Hace poco más de dos años, la
prensa del mundo cristiano se hizo eco de un importante descubrimiento
arqueológico en tierras de Israel. El arqueólogo Eli Shukron, que trabajaba
para la Dirección de Antigüedades de aquel país, proclamaba al mundo el
descubrimiento de la ciudadela que según el relato bíblico, el rey David había
conquistado hacía tres mil años.
Una ciudadela es una pequeña
ciudad, muy fortificada, construida dentro de otra ciudad, siempre aprovechando
una elevación del terrero, un barranco e incluso un río u otro accidente
geográfico que la haga poco accesible la expugnación. Ésta, bastante bien
conservada en sus cimientos, está situada en al sur de un recinto amurallado en
el interior de lo que en aquella fecha era la ciudad de Yerushalayim, la actualmente conocida como Jerusalén.
El
arqueólogo explicaba, al presentar su descubrimiento, que él y su equipo habían
estado trabajando en el yacimiento durante dos décadas, tiempo durante el cual,
junto a los trabajos de campo, se había ido desarrollando un trabajo de estudio
y documentación, de tal manera que estaba en disposición de asegurar que, sin
lugar a dudas, aquella ciudadela era la que el rey David conquistó a los
jebuseos y que en los textos sagrados se conoce como “Ciudadela de Sión”.
No se debe
confundir esta excavación con la Torre de David, que es una antigua ciudadela del
siglo II antes de Cristo y que existe en la actualidad, aunque ha sido muchas
veces destruida y reconstruida.
Foto aérea
de la excavación
Que se ha
excavado una ciudadela es algo evidente, pero identificarla con la referencia
que la Biblia hace de la conquista de David, es harina de otro costal.
Shukron, que
no es muy afamado en el campo de la arqueología, sí que es conocido por su tendencia
a dogmatizar acerca de sus hallazgos y relacionarlos con los relatos bíblicos
sin que ni un ápice de duda pueda ser introducido.
A esta
tendencia, en el mundo de la arqueología se le llama “maximalismo”. Como es
natural a ella se opone la corriente “minimalista”, mucho más científica y para
la que sólo cuentan los hechos contrastables y a este respecto, las narraciones
que se registran en La Biblia sobre el mítico rey David, no pasan de pura
leyenda o fábula.
Para los
creyentes, La Biblia es la palabra de Dios, no en vano quienes la escribieron
recibían directamente la inspiración divina. Claro que esto es mucho creer para
un tomo que se fue confeccionando a lo largo de siglos y al que se le fueron
añadiendo libros, según convenía a la tradición o las costumbres.
Muchas de
las referencias bíblicas han resultado ser verdad y yo mismo escribí un
artículo en el que hacía referencia a estas coincidencias y que se puede
consultar en este enlace: http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com.es/2013/03/los-diez-mandamientos.html.
Pero también
se podrían escribir innumerables artículos con una argumentación totalmente
contraria, pues todo el contexto del libro sagrado, está plagado de leyendas,
fabulaciones e inexactitudes y en referencia al rey David, su existencia
siempre fue motivo de especulación.
David
aparece en La Biblia en unas ochocientas ocasiones y en los Nuevos Evangelios
en unas sesenta. Como cualquiera puede suponer, tantas apariciones,
referencias, incluso la atribuida autoría del Libro de los Salmos, debe tener
una base real, pero lo cierto es que la historiografía no había encontrado
nunca ninguna evidencia de la existencia real de este personaje.
De humilde
pastor de ovejas, pasó a vencedor del gigante Goliath, luego a favorito del rey
Saúl y más tarde, a rey de Israel.
Una historia
truculenta de heroísmo, astucia, amores, pecados y odios, vicisitudes por las
que el personaje va pasando hasta que, por fin, se sienta en el trono de
Israel.
Su historia
es narrada en Los Libros de Samuel I y II, y aparece por primera vez cuando su
padre, Isaí, lo manda buscar, pues está apacentando las ovejas y lo presenta a
Samuel, el cual, por orden de Dios, lo unge. Ya está preparado para ser rey de
Israel, porque a partir de ese momento Jehová lo toma bajo su protección,
apartándose de Saúl que era el rey y que desde ese momento cae en desgracia.
Viene luego
la pedrada a Goliath y ya en el Libro II aparece al lado de Saúl y más tarde
como rey, cuando ya Saúl pierde definitivamente el apoyo divino.
Leer La
Biblia, aunque sea un “versículo al azar”, como decía un amigo mío, es
demoledor. Qué mal contadas están las historias, qué episodios tan increíbles:
el rey de Israel destronado por Dios frente a un pastorcillo, el más joven de
ocho hijos: quién puede creer que Dios, que ya no ha vuelto a hacer acto de
presencia desde tan lejanos tiempos, vaya a estar al lado de Samuel ordenándole
untar de aceite la rubia cabeza del pastorcillo y desde ese momento lo toma
bajo su protección directa; es como para tener una fe ciega en querer creerlo.
De hecho, la
lectura de este libro estuvo mucho tiempo restringida por la propia Iglesia y
luego destinada, exclusivamente, a aquellas personas que fuesen capaces de
interpretarla en su justa dimensión.
¿Por qué
Saúl, el rey, había caído en desgracia ante Jehová?: pues porque su dios le
había mandado ir y matar a todos los “amalecitas”, pueblo enemigo de Israel.
Tras la
batalla de Michmash, Saúl, en un gesto de caridad muy humana, se negó a cumplir
el mandato divino que ordenaba liquidar tanto a hombres como mujeres y niños,
aun de pecho y también a sus animales. ¡Claro, es que los “amalecita” no eran
hijos de Dios!
Según las
referencias que en el Antiguo Testamento se hacen de David, fue un gran rey que
anexionó importantes territorios a sus dominios y fue el claro vencedor de los
filisteos. Reinó por espacio de treinta y tres años y a su muerte le sucedió su
hijo Salomón.
Y todas esas
cosas ocurrían casi a diario hace tres mil años, pero ya no han vuelto a
ocurrir, ya se ha acabado la inspiración y el mandato divinos, ahora hay que
trabajárselo todo de otra manera.
Israel era
un pueblo mísero, formado por las doce tribus que estuvieron cuarenta años
vagando por el desierto para recorrer una distancia como de Cádiz a Córdoba y
que luego se asentaron en un erial, al que llamaron la Tierra Prometida, en la
que manaba leche y miel, aunque en realidad no crecía ni el más mísero yerbajo
y aparte de lagartijas y serpientes, poca fauna más la aderezaba.
¡Menudo
jardín! Es mejor no meterse en él porque nos perderíamos, como las doce tribus.
De todas
estas vicisitudes, ni una sola estela grabada en roca, nada mereció la noble
piedra del mármol para perpetuar las gestas. Israel, que recogió libros y
libros de fábulas, no dedicó ni una sola lápida, ni un vaso conmemorativo, ni
una columna, nada, a conmemorar su verdadera historia.
Pero a mayor
abundamiento es necesario resaltar que los pueblos vecinos de Israel, que
tenían en común la lengua, el arameo, y que además acostumbraban a dejar
escrito casi todo, no hacen ni una sola mención al rey David. Simplemente cómo
si no existiera.
Y por su
lado, los israelitas, aparte de las alusiones bíblicas, tampoco dejaron constancia
de que por el trono de su reino hubiese pasado el pastorcillo David.
No es
cierto, hay una referencia arqueológica que recoge la palabra David y se
encuentra grabada sobre una piedra hallada en las excavaciones del Monte Dan
(Tel Dan), en Galilea y muy cerca de la problemática zona de Los Altos del
Golán.
Esta piedra
se exhibe en el Museo Metropolitano de Nueva York, mide trece por dieciséis
centímetros y tiene grabadas trece líneas que todavía son legibles.
La piedra
de Tel Dan
Dicen los expertos
paleógrafos que la escritura narra los logros de Hazael, rey de Siria, enemigo
de Israel, el cual ha matado a su rey Ahaziahu, de la casa de David.
Según esto,
la Casa de David existió; no fue una invención bíblica y es muy posible que así
sea, pero casa, en el contexto hebreo, hace más referencia a tribu que
normalmente llevaban el nombre de su primer patriarca, lo cual no quiere decir,
ni demuestra de ninguna manera que los relatos bíblicos sobre el rey Davis,
vencedor de Goliath y ungido por Dios, sean verdad.
Claro que a
falta de otros argumentos de más talla, bueno es éste que, al parecer, cita la
existencia de un David. Ya es algo; algo para sostener el armazón que se
desmorona por la falta de pruebas efectivas y determinantes que hoy están confiadas
todas a la arqueología y sus ciencias auxiliares.
Si el
reinado de David se centra alrededor del año mil antes de Cristo, la piedra de
Tel Dan tiene doscientos años menos, es decir, fue tallada cuando ya, de haber
existido el rey David, solo se conservaba de él la memoria.
Y si no está
claro que el rey David, como persona, hubiera existido, ¿de quién era la
ciudadela que Shukron descubrió?
Habrá que
seguir investigando y, sobre todo, desenterrando para que nos enteremos de la
realidad de nuestra Historia.
Magnífico articulo... Y bonita la historia de David.....Quiero creer que sí exitió...Y que vencio a Goliath con una honda y una piedra.... Jjjj
ResponderEliminarCiertamente todo lo referido a la antigüedad requiere cierto grado de fe. Cuestionar la versión oficial puede ser interesante pero dudo que nos conduzca a una verdad diferente, en este caso, maxime cuando la historia del pueblo de Israel es una de las pocas que nos ha llegado hasta nuestros días y que aun continua. Más custionable seria la historia del pueblo griego o incluso la romana, teniendo en cuenta que los escritos que nos han llegado fueron realizados por los interesados e incluso por los protagonistas (Julio Cesar solo es un ejemplo). Lo realmente importante, creo yo, es la fidelidad de todas las copias de los textos sagrados que existe (y son muchas) a diferencia de otros textos clásicos donde no hay tantas y si existen diferencias entre ellas. También hay que tener en cuenta la rigurosidad con que copiaban los textos los judíos, que lo hacían palabra por palabra y que al concluir una pagina contaban una a una las letras para comprobar que estaban todas. Por ultimo, los textos del mar muerto, nos vuelven a sorprender con la fidelidad en la información que nos ha llegado en nuestros días a traves de la biblia. No dudo que la fe juega un papel importante en todo esto pero no solo es necesaria para la biblia o sus personajes, ya que también la necesitamos para el resto de personajes de la antigüedad que supuestamente conocemos. Un abrazo (como ves no hay trapo rojo al que yo no vaya. Lo siento).
ResponderEliminarCreo saber quién eres, pero me gustaría tener la certeza y poder discutir contigo tus comentarios a mis artículos. Si quieres puedes manifestarte directamente a mi correo:
Eliminarvallerojo@ono.com
en las Cartas de Amarna, Urusalimmu...es cierta también la etimología que cita Deira.
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