jueves, 27 de noviembre de 2014

¿QUIÉN MATÓ AL EMPERADOR?




Bajito, regordete, con un mechoncillo de pelo sobre la frente, pintado siempre con una mano introducida entre los botones de su casaca…, esa es la imagen que tenemos de Napoleón Bonaparte, uno de los mejores estrategas de todos los tiempos, comparable únicamente a Alejando Magno o Julio César.
Es posible que sea verdad, que su capacidad como militar estuviera por encima de toda cuestión, pero que en el campo de batalla fuera un genio no implica que en las demás vertientes de la vida se comportase con la misma brillantez.
De hecho no fue así y algunas de sus estúpidas acciones le llevaron a ser tan odiado, como antes había sido querido.
Su nacimiento, gris, y su encumbramiento vertiginoso, casan perfectamente con su rápido declive y su sombrío fallecimiento.
Porque, como todo el mundo sabe, Napoleón, el hombre más importante de su tiempo, murió oscuramente en la isla de Santa Elena, el día cinco de mayo de 1821.
Santa Elena está por allí abajo, perdida en el Atlántico sur, a casi tres mil kilómetros de las costas de Angola y sin nada más alrededor. Tiene poco más de cien kilómetros cuadrados y es un territorio británico de ultramar, como gustan ellos llamar a las colonias.
Cuando, recluido en la isla de Elba, Napoleón consiguió fugarse y llegar hasta París, para volver a proclamarse emperador, el mundo volvió a temblar, pero afortunadamente para el resto de Europa, la improvisación con la que tuvo que actuar condujo a la derrota de Waterloo, tras la cual, los ingleses se buscaron otra isla de la que no pudiera salir y lo enviaron a Santa Elena.

Pintura de Napoleón en Santa Elena

Una vez en la isla, a donde había llegado en compañía de un numeroso séquito de aduladores y hombres fieles, la salud del general empezó a resentirse, entrando en un progresivo deterioro del que nunca se repuso, a pesar de la gran cantidad de médicos que le trataron, unos enviados por los británicos y otros, franceses de su entera confianza.
El clima insano de la isla y la fuerte depresión que sufría, agravaron indudablemente el otro padecimiento que era mucho más preocupante.
Él estaba seguro de que lo estaban envenenando y cuando comprendió que su muerte estaba cercana, exigió a su médico personal que practicara una autopsia de su cadáver, para decir al mundo cual había sido la causa de su muerte.
El médico cumplió las órdenes del emperador y confeccionó un informe en el que aseguraba que había fallecido de cáncer de estómago, como también había fallecido su padre.
La noticia de su muerte, por causas naturales, llegó a Europa con el consiguiente retraso y en buena parte de Francia y, sobre todo, entre las potencias extranjeras, fue recibida con una sensación de alivio, porque se había acabado un problema peliagudo, como era la constante amenaza de un nuevo regreso y nadie salía manchado con aquel desenlace.
Pero el genio militar de Napoleón había trazado una estrategia, aunque sería necesario esperar más de un siglo para que se pudiera poner en marcha.
Jamás rehuyó una batalla y no iba a quedarse de brazos cruzados ante la más importante batalla de su vida y convencido como estaba de que lo envenenaban, ha podido, por fin, señalar a su verdugo.
En 1955, un médico sueco llamado Sten Forshufvud, experto en toxicología y en química, estaba leyendo las memorias de Louis Marchand, fiel ayuda de cámara de Napoleón que le acompañó hasta su último momento.
Marchand, hombre minucioso, como se espera que sea el ayuda de cámara de un personaje de la altura de Napoleón, anotó, con todo lujo de detalles, cómo fueron los últimos años del emperador y como progresaba su enfermedad.
El sueco, voy a llamarlo así porque su nombre es demasiado complicado, se quedó muy sorprendido con aquella lectura, pues fue capaz de reconocer claramente veintiocho síntomas que definen perfectamente el envenenamiento lento por arsénico, además de apreciar otras circunstancias claramente reveladoras de la falsedad del informe de la autopsia, como era que el estado de obesidad que presentaba, incompatible con un fallecimiento por cáncer de estómago.
Pero si esto era poco, el sueco siguió una profunda investigación, comprobando que, cuando veinte años después de su muerte, su cadáver se trasladó a Francia, al exhumarlo se comprobó que el cuerpo se mantenía en aceptables condiciones de conservación, no así las ropas y otros enseres que había en el ataúd, los cuales había seguido el proceso lógico de descomposición, más rápido en aquella isla de clima extremadamente húmedo.
El cuerpo casi incorrupto justificaba la presencia de arsénico en su organismo y se sumaba así a todos los demás síntomas que ya había advertido.
Por fortuna, casi todos los acompañantes del exilio había escrito sus vivencias, incluso algunos, publicado su memorias de aquellos últimos años, las cuales fueron reunidas por el médico sueco y estudiadas en profundidad. Aquellas lecturas lo afianzaron más, si cabe, en su ya certeza, aunque pensaba que no habría forma de probar que aquella muerte había sido un asesinato.
Pero unos años más tarde, una nueva técnica de análisis se había desarrollado con resultados sorprendentes. Era el análisis del cabello que podría proporcionar datos como el tipo de veneno empleado, la cantidad ingerida y el tiempo que había estado suministrándose.
El problema estaba en localizar cabello del emperador, sabiendo que las autoridades francesas no iban a autorizar exhumar el cadáver para realizar los análisis, por lo que era necesario buscar otros caminos, que afortunadamente se hallaron y de una forma relativamente sencilla.
En aquella época era muy corriente, entre enamorados, o entre personas con otro tipo de relación, obsequiarse con mechones de cabello, o conservar uno de estos como recuerdo. Incluso habían aparecido unos pequeños estuches de bella estructura que se colgaban al cuello y que recibían el nombre de “guardapelos” .
Guardapelo de la época


La familia de Marchand, en la que se profesaba una verdadera veneración al emperador, conservaba todos los objetos personales de aquel que había sido ayuda de cámara de quien, para ellos, era el personaje más importante de la historia y así, en un sobre en el que se leía: “Cabellos del emperador, 5 de mayo de 1821”, se encontró un mechón, cortado, precisamente el día de su muerte.
El sueco consiguió analizarlos y encontró concentraciones de arsénico tres veces superiores a lo normal, pero aún habría más. Como Marchand había anotado las fechas de cada una de las crisis de la enfermedad de su idolatrado emperador, el médico sueco pudo hacer una curva sobre las trazas, comprobando que en aquellos momentos, la cantidad de arsénico llegaba a ser sesenta veces lo normal.
La conclusión fue que el veneno se le suministraba una vez al mes, en una dosis muy estudiada que no producía la muerte inmediata pero iba deteriorando su organismo progresivamente.
El sueco publicó sus investigaciones en una revista científica e inmediatamente surgieron voces a favor y en contra de las conclusiones.
Por los ortodoxos, se trató de justificar la presencia de arsénico, como componente de una crema que usaba para el cabello, o suministrado con fines curativos para tratar la depresión, pero Marchand y otros que escribieron sus memorias en forma de crónicas de aquellos años, habían sido muy explícitos: Napoleón no fue tratado nunca contra la depresión, ni consentía en tomar medicamento alguno.
Además, durante el destierro lo trataron cinco médicos distintos, uno de ellos enviado por su propia madre, que mal iban a coincidir en tratamientos a base de arsénico.
Por tanto, solamente quedaba la teoría del asesinato, cosa muy difícil de investigar, como cualquiera puede suponer, partiendo de los escasos conocimientos que pudieran parecer indubitados.
Uno era que durante los cinco años que estuvo en el exilio había recibido con cierta periodicidad, una dosis de veneno. El otro era que quien lo suministraba lo hacía a escondidas de todas las personas que había en la isla, pues algunas de ella no lo hubiesen permitido.
Nos encontramos entonces con que el asesino acompañó al emperador durante todo el tiempo que estuvo en la isla y que tenía toda su confianza.
Con esto se concluía que tuvo que ser envenenado por uno de los suyos, no de sus carceleros y de entre su séquito, solamente cinco personas cumplían los requisitos: su ayuda de cámara, Marchand, y sus subordinados Abram Noverraz, Etienne Saint Denis, el mariscal Henry Bertrand y el general Charles Tristan, marqués de Montholon, al que acompañaba su esposa, la bellísima Albine de Vassal y su hijo mayor.
Napoleón y Albine tuvieron un tórrido romance en la isla, del que nacieron dos hijas, ante el estupor de todos y la complacencia del marido.
Todas estas personas comían juntos y todos bebían el mismo agua y los mismos vinos, salvo un vino rumano que se le enviaba exclusivamente al emperador y del que bebía un par de vasos diarios.
Este era el único vehículo posible para hacerle llegar el veneno, sin que afectase a los demás.
Todos los acompañantes eran fanáticos del emperador. Todos habían llegado desde la nada y todos le habían servido durante muchos años.
Todos menos el marqués de Montholon, de origen aristocrático, ascendió a general cuando Napoleón estaba prisionero en Elba. Tras la derrota final, el marqués, para sorpresa del propio emperador, se pone incondicionalmente a sus órdenes y se ofrece para acompañarlo al destierro, junto con su familia.
 Fue Montholon el único de los acompañantes del emperador que cuando cinco días antes de su muerte, su estado de salud se agravó y las autoridades británicas enviaron a su médico para que lo tratase, estuvo a favor de la teoría del galeno inglés de suministrarle un vomitivo que a la postre le acarreó la muerte.

Lo que nunca se sabrá es si el aristócrata francés, de quien se detectaron contactos posteriores con la familia real francesa, primera interesada en la desaparición del emperador, se movió por fines políticos o lo hizo por resentimiento y celos de ver a su hermosa mujer en brazos del emperador.

3 comentarios:

  1. bonito articulo, mezcla de investigación,engaño amoroso, lealtades y deslealtades, dentro de la historia. Un abrazo!!

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  2. MORALEJA: Donde esté el vino de Toro (Zamora), que se quite el vino de Rumanía.

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  3. Microscópico estudio sobre la muerte de Napoleón, muy interesante.

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