viernes, 26 de septiembre de 2014

LA CONTAMINACIÓN MEDIÁTICA




Por Rafael Herrero Casaleiz (1)     


Ocurre hoy algo bastante generalizado en nuestra sociedad: Se habla mucho de todo, se sabe poco de casi todo y se reflexiona menos, “… si los españoles sólo  hablaran de lo que saben, se produciría un gran silencio que podríamos aprovechar para estudiar…” (M. Azaña.) (y para reflexionar, agregaría yo). ¿Quien puede poner en duda que, si ello fuera alcanzable, aportaría peso y solvencia, no sólo a la organización mediática, que lo necesita, sino también a una opinión pública, que también lo necesita, y en la que tanto influye aquélla? Sería una noble aportación de los medios que aplacaría las opiniones y juicios vehementes que tanto dañan a la opinión pública.

No es ningún secreto que la actitud de gran parte de nuestros medios está produciendo en la sociedad una contaminación mediática que, a juicio de muchos, es poco soportable. La constante reiteración de noticias seguidas de tan desafortunados como insolventes comentarios, no siempre los más alegres, caen sobre una sociedad que acepta con absoluta credibilidad y sin gran esfuerzo sensorial (le basta con oír o ver) la información que se le ofrece. Al menos, frente a esto, el lector de prensa tiene que realizar el esfuerzo de leer (e incluso reflexionar) y posiblemente sea la causa que justifique la constante caída de sus ventas -pese a su digilitación-.

En un interesante artículo (“La independencia, la verdad”) publicaba L. Enríquez Nistal que: “El respeto por la libertad de nuestros periodistas a la hora de informar o plasmar su opinión sólo tiene un límite: la veracidad de los hechos en cuestión. Garantizar esta premisa (de) libertad y respeto por la veracidad, constituye el eje principal de nuestra gestión. Siempre hemos creído que sin periodistas libres y rigurosos no habrá negocio, del mismo modo que sin negocio no habrá sitio para periodistas libres”.

La atención es la virtud por excelencia que nos enseña a ejercitar el espíritu crítico permitiéndonos no ajustarnos a ningún patrón, sino al propio criterio que forma parte de un estilo de formación y de vida. Vivimos en una sociedad en la que cada vez hay más “ruido”, más dispersión y menos capacidad de concentración, atención y reflexión. La consecuencia más nociva se manifiesta en la pérdida de rigor intelectual y calidad humana. Al propio tiempo destaca una “masa” que acepta con absoluta credibilidad aquello que les ofrecen los medios de comunicación sobre temas escasamente contrastados. Hemos llegado a un momento en que cada vez se pone más de manifiesto la contradicción cantidad/calidad, tanto por la faceta activa como pasiva, en buena parte de los estamentos y niveles de nuestra sociedad.

No es cuestionable que haya que respetar la libertad de nuestros profesionales de la información, pero corresponde a ellos dar a conocer la verdad de los hechos, midiendo los límites a la hora de plasmar sus opiniones y comentarios sin salirse de la veracidad contrastada.

Defendía Martín Municio que: “La libertad, en su más amplia acepción, y como criterio de valor, depende hoy del acceso sin trabas a las fuentes de información y a la cultura de la ciencia. Y, en una sociedad democrática, sólo una ciudadanía adecuadamente informada podrá contribuir de forma responsable a la toma de decisiones”.

Necesitamos, por tanto, una opinión pública que reciba referencias estables, tanto más en un país adicto al pesimismo que aún soporta el legado que nos dejaron  bastantes intelectuales de la “Generación del 98”  (“Me duele España”, de Unamuno, o “Es español el que no puede ser otra cosa”, de Cánovas, etc., etc.). No le hicieron un favor a las generaciones futuras o no eran conscientes de la responsabilidad y transcendencia  de unas manifestaciones, que tanto  iban a influir, negativamente, en el ánimo de nuestra sociedad a lo largo de los años, y que inexorablemente tanto se encona en las situaciones críticas de nuestra historia.

No quiero terminar sin aludir, una vez más,  a la memoria del gran filósofo y sociólogo Karl Popper, que en una transcendente conferencia celebrada en Munich en 1988, afirmaba: “…desgraciadamente son los periodistas…quienes buscan sensacionalismos, cuando ya tenemos sensaciones…Afortunadamente, la verdad puede comprobarse fácilmente: la verdad de que vivimos en Occidente, en el mejor de los mundos que nunca ha existido… Tenemos que llevar a los medios de comunicación a que vean y digan la verdad. Y también tenemos que llevarlos a que vean sus propios peligros y a que todas las instituciones saludables, desarrollen la autocrítica y se pongan en guardia a sí mismos. Se trata de una nueva tarea para ellos. Son grandes los daños que provocan en el presente. Sin su cooperación es prácticamente imposible permanecer optimistas”.

20 septiembre 2014




(1) Es economista. Miembro del Grupo de Opinión “Salvador de Madariaga”

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