Hace tres o cuatro siglos, padecer una
apendicitis, o cualquier oro tipo de perforación de los intestinos era sinónimo
de una muerte segura y además, fulminante entre enormes dolores y vómitos
consecutivos. Lo llamaban “cólico miserere” y aunque ese término ya ha sido
desterrado del lenguaje incluso vulgar, en mi infancia sí que lo escuché
algunas veces.
Pues bien, de un “cólico miserere”
falleció el 30 de junio de 1670, la hija pequeña de Carlos I, rey de
Inglaterra, mientras se encontraba en la corte del rey francés Luís XIV.
Como es natural, un hecho tan
luctuoso, repentino y ocurrido en una corte extranjera, en donde la joven era
una invitada de honor, podía acarrear graves consecuencias diplomáticas al Rey
Sol, máxime cuando las circunstancias de aquella muerte hacían pensar, en
principio, que se debía a un envenenamiento, por lo que de inmediato se
movilizaron las diplomacias de ambos países y los franceses llamaron al policía
más astuto de Francia para que averiguara las verdaderas causas del
fallecimiento.
Gabriel Nicolás de La Reyne, el
general jefe de los gendarmes franceses, considerado actualmente como el
verdadero fundador del primer cuerpo de policía, se hizo cargo de la
investigación, descubriendo en pocos días que la muerte había sido por causas
naturales, sin embargo, en el curso de aquella investigación, averiguó
cosas sobre los envenenamientos que muy pronto le fueron de gran ayuda para
descubrir toda una trama que salpicó muy alto a la nobleza francesas.
Y fue con otra muerte y también natural, con la que se desató
todo el proceso.
En 1672 falleció el capitán de
caballería Jean Baptiste Godin de Sainte-Croix, hijo bastardo de un noble
francés, con fama de mujeriego empedernido que hizo carrera en el ejército.
El capitán Godin de
Sainte-Croix
Entre sus pertenencias se encontró un
sobre lacrado con instrucciones de que se abriera solamente en el caso de que
él muriera antes que su examante, la marquesa de Brinvilliers, Madeleine
d’Aubray. En su interior había una carta en la que explicaba que había ayudado
a su amante a envenenar a su padre y a dos de sus hermanos, para quedarse con
toda la fortuna familiar y que rotas las relaciones entre los amantes,
sospechaba que de alguna manera la marquesa buscase la forma de quitarlo de en
medio, pues se había convertido en un incómodo cómplice.
El primer pensamiento de la policía es
que la muerte del oficial Sainte-Croix no fuese tan natural como parecía y
comenzaron una serie de pesquisas que propició que el hecho llegase a oídos del
general La Reyne, que de otra manera no hubiese tenido conocimiento de un hecho
tan corriente como una muerte natural.
La investigación concluyó en que las
causas de su muerte nada tenían que ver con una venganza o cualquier otro tipo
de muerte violenta, pero descubrieron una serie de circunstancias de lo más
sustanciosas, que el general supo aprovechar de inmediato.
Se averiguó que hacía unos años, el
oficial Sainte-Croix, había conocido a Madeleine d’Aubray, a la que había
presentado su propio marido, Antoine de Brinvilliers y de la que se hizo amante
con la complacencia del marido que así quedaba libre para dar rienda suelta a
sus escarceos amorosos, pero no pensaba lo mismo el padre de Madeleine, Antoine
d’Aubray, que detentaba un altísimo cargo en la corte francesa y veía cómo las
locuras de su hija podrían acarrearle dificultades para su brillante proyección
política.
Usando de toda su influencia,
consiguió que el capitán Godin fuese detenido y encarcelado en La Bastilla en
marzo de 1663.
Fue en aquella famosa prisión
parisina, donde el capitán Godin entabló amistad con un gentil hombre italiano
llamado Gilles, que había estado al servicio de la reina Cristina de Suecia y
que era un experto en manipular venenos de todas las clases.
De él aprendió el capitán a preparar
compuestos químicos completamente nocivos para el organismo pero cuyos efectos
pasaban desapercibidos, uno de los cuales es muy posible que acabara con la
vida del filósofo francés René Descartes, cuando se puso al servicio de la
reina de Suecia y la convencía de que abandonase la religión luterana para
abrazar el catolicismo (ver mi artículo http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com.es/2013/03/la-cabeza-de-descartes.html).
Junto con los conocimientos para la
manipulación de los tóxicos, Gilles le proporcionó también un contacto, un
químico llamado Glaser que ejercía de boticario del rey, el cual se prestaría
más tarde a proporcionarle los elementos necesarios para la fabricación de los
venenos.
Cuando salió de prisión, reanudó sus
relaciones con Madeleine, la cual, profundamente enamorada de él, había
adquirido un odio mortal contra su padre, responsable de su separación del amante
y a la que transmitió los conocimientos que había adquirido en la cárcel.
Pero un envenenamiento que dejara
vestigios era muy peligroso y se pagaba con la muerte por decapitación, así que
entre ella y su amante urdieron un tenebroso plan.
Madeleine, decidida a acabar con la
vida de su padre y algunos de sus hermanos, que la habían violado cuando era
pequeña, empezó a frecuentar hospitales y viviendas de gente menesterosa, a los
que agasajaba con comidas y bebidas envenenadas, comprobando los efectos y los
vestigios de las sustancias que suministraba.
Lo mismo hizo, en su propio domicilio,
con algún criado ya mayor de edad, cuyas muertes pasaron totalmente
desapercibidas a los médicos que los asistieron.
Cuando comprobó que aquellos polvos
que su amante le preparaba no dejaban ningún rastro en los envenenados y que
médicos y policías certificaban el carácter natural de aquellas muertes,
decidió que era el momento de iniciar el procedimiento con su padre.
Para eso, había empezado a visitarlo
con cierta asiduidad, colmándolo de atenciones y regalándole una vez un pastel,
otras un delicioso vino y otras un exquisito asado de ave que el padre consumía
con sumo gusto.
Segura de su plan, inició el
envenenamiento añadiendo a sus presentes los polvos que el capitán le aportaba.
Al poco tiempo empezó su padre a
sentir molestias extrañas que sin causarle grandes trastornos, le impedían
realizar su vida diaria y que su médico achacó a lo ajetreado de la vida que
llevaba, por lo que aconsejó que se trasladase a sus posesiones en la campiña,
una finca cercana a París pidiendo a su hija Madeleine que lo acompañase.
Desde su llegada al campo, el padre de
Madeleine empeoró visiblemente, aquejado de grandes vómitos y terribles dolores
de estómago, cada vez más violentos, viéndose en la necesidad de regresar a
París para que lo tratasen sus médicos. Ocho meses después de que su hija
iniciara con él el envenenamiento, el 10 de septiembre de 1666, murió Antoine
d’Aubray y los médicos que le habían asistido certificaron que se debió a
muerte natural.
Aquello le dio pié para envenenar
también a sus dos hermanos mayores Antoine y Françoise, que durante su infancia
había cometido violación e incesto con ella, así como para iniciar una vida
licenciosa, cargada de amantes y de hijos.
Nada habría ocurrido si el capitán
Godin no hubiese sospechado que su amante era capaz de acabar con él y se
defendió escribiendo aquella carta que apareció entre sus pertenencias y que
condujo a la búsqueda y localización de la envenenadora, pero la marquesa,
avisada con tiempo, había huido, primero a Inglaterra y más tarde a Bélgica,
donde fue por fin localizada den 1676 en un convento de la ciudad de Lieja.
Juzgada por un tribunal de París fue
condenada a morir por decapitación y sus restos quemados.
Pero durante el proceso, la marquesa
no estuvo callada, sino que relató una serie de hechos en los que implicó a
buena parte de la nobleza francesa, abriéndose nuevos procedimientos judiciales
que acabaron con otras treinta y seis penas de muerte.
Para seguir estas investigaciones, se
creó un juzgado especial que el pueblo empezó a denominar El Tribunal de los
venenos, que funcionó entre 1677 y 1682, hasta que el caso se aproximó tanto al
propio Rey Sol, que éste ordenó el cese inmediato de las investigaciones.
A aquellos polvos que Godin aprendió a
mezclar en la cárcel y que se emplearon sobre todo por las familias nobles y
adineradas, para aligerar herencias y herederos de las listas de las familias
más influyentes de Francia, se los conoce como Los Polvos de la Herencia, como
se titula este artículo.
Curiosísimo y enriquecedor
ResponderEliminarentreteido e interesante este articulo de los "Polvos". Hay que tener cuidado!! Un abrazo Jose Maria!
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