En realidad ocurrió en dos
noches; dos noches del mes de noviembre pero con treinta y cinco años de por
medio. Les ocurrió a dos personas, dos sabios y quizás, las mentes más
preclaras de su época, cada uno en su área, aunque en muchos casos, sus
actividades se solapaban.
Por dar una mejor explicación,
voy a empezar por la segunda de las noche, la del veintitrés de noviembre de
1654, día de San Clemente, papa y mártir, vigilia de san Crisógeno mártir.
Cerca de las diez y media y hasta las doce y media.
Así, poco más o menos,
iniciaba Blas Pascal un memorial que escribió aquella noche y que cambió
radicalmente el rumbo de su vida y privó al mundo del futuro desarrollo y
expansión de una de las mentes más preclaras de todos los tiempos.
Nació Blas Pascal el
diecinueve de junio de 1623, en la localidad francesa de Clermont-Ferrand, hijo
de un magistrado de alto rango y perteneciente a una familia de buena posición,
tenía solamente dos hermanas; quedó huérfano de madre cuando contaba tres años
de edad. Esta circunstancia hizo que su padre dedicase mucha más atención a sus
hijos y, mirando por su futuro, se trasladó con toda la familia a París, en
donde veía que los niños tendrían más posibilidades que en una ciudad de
provincia, sobre todo el pequeño Blas que ya había dado múltiples muestras de
poseer una inteligencia poco común.
Allí pasaron varios años hasta
que en 1640 su padre fue nombrado jefe de la oficina de recaudación de
impuestos de la región de Normandía, cargo que ejercía con extremado rigor, lo
que le acarreó no pocos enemigos.
Viendo a su padre enfrascado
constantemente en las sumas y restas de las cuentas de las recaudaciones, el
joven Pascal, que entonces contaba dieciocho años, inventó una máquina que en
principio solamente realizaba sumas, pero que con el transcurso de los años fue
perfeccionando y llegó también a hacer sustracciones. La “Pascalina”, llamó a la máquina sumadora y construyó, manualmente,
hasta cincuenta ejemplares, de los que aún se conservan algunos. Es el antecedente
más claro que se conserva de las modernas calculadoras.
Una de las nueve “Pascalinas”
que se conservan en perfecto estado
Muy pronto, el joven Pascal
empezó a destacar en el campo de las matemáticas y la física, disciplinas en
las que demostró ser un verdadero genio,
realizando profundas investigaciones sobre los cálculos de
probabilidades, investigaciones sobre los fluidos, sobre la presión de los
líquidos y el vacío. Pero también destacaba y mucho, en materia de pensamiento,
dedicándose muy de lleno a la filosofía y a la teología.
Con solamente dieciséis años, había
formulado el conocidísimo Teorema de Pascal, que todavía se estudia en la
geometría descriptiva.
Como padecía de constantes
calambres en las piernas, no era muy apto para hacer excursiones, pero tenía
necesidad de efectuar unas comprobaciones sobre la presión atmosférica, por lo
que obligó al marido de su hermana a que subiera a la cumbre del monte
Puy-Dome, para comprobar que la teoría de Torricelli, sobre el peso del aire, era
cierta, observando que el mercurio contenido en una especie de rudimentario
barómetro, iba descendiendo conforme se iba subiendo la montaña hasta comprobar
que en la cima experimentaba una subida menor que en la base de la montaña. Era
evidente, el aire de la atmósfera tenía un peso.
Trabajó intensamente sobre la
teoría de los vasos comunicantes y sobre todo en hidrostática, dentro de la
cual expuso la presunción de que la presión que se ejerce sobre un punto cualquiera
de un liquido encerrado en un recipiente se transmite con la misma intensidad
en todas las direcciones.
Con este principio, inventó la
prensa hidráulica, un sencillo mecanismo que nos sirve tanto para elevar un
coche, como para sostener la torre Eiffel y sin la cual, la revolución
industrial hubiera sido una cosa muy diferente.
Sin otro de sus inventos, la
jeringuilla, el mundo tampoco sería lo que es, aunque posiblemente otro la
habría inventado con posterioridad.
Profundamente religioso, junto
con su familia, entró a formar parte del movimiento confesional conocido como
jansenismo, que se caracterizaba por una estrecha aproximación a San Agustín,
resaltando la predestinación y la imposibilidad del hombre para hacer el bien
sin la intervención divina y que pronto fue proscrito por el papa.
Pascal, según un grabado de
la época
La familia entera vivió la
exaltación religiosa de tal forma que su hermana Jacqueline, profesó en un
convento.
En este ambiente, en el que
por un lado su mente se desarrollaba hacia las ciencias y por el otro hacia la espiritualidad
más profunda, llegó la noche del veintitrés de noviembre de 1654.
Qué fue lo que pasó
exactamente aquella noche, es algo que se desconoce y ni siquiera se hubiese
sabido que algo muy importante tuvo que pasar por la mente del sabio, de no ser
porque, a su muerte, se encontró cosido a su ropa, un papel en el que había
escrito algo.
Ese escrito se conoce como
Memorial de Pascal y empieza como más arriba se dijo por la fecha, los santos
del día y de la víspera y la hora. Sigue con la palabra FUEGO, resaltada; a
continuación sigue: “Dios de Abraham, Dios de Isaac, no de los filósofos y
eruditos…” lo que continúa es una exaltación a Dios, al que se propone ser lo
único en recordar. Todo lo demás queda relegado al olvido. Nombra a Jesucristo
como quien le llama de manera vehemente, renuncia a todo sometiéndose exclusivamente
a Jesucristo y a la fe y termina con: “Jamás olvidaré tus palabras. Amén.”
Luego se comprobó que desde
aquella fecha de 1654, Pascal había dejado de ser el científico que todos esperaban
de él. A partir de ese momento se entrega al ayuno, a la mortificación de su
cuerpo, colocándose un cilicio por cinturón, olvida la física o las matemáticas
y no lee nada más que a San Agustín. Su única obsesión fue la religión, salvar
su alma y para eso, abandonó todo placer mundano y como algunos han dicho de
él, entró en una etapa de misantropía en la que se dejó morir, lo que ocurrió
el diecinueve de agosto de 1662, casi ocho años después del terrible incidente
que trastocó su vida y cuando contaba solamente treinta y nueve años de edad.
En realidad su muerte no
sobrevino por abatimiento ni descuido, padeció un cáncer de estómago que le
produjo metástasis y que acabó con su vida.
Cuando iban a amortajarle, le
quitaron las harapientas ropas que llevaba y fue en ese momento cuando se
descubrió aquel trozo de papel, cosido a su levita, que había cambiado su vida.
También una noche, treinta y
cinco años antes, la vida de otro francés, otro gran matemático y filósofo,
cambió radicalmente.
Es el caso de René Descartes,
sobre el que ya hace bastantes años publiqué un artículo que se puede consultar
en este enlace ( http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com.es/2013/03/la-cabeza-de-descartes.html
).
Es sorprendente el paralelismo
entre las vidas de estos dos insignes matemáticos y pensadores, pues Descarte
también era hijo de un jurista que enviudó cuando el pequeño René tenía apenas
dos años de edad.
Había nacido el treinta y uno
de marzo de 1596, y era, por tanto, veintisiete años mayor que Pascal.
Autor de la famosa frase: “Cógito, ergo sum”, dijo haber tenido un
sueño la noche del 10 de noviembre de 1619, a raíz del cual, se da de baja del
ejército, con el que estaba luchando en los Países Bajos contra los tercios
españoles, vende todas sus propiedades y se dedica a viajar, aprender y madurar
su: “Pienso, luego existo”.
Treinta y cinco años antes, un
sueño, una revelación, una aparición, no se sabe muy bien qué cosa fue,
despertó en Descartes el deseo de la sabiduría; de aprender y transmitir y así
nació su Discurso del Método, que dio el espaldarazo final a su renombre como
matemático, astrónomo y filósofo.
Treinta y cinco años después,
a otra persona, de características muy similares, un sueño, una revelación o no
sabemos qué otra cosa, lo apartó de la ciencia, de la senda del conocimiento y
lo encerró en el férreo cofre de la religiosidad, a cuya servidumbre se dedica
por entero, haciendo dejación de su propia vida y de sus conocimientos.
Y las dos cosas ocurrieron una
noche; noche que, en el primer caso, terminó en una feliz alborada, llena de
luz y color y en el otro, no fue capaz de conjurar las tinieblas y quedó en
noche para siempre.
Es una pena que una mente tan brillante cayera en el jansenismo. Entre otros errores, ellos creían en la predestinación, cosa que por si misma es contraria al propio sentido común, ya que si postulamos que existe un Dios misericordioso y justo, ¿Qué justicia puede haber si desde la concepción y por capricho divino unos son salvos y otros no?. Supongo que aquí se aplica el principio de "no hay tonto que no sea listo ni listo que no sea tonto".
ResponderEliminarBuen articulo. Viene a cuento una frase que dice " En un segundo cambia la vida de una persona". Sino que se lo pregunten a San Pablo, cuando lo derribó el caballo..... Jjjjj
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