familia, salieron adelante, e incluso las hijas hicieron buenos casamientos, pues la protagonista de esta historia se casó con Carlos de Montemayor, médico sevillano de la Casa Real y también afrancesado, como su abuelo y Adela, más díscola, llegó a ser la amante temporal de rey Amadeo de Saboya.
Amadeo pidió la carta de despido y dejó a Adela con las vergüenzas al aire y  tras la Primera República, con la llegada de Alfonso XII, los afrancesados optaron por salir de España, cosa que secundó el de Montemayor, que marchó a las Américas, abandonando a Baldomera y a sus tres hijos, por lo que, de la noche a la mañana, ambas hermanas se vieron en la calle.
Pero Baldomera era de recursos o al menos, una persona lanzada. En un principio y para sobrevivir, recurrió a prestamistas, en cuyas casas terminaron cuanto de valor tenía el hogar, además de satisfacer unas elevadas cantidades por los intereses.
Fue en ese momento cuando se le ocurrió una forma de ganar dinero que de inmediato puso en práctica. Se trataba de un novedoso sistema, pues acababa de inventar y poner en funcionamiento el sistema de Estafa Piramidal.
Consistía en captar un cliente a quien ofrecía un interés de hasta el cien por cien en pocos meses, en principio dejando en prenda algunas de sus pertenencias. A continuación continuaba con las captaciones y con las aportaciones recibidas por nuevos clientes, abonaba al primero la cantidad aportada y los intereses, siguiendo así con el segundo, el tercero y muchos más.
Esta forma de ganar dinero se corrió rápidamente por todo Madrid, atrayendo cada vez a más clientela, llegando a un número tan elevado de impositores que Baldomera fundó la llamada Caja de Imposiciones, en la que hoy se llama calle Los Madrazo, detrás del Palacio de Las Cortes.

Baldomera Larra de mayor y sin las patillas

Pronto aquel local se le quedó pequeño y se trasladó a la castiza Plaza de la Cebada. Allí operaba con su secretario, Saturnino Isegas, a la vista de todo el mundo, llegando a pagar intereses del treinta por ciento mensual con el dinero que le iban aportando los nuevos impositores.
Cuando parece ser que tenía unos cinco mil impositores, había recaudado más de veinte millones de reales (unos cinco millones de pesetas, cantidad impensable en aquella época), de los que muy buena parte eran sus ganancias.
Alcanzó tal fama con su novedoso sistema que trascendió las fronteras y la prensa de París, Bruselas y otras capitales europeas, se hicieron eco del formidable negocio que Baldomera regentaba.
A Baldomera empezaron a llamarla “La madre de los pobres”, como apelativo cariñoso opuesto a otro con el que se la conocía también, que era “La Patillas”, por dos tirabuzones que llevaba pegados a las orejas y cuando sus impositores le preguntaban en qué sistema se basaba para proporcionar aquellas fabulosas ganancias ella, muy ufana, contestaba que era tan simple como el huevo de Colón.
Como es natural, después de una primera impresión favorable, personas técnicas en finanzas empezaron a hablar del peligro de aquellas inversiones y la prensa, tan favorable en los comienzos, se decantó abiertamente en contra de aquel sistema que ya empezaba a verse como una estafa.
En el año 1876 una buena mañana, los impositores encontraron cerradas las oficinas de Baldomera; había huido con todo el dinero que en ese momento tenía en la caja y sus últimos impositores quedaron de una pieza y sin su dinero.
Dos años más tarde, se tuvieron noticias de que Baldomera vivía en Auteil, una pequeña ciudad de Francia al oeste de París.
El juez de Madrid que llevaba el caso solicitó de las autoridades francesas la extradición, cosa que se consiguió y se la sometió a juicio.
Fue condenada a seis años de cárcel, igual que su secretario, ingresando ambos en prisión, mientras que su abogado, Felipe Aguilera, recurría la sentencia basándose en algo que sería una burla, pero una burla legal.
Baldomera era una mujer casada que carecía de la pertinente autorización de su marido para contratar y obligarse, totalmente imprescindible en aquella época, de forma que los contratos de préstamos suscritos por ella eran nulos, por tanto, todo lo demás ocioso. Es decir, no había acreedores, ni alzamiento de bienes, ni fuga de la justicia.
El 1 de febrero de 1881 fue puesta en libertad junto con Saturnino por sentencia del Tribunal Supremo, para el que los actos cometidos eran de una trascendente inmoralidad, pero que no pudieron constituir obligaciones legítimas sujetas a la acción de los tribunales.
Tras su salida de prisión se le perdió la pista y hay quien dice que marchó a Cuba, en donde vivía su marido y otros que se fue a Argentina, en donde murió a principios del siglo XX.
Sea come fuere, de lo que no hay duda es que a Baldomera le cabe el dudoso honor de haber sido la primera persona del mundo en emplear un sistema o método de estafa encubierta que luego han puesto en práctica muchos otros.
¿Y qué tiene que ver lo del Viaducto? Pues muy sencillo, cuando a la “financiera” le preguntaban qué garantías existían en la Caja de Imposiciones, contestaba con muchos descaro: ¿Garantías?, ninguna, tirarse por el Viaducto.
Curiosamente, desde aquella fecha, se puso de moda en Madrid suicidarse arrojándose por el Viaducto.

Y una última cosa que no me explico: ¡Su padre, tan fino y tan romántico y ponerle a su hija Baldomera! ¿Es que no había otro nombre?

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