viernes, 30 de septiembre de 2016

LOS VIAJEROS EGIPCIOS




El faraón egipcio Ptolomeo III, llamado el Benefactor, se casó con una princesa siria llamada Berenice, natural de Cirene, en la actual Libia. Esa fue quizás la causa de que oyera hablar de un sabio griego nacido en aquella misma ciudad y llamado Eratóstenes, al que llamaban de segundo nombre “Pentathlos”, título que se concedía a los que ganaban en las cinco pruebas de que constaban los juegos de la ciudad de Olimpia.
Hace pensar esta circunstancia que además de matemático, astrónomo y geógrafo, Eratóstenes fue en su juventud un gran atleta.
Era el año doscientos treinta y seis antes de nuestra era, cuando Ptolomeo III lo mando llamar; pero no lo quería para practicar deportes, ni para entrenar a los jóvenes egipcios, lo quería para que organizase la más grande y fabulosa biblioteca de la antigüedad, la Biblioteca de Alejandría, ubicada en un bellísimo edificio considerado una de las siete maravillas del mundo que lamentablemente desapareció, con muy buena parte de su contenido, en un incendio provocado por la tropas de Julio César en el año 48 a.C.  No se sabe con demasiada certeza quien mandó construir tan magnífica biblioteca, aunque se piensa que había sido su abuelo, Ptolomeo I.
Eratóstenes y un grupo de alumnos suyos, se hicieron cargo del casi millón de rollos con que contaba la biblioteca y organizó, estudió, distribuyó y sobre todo, leyó, todas las maravillas escritas que allí se almacenaban, mientras estuvo en el cargo hasta su muerte, en 194 a.C.
El sabio griego, considerado ya en la antigüedad como el “Segundo Platón” destacaba sobre todo en astronomía y antes de su llamada por el faraón, había construido una esfera celeste para estudiar los movimientos del Sol y los planetas que se estuvo utilizando hasta bien entrado el siglo XVII, lo que da idea de lo avanzado de los conocimientos del griego.
Una vez en Egipto, tuvo referencias, por un papiro encontrado en la biblioteca, de que en la localidad de Siena, actualmente Asuán, donde está la gran presa del Nilo, el día del solsticio de verano los objetos verticales no proyectaban sombra y los rayos del sol se colaban hasta el fondo de los pozos más profundos.
Estudió y comparó la situación geográfica de Alejandría y Siena, concluyendo que ambas estaban en el mismo meridiano, situada la primera más al norte.
Llegado el solsticio, midió las sombras de ambas ciudades encontrando que en Siena, la sombra era totalmente perpendicular, pero en Alejandría tenía una levísima inclinación. Por algún procedimiento matemático que yo no alcanzo a explicarme, determinó el punto en que esas dos líneas se unirían, determinando el radio terrestre y más tarde la circunferencia que cifró en doscientos cincuenta y dos mil estadios.
Considerando que la longitud de la medida conocida como estadio no era universal, pero aplicando la que se utilizaba en aquella época en Alejandría, que era de 184.8 metros, el cálculo de Eratóstenes se desviaba solamente en unos seis mil kilómetros respecto de las mediciones más modernas, efectuadas por satélites, que cifra la circunferencia terrestre en 40.075 kilómetros. El error no estuvo en los cálculos matemáticos, sino en la premisa sentada de que ambas ciudades estaban en el mismo meridiano, cuando en realidad había tres grados de diferencia entre una y otra.
Todo eso en el seno de una civilización que aún no tenía muy claro que la tierra fuese redonda.
Pero los conocimientos del sabio llegaron mucho más allá. Hasta el siglo XVIII, la navegación de altura no sabía situarse cuando se encontraba en alta mar y sin ninguna costa a la vista. Para los avezados marinos era relativamente fácil situarse en relación a los polos de la Tierra y el ecuador, pero resultaba imposible situarse en el huso horario que fijaban los meridianos.
No fue hasta que se introdujo el cronómetro, como elemento auxiliar de la navegación, que los marinos pudieron saber en qué punto exacto, o casi exacto, se encontraban (se puede consultar mi artículo sobre la Longitud en este enlace: http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com.es/2013/03/la-parrilla-el-saltamontes-y-el-h-1.html ).
Eratóstenes debía de manejar conocimientos muy profundos sobre astronomía, entre ellos uno que le había hecho fabricar un aparato que, enfocando la Luna y diversas estrellas conseguía situarse dentro de la inmensidad de las aguas oceánicas.
Este instrumento, auxiliar de la navegación, es referido en algunos escritos de la antigüedad con el extraño nombre de “Tanawa”, aunque, desgraciadamente no conocemos muy bien cómo era y cómo se utilizaba.
Muy posteriormente, en la Edad Media, se usaba un instrumento llamado “Torquetum”, basado en las mediciones del “Tanawa”, pero que no debía ofrecer demasiada precisión pues su uso fue abandonado.

Fotografía del Torquetum

El faraón, influenciado por Eratóstenes, organizó una expedición naval compuesta por seis embarcaciones modernas y muy bien equipadas que iban mandada por un capitán al que se conoce con el nombre de “Rata”, pero en realidad, todos iban a las órdenes de un navegante al que se conoce por el nombre de “Maui”, indudablemente discípulo del sabio griego.
Partiendo de la base de la redondez de la Tierra, aquella expedición se proponía rodearla, eligiendo el camino de oriente, porque las rutas a través del Mediterráneo eran muy peligrosas por la presencia de fenicios, sus mortales enemigos y piratas libios y tunecinos.
Así pues, salieron del Mar Rojo y aprovechando los vientos monzones, llegaron hasta la India con facilidad, pues es ruta ya la conocían, entrando seguidamente en el océano Pacífico.
Se cree que la expedición llegó hasta las costas occidentales de América, concretamente a la altura del actual Chile y muy posiblemente tocaron en la isla de Pascua.
Algunos estudiosos egiptólogos estiman que bordearon el Cabo de Hornos y llegaron a Brasil, donde existe una isla que lleva por nombre Rata.
Esta última hipótesis es muy poco consistente, pero que llegaran a Chile es más que creíble.
Previamente debieron desembarcar para abastecimiento y aguada en Nueva Guinea, donde se pensó que habían rendido viaje y en donde el epigrafista Barry Fell, toda una autoridad mundial en  la ciencia de descifrar las inscripciones, tradujo una inscripción hallada en una roca en las llamadas Cuevas de los Navegantes, en la costa de Irian Jaya, en Sosora, en una bahía llamada MClure.
La inscripción dice: “La Tierra está inclinada. Por lo tanto los signos de la mitad eclíptica tienden al sur, la otra mitad crece en el horizonte. Este es el cálculo de Maui.”
A continuación había un dibujo que se interpretó que se trataba del “tanawa” y que sirvió para que se hiciera una copia en madera.
Junto a estas grabaciones había otra inscripción, también en escritura jeroglífica, en la que se habla de una expedición de seis barcos que manda el capitán Rata.
Ante estas evidencias, se hace obligatorio pensar que aquella expedición de Ptolomeo III llegó, al menos, hasta Nueva Guinea, pero muchos investigadores apostaban porque la aventura no acabó allí y que después de pasar por la isla de Pascua, arribaron a las costas de Chile, remontaron el río Rapel y su afluente, el Tinguiririca y dejaron otra grabación en una roca, esta vez descubierta por el naturalista alemán Karl Stolp en 1885. La inscripción se hallaba en una caverna a bastantes kilómetros de la costa y casi en la cordillera de los Andes. Nuevamente fue traducida por Barry Fell que aseguró que la inscripción pertenecía a la misma expedición que dejó constancia en Nueva Guinea.
En esta ocasión decía: “Límite sur de la costa alcanzada por Maui. Esta región es límite de la tierra montañosa que el capitán reclama mediante proclamación escrita  en esta tierra triunfante. A este límite sur llegó la flotilla de barcos. El navegante reclama esta tierra para el rey de Egipto, para su reina y para su noble hijo, comprendiendo un curso de 4000 millas escarpado, poderoso, montañoso levantado en lo alto. Día 5 del año 16 del rey”.
A la luz de estos dos descubrimientos, una buena parte de los investigadores históricos de prestigio mundial, han empezado a creer que, efectivamente, los egipcios llegaron, al menos, hasta la costa americana del Pacífico, sin que se tenga constancia de que aquella expedición regresara a Egipto para poner a los pies del faraón su descubrimiento.
Estudiando las corrientes marinas y los vientos imperantes, parece posible que para un navegante avezado y conocedor de su situación en el mar, la expedición se podría haber realizado con el éxito que asegura la inscripción de Tinguiririca.
Si la expedición no volvió, es de suponer que permaneciera en tierras americanas, siendo más que posible que otros navegantes egipcios tratasen de ir en búsqueda de aquellos compañeros, sobre todo porque Eratóstenes, el verdadero genio e impulsor de expedición, querría comprobar que sus instrumentos y sus tablas astronómicas eran correctas.
Eso podría explicar las numerosas similitudes que presentan las culturas encontrada en las Américas con las de Egipto, no solamente en la construcción de pirámides, sino en rasgos fisonómicos, caracteres gráficos, símbolos jeroglíficos, etc.

Esto no es obligatorio creerlo, pero que los egipcios llegaron a las costas occidentales americanas, es un hecho incuestionable.

2 comentarios:

  1. Buenos dias Jose María,
    Mi nombre es Mikel y hago un podcast sobre relatos de viajes. He visto su interesante artículo que habla sobre los viajeros egipcios y me gustaría incluirlo en el podcast. No he visto un mail de contacto por lo que si no le importa le paso el mio. mikeldelamisa@hotmail.com. Si tiene algún inconveniente en que se publique su articulo le ruego que me lo haga saber. Para que vea lo que hago, le paso el enlace del podcast. Un saludo y gracias por su atención. Este es el enlace del podcast: https://www.ivoox.com/podcast-cuento-contigo_sq_f1804073_1.html

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