Hace ya unos cuantos años, en los carnavales de 1998 concretamente, una chirigota de Cádiz llamada “La familia Peperoni”, cantaba un pasodoble cuya letra se iniciaba: “Me han dicho que el amarillo está maldito pa los artistas, y ese color sin embargo es gloria bendita para los cadistas…” . En poco tiempo, la copla carnavalesca se había convertido en el “himno oficialista” del Cádiz C.F, que como todo el mundo conoce, tiene la camiseta amarilla en su principal equipación.
El origen de la supersticiosa
costumbre de considerar el amarillo como un color de mal fario en el mundo del
arte, es algo bastante conocido y se debe a que Jean-Baptiste Poquelín, el
popular dramaturgo y comediante francés, más conocido por Moliere, vestía una
camisola larga o una túnica de color amarillo cuando representaba la obra El
enfermo imaginario, en el transcurso de la cual tuvo un vómito de sangre,
consecuencia de la avanzada tuberculosis que padecía y murió al día siguiente.
En un mundillo tan sujeto a
las supersticiones, aquel desagradable incidente fue de inmediato considerado
como un síntoma de muy mal augurio, a raíz del cual, el color amarillo empezó a
considerarse presagio de calamidades, salvo para la afición cadista.
En España, Italia, Alemania y
muchos otros países, el amarillo está reñido con el arte y se excusa su uso en
cualquier obra que se precie. Sin embargo, en la propia Francia, lugar en el
que ocurrió la trágica muerte del dramaturgo, no es el amarillo el color
maldito, sino que lo es el verde, pues retirado Moliere de la escena, cambiaron
su blusón amarillo, manchado de sangre, por otro de color verde, con el que le
amortajaron, convirtiéndose este color en el proscrito para el arte.
Supersticiones que jalonan una
profesión tan antigua como la que más y que a lo largo del tiempo ha ido
forjando frases y “tics” muy propios de los comediantes.
A Moliere se le ha considerado
el padre de la escena francesa, un dramaturgo de larguísima carrera que empezó
como actor para luego escribir una buena cantidad de obras de teatro, con las
que se ganó fama mundial.
Pero ya en 1919, el poeta y
escritor belga nacionalizado francés Pierre Louÿs, publicó en la revista
literaria francesa llamada “Comedia” un artículo que llevaba por título:
“Molier es una obra maestra de Corneille” y en el que revelaba que había
descubierto un fraude entorno a la obra de Moliere. Según este autor, la mayor
parte de las obras del insigne dramaturgo, sobre todo las de su última época,
no las había escrito él, sino alguien a su encargo.
Según la investigación que
Louÿs había efectuado, el verdadero autor de esas obras era el no menos famoso
y magnífico escritor Pierre Corneille.
Como es natural, en casi toda
argumentación que vaya contra los criterios ortodoxos largamente mantenidos en
la sociedad, aquella teoría tuvo grandes detractores, pero también dio qué
pensar a muchos otros investigadores, estudiosos, literatos e incluso abogados
que desde 1950 retomaron aquel tema, ya casi olvidado y escribieron sobre la
impostura que supone utilizar un “negro” para que escriba las obras que luego
firma otro.
La impostura es una figura que
se da casi con exclusividad en los escritores y en los músicos. Aquellos
artistas que crean en la soledad porque otras ramas del arte exhiben sus
progresos de manera que nadie puede dudar de la autoría.
Algunos grandes escritores han
sido objeto de duda sobre la autoría de sus obras. Yo mismo escribí, hace años,
un artículo sobre las dudas que se tienen acerca la autoría del Quijote (puede
consultar el artículo en este enlace: ( http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com.es/2013/03/el-quijote-de-cervantes.html
), y de la misma forma se duda de la autoría de las obras de Shakespeare.
Establecer estos elementos de
duda razonable obedece a dos tipos de criterios: uno es práctico y el otro es
especulativo. Este último tiene la propia duda en su fondo, pero el práctico
obedece a criterios exclusivos de notoriedad, crear la polémica, aprovechar la
popularidad y no aclarar nada.
Desgraciadamente hay muchos de
estos últimos que ven el filón en la discrepancia y lo siguen.
Retrato de Moliere
Así, con uno y otro criterio,
estuvieron las cosas sobre Moliere y su supuesto fraude, hasta el último
trabajo presentado en sociedad. Esta última obra fue escrita en 2001 por Dominique
Labbé, profesor e investigador de la universidad de Grenoble.
La singularidad de este
trabajo consiste en que su autor maneja diversos procedimientos, entre ellos
uno con base informática que utiliza unas reglas ya definidas y debidamente
ordenadas que van permitiendo realizar una operación mediante pasos sucesivos
que no generen ninguna duda. Esto es lo que se conoce como “algoritmo” y es
actualmente un sistema que ofrece pocos fallos, por lo que es mundialmente
utilizado en las más diversas disciplinas.
Junto con los argumentos históricos que ya
desde 1919 se venían esgrimiendo, Labbé dice haber demostrado por medio de la
comparación de textos de ambos escritores que de la suma de las diferentes
frecuencias con que se utilizan los vocablos, se pueden sacar conclusiones que
serían: si todas las palabras de los dos textos se repiten con la misma
frecuencia, o si los textos no tienen ninguna palabra en común.
Estas diferencias permiten
medir las similitudes o diferencias entre ambos. Con infinidad de fragmentos de
textos de más de cinco mil palabras cada uno, Labbé ha llegado a la conclusión
de que las primeras obras que escribiera Moliere no guardan correlación alguna
con la últimas publicaciones y sí que estas últimas guardan una sospechosa
similitud con toda la producción literaria de Pierre Corneille, por otro lado,
autor de obras tan importantes como El Cid, en la que se basó la famosa
película de Charlton Heston y Sofía Loren.
Parece ser que en 1658,
Moliere, a quien no había sonreído la fortuna en sus últimas obras teatrales,
llegó a un acuerdo secreto con Corneille, a la sazón dramaturgo de éxito, para
que éste le escribiera comedias que luego firmaría el otro que, amparándose en
la fama que ya poseía, a nadie extrañaría su producción literaria.
Es desde esa ápoca que la obra
de Moliere experimenta un cambio sensible y positivo y es cuando empiezan a
aparecer sus obras de mayor fama y prestigio: El médico a palos, El avaro, El
misántropo, El enfermo imaginario, El tartufo, Don Juan y algunas más, cuya
calidad, en todos los órdenes, nada tienen que ver con las primeras obras de
Moliere: El médico volador, El doctor enamorado, Las preciosas ridículas, etc.,
ninguna de las cuales llegó nunca a alcanzar la popularidad y el reconocimiento
de las posteriores; es más, están mal consideradas y de no ser por la “facies”
representativa de su autor, Moliere tendría que haberse dedicado a otras cosas,
lo que no le hubiera resultado difícil, pues su padre había sido un adinerado
comerciante que ejercía el oficio de tapicero real.
Argumentar en contra de esta
última teoría es muy sencillo, baste con decir que todo en la vida tiene su
aprendizaje y que el caso de Moliere, tan completamente sumido en el mundo del
escenario, no iba a ser diferente y así, con el transcurso de los años y la acumulación
de representaciones, su estilo, sus conocimientos y su arte, se fueron
desarrollando, dando lugar a un nuevo Moliere, más incisivo, más realista, más
dramaturgo que actor, que revolucionó la comedia francesa.
Contra esa postura, por demás
lógica, los algoritmos de Lebbé dicen que de ninguna manera una persona puede
variar su forma de escribir hasta el extremo de que ni un programa informático
lo reconozca.
Pero hay más. En 2004, Denis
Boissiere publicó un libro titulado L’affaire Moliere en el que se decanta
totalmente a favor del fraude tejido entre los dos escritores franceses. En el
libro aporta numerosas pruebas, claro que ninguna directa ni concluyente, son
todas circunstanciales, pero sumadas, alcanzan unas proporciones que cuando
menos, no deja indiferente a nadie.
Dice Boissiere que nunca se ha
encontrado un manuscrito de las obras de Moliere, ni hay cartas que estén
firmadas por él.
Se quiere ver en esa
circunstancia tan extraña como si el autor no quisiera dejar rastro que
diferenciara su escritura de la que presentaba el manuscrito que entregaba a la
imprenta para su publicación, aunque llevaba su firma, eso sí.
Dice también el crítico que a
lo largo de toda la vida, nadie vio a Moliere escribiendo ninguna de sus obras,
aunque eso sí, las dirigía y las representaba.
Luego, otra circunstancia
sumamente curiosa: Corneille fue un escritor muy prolífico y hasta 1658 había
escrito y publicado numerosas obras de teatro, pero después de la publicación y
estreno de su drama Nicomedes, que precisamente estrenó Moliere, Corneille
estuvo ocho años sin publicar nada.
Apunta también el crítico que
hasta 1658 Moliere había firmado siempre y se había hecho llamar por su
verdadero nombre y es justamente a partir de ese momento cuando empieza a
utilizar el pseudónimo de Moliere, tras pasar varios meses en la localidad de
Ruan, donde vivía Corneille.
Por último, aporta el crítico
una cuestión puramente subjetiva, pero quizás por eso, con mucho trasfondo y es
que, a pesar del “navajeo” constante que entre los literatos existía, Corneille
no criticó jamás ninguna obra de Moliere, dato sumamente curioso por lo
infrecuente.
Que cada uno piense lo que
quiera.
Muy buen artículo y que me ha aclarado el mal fario del amarillo en el mundo teatral. Gracias amigo José María
ResponderEliminarEfectivamente.......El Amarillo es Gafe y alguna historial real puedo contarte....Un abrazo Jose María!!
Eliminarel amarillo en latín deviene de amarus, amargo...
ResponderEliminarya está totalmente gafado. El verde, viridis, tiene amarillo en su composición. Gran Artículo
el amarillo en latín deviene de amarus, amargo...
ResponderEliminarya está totalmente gafado. El verde, viridis, tiene amarillo en su composición. Gran Artículo