Una frase afortunada, pero
completamente vacía de contenido. La he oído y leído recientemente para
disculpar a un torero, uno de los llamados artistas, que suele cosechar más
fracasos que triunfos y que, en cualquiera de las dos situaciones, es
verdaderamente genial.
Efectivamente el arte no tiene miedo,
el que lo tiene es el artista, si es que a cualquiera se le puede llamar
artista, porque cosechar más broncas que palmas, no es precisamente la mejor
presentación para un virtuoso.
Ha habido toreros que daban lo que en
el argot se conoce como “la espantá” y que no es otra cosa que negarse a torear
o a acabar con la vida del toro en el momento culminante de la corrida, o lo
que es casi más bochornoso, realizar todo un aliño de mantazos con la única
intención de confundir al animal que empieza a defenderse como puede, mostrando
sus peores cualidades; maniobra con la que se quiere hacer creer al público que
no hay quien toree al bicho, al que se despacha de una estocada trapera y por lo
bajo. Algunos ejemplos lo tenemos muy recientes, pero lo que voy a contar
ocurrió hace ya casi un siglo.
Me vino a la memoria anoche, mientras
mi nieta, que tiene siete años cenaba y yo me esforzaba por hacerle un juego de
manos con las cartas que no me salía ni a tiros.
Entre cucharada y cucharada, mi nieta
me miró y muy seria me dijo: “¡Qué mal has quedado, abuelo!”.
Era verdad y sin pensarlo me salió la
frase ya poco usada, pero que fue muy ilustrativa en otros tiempos: “He quedado
peor que “Cagancho” en
Almagro.
Como es natural al mencionar el nombre
de “Cagancho”, a la
pequeña le hizo gracia, creyendo, como mucha gente piensa, que el nombre hace
referencia a ese desahogo biológico que exonera las tripas y que quizás, porque
el protagonista de esta historia lo hiciera con cierta profusión, le hubiera
valido el apodo referido. Pero no es esa la razón del mote, que más tarde
explicaré.
Joaquín Rodríguez Ortega, alias “Cagancho”, nació en 1903 en el sevillanísimo barrio de Triana.
De ascendencia gitana, era nieto de un cantaor flamenco e hijo de un herrero.
Cagancho vestido de luces
La herrería estuvo durante muchos
siglos en manos de los gitanos, o egipcianos, como entonces se los conocía,
hábiles artesanos en trabajar el hierro sin grandes florituras, limitándose a
lo muy básico como forjar herraduras y otros utensilios domésticos: clavos,
trébedes, aperos de labranza, etc., pero el joven Joaquín, con sus
espectaculares ojos verdes, no quería pasarse la vida golpeando el martillo
contra el yunque ni avivando la fragua; por dentro sentía una vena artística
que quería expresar con el toreo.
Curiosamente, “Cagancho” se vistió de luces por primera vez en mi pueblo, San
Fernando y cuando ya tenía casi veinte años, por lo que no fue, desde luego,
muy precoz. Un año después debutó en la Maestranza y tres años más tarde se
había hecho famoso por incorporar un toreo con las manos bajas, que desde
entonces se ha puesto de moda y se le exige a los matadores.
Pero su irregularidad y su momentáneo
miedo, le hacían perder el cartel que con faenas geniales conseguía ganar y de
todas las actuaciones, quizá la más aciaga fue la que tuvo lugar en Almagro, el
día veintiséis de agosto de 1927 y que ha dado lugar a la frase que me vino a
la memoria ante el fracaso de mis habilidades prestidigitadoras.
Pero también se habían acuñado frases
cuya localización era diferente y Las Ventas o Priego, fueron cosos en los que
el gitano de los ojos verdes cosechó monumentales fracasos.
Quizás lo de Almagro fue lo peor,
porque el público, enfurecido, arrojó almohadillas, botas de vino y cuanto
sólido tenía a mano, acabando por incendiar las balconadas de madera de la
plaza de toros.
La corrida había acaparado una gran
expectación y hasta Almagro habían llegado trenes abarrotados de aficionados
con el deseo de ver al ídolo del momento.
Pero “Cagancho” no estaba aquel día por la labor. Un presagio o una
mala idea, se le había cruzado y ya fue necesario que su cuadrilla le obligase
a vestirse de luces y llegar a la plaza justo en el momento en que se iba a
iniciar el paseillo.
Si al primer toro, que era el tercero
de la tarde lo toreó con aquella muleta de su invención en la que la estaquilla
era mucho más larga de lo habitual, por lo que se pasaba al toro a mucha
distancia, al sexto, que recibió siete puyazos y mató a varios caballos que
cubiertos con mantas salpicaban el suelo de la plaza, no lo quiso ni ver.
Mientras trataba de torearlo, o mejor
dicho, de darle muletazos desde muy lejos, le pegaba estocadas en el vientre,
los cuartos traseros y delanteros y huyó despavorido al burladero cuando el
animal se le revolvió. Cubierto tras la seguridad de la tablas, siguió
pinchando encarnizadamente al animal, actividad en la que llegó a contagiar a
su cuadrilla que comenzaron a hacer lo mismo, hasta que sonó el tercer aviso,
señal de que el toro iba al corral.
La bronca fue monumental y duró hasta
altas horas de la noche, en que los trenes se llevaron a los frustrados
aficionados, después de que la Guardia Civil, e incluso un destacamento de
Caballería del Ejército, cargara contra la muchedumbre.
Bronca a “Cagancho”
La jornada, con su dramático
desenlace, quedó para la historia y “Cagancho”, como tantas tardes, terminó durmiendo en el
cuartelillo.
En 1928 debutó en Méjico, en donde de
inmediato se convirtió en un ídolo y en donde no protagonizó tantas “espantás”
como en España, quizás por el clima, el tequila o la menor presencia de los
bichos de aquellas tierras.
Tras su retirada de los toros, se
trasladó a Méjico en donde murió en 1984, víctima de un cáncer de pulmón.
Cuando ya había cumplido cincuenta
años y en España pocos se acordaban de él, fuera de temporada, se anunció que “Cagancho” iba a torear en Las Ventas.
La plaza puso el cartel de no hay
billetes, pues la expectación que despertó en los viejos aficionados fue
tremenda y la tarde no defraudó a sus seguidores porque en su segundo toro,
cuarto de la tarde, realizó una faena memorable que quedó tanto para el
recuerdo que cambió radicalmente el sentido de aquella frase, en la que se trastocó
el peyorativo “quedar como Cagancho…” por “armar la de Cagancho…”
Después de este breve recorrido por la
historia de aquella “quedada”, naturalmente que mi nieta volvió a la carga para
preguntarme por qué le llamaban “Cagancho”, si no era por aquello que ella pensaba.
Y otra ráfaga de memoria me vino de
inmediato. Lo había referido en clase el mejor profesor de literatura que yo he
tenido. Era un hombre ya muy mayor, poeta, escritor y amante de la literatura
que nos enseño a amar los libros como nunca ningún profesor consiguió.
Se llamaba don Gabriel y un día de
clase, estudiando a un escritor que no recuerdo, nuestro libro refería que
había escrito algo sobre un torero al que denominaba “Carancho”, cosa que
indignó a don Gabriel que no comprendía la ridiculez de trastocar el nombre del
famoso torero para que la palabra “Cagan…” no apareciera escrita, en un cesura
fuera de toda lógica y fue en ese momento en el que nos contó la razón de aquel
apodo.
El torero “Cagancho” era hijo de un herrero sevillano, un gitano que
trabajaba en la fragua y que los domingos se iba al mercadillo con sus forjas a
venderlas a grito pelado.
En aquella época del siglo XIX, los
enseres domésticos eran muy reducidos y uno de los que más éxito tenía eran los
ganchos, de diferentes tamaños, con los que se colgaban los calderos sobre el
fuego, las carnes en los puestos, las
ristras de ajo, en las paredes de la cocina, las macizas llaves de hierro, las
balanzas en una viga, o los sobretodos, detrás de las puertas.
El herrero, a voz en grito pregonaba
su mercancía: ¡Ca gancho, un reá!
Repetía incesantemente y el público
acudía a comprar los útiles ganchos y de camino se llevaba algunas escarpias,
fallebas para las puertas y otros artilugios de forja.
El gitanillo seguía desgañitándose con
su mensaje y tanto lo repetía que se le quedó el mote de “Ca gancho”, en clarísima alusión a sus férricos objetos y que
nada tenía que ver con la actividad escatológica que algún mal pensado quiso
ver en el mote y que la infantil inocencia de mi nieta intuía.
Como suele ser la costumbre, el apodo
se convirtió en familiar y al torero se le empezó a conocer como al hijo de “Ca
gancho”, pasando más tarde a ser
el verdadero titular del apodo.
Muy interesante e ilustrador sobre el famoso torero!!
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