De entre las muchas infamias que la
leyenda negra dejó caer sobre España y en especial sobre su más poderoso rey,
Felipe II, estuvo la de acuñar monedas falsas, o al menos con una ley muy por
debajo de lo exigido, si eso fue verdad o simple invención de nuestros
enemigos, no lo sabemos, porque ya hemos visto, en otros artículos, que estas
acuñaciones se hacían por países extranjero, con la intención de perjudicar el
crédito y la economía española. Pero he aquí que me he topado con papeles muy
interesantes sobre una actividad desconocida de Felipe II que quiero poner de
manifiesto.
En los momentos en que el imperio
español alcanzaba su cenit, las arcas del gobierno estaban vacías, hasta el
punto de que las telarañas decoraban sus rincones y no había manera de salir de
aquella situación, porque a pesar de las inmensas riquezas que llegaban desde
las colonias, no había suficiente para pagar los créditos que se tenían
comprometidos.
Para valerse de fondos suficientes
como para hacer frente a sus tremendos gastos, Felipe II, el más poderoso
emperador de todos los tiempos, había de valerse de tres medios: los subsidios,
el incremento de los impuestos y los préstamos de particulares.
Así lo escribía Miguel Soriano, un
espía español al servicio de la República de Venecia, a la que en 1559
informaba de la situación que atravesaba la corona y que desgranaba cada uno de
los tres procedimientos, a ninguno de los cuales encontraba el lado bueno,
aunque entendía que el peor era el de los préstamos de particulares, a los que
catalogaba como pan para hoy y hambre para mañana, porque “ingresos que
requieren regreso, traen aparejado el aprieto a la hora del pago”.
Cuando llegaba la hora de devolver lo
recibido, más los consecuentes intereses, se recurría a todo y con más
frecuencia a la venta de hidalguías, encomiendas, oficios y cargos, con
consecuencias escandalosas, como la venta de la ciudad de Estepa a un banquero
genovés de nombre Centurión, situación que produjo un éxodo masivo de sus habitantes
a otros municipios de los alrededores.
Otro ejemplo de penuria fue el
protagonizado por el rey con la poderosa Casa del duque Alcalá que se cobró un
préstamo con el “Alguacilazgo Mayor de Sevilla”, y como del Alguacil Mayor dependía la cárcel
sevillana, el duque, verdadero dueño de la cárcel, además de vender los oficios
del régimen interior, cobraba a los presos por su libertad.
De tal magnitud era la quiebra que
cuando se avisaba que llegaban los galeones de las Américas, los prestamistas
se desplazaban a Sevilla y se ponían en cola para cobrar.
Y mientras, el rey Prudente, como se
le conocía, acometía obras majestuosas, como la de San Lorenzo de El Escorial,
que durante veintisiete años, exprimió la hacienda pública; o se enzarzaba en
innumerables guerras que se mantenían en todos los frentes, principalmente
contra Francia, el enemigo perpetuo.
Hasta tal punto llegó la desesperación
del monarca y de sus consejeros más directos que todos buscaban medios para
obtener dinero, cosa nada fácil, por cierto y hasta llegaron a hipotecar las
minas de mercurio de Almadén, que pasó a manos de una familia judía.
El mercurio era fundamental para
obtener la plata en las colonias y según cantidad de este metal que comprara
cada encomendero de una mina, se le cargaban los tributos correspondientes
a la cantidad de plata que iba a
obtener (ver mi artículo El
monopolio del mercurio http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com.es/2013/03/el-monopolio-del-mercurio.html).
Pues aun así se prescindía de tan preciada fuente de ingresos por obtener un
préstamo.
Y en esa desesperación no es de
extrañar que alguien, un secretario o consejero, soplase a los oídos del rey
que sería bueno buscar en la alquimia la solución a los problemas, como ya se
había intentado en otras cortes europeas, aunque a decir de algunos de la
época, no se conocía a nadie que de esta forma se hubiese hecho rico.
Es cierto que ya la alquimia medieval
había quedado superada y nadie pensaba en el elixir de la eterna juventud, o la
piedra filosofal, sino en conseguir algunos beneficios duplicando las
cantidades de oro y plata, o mejorando su pureza, por procedimientos químicos
que consistían en añadir otros metales y las fórmulas secretas de los
alquimistas, además del siempre presente azufre, el azogue y el “afronitro” o “alatrón”.
A quienes empleaban este procedimiento
de duplicación se les llamaba “melioradores y transmutadores”.
Sin estar nada convencido de que la
alquimia iba a sacar a España de su pobreza, en 1567, el Rey Prudente autoriza
a su secretario para que a expensas de la corona se realicen pruebas
transmutatorias.
Y gracias a que la labor de los
bibliófilos ha sido constante en todos los tiempos, llegó a manos de un
académico de la Historia de principios del siglo pasado, una serie de notas,
concretamente ocho, cursadas entre Felipe II y su secretario Pedro de Hoyo, en
las que el monarca escribía al margen sus respuestas, como era costumbre hacer
en él.
Por este cruce de notas se sabe que el
rey aceptó, aunque no convencido de que la empresa fuera a llegar a buen
término, en que se experimentase con la alquimia y faltando los últimos
mensajes que se cruzaron, se desconoce el resultado final de la empresa, aunque
es de suponer que nunca fuera el apetecido.
El treinta de enero de 1567, el
secretario Hoyos comunica al rey que ya están hechos los hornillos para los
ensayos y que están en su casa secándose, que tiene ya todos los ingredientes
que serán necesarios y que se ha hecho todo con gran secreto, invitando al rey
a que lo vea todo con sus propios ojos. El rey le responde al margen que pronto
lo verá, como desea ver que todo salga bien.
Dos días después, el uno de febrero,
el secretario comunica al rey que ya están las cosas a punto para comenzar el
ensayo al día siguiente muy de mañana y que se acabará a la una o las dos de la
madrugada y da muchos ánimos al rey, diciéndole que “el maestro del negocio”, es decir, el alquimista cuyo nombre no se revela en
ningún momento, le ha dado muchas esperanzas de que el procedimiento es cierto.
El rey, tan católico él, encomienda a
Dios el fin de aquella historia porque sigue sin tenerlas todas consigo.
Pero su secretario parece mucho más
convencido, sobre todo porque habla con los alquimistas, al parecer dos
hermanos de los que no se sabe nada, pero de los que el secretario dice que son
gente honrada y llana y que fueron ocultados en sus dependencias sin que nadie
más supiese de su existencia ni de sus ingenios, los cuales le aseguran que no
una, sino hasta cuatro veces han realizado aquella industria con éxito total.
En el mismo billete en el que le da ánimos a su rey, le informa de que ya
tienen la masa en el fuego en donde se fundirá y que por las señales que hay,
saldrá de buen color, aunque luego habrá que perfeccionarlo.
Fotocopia de uno de los
billetes manuscritos
Y el rey, prudente, como era su
condición, le vuelve a repetir que es incrédulo de estas cosas, de lo que se
alegra y así, si no saliese bien, no lo sentiría tanto.
Sigue informando el secretario de cómo
van las cosas y le dice en una nota que el día anterior estuvieron hasta las
dos de la madrugada y los “del secreto” tienen por seguro que es puro oro lo que se produjo, pero que para
volverlo al color perfecto en menester hacer otras diligencias, pues en ese
momento se ve todo negro.
Continúa diciendo que le había
preguntado a los hermanos si se podrían hacer siete u ocho millones en el año y
que le han asegurado que hasta veinte. También le dice que toda la información
que le está pasando es para su uso exclusivo, pues no quieren que persona
viviente vea los escritos, cosa que él encuentra muy natural.
Siguieron algunas otras
comunicaciones, describiendo los procesos y los materiales que iban usando los
hermanos y el dieciocho de febrero, escribe otra nota casi cantando victoria,
pues se ha realizado una segunda fundición de cobre que ha convertido en oro
toda la plata que se le había agregado más el cobre inicial; oro que si pasaba
la prueba del agua fuerte quedaría apto para acuñar monedas.
Pero Felipe sigue siendo escéptico y
contesta a la nota con evasivas, aunque se alegra del optimismo de su
secretario.
Sin embargo, en la última de las
notas, el secretario se derrumba y narra al rey los escasos o nulo resultados
que la alquimia está proporcionando y que los hermanos solicitan más tiempo, y
quizás más ducados, para continuar los experimentos, porque, al fin y al cabo,
aquellos dos desconocidos, no hacían otra cosa que experimentar, a base del dinero
del monarca que tan gentilmente se había prestado a sufragar los gastos.
No se sabe, al final, como acabó
aquella historia, si los hermanos consiguieron oro, o solamente un metal de
parecido color que resistía al agua fuerte, pero la historia dice que entre las
muchas cosas que adornaron la carrera del rey prudente, fue la fama de
falsificador de moneda.
Fue así, o realmente el rey fue objeto
de una colosal estafa. La verdad es que muchos príncipes recurrieron a la
milagrera alquimia para salir de sus ruinas, quedando gravemente perjudicados
en sus créditos y haciendas, pues las más de las veces fueron víctimas de
engaños monumentales.
No había excusa para los timados y
como única defensa, el Gran Duque de Florencia, engañado por un falso
alquimista, argumentó que: ¡cómo podía siquiera imaginar que nadie tuviera el
atrevimiento de engañarle!
Los mismos problemas de hoy en día, las deudas y la falta de liquidez!!
ResponderEliminarLa más contundente manifestación de la afición de Felipe II por la alquimia es el fraude que él mismo perpetró en la primera labor de moneda en el Real Ingenio de la Moneda de Segovia, en 1586, que llegó a ser un escandalo internacional que duró 50 años. (Para más información mándame un e-mail a murray@segoviamint.org). Un saludo!
ResponderEliminarMuy interesante, cuando existia el patrón oro todos los gobiernos realizaron adulteraciones de la ley de sus monedas hasta el punto de que en Sevilla se realizó un falsificación de duros de plata con una ley superior a la moneda legal.
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