jueves, 6 de noviembre de 2014

LOS TRÁGICOS FINALES DE MAFALDA




Aparte de la entrañable Mafalda del genial Quino, esa chica que no comprende a los adultos y que odia la sopa, nunca he conocido a nadie que se llame así. Ni siquiera sabía que era un nombre de verdad, hasta que me enteré que en castellano antiguo, portugués o italiano, es el mismo nombre que Matilde.
Esta acepción es poco común y lo cierto es que las escasas referencias de mujeres llamadas Mafalda que he conseguido encontrar, estaban relacionadas con la realeza, menos una portuguesa, que era cantante de fados.
Quien sabe si un nombre tan poco corriente le fuera inspirado al propio humorista argentino por la historia que voy a referir.
Nació en el año 1902 la segunda hija del rey de Italia Víctor Manuel III, a la que pusieron por nombre Mafalda, conocida en la historia como Mafalda de Saboya y a la que se auguraba un futuro de lo más espléndido y prometedor, pero quiso la fortuna, o mejor dicho, el infortunio, que Italia entrase en guerra junto a Alemania y que Hitler se enemistase con su padre, el rey Víctor Manuel, por haber encarcelado a Musolini.
El resultado fue que antes de retirarse de Italia, los alemanes hicieron prisionera a Mafalda de Saboya y la trasladaron al campo de concentración de Buchenwald, en donde murió a consecuencia de las heridas sufridas en un bombardeo aliado. Fue enterrada en una fosa común del cementerio de Weimar y hasta años después no fue posible recuperar sus restos y darles una sepultura definitiva y digna.
Triste final para una princesa que parecía tenerlo todo a su favor, desde su ascendencia familiar, su belleza, su matrimonio y sus hijos.

Mafalda de Saboya de niña

En homenaje a la familia real italiana, la compañía naviera Navigazione Generale Italiana, que era la compañía transoceánica más importante de Italia y de las más competentes de Europa, encargó a principios del siglo XX, a los astilleros de Nápoles la construcción de dos transatlánticos gemelos que llevarían los nombres de “Princesa Yolanda”, la mayor de las hijas de rey y “Princesa Mafalda” .
Corría el año 1908 cundo el primero de los buques estaba listo en las gradas, pero para no dilatar mucho el tiempo entre su botadura y la de su gemelo, decidieron terminar la obra interior a falta de las maquinarias y empezaron por amueblar camarotes, acondicionar salones, preparar cocinas, etc.
No calcularon los ingenieros que aquellas instalaciones habían producido un notable desequilibrio entre el casco y la obra muerta y en el momento de su botadura, al entrar en el agua, el buque, por otro lado espléndido, empezó a escorarse irremisiblemente y en cuanto la primera cubierta entró en contacto con la superficie del mar, a entrarle agua y por consiguiente, a hundirse.
Solamente la pericia de los remolcadores que consiguieron arrastrarlo hasta una zona de bajos fondos, evitó que el trasatlántico se hundiera completamente.
Triste empezaba la historia de los gemelos que homenajeaban a las princesas, pero al menos en esta ocasión no hubo que lamentar desgracias personales.

El Princesa Yolanda, hundiéndose


El dedicado a Mafalda fue botado sin contratiempo en abril de 1909 y se convirtió en el más lujoso y rápido paquebote de su tiempo, realizando la ruta Génova-Barcelona-Brasil (Río de Janeiro y Santos)-Montevideo-Buenos Aires, en un tiempo record de catorce días y a una velocidad de crucero de dieciocho nudos.
Su prestancia, el lujo de a bordo, el confort y la velocidad, hicieron de él el barco preferido de todas las familias pudientes de América del Sur en sus viajes a Europa.
Noventa travesías llevaba anotadas en el cuaderno de bitácora, cuando se disponía a partir, nuevamente, del puerto de Génova, el día 11 de octubre de 1927.
Pero aquel viaje nunca se debió iniciar y su capitán Simón Guli, un avezado marino de cincuenta y cinco años que empezó su vida profesional como grumete para llegar a capitán, dejó constancia por escrito de las malas condiciones en las que el buque se encontraba, sobre todo en las máquinas, en las que se hacían algunas reparaciones que no satisfacían a su capitán y que no llegaban, ni con mucho, a paliar las graves deficiencias.
La mañana de la partida, embarcaron un total de novecientos setenta y tres pasajeros de distintas categorías y que sumados a los doscientos ochenta y ocho tripulantes, hacían en total mil doscientos sesenta y una personas a bordo, en su mayoría emigrantes italianos en busca de mejores horizontes y casi todos con destino a Buenos Aires, aunque algunos se quedarían en Río de Janeiro o Santos.

Princesa Mafalda

La Compañía decidió que fuese la última travesía antes de hacerle importantes reformas, pues el barco iba a cumplir los veinte años de servicio ininterrumpido y a más de haberse quedado anticuado en algunos detalles, necesitaba una puesta a punto de todo lo que componían sus “entrañas”.
Los viajeros de tercera clase eran en su mayoría de los que en aquel tiempo se les llamaba “golondrinas” y cuyo objetivo era trabajar duramente en la Argentina, juntando unos pesos y volver a casa.
También se embarcó un cuarto de millón de liras en oro que el gobierno italiano enviaba al argentino y que era custodiado permanentemente por cinco policías.
Pero pasó la hora fijada para zarpar y el barco no se movía; mientras, los oficiales se disculpaban ante el pasaje con diversas excusas, como que se estaban ultimando unas actuaciones no demasiado importantes, pero que era preciso terminar antes de zarpar.
Por fin, con más de cinco horas de retraso, zarpó el Mafalda con rumbo a Barcelona.
A pesar de que el capitán había recibido la orden de navegar a velocidad de crucero, las máquinas no pudieron mantenerla y llegaron a la ciudad condal con retraso y lo que es peor, con una bomba averiada, lo que les obligó a un nuevo retraso de veinticuatro horas.
Dos horas después de cruzar el Estrecho de Gibraltar, las máquinas de babor dejaron de funcionar.
Más de cinco horas estuvo el barco con las máquinas paradas, en lo que en términos marineros se llama al “garete” y tratando de reparar la avería, que no pudo ser arreglada, obligando al capitán a poner rumbo a las Islas de Cabo Verde, explicándose al pasaje que el cambio de rumbo era para cargar carbón, pero a aquellas alturas los pasajeros sabían que algo iba mal en las máquinas del barco.
Atracado en el puerto de San Vicente, los mecánicos consiguieron que las máquinas de babor volvieran a funcionar y el barco zarpó con rumbo a Brasil. Pero las máquinas seguían parándose con frecuencia, haciendo que el barco se escorase y perdiese velocidad.
La tensión y el miedo se fue apoderando de los pasajeros que incluso intentaron amotinarse y obligar al capitán a dirigirse al puerto más cercano, pero al final imperó la idea de algunos que no veían demasiado peligro en la situación, pues el barco con una sola máquina podía seguir navegando.
Y lo hacía en aquel momento a unas ocho millas al este del archipiélago de las Abrolhos, unas islas casi deshabitadas situadas frente a las costas de la provincia de Espírito Santo, al norte de Río de Janeiro, por tanto, muy cerca de su puerto de destino.
Navegando a velocidad reducida, desde su cubierta vieron como les pasaba un mercante holandés llamando Alhena que llevaba su mismo rumbo y que pronto se perdió por la proa del Mafalda.
Hacía siete años que había corrido una grave noticia y era que el Princesa Mafalda se había hundido precisamente en aquellas mismas aguas que ahora surcaba. La noticia resultó ser una confusión, porque el barco que en realidad se hundió era un pequeño carguero que, curiosamente, tenía el nombre de Mafalda.
Con lo que nunca se contó es con lo que ocurrió la tarde del día veinticinco, cuando un fortísimo ruido sacudió el barco, cuya estructura tembló como un flan, deteniéndose las máquinas de inmediato.
Se había roto el eje de la hélice de estribor que giraba a una velocidad superior a las noventa revoluciones por minuto y que al quedar libre, siguió girando, desprendiéndose y yendo a chocar con el casco al que produjo un tremendo desgarrón, por donde, de inmediato, empezó a entrar agua.
Aunque los tripulantes tratan de calmar a los asustados pasajeros, sólo consiguen a medias su objetivo. De inmediato el capitán ordenó apagar las calderas y tratar de reparar la avería que se había producido, pero sabía que lo sucedido podía ser muy grave y estar dañado el casco del buque, por lo que ordena al radiotelegrafista que empiece a mandar mensajes de socorro, mientras la tripulación prepara al pasaje para las maniobras de abandono del buque.
Con cuanto se tenía a mano: tablones, improvisadas soldaduras, colchones, lonas embreadas, cemento, etc., los marineros trataban de taponar la brecha y cuando parecía que estaba conseguido, la presión del agua acabó con la chapuza que se intentaba realizar y el mar entero se coló por el agujero del casco que ante la fuerza del agua fue aumentando de tamaño, mientras la sala de máquinas se iba inundando rápidamente.
Ante esta nueva contingencia, las labores de salvamento se aceleraron cundiendo el pánico en todos los pasajeros que se lanzaron sobre los botes salvavidas, sobrecargándolos y consiguiendo únicamente que se rompieran o se hundieran al llegar al agua.
A la petición de socorro, el Alhena viró en redondo acudiendo a auxiliar al barco en peligro y aproximándose hasta unos cuatrocientos metros, arriaron los botes salvavidas y remaron violentamente hacia donde los náufragos se debatían.
En el carguero holandés solamente quedó el capitán, como miembro de la tripulación, todos los demás acudieron en los botes a socorrer a los náufragos.
Desde el Alhena, su capitán vio que la popa del Mafalda estaba hundida y que su proa se alzaba al aire, hundiéndose completamente en menos de tres minutos.
No se sabe exactamente cuantas personas perecieron en el naufragio, pero se estima que fueron alrededor de trescientas ochenta, entre tripulantes y pasajeros, muchos de los cuales perecieron por la avaricia de saquear los camarotes que habían sido abandonados a toda prisa y en los que había muchos objetos de valor.
El Princesa Mafalda reposa a mil cuatrocientos metros de profundidad y en sus bodegas continúan las liras de oro que Argentina esperaba recibir.
Trágico final, como el de la princesa Mafalda de Saboya, abatida en plena juventud por fuego amigo.


1 comentario: