Hace unos meses
llegó a mis manos un libretillo en el que se compendiaban una treintena de
leyendas cordobesas que fui leyendo poco a poco, encontrándolas a casi todas
interesantes, aunque bastante escasas de contenido.
Pero alguna sí que
estaba bien informada y ofrecía una visión de la leyenda que resultaba amena e
instructiva.
Esto le sucedía a
una que se titulaba Leyenda de los Comendadores de Córdoba y que empezaba
diciendo que estaba basada en un hecho histórico ocurrido en aquella ciudad, a mediados
del siglo XV, concretamente en 1448.
El hecho de que una
leyenda se base en un hecho histórico contrastado le da, a mi entender, mucha
más fuerza, pues al ser un suceso real, la imaginación lo puede haber coloreado
en sus formas, pero su fondo será el que la historia haya documentado.
Habla esta narración
de un personaje de existencia contrastada, don Fernando Alfonso de Córdoba que,
fallecido en 1478, está sepultado en la capilla de San Antonio Abad, en la
Mezquita Catedral de Córdoba.
Uno de los
caballeros más importantes de la ciudad de Córdoba, contaba entre los
Veinticuatro, cargo equivalente a lo que en la actualidad sería un concejal del
ayuntamiento y que existía solamente en algunos municipios importantes de
Andalucía.
Indudablemente emparentado
con el que luego se conocería como el Gran Capitán, Gonzalo Fernández de
Córdoba, su antecesor, Fernando Alfonso también supo lo que era gozar de la
amistad del rey Juan II de Castilla, padre de Isabel la Católica. Se ve que los
Trastamara tuvieron debilidad por los Córdoba.
Fernando Alfonso
estaba casado con doña Beatriz de Hinestrosa, dama bastante más joven que él y
que a su lozanía añadía una belleza poco común, además de una simpatía y
dulzura de carácter que la hacían verdaderamente adorable.
El matrimonio era la
envidia de Córdoba pues a la inmensa riqueza del marido, se unía el amor
inquebrantable que se profesaban. Sin embargo, pesaba sobre la pareja el hecho
de no haber tenido hijos que perpetuaran su dicha.
Fracasados cuantos intentos de brujos y curanderos
prometieron conseguirle la deseada descendencia, el matrimonio optó por dejar
toda actividad cortesana y retirarse a sus propiedades con la intención de
realizar una vida alejada de las perturbaciones y ajetreos que pudieran turbarles
el ánimo y dedicarse por entero el uno al otro.
Al conocer el rey
que el caballero se alejaba de su lado, le regaló un bellísimo anillo como
prueba de amistad, reconocimiento de gratitud hacia los servicios prestados por
el cordobés y como recuerdo del tiempo que habían pasado juntos.
Tal era el amor de
Fernando por su esposa que el anillo terminó entre las posesiones de Beatriz,
como prueba más que evidente del amor que por ella sentía.
Poco tiempo después,
recibieron la visita de los primos del caballero que a su vez eran hermanos
gemelos llamados Fernando y Jorge de Córdoba y Solier que además, eran hermanos
del obispo de Córdoba y caballeros de la Orden de Calatrava, una de las cuatro
órdenes militares españolas.
Los dos caballeros
eran jóvenes y apuestos, y tan iguales que ni siquiera sus padres tenía
facilidad para distinguirlos.
La vida en la casa
señorial del matrimonio cambió y se sucedieron fiestas y celebraciones en honor
de los calatravos, en las que Beatriz brillaba siempre con luz propia.
El caballero Jorge
comenzó a sentir una incontrolable pasión por Beatriz, de la que se enamoró
perdidamente, siendo consciente de que nunca tendría ni siquiera la posibilidad
de declararle sus sentimientos, pero el destino es azaroso y quiso que el
ayuntamiento de la ciudad tuviese absoluta necesidad de hacer una
importantísima petición al rey y quien mejor que el Veinticuatro Fernando
Alfonso, amigo personal del monarca, para exponerla.
En contra de su
voluntad, pero acuciado por el cumplimiento del deber, el caballero partió
hacia la corte, en aquellos momentos en Valladolid, donde las gestiones
cortesanas se complicaron de tal manera que impedían al caballero volver a
Córdoba junto a su querida esposa, la cual le escribía encendidas cartas de
amor, único consuelo a la soledad que en las frías tierras castellanas sentía
el cordobés.
Pasaron hasta tres
meses y las cartas de Beatriz se fueron distanciando en el tiempo así como
bajando de la inflamación amorosa que tuvieron, lo que llenó al caballero de un
notable desasosiego que alcanzó su máxima expresión cuando recibió una corta
misiva de unos de sus criados más fieles en la que le conminaba a regresar a
Córdoba lo antes posible.
Estaba decidido a
volver pero sus gestiones no habían culminado y no era oportuno dejar a medias
una tan importante negociación, cuando el mismo rey estaba en ella inmerso y
así, resignado, contempló un día cómo aparecía en la corte su primo el
calatravo Jorge que acudía también a una entrevista con el rey.
Aquel encuentro fue
balsámico para el caballero, pues le permitió tener noticias certeras del
estado de su querida esposa a la que Jorge alabó y ensalzó por demás.
Mantuvo Jorge su
real entrevista y regresó a Córdoba de inmediato, mientras el rey mandaba
llamar de urgencia al caballero cordobés.
Visiblemente enojado
le recriminó que aquel anillo que con tanto afecto le había regalado, luciera
ahora en un dedo de su primo, el calatravo, acción que consideraba una afrenta
hacia su regia persona.
Fernando Alfonso no
sabía de cierto a qué se estaba refiriendo el rey y así se lo hizo saber, a la
vez que empezó a comprender la situación por la que estaba pasando aun cuando
la había ignorado hasta ese momento en que comprendió que si había perdido la
joya que su esposa guardaba, también había perdido su honra.
De hinojos, casi sin
poder hablar, solicito de su rey permiso para retirarse a su tierra a recuperar
anillo y honor.
A revientacaballo,
regresó a Córdoba, donde halló a una Beatriz más encantadora y enamorada que
nunca, tanto así que empezó a dudar de sus propias convicciones, creyéndolas
una mala pasada de las casualidades.
Pero su fiel criado
le devolvió a la realidad y le explicó, con todo género de detalles que Beatriz
y Jorge eran amantes y que su propio lecho había sido mancillado en
innumerables ocasiones, mientras el otro gemelo, Fernando, hacía lo propio con
la prima de la señora que era su dama de confianza.
La leyenda continúa
con el desenlace de estos hechos que se produce tras una supuesta partida
nocturna de caza en la que el caballero Veinticuatro invita a sus primos que,
por supuesto, declinan el ofrecimiento, para reunirse tan pronto como el
caballero se marcha, con sus amantes, con las que cenaron y bailaron, mientras
el caballero, sigilosamente se introducía en la vivienda a través del jardín,
para sorprender a la adúltera en el lecho conyugal, matando a ambos y al otro
gemelo que acudió a los gritos, así como a la prima de su fallecida esposa.
La leyenda sigue
diciendo que no pararon ahí las muertes y cuantos tuvieron alguna intervención
en aquella felonía y conocieron de su deshonra sin denunciarlo, encontraron la
muerte.
Cumplida su
venganza, Fernando Alfonso desapareció con su leal criado, tratando del olvidar
la tremenda desgracia que le había acaecido.
Recreación
imaginaria de la muerte de los amantes
Cuando llegué a este
punto de la lectura, sabía, estaba completamente seguro de que la historia no
era original. Yo había leído algo muy similar a lo que la leyenda cordobesa
narraba, pero no sabía bien qué era.
Estuve pensando en
eso durante varios días, hasta que empecé a hacer memoria y centrar en qué
libro podía haber leído una narración similar a aquella y de pronto me acordé.
Era yo muy joven
cuando compré, en el Círculo de Lectores, una recopilación de cuentos de Las
mil y una noches, una de las obras más eróticas que en aquellos tiempos se
podían leer y que me dejó boquiabierto.
El libro tiene más
de mil páginas y está entre mis libros más antiguos, así que lo cogí y
sopesándolo, me propuse encontrar aquel pasaje entre tantas páginas.
Afortunadamente no
tuve que buscar mucho, es más, no tuve que buscar nada porque la historia que
yo no conseguía recordar es el punto de partida del libro.
Schahriar y
Schahzaman, eran dos hermanos, reyes
cada uno en su reino, en donde gobernaban con justicia, recibiendo el cariño de
sus pueblos.
Cierto día Schahzaman deseó a visitar a su hermano y emprendió viaje, pero
al llegar la noche recordó que no ha cogido el regalo que quería hacerle y
volvió solo a palacio, encontrando a su esposa en el lecho abrazada a un
esclavo negro.
Sacando su alfanje y acometiéndoles, los dejó
muerto sobre los tapices de la cama matrimonial y continuó su viaje.
Su hermano el rey Schahriar se alegró mucho de verlo, pero lo encontró triste y
abatido, preguntándole cual era la causa de tanta tristeza, a lo que su hermano
no quería contestar.
Para distraerle, Schahriar, le propuso ir de caza, pero su hermano no aceptó,
por lo que fue solo a la cacería.
No bien hubo
marchado su hermano, el rey, Schahzaman se asomó por una ventana al jardín de palacio, en donde vio aparecer a
su cuñada, la reina, acompañada de veinte esclavos y veinte esclavas. La reina
llamó a un esclavo negro que acudió hasta ella, abrazándose y gozándose,
momento en que los demás esclavos y esclavas comenzaron a hacer lo mismo.
Schahzaman recobró la alegría con aquella visión, pues era
mucho peor que lo ocurrido a él. Contó a su hermano lo que había visto, pero
este no quiso creerlo, por lo que montó otra partida de caza, para volver a palacio
y esconderse en las alcobas de su hermano, desde donde pudo comprobar la
veracidad de cuanto le había contado.
La visión que se
contemplaba desde aquella ventana hizo que la razón se ausentase de la cabeza
del monarca.
Abandonando el
palacio vagaron sin rumbo…
Las mil y una noches
es una compilación de cuentos orientales, cuya lectura recomiendo
encarecidamente y que yo mismo voy a abordar de nuevo, pues me ha traído gratos
recuerdos de muchas horas deliciosas sumergido en ese mágico ambiente oriental.
Fue realizada en el siglo IX, por tanto muy anterior a la “histórica” leyenda cordobesa.
Si entre ambas
narraciones se ha hallado similitud, júzguese la originalidad de la supuesta
leyenda cordobesa, y no se pierda de vista que fue precisamente Córdoba, la
capital del Califato, la ciudad por la que la cultura oriental entró en Europa.
Articulo interesante!
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