jueves, 15 de enero de 2015

FELIPE II Y LOS ALQUIMISTAS





De entre las muchas infamias que la leyenda negra dejó caer sobre España y en especial sobre su más poderoso rey, Felipe II, estuvo la de acuñar monedas falsas, o al menos con una ley muy por debajo de lo exigido, si eso fue verdad o simple invención de nuestros enemigos, no lo sabemos, porque ya hemos visto, en otros artículos, que estas acuñaciones se hacían por países extranjero, con la intención de perjudicar el crédito y la economía española. Pero he aquí que me he topado con papeles muy interesantes sobre una actividad desconocida de Felipe II que quiero poner de manifiesto.
En los momentos en que el imperio español alcanzaba su cenit, las arcas del gobierno estaban vacías, hasta el punto de que las telarañas decoraban sus rincones y no había manera de salir de aquella situación, porque a pesar de las inmensas riquezas que llegaban desde las colonias, no había suficiente para pagar los créditos que se tenían comprometidos.
Para valerse de fondos suficientes como para hacer frente a sus tremendos gastos, Felipe II, el más poderoso emperador de todos los tiempos, había de valerse de tres medios: los subsidios, el incremento de los impuestos y los préstamos de particulares.
Así lo escribía Miguel Soriano, un espía español al servicio de la República de Venecia, a la que en 1559 informaba de la situación que atravesaba la corona y que desgranaba cada uno de los tres procedimientos, a ninguno de los cuales encontraba el lado bueno, aunque entendía que el peor era el de los préstamos de particulares, a los que catalogaba como pan para hoy y hambre para mañana, porque “ingresos que requieren regreso, traen aparejado el aprieto a la hora del pago”.
Cuando llegaba la hora de devolver lo recibido, más los consecuentes intereses, se recurría a todo y con más frecuencia a la venta de hidalguías, encomiendas, oficios y cargos, con consecuencias escandalosas, como la venta de la ciudad de Estepa a un banquero genovés de nombre Centurión, situación que produjo un éxodo masivo de sus habitantes a otros municipios de los alrededores.
Otro ejemplo de penuria fue el protagonizado por el rey con la poderosa Casa del duque Alcalá que se cobró un préstamo con el “Alguacilazgo Mayor de Sevilla”, y como del Alguacil Mayor dependía la cárcel sevillana, el duque, verdadero dueño de la cárcel, además de vender los oficios del régimen interior, cobraba a los presos por su libertad.
De tal magnitud era la quiebra que cuando se avisaba que llegaban los galeones de las Américas, los prestamistas se desplazaban a Sevilla y se ponían en cola para cobrar.
Y mientras, el rey Prudente, como se le conocía, acometía obras majestuosas, como la de San Lorenzo de El Escorial, que durante veintisiete años, exprimió la hacienda pública; o se enzarzaba en innumerables guerras que se mantenían en todos los frentes, principalmente contra Francia, el enemigo perpetuo.
Hasta tal punto llegó la desesperación del monarca y de sus consejeros más directos que todos buscaban medios para obtener dinero, cosa nada fácil, por cierto y hasta llegaron a hipotecar las minas de mercurio de Almadén, que pasó a manos de una familia judía.
El mercurio era fundamental para obtener la plata en las colonias y según cantidad de este metal que comprara cada encomendero de una mina, se le cargaban los tributos correspondientes a  la cantidad de plata que iba a obtener (ver mi artículo  El monopolio del mercurio http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com.es/2013/03/el-monopolio-del-mercurio.html). Pues aun así se prescindía de tan preciada fuente de ingresos por obtener un préstamo.
Y en esa desesperación no es de extrañar que alguien, un secretario o consejero, soplase a los oídos del rey que sería bueno buscar en la alquimia la solución a los problemas, como ya se había intentado en otras cortes europeas, aunque a decir de algunos de la época, no se conocía a nadie que de esta forma se hubiese hecho rico.
Es cierto que ya la alquimia medieval había quedado superada y nadie pensaba en el elixir de la eterna juventud, o la piedra filosofal, sino en conseguir algunos beneficios duplicando las cantidades de oro y plata, o mejorando su pureza, por procedimientos químicos que consistían en añadir otros metales y las fórmulas secretas de los alquimistas, además del siempre presente azufre, el azogue y el “afronitro” o “alatrón”.
A quienes empleaban este procedimiento de duplicación se les llamaba “melioradores y transmutadores”.
Sin estar nada convencido de que la alquimia iba a sacar a España de su pobreza, en 1567, el Rey Prudente autoriza a su secretario para que a expensas de la corona se realicen pruebas transmutatorias.
Y gracias a que la labor de los bibliófilos ha sido constante en todos los tiempos, llegó a manos de un académico de la Historia de principios del siglo pasado, una serie de notas, concretamente ocho, cursadas entre Felipe II y su secretario Pedro de Hoyo, en las que el monarca escribía al margen sus respuestas, como era costumbre hacer en él.
Por este cruce de notas se sabe que el rey aceptó, aunque no convencido de que la empresa fuera a llegar a buen término, en que se experimentase con la alquimia y faltando los últimos mensajes que se cruzaron, se desconoce el resultado final de la empresa, aunque es de suponer que nunca fuera el apetecido.
El treinta de enero de 1567, el secretario Hoyos comunica al rey que ya están hechos los hornillos para los ensayos y que están en su casa secándose, que tiene ya todos los ingredientes que serán necesarios y que se ha hecho todo con gran secreto, invitando al rey a que lo vea todo con sus propios ojos. El rey le responde al margen que pronto lo verá, como desea ver que todo salga bien.
Dos días después, el uno de febrero, el secretario comunica al rey que ya están las cosas a punto para comenzar el ensayo al día siguiente muy de mañana y que se acabará a la una o las dos de la madrugada y da muchos ánimos al rey, diciéndole que “el maestro del negocio”, es decir, el alquimista cuyo nombre no se revela en ningún momento, le ha dado muchas esperanzas de que el procedimiento es cierto.
El rey, tan católico él, encomienda a Dios el fin de aquella historia porque sigue sin tenerlas todas consigo.
Pero su secretario parece mucho más convencido, sobre todo porque habla con los alquimistas, al parecer dos hermanos de los que no se sabe nada, pero de los que el secretario dice que son gente honrada y llana y que fueron ocultados en sus dependencias sin que nadie más supiese de su existencia ni de sus ingenios, los cuales le aseguran que no una, sino hasta cuatro veces han realizado aquella industria con éxito total. En el mismo billete en el que le da ánimos a su rey, le informa de que ya tienen la masa en el fuego en donde se fundirá y que por las señales que hay, saldrá de buen color, aunque luego habrá que perfeccionarlo.
Fotocopia de uno de los billetes manuscritos

Y el rey, prudente, como era su condición, le vuelve a repetir que es incrédulo de estas cosas, de lo que se alegra y así, si no saliese bien, no lo sentiría tanto.
Sigue informando el secretario de cómo van las cosas y le dice en una nota que el día anterior estuvieron hasta las dos de la madrugada y los “del secreto” tienen por seguro que es puro oro lo que se produjo, pero que para volverlo al color perfecto en menester hacer otras diligencias, pues en ese momento se ve todo negro.
Continúa diciendo que le había preguntado a los hermanos si se podrían hacer siete u ocho millones en el año y que le han asegurado que hasta veinte. También le dice que toda la información que le está pasando es para su uso exclusivo, pues no quieren que persona viviente vea los escritos, cosa que él encuentra muy natural.
Siguieron algunas otras comunicaciones, describiendo los procesos y los materiales que iban usando los hermanos y el dieciocho de febrero, escribe otra nota casi cantando victoria, pues se ha realizado una segunda fundición de cobre que ha convertido en oro toda la plata que se le había agregado más el cobre inicial; oro que si pasaba la prueba del agua fuerte quedaría apto para acuñar monedas.
Pero Felipe sigue siendo escéptico y contesta a la nota con evasivas, aunque se alegra del optimismo de su secretario.
Sin embargo, en la última de las notas, el secretario se derrumba y narra al rey los escasos o nulo resultados que la alquimia está proporcionando y que los hermanos solicitan más tiempo, y quizás más ducados, para continuar los experimentos, porque, al fin y al cabo, aquellos dos desconocidos, no hacían otra cosa que experimentar, a base del dinero del monarca que tan gentilmente se había prestado a sufragar los gastos.
No se sabe, al final, como acabó aquella historia, si los hermanos consiguieron oro, o solamente un metal de parecido color que resistía al agua fuerte, pero la historia dice que entre las muchas cosas que adornaron la carrera del rey prudente, fue la fama de falsificador de moneda.
Fue así, o realmente el rey fue objeto de una colosal estafa. La verdad es que muchos príncipes recurrieron a la milagrera alquimia para salir de sus ruinas, quedando gravemente perjudicados en sus créditos y haciendas, pues las más de las veces fueron víctimas de engaños monumentales.

No había excusa para los timados y como única defensa, el Gran Duque de Florencia, engañado por un falso alquimista, argumentó que: ¡cómo podía siquiera imaginar que nadie tuviera el atrevimiento de engañarle!

3 comentarios:

  1. Los mismos problemas de hoy en día, las deudas y la falta de liquidez!!

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  2. La más contundente manifestación de la afición de Felipe II por la alquimia es el fraude que él mismo perpetró en la primera labor de moneda en el Real Ingenio de la Moneda de Segovia, en 1586, que llegó a ser un escandalo internacional que duró 50 años. (Para más información mándame un e-mail a murray@segoviamint.org). Un saludo!

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  3. Muy interesante, cuando existia el patrón oro todos los gobiernos realizaron adulteraciones de la ley de sus monedas hasta el punto de que en Sevilla se realizó un falsificación de duros de plata con una ley superior a la moneda legal.

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