Nunca había escrito un artículo
relacionado con temas de mi profesión. Ni tampoco he participado en tertulias
radiofónicas o programas de difusión de actividades policiales, salvo cuando ha
sido totalmente necesario hacerlo y eso ha ocurrido en escasas ocasiones. No es
que no me guste hablar o escribir sobre lo que, se supone, es la materia que
mejor domino, pero es que hay tanto advenedizo dogmatizando sobre lo que creen
saber que a mi siempre me han dado reparos entrar a debatir sobre esos temas,
en la certeza de que me podía encontrar con alguna de estas personas y
conociéndome, como me conozco y me conocen mis amigos más cercanos, seguro que
la cosa no iba a terminar bien.
Ciertamente que tendría muchas
anécdotas que relatar de los veinte años vividos como policía –no cuento los
otros veinte de comisario, porque esa actividad ya es otra cosa muy distinta-,
que coincidieron con las primeras aprehensiones de haschís que se dieron en
España, allá por el inicio de los años setenta, pues hasta entonces el único
“cannavis” que se consumía era la popular y legionaria griffa; coincidiendo
también con la aparición de la heroína, la cocaína y, por supuesto, con la reina
de las drogas de diseño, el LSD.
Luego nos han venido infinidad de
nuevas drogas, naturales y de laboratorio, tantas que casi no merece la pena
enumerarlas y todas buscando fundamentalmente dos cosas, volver locos a los
consumidores, abstrayéndoles de su realidad y hacer ricos a traficantes y
distribuidores. Pongan estas dos premisas en el orden que prefieran.
En el final de la década de los
setenta y principio de los ochenta, la heroína era la estrella de las drogas,
cierto que, en un principio, su consumo esta constreñido a estratos sociales
marginales pero que se fue extendiendo con la velocidad del reguero de pólvora
y alcanzó a muchos otros segmentos de la sociedad.
Entonces se decía que lo pernicioso de
aquella droga era la dependencia física que producía, pero lo realmente letal
era que destrozaba las vísceras desde dentro. Contra aquella plaga, los
dogmatizadores del momento recomendaban cambiar el consumo por el de cocaína,
menos adictivo y sin tanto poder de dependencia.
Pero mira por donde se descubre que
los daños que produce la cocaína son similares a los de aquella y que al final,
una y otra, acaban con la economía y con la salud del adicto.
En el Congreso, algunos diputados
“progresistas” (léase imbéciles sin escrúpulos) habían llegado a la desfachatez
de fumarse algún que otro “porro” porque aquella droga alimentaba la imaginación,
la producción artística, aligeraba el ingenio y no hacía ningún daño al
organismo. Magnífico ejemplo para una juventud que acababa de liberarse de las
ataduras en las que habíamos vivido los últimos cuarenta años. Y el mal ejemplo
cundió.
Y entramos en una espiral en la que,
contra el tráfico de drogas, solamente la policía se sentía implicada y eso a
costa de ser muy mal vista por gran parte de la sociedad irresponsable e
ignorante.
Pero el tiempo llega a ponerlo todo en
su sitio y lo que se anunciaba como paradigma de la felicidad, empezaba a
cobrarse su tributo. No es necesario volver a relatar lo que tantas veces hemos
visto y leído: ahí están las hemerotecas; pero sí que se hace necesario decir
que poco o nada hemos aprendido de todo aquello. Millares de jóvenes y no tan
jóvenes, murieron por sobredosis, por deterioro progresivo, por hepatitis o por
Sida, como consecuencia de la nula asepsia al compartir jeringuillas.
Todavía, cada año, varias personas,
jóvenes casi siempre, pagan con su vida por el consumo de MDA, del estramonio,
como lo ocurrido hace un par de veranos, y de mil cosas más que de manera
temeraria introducen en sus cuerpos sin considerar los riesgos que están
corriendo. Otros muchos quedan tocados cerebralmente por el consumo de ketamina,
éxtasis y tantas otras.
El joven que practica el consumo en
fines de semana, se arriesga a un mal viaje, incluso a morir, en una búsqueda
de lo que considera la felicidad del momento, aunque al día siguiente no se
acuerde si llegó a conseguir la ansiada felicidad o si por el contrario fue
víctima de un viaje a los infiernos, producto del consumo de drogas y alcohol
en cantidades desaforadas.
Pero sin que esto se pueda justificar,
cabría introducir el beneplácito de una duda, poco razonable, pero duda, al fin
y al cabo, al considerar que en cuanto, perdida la conciencia y el equilibrio
emocional, un joven es capaz de jugarse la vida en un instante de locura; lo
que de ninguna de las maneras tiene justificación, es el consumo de drogas que,
sin explicitarlo en sus prospectos, porque no los tienen, llevan en su esencia
escritos sus efectos, sin que sus consumidores, desde la frialdad de su
reflexión, se inmuten ni les importe el resultado final.
Rusia es de los pocos países en donde
no ha decaído el consumo de heroína, pero su precio es muy alto y parte de los
jóvenes que la consumen no se pueden permitir ese costo, ni aun robando o
traficando con otras drogas para financiar su consumo. Por eso, en un rincón de
Siberia, se ha inventado un sucedáneo de la heroína, una sustancia que se
obtiene a partir de un derivado del opio, la codeína, mezclada con yodo,
gasolina y fósforo rojo.
Todo un cóctel explosivo, como se
puede ver por sus ingredientes, que produce efectos parecidos a la heroína,
pero que pasan mucho más rápido y que obliga a quien la consume a inyectarse
más dosis que de la heroína tradicional, pero a un precio infinitamente
inferior.
La codeína es un alcaloide derivado de
la morfina que se utiliza, a dosis muy bajas, como antitusígeno, porque seda
las vías respiratorias y para atajar la diarrea, pues conserva las propiedades
astringentes del opio y sobre todo, como analgésico en casos de dolores
severos, pero también tiene muchas contraindicaciones importantes, más si se
usa durante largo tiempo, en cuyo caso puede afectar la función renal, producir
temblores, trombosis, convulsiones y muchos otros efectos.
El fósforo rojo es el que se utiliza
en las cerillas, que se incinera por fricción y arde con llama viva y
desprendimiento de mucho humo. Es insoluble en agua o alcohol, pero se disuelve
fácilmente en los derivados del benceno, lo que obliga a los fabricantes de
este cóctel explosivo a mezclarlo con gasolina, para que quede disuelto.
Y todo eso, sin ningún escrúpulo, se
pone a la venta y a la disposición de los jóvenes que faltos de información,
empiezan a usarlo.
Esta droga ha sido bautizada como “Cocodrilo” y por dos razones distintas aunque íntimamente
relacionadas. La primera porque en las fases iniciales del consumo, produce en
la piel unas manchas verdes y escamosas que dan a brazos y piernas el aspecto
de la piel de dicho reptil. Pero ese no es el más pernicioso de los efectos,
pues al cabo de dos o tres años de consumo, en la siguiente fase, el cocodrilo
termina sacando su verdadera identidad y, literalmente, devora los miembros de
las personas adictas a su consumo.
Sé que es duro exponer fotografías del
resultado del consumo de esta droga, pero creo que la ocasión lo justifica.
Brazo de un joven ruso
consumidor de “cocodrilo”
Si alguna de las personas que ven esta
fotografía la consideran de extrema dureza, les puedo asegurar que es de las menos
agresiva de cuantas he manejado para ilustrar este escrito y para muestra de
cuanto digo están las páginas de Internet en donde podrán encontrar videos y
fotos mucho más duras e ilustrativas.
Actualmente muchos países se han
echado a temblar al pensar que una cosa así pueda llegar hasta ellos.
Afortunadamente parece que el “cocodrilo” está muy localizado en Rusia, más concretamente en
algunas zonas de Siberia y que no ha trascendido de sus fronteras, pero no
bajemos la guardia; la pertinaz crisis en la que estamos inmersos, puede
llevarnos a una situación económica como la del país de los zares y en épocas
de vacas flacas es cuando más prolifera la desaprensión y en cualquier momento,
dada la permeabilidad actual de las fronteras, el “temible saurio” se nos presenta aquí.
¿Hay alguien que todavía defienda el
consumo o la legalización de las drogas?
bueno e ilustrativo articulo!!
ResponderEliminarEl mejor de todos tus artículos, debes continuar con temas relativos a tu profesión, por ser un campo muy poco conocido para el público en general.
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