Aparte de la entrañable Mafalda del
genial Quino, esa chica que no comprende a los adultos y que odia la sopa,
nunca he conocido a nadie que se llame así. Ni siquiera sabía que era un nombre
de verdad, hasta que me enteré que en castellano antiguo, portugués o italiano,
es el mismo nombre que Matilde.
Esta acepción es poco común y lo
cierto es que las escasas referencias de mujeres llamadas Mafalda que he
conseguido encontrar, estaban relacionadas con la realeza, menos una
portuguesa, que era cantante de fados.
Quien sabe si un nombre tan poco
corriente le fuera inspirado al propio humorista argentino por la historia que
voy a referir.
Nació en el año 1902 la segunda hija
del rey de Italia Víctor Manuel III, a la que pusieron por nombre Mafalda,
conocida en la historia como Mafalda de Saboya y a la que se auguraba un futuro
de lo más espléndido y prometedor, pero quiso la fortuna, o mejor dicho, el
infortunio, que Italia entrase en guerra junto a Alemania y que Hitler se enemistase
con su padre, el rey Víctor Manuel, por haber encarcelado a Musolini.
El resultado fue que antes de
retirarse de Italia, los alemanes hicieron prisionera a Mafalda de Saboya y la
trasladaron al campo de concentración de Buchenwald, en donde murió a
consecuencia de las heridas sufridas en un bombardeo aliado. Fue enterrada en
una fosa común del cementerio de Weimar y hasta años después no fue posible
recuperar sus restos y darles una sepultura definitiva y digna.
Triste final para una princesa que parecía
tenerlo todo a su favor, desde su ascendencia familiar, su belleza, su
matrimonio y sus hijos.
Mafalda de Saboya de niña
En homenaje a la familia real
italiana, la compañía naviera Navigazione Generale Italiana, que era la
compañía transoceánica más importante de Italia y de las más competentes de
Europa, encargó a principios del siglo XX, a los astilleros de Nápoles la
construcción de dos transatlánticos gemelos que llevarían los nombres de “Princesa
Yolanda”, la mayor de las hijas de
rey y “Princesa Mafalda” .
Corría el año 1908 cundo el primero de
los buques estaba listo en las gradas, pero para no dilatar mucho el tiempo
entre su botadura y la de su gemelo, decidieron terminar la obra interior a
falta de las maquinarias y empezaron por amueblar camarotes, acondicionar
salones, preparar cocinas, etc.
No calcularon los ingenieros que
aquellas instalaciones habían producido un notable desequilibrio entre el casco
y la obra muerta y en el momento de su botadura, al entrar en el agua, el
buque, por otro lado espléndido, empezó a escorarse irremisiblemente y en
cuanto la primera cubierta entró en contacto con la superficie del mar, a
entrarle agua y por consiguiente, a hundirse.
Solamente la pericia de los
remolcadores que consiguieron arrastrarlo hasta una zona de bajos fondos, evitó
que el trasatlántico se hundiera completamente.
Triste empezaba la historia de los
gemelos que homenajeaban a las princesas, pero al menos en esta ocasión no hubo
que lamentar desgracias personales.
El Princesa Yolanda,
hundiéndose
El dedicado a Mafalda fue botado sin
contratiempo en abril de 1909 y se convirtió en el más lujoso y rápido
paquebote de su tiempo, realizando la ruta Génova-Barcelona-Brasil (Río de
Janeiro y Santos)-Montevideo-Buenos Aires, en un tiempo record de catorce días
y a una velocidad de crucero de dieciocho nudos.
Su prestancia, el lujo de a bordo, el
confort y la velocidad, hicieron de él el barco preferido de todas las familias
pudientes de América del Sur en sus viajes a Europa.
Noventa travesías llevaba anotadas en
el cuaderno de bitácora, cuando se disponía a partir, nuevamente, del puerto de
Génova, el día 11 de octubre de 1927.
Pero aquel viaje nunca se debió
iniciar y su capitán Simón Guli, un avezado marino de cincuenta y cinco años
que empezó su vida profesional como grumete para llegar a capitán, dejó
constancia por escrito de las malas condiciones en las que el buque se
encontraba, sobre todo en las máquinas, en las que se hacían algunas
reparaciones que no satisfacían a su capitán y que no llegaban, ni con mucho, a
paliar las graves deficiencias.
La mañana de la partida, embarcaron un
total de novecientos setenta y tres pasajeros de distintas categorías y que
sumados a los doscientos ochenta y ocho tripulantes, hacían en total mil doscientos
sesenta y una personas a bordo, en su mayoría emigrantes italianos en busca de
mejores horizontes y casi todos con destino a Buenos Aires, aunque algunos se
quedarían en Río de Janeiro o Santos.
Princesa Mafalda
La Compañía decidió que fuese la
última travesía antes de hacerle importantes reformas, pues el barco iba a
cumplir los veinte años de servicio ininterrumpido y a más de haberse quedado
anticuado en algunos detalles, necesitaba una puesta a punto de todo lo que
componían sus “entrañas”.
Los viajeros de tercera clase eran en
su mayoría de los que en aquel tiempo se les llamaba “golondrinas” y cuyo
objetivo era trabajar duramente en la Argentina, juntando unos pesos y volver a
casa.
También se embarcó un cuarto de millón
de liras en oro que el gobierno italiano enviaba al argentino y que era
custodiado permanentemente por cinco policías.
Pero pasó la hora fijada para zarpar y
el barco no se movía; mientras, los oficiales se disculpaban ante el pasaje con
diversas excusas, como que se estaban ultimando unas actuaciones no demasiado
importantes, pero que era preciso terminar antes de zarpar.
Por fin, con más de cinco horas de
retraso, zarpó el Mafalda con
rumbo a Barcelona.
A pesar de que el capitán había
recibido la orden de navegar a velocidad de crucero, las máquinas no pudieron
mantenerla y llegaron a la ciudad condal con retraso y lo que es peor, con una
bomba averiada, lo que les obligó a un nuevo retraso de veinticuatro horas.
Dos horas después de cruzar el
Estrecho de Gibraltar, las máquinas de babor dejaron de funcionar.
Más de cinco horas estuvo el barco con
las máquinas paradas, en lo que en términos marineros se llama al “garete” y
tratando de reparar la avería, que no pudo ser arreglada, obligando al capitán
a poner rumbo a las Islas de Cabo Verde, explicándose al pasaje que el cambio
de rumbo era para cargar carbón, pero a aquellas alturas los pasajeros sabían
que algo iba mal en las máquinas del barco.
Atracado en el puerto de San Vicente,
los mecánicos consiguieron que las máquinas de babor volvieran a funcionar y el
barco zarpó con rumbo a Brasil. Pero las máquinas seguían parándose con
frecuencia, haciendo que el barco se escorase y perdiese velocidad.
La tensión y el miedo se fue
apoderando de los pasajeros que incluso intentaron amotinarse y obligar al
capitán a dirigirse al puerto más cercano, pero al final imperó la idea de
algunos que no veían demasiado peligro en la situación, pues el barco con una
sola máquina podía seguir navegando.
Y lo hacía en aquel momento a unas
ocho millas al este del archipiélago de las Abrolhos, unas islas casi
deshabitadas situadas frente a las costas de la provincia de Espírito Santo, al
norte de Río de Janeiro, por tanto, muy cerca de su puerto de destino.
Navegando a velocidad reducida, desde
su cubierta vieron como les pasaba un mercante holandés llamando Alhena que
llevaba su mismo rumbo y que pronto se perdió por la proa del Mafalda.
Hacía siete años que había corrido una
grave noticia y era que el Princesa Mafalda se había hundido precisamente en
aquellas mismas aguas que ahora surcaba. La noticia resultó ser una confusión,
porque el barco que en realidad se hundió era un pequeño carguero que,
curiosamente, tenía el nombre de Mafalda.
Con lo que nunca se contó es con lo
que ocurrió la tarde del día veinticinco, cuando un fortísimo ruido sacudió el
barco, cuya estructura tembló como un flan, deteniéndose las máquinas de
inmediato.
Se había roto el eje de la hélice de
estribor que giraba a una velocidad superior a las noventa revoluciones por
minuto y que al quedar libre, siguió girando, desprendiéndose y yendo a chocar
con el casco al que produjo un tremendo desgarrón, por donde, de inmediato,
empezó a entrar agua.
Aunque los tripulantes tratan de
calmar a los asustados pasajeros, sólo consiguen a medias su objetivo. De inmediato
el capitán ordenó apagar las calderas y tratar de reparar la avería que se
había producido, pero sabía que lo sucedido podía ser muy grave y estar dañado
el casco del buque, por lo que ordena al radiotelegrafista que empiece a mandar
mensajes de socorro, mientras la tripulación prepara al pasaje para las
maniobras de abandono del buque.
Con cuanto se tenía a mano: tablones,
improvisadas soldaduras, colchones, lonas embreadas, cemento, etc., los
marineros trataban de taponar la brecha y cuando parecía que estaba conseguido,
la presión del agua acabó con la chapuza que se intentaba realizar y el mar
entero se coló por el agujero del casco que ante la fuerza del agua fue
aumentando de tamaño, mientras la sala de máquinas se iba inundando rápidamente.
Ante esta nueva contingencia, las
labores de salvamento se aceleraron cundiendo el pánico en todos los pasajeros
que se lanzaron sobre los botes salvavidas, sobrecargándolos y consiguiendo
únicamente que se rompieran o se hundieran al llegar al agua.
A la petición de socorro, el Alhena
viró en redondo acudiendo a auxiliar al barco en peligro y aproximándose hasta
unos cuatrocientos metros, arriaron los botes salvavidas y remaron
violentamente hacia donde los náufragos se debatían.
En el carguero holandés solamente
quedó el capitán, como miembro de la tripulación, todos los demás acudieron en
los botes a socorrer a los náufragos.
Desde el Alhena, su capitán vio que la
popa del Mafalda estaba hundida y que su proa se alzaba al aire, hundiéndose
completamente en menos de tres minutos.
No se sabe exactamente cuantas
personas perecieron en el naufragio, pero se estima que fueron alrededor de
trescientas ochenta, entre tripulantes y pasajeros, muchos de los cuales
perecieron por la avaricia de saquear los camarotes que habían sido abandonados
a toda prisa y en los que había muchos objetos de valor.
El Princesa Mafalda reposa a mil cuatrocientos metros de profundidad y
en sus bodegas continúan las liras de oro que Argentina esperaba recibir.
Trágico final, como el de la princesa
Mafalda de Saboya, abatida en plena juventud por fuego amigo.
Bonita y triste historia. Un abrazo!!!
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