El artículo de esta semana es
uno de los menos rigurosos que ha salido de las teclas de mi ordenador; antes
se diría de mi bolígrafo y más antes, de mi pluma estilográfica, de mi lápiz,
de mi cálamo, etc., que esto no viene al caso.
Todo viene porque hace unos
días, su santidad el papa Francisco ha emitido un “Motu Proprio”, latinajo que viene a significar “porque me
da la gana”, y por el cual agiliza y abarata el divorcio eclesiástico. Hasta
ahora para disolver un matrimonio religioso era necesario muy buenos abogados,
un fundamento de los admitidos por la Iglesia y dinero, mucho dinero. Con eso y
con un poco de paciencia, muchas personas se han vuelto a casar por el rito
católico y vestidas de blanco, aunque la pureza que este color representa se
hubiese quedado colgada de la puerta de aquel hotel en que pasó su noche de
bodas, si no es que la ya hubiera colgado antes.
Lo que Dios ha unido… se ha
quedado obsoleto.
¿Y qué decir de con este
anillo yo te desposo… en la salud y enfermedad, hasta que la muerte nos separe?
Pues me apetece decir que no.
Un no rotundo desde mi platea, pero seguro de que los otros, los que siempre han creído y creen en el sacramento, también dirán que no.
Porque casi todo en la vida es
transmisión cultural y colocar el anillo en el dedo anular de la persona con la
que vas a contraer un compromiso que se presume de por vida, no es un acto
irrelevante. Es algo de trascendental importancia que nos acompaña desde hace
más de treinta siglos y que nace de una creencia que se transforma en
tradición.
En un programa de la sobremesa
televisiva, a esa hora en que esperas que lleguen los documentales para
descabezar un sueño mientras los cocodrilos se comen a las pobres cebras que
tratan de cruzar el caudaloso río Mara, se hacia una pregunta sobre la razón de
por la que los anillos de compromiso matrimonial se colocaban siempre en el
dedo anular, ya fuera de una mano o de la otra, que en eso influían las
costumbres de cada país.
Dedo anular, que se llama así
por la costumbre de colocar los anillos en él.
Pues bien, indagando sobre el
asunto vi que desde la más remota antigüedad existía una curiosa creencia y era
que por ese dedo, precisamente de la mano izquierda, la más cercana al corazón,
pasaba una vena que llevaba directamente la sangre desde el dedo hasta el
músculo cardiaco, lugar que se creía residencia de los sentimientos amorosos.
Los egipcios fueron los
primeros en pensar que si ese dedo quedaba encerrado por un anillo, regalo de
la persona amada, la vena quedaba sellada para siempre y el amor no se
rompería. Una tradición tan bella como lejana de la realidad.
La costumbre fue importada
siglos después a Grecia, de donde la tomaron los romanos que a aquella vena la
denominaron “Vena Amoris”
o Vena del Amor
Hoy se sabe que eso no tiene
fundamento científico alguno, como muchas otras cosas que han plagado nuestras
costumbres pero que, aun sabiendo de su falsedad, siguen incrustadas en nuestro
acervo cultural sin poderse erradicar.
Y es que lo que viene de muy
antiguo termina por afincarse, como ocurre con una curiosa tradición china que
trata de explicar lo estrechamente unidas que están las parejas en comparación con los dedos de la
mano.
Detalle de la mano del
David de Miguel Ángel; se observa cómo
la vena amoris se introduce hacia el
dedo anular
Eso sería antes, ahora las
parejas se rompen con la misma facilidad que se forman, pero en la lejana y
antigua China explicaban con las manos cómo eran las relaciones entre los seres
humanos.
Para eso apretaban las palmas
de ambas manos y luego juntaban fuertemente los dedos coincidiendo cada falange
de cada dedo de una mano, con la misma de la otra.
A continuación se explicaba la
teoría que consistía en hacer pensar que la persona era la unión de sus ambas
manos; para asignar la representación de los padres se recurría a los dedos
pulgares, invitándose a que la persona que se sometía a la práctica, intentara
separar los dedos, cosa que hacía con suma facilidad y que se explicaba porque
de los padres se tiene la necesidad de separarse llegado un momento de la vida.
A continuación, los dedos
índices, representaban a los hermanos y otros familiares, comprobando que
también se separaban con facilidad. Seguía la explicación con los dedos medios,
los cuales representarían a los amigos y los meñiques que sería la
representación de nuestros hijos.
Se podía comprobar que ambos
dedos se separaban con suma facilidad, como en la propia vida ocurre y había
llegado el momento de prestarle atención al dedo que quedaba, el anular. Este
representaba a la pareja, al matrimonio, y se comprobaba que separar ese dedo
resultaba mucho más difícil que cualquiera de los otros cuatro.
Podemos hacer el experimento
que es por demás sencillo, pero comprobaremos que los dedos anulares también se
separan, con más dificultad y con menos espacio entre ellos, pero se separan.
Es más que posible que la
capacidad para mover ese dedo, de manera independiente al resto de la mano, sea
algo que hayamos adquirido en los últimos milenos y que antes estuviéramos menos
capacitados y cuando en la China antigua se hacía este ejercicio resultara más
difícil la separación, por la misma razón que la indisolubilidad del
matrimonio, en todas las creencias y culturas, se ha ido diluyendo hasta el
punto actual en el que incluso muchas parejas optan por otras formas de unión
que no pasan por el contrato matrimonial.
Pero no siempre se ganan
habilidades o se obtienen beneficios de la evolución a la que permanentemente
está sometido el género humano. A veces, en ese camino largo perdemos, como ya
casi hemos perdido por completo el vello corporal y otras cosas mucho más
importante, como a la que se refiere la segunda parte del título de este
artículo.
Me explicaré. Si hacemos caso
a lo que dice el Génesis, Dios creó al hombre a partir de una figura de barro a
la que insufló vida. Luego vino la frase célebre de que no es bueno que el
hombre esté solo y sacándole una costilla, hizo a Eva.
Esto sería verdad si los
hombres tuviéramos una costilla menos que las mujeres, pero eso no es así.
Ambos sexos tenemos el mismo número de costillas.
Una teoría muy antigua
perfectamente superada por la de la evolución de las especies, ya tan asumida
que ha obligado a cambiar los tradicionales cánones en que se cimentaban las
creencias religiosas.
La mujer Eva no fue creada por
una costilla de Adán, ni Adán era un trozo de barro insuflado. La especie
humana ha ido evolucionando desde los primates, pasando por el “homo
antecessor”, el “pitecantropus”, el “australopithecus” etc., hasta nosotros que somos “homo
sapiens sapiens”. Millones
de años evolucionando hasta convertirnos de unos monos del montón, en la
criatura más inteligente que jamás ha existido.
Pero en esa evolución, además
del vello corporal, la cara de mono y otras muchas cosas que nos embellecieron
notablemente, perdimos algo muy importante.
Perdimos un hueso de nuestro
esqueleto. Un hueso que nuestros ancestros primates conservan y que el hombre
lo ha perdido. Solo el hombre, porque la mujer nunca lo tuvo y este hueso, que
lo poseen la inmensa mayoría de los mamíferos, es el hueso báculo o hueso
peneano.
Este hueso hace el milagro de
poder realizar el coito sin que haya una erección. Lo poseen además de los
primates, como ya se ha mencionado, todos los mamíferos roedores, carnívoros e
insectívoros y algunos omnívoros, como el perro y el gato.
Hueso báculo de un
perro, mostrando el canal uretral
En 1978, el zoólogo Richard
Dawkins descubrió que este hueso estaba presente al principio de la evolución
desde primates hasta nosotros y fue desapareciendo.
De hecho, con un tamaño
realmente pequeño, alrededor de tres centímetros, está presente en los grandes
simios como gorilas, chimpancés, orangutanes y bonobos. No es mucho, pero sí
una ayudita para algunos problemas relacionados con la disfunción eréctil.
El mismo profesor Dawkins
expuso una teoría acerca de la pérdida de ese hueso y es que en la selección de
la especie las hembras elegían a machos sanos y evidentemente la dependencia de
la presión sanguínea en la erección era signo más que evidente de un estado de
buena salud.
Hoy se sabe positivamente que
esto es así y que enfermedades como la diabetes y sobe todo las neurológicas,
inciden negativamente en la erección, como ya intuyeron aquellas primeras
mujeres.
Según algunos científicos de
la Universidad Johns Hopkins, cuando los humanos primitivos apreciaron la
diferencia entre sus cadáveres y los de grandes simios, advirtieron la ausencia
del hueso peneano y esa pudo muy bien, ser la causa de la creación de un mito, según el cual, Dios creó a Eva de un hueso y que por un posible pudor a
establecer una dependencia tan aferrada al sexo, la Biblia lo cambió por una
más insignificante costilla.
El Papa lo que pretende es que haya reincidentes, pero algunos humanos pensamos que para muestra con un botón basta.
ResponderEliminarPuestos a perder, podiamos haber perdido otro huesecillo menos importante!! Jjjjjjjjj. Un abrazo Jose Mari, ya toca tomar unas copas!
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