sábado, 21 de marzo de 2015

LOS POLVOS DE LA HERENCIA





Hace tres o cuatro siglos, padecer una apendicitis, o cualquier oro tipo de perforación de los intestinos era sinónimo de una muerte segura y además, fulminante entre enormes dolores y vómitos consecutivos. Lo llamaban “cólico miserere” y aunque ese término ya ha sido desterrado del lenguaje incluso vulgar, en mi infancia sí que lo escuché algunas veces.
Pues bien, de un “cólico miserere” falleció el 30 de junio de 1670, la hija pequeña de Carlos I, rey de Inglaterra, mientras se encontraba en la corte del rey francés Luís XIV.
Como es natural, un hecho tan luctuoso, repentino y ocurrido en una corte extranjera, en donde la joven era una invitada de honor, podía acarrear graves consecuencias diplomáticas al Rey Sol, máxime cuando las circunstancias de aquella muerte hacían pensar, en principio, que se debía a un envenenamiento, por lo que de inmediato se movilizaron las diplomacias de ambos países y los franceses llamaron al policía más astuto de Francia para que averiguara las verdaderas causas del fallecimiento.
Gabriel Nicolás de La Reyne, el general jefe de los gendarmes franceses, considerado actualmente como el verdadero fundador del primer cuerpo de policía, se hizo cargo de la investigación, descubriendo en pocos días que la muerte había sido por causas naturales, sin embargo, en el curso de aquella investigación, averiguó cosas sobre los envenenamientos que muy pronto le fueron de gran ayuda para descubrir toda una trama que salpicó muy alto a la nobleza francesas.
 Y fue con otra muerte y también natural, con la que se desató todo el proceso.
En 1672 falleció el capitán de caballería Jean Baptiste Godin de Sainte-Croix, hijo bastardo de un noble francés, con fama de mujeriego empedernido que hizo carrera en el ejército.

El capitán Godin de Sainte-Croix

Entre sus pertenencias se encontró un sobre lacrado con instrucciones de que se abriera solamente en el caso de que él muriera antes que su examante, la marquesa de Brinvilliers, Madeleine d’Aubray. En su interior había una carta en la que explicaba que había ayudado a su amante a envenenar a su padre y a dos de sus hermanos, para quedarse con toda la fortuna familiar y que rotas las relaciones entre los amantes, sospechaba que de alguna manera la marquesa buscase la forma de quitarlo de en medio, pues se había convertido en un incómodo cómplice.
El primer pensamiento de la policía es que la muerte del oficial Sainte-Croix no fuese tan natural como parecía y comenzaron una serie de pesquisas que propició que el hecho llegase a oídos del general La Reyne, que de otra manera no hubiese tenido conocimiento de un hecho tan corriente como una muerte natural.
La investigación concluyó en que las causas de su muerte nada tenían que ver con una venganza o cualquier otro tipo de muerte violenta, pero descubrieron una serie de circunstancias de lo más sustanciosas, que el general supo aprovechar de inmediato.
Se averiguó que hacía unos años, el oficial Sainte-Croix, había conocido a Madeleine d’Aubray, a la que había presentado su propio marido, Antoine de Brinvilliers y de la que se hizo amante con la complacencia del marido que así quedaba libre para dar rienda suelta a sus escarceos amorosos, pero no pensaba lo mismo el padre de Madeleine, Antoine d’Aubray, que detentaba un altísimo cargo en la corte francesa y veía cómo las locuras de su hija podrían acarrearle dificultades para su brillante proyección política.
Usando de toda su influencia, consiguió que el capitán Godin fuese detenido y encarcelado en La Bastilla en marzo de 1663.
Fue en aquella famosa prisión parisina, donde el capitán Godin entabló amistad con un gentil hombre italiano llamado Gilles, que había estado al servicio de la reina Cristina de Suecia y que era un experto en manipular venenos de todas las clases.
De él aprendió el capitán a preparar compuestos químicos completamente nocivos para el organismo pero cuyos efectos pasaban desapercibidos, uno de los cuales es muy posible que acabara con la vida del filósofo francés René Descartes, cuando se puso al servicio de la reina de Suecia y la convencía de que abandonase la religión luterana para abrazar el catolicismo (ver mi artículo http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com.es/2013/03/la-cabeza-de-descartes.html).
Junto con los conocimientos para la manipulación de los tóxicos, Gilles le proporcionó también un contacto, un químico llamado Glaser que ejercía de boticario del rey, el cual se prestaría más tarde a proporcionarle los elementos necesarios para la fabricación de los venenos.
Cuando salió de prisión, reanudó sus relaciones con Madeleine, la cual, profundamente enamorada de él, había adquirido un odio mortal contra su padre, responsable de su separación del amante y a la que transmitió los conocimientos que había adquirido en la cárcel.
Pero un envenenamiento que dejara vestigios era muy peligroso y se pagaba con la muerte por decapitación, así que entre ella y su amante urdieron un tenebroso plan.
Madeleine, decidida a acabar con la vida de su padre y algunos de sus hermanos, que la habían violado cuando era pequeña, empezó a frecuentar hospitales y viviendas de gente menesterosa, a los que agasajaba con comidas y bebidas envenenadas, comprobando los efectos y los vestigios de las sustancias que suministraba.
Lo mismo hizo, en su propio domicilio, con algún criado ya mayor de edad, cuyas muertes pasaron totalmente desapercibidas a los médicos que los asistieron.
Cuando comprobó que aquellos polvos que su amante le preparaba no dejaban ningún rastro en los envenenados y que médicos y policías certificaban el carácter natural de aquellas muertes, decidió que era el momento de iniciar el procedimiento con su padre.
Para eso, había empezado a visitarlo con cierta asiduidad, colmándolo de atenciones y regalándole una vez un pastel, otras un delicioso vino y otras un exquisito asado de ave que el padre consumía con sumo gusto.
Segura de su plan, inició el envenenamiento añadiendo a sus presentes los polvos que el capitán le aportaba.
Al poco tiempo empezó su padre a sentir molestias extrañas que sin causarle grandes trastornos, le impedían realizar su vida diaria y que su médico achacó a lo ajetreado de la vida que llevaba, por lo que aconsejó que se trasladase a sus posesiones en la campiña, una finca cercana a París pidiendo a su hija Madeleine que lo acompañase.
Desde su llegada al campo, el padre de Madeleine empeoró visiblemente, aquejado de grandes vómitos y terribles dolores de estómago, cada vez más violentos, viéndose en la necesidad de regresar a París para que lo tratasen sus médicos. Ocho meses después de que su hija iniciara con él el envenenamiento, el 10 de septiembre de 1666, murió Antoine d’Aubray y los médicos que le habían asistido certificaron que se debió a muerte natural.
Aquello le dio pié para envenenar también a sus dos hermanos mayores Antoine y Françoise, que durante su infancia había cometido violación e incesto con ella, así como para iniciar una vida licenciosa, cargada de amantes y de hijos.
Nada habría ocurrido si el capitán Godin no hubiese sospechado que su amante era capaz de acabar con él y se defendió escribiendo aquella carta que apareció entre sus pertenencias y que condujo a la búsqueda y localización de la envenenadora, pero la marquesa, avisada con tiempo, había huido, primero a Inglaterra y más tarde a Bélgica, donde fue por fin localizada den 1676 en un convento de la ciudad de Lieja.
Juzgada por un tribunal de París fue condenada a morir por decapitación y sus restos quemados.
Pero durante el proceso, la marquesa no estuvo callada, sino que relató una serie de hechos en los que implicó a buena parte de la nobleza francesa, abriéndose nuevos procedimientos judiciales que acabaron con otras treinta y seis penas de muerte.
Para seguir estas investigaciones, se creó un juzgado especial que el pueblo empezó a denominar El Tribunal de los venenos, que funcionó entre 1677 y 1682, hasta que el caso se aproximó tanto al propio Rey Sol, que éste ordenó el cese inmediato de las investigaciones.

A aquellos polvos que Godin aprendió a mezclar en la cárcel y que se emplearon sobre todo por las familias nobles y adineradas, para aligerar herencias y herederos de las listas de las familias más influyentes de Francia, se los conoce como Los Polvos de la Herencia, como se titula este artículo.

2 comentarios:

  1. Curiosísimo y enriquecedor

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  2. entreteido e interesante este articulo de los "Polvos". Hay que tener cuidado!! Un abrazo Jose Maria!

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