viernes, 25 de septiembre de 2015

ESPERANDO A LOS BÁRBAROS




Hace unos días, remitía a mis amigos un artículo de Pérez-Reverte que me había causado sensación y que puedes consultar en este enlace: http://www.finanzas.com/xl-semanal/firmas/por-arturo-perez-reverte/20150913/godos-emperador-valente-8841.html
El artículo trata de la invasión de los pueblos bárbaros en el siglo cuarto de nuestra Era, aprovechando el declive del imperio romano y, como es natural, lo pone en paralelismo con la situación que estamos viviendo en la actualidad, cuando Europa esta sufriendo una verdadera invasión procedente tanto de Oriente Medio, como de África.
A mi correo respondió un buen poeta y mejor amigo que me adjuntaba unos versos del griego Constantino Cavafis que hacían alusión precisamente a esa misma invasión de la que hablaba Pérez-Reverte.
El poema dice así:

-¿Qué esperamos congregados en el foro?
Es a los bárbaros que hoy llegan.

-¿Por qué esta inacción en el Senado?
¿Por qué están ahí sentados sin legislar los Senadores?
Porque hoy llegarán los bárbaros.
¿Qué leyes van a hacer los senadores?
Ya legislarán, cuando lleguen, los bárbaros.

-¿Por qué nuestro emperador madrugó tanto
y en su trono, a la puerta mayor de la ciudad,
está sentado, solemne y ciñendo su corona?
Porque hoy llegarán los bárbaros.
Y el emperador espera para dar
a su jefe la acogida. Incluso preparó,
para entregárselo, un pergamino. En él
muchos títulos y dignidades hay escritos.

-¿Por qué nuestros dos cónsules y pretores salieron
hoy con rojas togas bordadas;
por qué llevan brazaletes con tantas amatistas
y anillos engastados y esmeraldas rutilantes;
por qué empuñan hoy preciosos báculos
en plata y oro magníficamente cincelados?
Porque hoy llegarán los bárbaros;
y espectáculos así deslumbran a los bárbaros.

-¿Por qué no acuden, como siempre, los ilustres oradores
a echar sus discursos y decir sus cosas?
Porque hoy llegarán los bárbaros y
les fastidian la elocuencia y los discursos.

-¿Por qué empieza de pronto este desconcierto
y confusión? (¡Qué graves se han vuelto los rostros!)
¿Por qué calles y plazas aprisa se vacían
y todos vuelven a casa compungidos?
Porque se hizo de noche y los bárbaros no llegaron.
Algunos han venido de las fronteras
y contado que los bárbaros no existen.

¿Y qué va a ser de nosotros ahora sin bárbaros?
Esta gente, al fin y al cabo, era una solución.

¡Claro que sí! Durante mucho tiempo, los bárbaros entonces y los musulmanes ahora, han sido una solución. Una solución de mano de obra barata y sin quejas, que hiciera el trabajo desagradable que ya los europeos no queríamos hacer. Y llegaron por millares y se fueron asentando en nuestros países sin acatar las más fundamentales normas de convivencia y sin que nadie hiciera los esfuerzos necesarios para socializarlos al estilo occidental, el de nuestras vidas y nuestra sociedad. Los recién llegados se retiraron a barrios periféricos y viviendo entre ellos sin siquiera aprender las lenguas de Europa.
Pero a la vez fueron hablando más allá de nuestras fronteras de las excelencias de estas tierras, provocando el efecto llamada que ahora estamos padeciendo.
No los queríamos, pero no podíamos prescindir de ellos y ese detalle me hizo recordar una anécdota que viví en los primeros meses de mi destino en Ceuta.
Como todo el mundo sabe, Ceuta es una ciudad de unos ochenta mil habitantes, con un término municipal que no llega a los veinte kilómetros cuadrados, casi todo en monte escarpado.
Condenada a vivir cara a Marruecos, es una ciudad a la que dicen que el Estrecho no la separa, sino que la une, pero no es verdad.


Vista de Ceuta en la que se contempla casi toda su extensión

Una vez al año, en los meses de verano, la ciudad soportaba una verdadera conmoción con motivo de la Operación Paso del Estrecho. Miles y miles de marroquíes llegaban desde el centro de Europa para pasar el mes de vacaciones en su país.
Llegaban todos de golpe y en uno o dos días se colmataban los llanos preparados en Algeciras para acogerlos a la espera de poder embarcar y cruzar el Estrecho.
Esta Operación, que hoy está prácticamente superada, en el año 92 y sucesivos era de una envergadura tremenda, pues los enlaces marítimos entre Algeciras y Ceuta estaban muy limitados y además ceñidos a barcos tan antiguos como lentos, lo que provocaba larguísimas horas de espera, normalmente a pleno sol y sin las mínimas condiciones de higiene.
Como es natural, en mi calidad de “novato en la materia”, escuchaba en silencio, mientras por dentro temblaba por lo que se nos vendría encima a partir del quince de junio, fecha de inicio de la OPE y, sobre todo, a finales de julio y de agosto, en donde el tráfico de vuelta, afectaba muchísimo más a la ciudad de Ceuta, porque todo lo que se había producido en Algeciras, volvía a repetirse allí, pero con muchísimas más dificultades, fundamentalmente causadas por la falta de espacio.
Ceuta tenía dos problemas; dos cuellos de botella que impedían dar fluidez a la Operación. En el viaje de ida, el problema era la frontera marroquí de El Tarajal. Por varias razones que no es necesario explicar, los aduaneros, los gendarmes, los mehanis marroquíes, retenían el paso, formando tan largas colas que a veces se juntaban en el mismo puerto, donde desembarcaban los marroquíes. A la vuelta, la dificultad la presentaba el puerto y la escasez de enlaces para evacuar a todo el personal allí concentrado. Por el contra, Algeciras solo tenía problema a la ida, en el regreso se dispersaban rápidamente por varias carreteras y salían rápido de la ciudad.
Ya se han dejado de observar, pero en aquellos años era muy frecuente ver verdaderas caravanas de automóviles cargados a tope que, cruzando España, se dirigían a Algeciras para embarcar.
En las múltiples reuniones de seguridad a las que asistí, tanto en Ceuta como en Algeciras y en Madrid, siempre apreciaba el mismo tenor. Había que estar preparados para la catastrófica situación que cada año se planteaba. Allí hablaban los representantes de las navieras, los de Protección Civil, la Autoridad Portuaria, la Cruz Roja, representantes del comercio de la ciudad, la policía Local, la Guardia Civil y todos aportaban sus experiencias de años vividos. Como es natural, yo callaba, escuchaba y tomaba notas.
La situación que se vivía era de verdadero caos: colas interminables de vehículos que recorrían toda la ciudad; ausencia total de higiene, pues los ocupantes pasaban incluso varios días en sus coches, donde comían, bebían su te y hacían sus necesidades. Algunos bajaban a las playas a asearse o lavar sus ropas.
Las escenas que se pintaban causaban terror, pues se hablaba de expansión del cólera, enfermedad que en Marruecos es endémica, deshidratación, robos, riñas y colapso total de la ciudad.
En fin, que era como si Alá nos castigase mandándonos varias plagas por medio de la pacífica invasión de sus creyentes.
Algunos compañeros míos, muy veteranos en aquellas lides, pretendían hacerme ver que las cosas no eran tal como las exponían. Que se habían aportado otras soluciones que hubieran dado mejor resultado y por quienes correspondía, se habían rechazado. Yo no quería creerlos, pues la unanimidad que apreciaba en las juntas era difícil de desmontar.
Nuestra misión, la de la Policía, era fundamentalmente mantener el orden, atender a los casos en los que se precisara y fundamentalmente impedir que en el retorno, embarcaran marroquíes sin papeles, cosa muy frecuente, pues aprovechando lo revuelto de la situación, muchos trataban de colarse, ocultos en los vehículos, o con documentación falsa o insuficiente.
A partir de aquel quince de junio, en que se inició la OPE, empezaron a llegar algunos contingentes de marroquíes, muy desperdigados y, prácticamente sin problemas, eran conducidos a la frontera y pasaban a Marruecos sin dificultad.
Se fue aproximando la fecha en la que se esperaba la primera oleada y todo estaba preparado para recibirlos. Las gasolineras, que las hay casi al pie de los barcos, habían cargado a tope de combustible, que en Ceuta era mucho más barato y los viajeros lo sabían, por lo que esperaban hasta llegar allí para repostar, apurando tanto los depósitos que yo he visto como sacaban sus coches del barco empujándolos hasta la primera gasolinera.
Los supermercados habían hecho acopios de alimentos y agua embotellada. Centenares de vendedores ambulantes mostraban ya sus carricoches con las mercancías. Cruz Roja y protección Civil tenían sus carpas instaladas y con todo su personal en funcionamiento. En fin, todo a punto, esperando únicamente la avalancha.
Y llegaron los primeros días de julio y la avalancha esperada no se producía. Y empezó a cundir un extraño pánico que yo empezaba a comprender y que no quería creer.
-¿Qué pasa? -preguntaba yo haciéndome el ingenuo.
-¡Que no vienen! ¡Que los moros no llegan!
-¡Pues que bien!, que tranquilos nos vamos a quedar este verano.
-¡Qué dices! Esto es una ruina; si no vienen no podemos pasar el invierno. En estos días se hace el negocio de todo el año.
Los nervios estaban a flor de piel. Se consultaba con los puestos fronterizos de los Pirineos, por si estaban pasando, se consultaba con las agencias de venta anticipadas de billetes de barco, incluso yo, por contentar a alguien, llamé personalmente a los puestos fronterizos de Cataluña para informarme de cómo iba el flujo de marroquíes.
Dos o tres días después, empezaron a llegar, primero, tímidamente, luego en oleadas y  cuando los tuvieron a todos allí, colapsando la ciudad, cagando y meando en medio de la calle, lavando a sus hijos en las fuentes públicas e impidiendo la vida normal y la circulación en toda la ciudad, todos aquellos que vaticinaban el caos, volvieron a respirar tranquilos. Todos iban a hacer su particular verano.
Todo era una mentira infame. Estaban deseando que los invadieran, porque como en el poema de Cavafis:

¡Qué iban a hacer sin ellos, si eran la solución!

1 comentario:

  1. Buen articulo la mejor lupa es la que nos muestra esa lectura que el ojo normal no es capaz de leer.

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