viernes, 18 de septiembre de 2015

AMORIS Y BÁCULO





El artículo de esta semana es uno de los menos rigurosos que ha salido de las teclas de mi ordenador; antes se diría de mi bolígrafo y más antes, de mi pluma estilográfica, de mi lápiz, de mi cálamo, etc., que esto no viene al caso.
Todo viene porque hace unos días, su santidad el papa Francisco ha emitido un “Motu Proprio”, latinajo que viene a significar “porque me da la gana”, y por el cual agiliza y abarata el divorcio eclesiástico. Hasta ahora para disolver un matrimonio religioso era necesario muy buenos abogados, un fundamento de los admitidos por la Iglesia y dinero, mucho dinero. Con eso y con un poco de paciencia, muchas personas se han vuelto a casar por el rito católico y vestidas de blanco, aunque la pureza que este color representa se hubiese quedado colgada de la puerta de aquel hotel en que pasó su noche de bodas, si no es que la ya hubiera colgado antes.
Lo que Dios ha unido… se ha quedado obsoleto.
¿Y qué decir de con este anillo yo te desposo… en la salud y enfermedad, hasta que la muerte nos separe?
Pues me apetece decir que no. Un no rotundo desde mi platea, pero seguro de que los otros, los que siempre han creído y creen en el sacramento, también dirán que no.
Porque casi todo en la vida es transmisión cultural y colocar el anillo en el dedo anular de la persona con la que vas a contraer un compromiso que se presume de por vida, no es un acto irrelevante. Es algo de trascendental importancia que nos acompaña desde hace más de treinta siglos y que nace de una creencia que se transforma en tradición.
En un programa de la sobremesa televisiva, a esa hora en que esperas que lleguen los documentales para descabezar un sueño mientras los cocodrilos se comen a las pobres cebras que tratan de cruzar el caudaloso río Mara, se hacia una pregunta sobre la razón de por la que los anillos de compromiso matrimonial se colocaban siempre en el dedo anular, ya fuera de una mano o de la otra, que en eso influían las costumbres de cada país.
Dedo anular, que se llama así por la costumbre de colocar los anillos en él.
Pues bien, indagando sobre el asunto vi que desde la más remota antigüedad existía una curiosa creencia y era que por ese dedo, precisamente de la mano izquierda, la más cercana al corazón, pasaba una vena que llevaba directamente la sangre desde el dedo hasta el músculo cardiaco, lugar que se creía residencia de los sentimientos amorosos.
Los egipcios fueron los primeros en pensar que si ese dedo quedaba encerrado por un anillo, regalo de la persona amada, la vena quedaba sellada para siempre y el amor no se rompería. Una tradición tan bella como lejana de la realidad.
La costumbre fue importada siglos después a Grecia, de donde la tomaron los romanos que a aquella vena la denominaron “Vena Amoris” o Vena del Amor
Hoy se sabe que eso no tiene fundamento científico alguno, como muchas otras cosas que han plagado nuestras costumbres pero que, aun sabiendo de su falsedad, siguen incrustadas en nuestro acervo cultural sin poderse erradicar.
Y es que lo que viene de muy antiguo termina por afincarse, como ocurre con una curiosa tradición china que trata de explicar lo estrechamente unidas que están las parejas  en comparación con los dedos de la mano.

Detalle de la mano del David de Miguel Ángel; se observa cómo
 la vena amoris se introduce hacia el dedo anular

Eso sería antes, ahora las parejas se rompen con la misma facilidad que se forman, pero en la lejana y antigua China explicaban con las manos cómo eran las relaciones entre los seres humanos.
Para eso apretaban las palmas de ambas manos y luego juntaban fuertemente los dedos coincidiendo cada falange de cada dedo de una mano, con la misma de la otra.
A continuación se explicaba la teoría que consistía en hacer pensar que la persona era la unión de sus ambas manos; para asignar la representación de los padres se recurría a los dedos pulgares, invitándose a que la persona que se sometía a la práctica, intentara separar los dedos, cosa que hacía con suma facilidad y que se explicaba porque de los padres se tiene la necesidad de separarse llegado un momento de la vida.
A continuación, los dedos índices, representaban a los hermanos y otros familiares, comprobando que también se separaban con facilidad. Seguía la explicación con los dedos medios, los cuales representarían a los amigos y los meñiques que sería la representación de nuestros hijos.
Se podía comprobar que ambos dedos se separaban con suma facilidad, como en la propia vida ocurre y había llegado el momento de prestarle atención al dedo que quedaba, el anular. Este representaba a la pareja, al matrimonio, y se comprobaba que separar ese dedo resultaba mucho más difícil que cualquiera de los otros cuatro.
Podemos hacer el experimento que es por demás sencillo, pero comprobaremos que los dedos anulares también se separan, con más dificultad y con menos espacio entre ellos, pero se separan.
Es más que posible que la capacidad para mover ese dedo, de manera independiente al resto de la mano, sea algo que hayamos adquirido en los últimos milenos y que antes estuviéramos menos capacitados y cuando en la China antigua se hacía este ejercicio resultara más difícil la separación, por la misma razón que la indisolubilidad del matrimonio, en todas las creencias y culturas, se ha ido diluyendo hasta el punto actual en el que incluso muchas parejas optan por otras formas de unión que no pasan por el contrato matrimonial.
Pero no siempre se ganan habilidades o se obtienen beneficios de la evolución a la que permanentemente está sometido el género humano. A veces, en ese camino largo perdemos, como ya casi hemos perdido por completo el vello corporal y otras cosas mucho más importante, como a la que se refiere la segunda parte del título de este artículo.
Me explicaré. Si hacemos caso a lo que dice el Génesis, Dios creó al hombre a partir de una figura de barro a la que insufló vida. Luego vino la frase célebre de que no es bueno que el hombre esté solo y sacándole una costilla, hizo a Eva.
Esto sería verdad si los hombres tuviéramos una costilla menos que las mujeres, pero eso no es así. Ambos sexos tenemos el mismo número de costillas.
Una teoría muy antigua perfectamente superada por la de la evolución de las especies, ya tan asumida que ha obligado a cambiar los tradicionales cánones en que se cimentaban las creencias religiosas.
La mujer Eva no fue creada por una costilla de Adán, ni Adán era un trozo de barro insuflado. La especie humana ha ido evolucionando desde los primates, pasando por el “homo antecessor”, el “pitecantropus”, el “australopithecus” etc., hasta nosotros que somos “homo sapiens sapiens”. Millones de años evolucionando hasta convertirnos de unos monos del montón, en la criatura más inteligente que jamás ha existido.
Pero en esa evolución, además del vello corporal, la cara de mono y otras muchas cosas que nos embellecieron notablemente, perdimos algo muy importante.
Perdimos un hueso de nuestro esqueleto. Un hueso que nuestros ancestros primates conservan y que el hombre lo ha perdido. Solo el hombre, porque la mujer nunca lo tuvo y este hueso, que lo poseen la inmensa mayoría de los mamíferos, es el hueso báculo o hueso peneano.
Este hueso hace el milagro de poder realizar el coito sin que haya una erección. Lo poseen además de los primates, como ya se ha mencionado, todos los mamíferos roedores, carnívoros e insectívoros y algunos omnívoros, como el perro y el gato.


Hueso báculo de un perro, mostrando el canal uretral

En 1978, el zoólogo Richard Dawkins descubrió que este hueso estaba presente al principio de la evolución desde primates hasta nosotros y fue desapareciendo.
De hecho, con un tamaño realmente pequeño, alrededor de tres centímetros, está presente en los grandes simios como gorilas, chimpancés, orangutanes y bonobos. No es mucho, pero sí una ayudita para algunos problemas relacionados con la disfunción eréctil.
El mismo profesor Dawkins expuso una teoría acerca de la pérdida de ese hueso y es que en la selección de la especie las hembras elegían a machos sanos y evidentemente la dependencia de la presión sanguínea en la erección era signo más que evidente de un estado de buena salud.
Hoy se sabe positivamente que esto es así y que enfermedades como la diabetes y sobe todo las neurológicas, inciden negativamente en la erección, como ya intuyeron aquellas primeras mujeres.
Según algunos científicos de la Universidad Johns Hopkins, cuando los humanos primitivos apreciaron la diferencia entre sus cadáveres y los de grandes simios, advirtieron la ausencia del hueso peneano y esa pudo muy bien, ser la causa de la creación de un mito, según el cual, Dios creó a Eva de un hueso y que por un posible pudor a establecer una dependencia tan aferrada al sexo, la Biblia lo cambió por una más insignificante costilla.

2 comentarios:

  1. El Papa lo que pretende es que haya reincidentes, pero algunos humanos pensamos que para muestra con un botón basta.

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  2. Puestos a perder, podiamos haber perdido otro huesecillo menos importante!! Jjjjjjjjj. Un abrazo Jose Mari, ya toca tomar unas copas!

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