El faraón
egipcio Ptolomeo III, llamado el Benefactor, se casó con una princesa siria
llamada Berenice, natural de Cirene, en la actual Libia. Esa fue quizás la causa
de que oyera hablar de un sabio griego nacido en aquella misma ciudad y llamado
Eratóstenes, al que llamaban de segundo nombre “Pentathlos”, título que se
concedía a los que ganaban en las cinco pruebas de que constaban los juegos de
la ciudad de Olimpia.
Hace pensar
esta circunstancia que además de matemático, astrónomo y geógrafo, Eratóstenes
fue en su juventud un gran atleta.
Era el año
doscientos treinta y seis antes de nuestra era, cuando Ptolomeo III lo mando
llamar; pero no lo quería para practicar deportes, ni para entrenar a los
jóvenes egipcios, lo quería para que organizase la más grande y fabulosa
biblioteca de la antigüedad, la Biblioteca de Alejandría, ubicada en un
bellísimo edificio considerado una de las siete maravillas del mundo que
lamentablemente desapareció, con muy buena parte de su contenido, en un
incendio provocado por la tropas de Julio César en el año 48 a.C. No se sabe con demasiada certeza quien mandó
construir tan magnífica biblioteca, aunque se piensa que había sido su abuelo,
Ptolomeo I.
Eratóstenes
y un grupo de alumnos suyos, se hicieron cargo del casi millón de rollos con
que contaba la biblioteca y organizó, estudió, distribuyó y sobre todo, leyó,
todas las maravillas escritas que allí se almacenaban, mientras estuvo en el
cargo hasta su muerte, en 194 a.C.
El sabio
griego, considerado ya en la antigüedad como el “Segundo Platón” destacaba
sobre todo en astronomía y antes de su llamada por el faraón, había construido una
esfera celeste para estudiar los movimientos del Sol y los planetas que se
estuvo utilizando hasta bien entrado el siglo XVII, lo que da idea de lo
avanzado de los conocimientos del griego.
Una vez en
Egipto, tuvo referencias, por un papiro encontrado en la biblioteca, de que en
la localidad de Siena, actualmente Asuán, donde está la gran presa del Nilo, el
día del solsticio de verano los objetos verticales no proyectaban sombra y los
rayos del sol se colaban hasta el fondo de los pozos más profundos.
Estudió y
comparó la situación geográfica de Alejandría y Siena, concluyendo que ambas
estaban en el mismo meridiano, situada la primera más al norte.
Llegado el
solsticio, midió las sombras de ambas ciudades encontrando que en Siena, la
sombra era totalmente perpendicular, pero en Alejandría tenía una levísima
inclinación. Por algún procedimiento matemático que yo no alcanzo a explicarme,
determinó el punto en que esas dos líneas se unirían, determinando el radio
terrestre y más tarde la circunferencia que cifró en doscientos cincuenta y dos
mil estadios.
Considerando
que la longitud de la medida conocida como estadio no era universal, pero
aplicando la que se utilizaba en aquella época en Alejandría, que era de 184.8
metros, el cálculo de Eratóstenes se desviaba solamente en unos seis mil
kilómetros respecto de las mediciones más modernas, efectuadas por satélites,
que cifra la circunferencia terrestre en 40.075 kilómetros. El error no estuvo
en los cálculos matemáticos, sino en la premisa sentada de que ambas ciudades
estaban en el mismo meridiano, cuando en realidad había tres grados de
diferencia entre una y otra.
Todo eso en
el seno de una civilización que aún no tenía muy claro que la tierra fuese
redonda.
Pero los conocimientos
del sabio llegaron mucho más allá. Hasta el siglo XVIII, la navegación de
altura no sabía situarse cuando se encontraba en alta mar y sin ninguna costa a
la vista. Para los avezados marinos era relativamente fácil situarse en
relación a los polos de la Tierra y el ecuador, pero resultaba imposible
situarse en el huso horario que fijaban los meridianos.
No fue hasta
que se introdujo el cronómetro, como elemento auxiliar de la navegación, que
los marinos pudieron saber en qué punto exacto, o casi exacto, se encontraban
(se puede consultar mi artículo sobre la Longitud en este enlace: http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com.es/2013/03/la-parrilla-el-saltamontes-y-el-h-1.html
).
Eratóstenes
debía de manejar conocimientos muy profundos sobre astronomía, entre ellos uno
que le había hecho fabricar un aparato que, enfocando la Luna y diversas
estrellas conseguía situarse dentro de la inmensidad de las aguas oceánicas.
Este
instrumento, auxiliar de la navegación, es referido en algunos escritos de la
antigüedad con el extraño nombre de “Tanawa”,
aunque, desgraciadamente no conocemos muy bien cómo era y cómo se utilizaba.
Muy
posteriormente, en la Edad Media, se usaba un instrumento llamado “Torquetum”, basado en las mediciones
del “Tanawa”, pero que no debía
ofrecer demasiada precisión pues su uso fue abandonado.
Fotografía
del Torquetum
El faraón,
influenciado por Eratóstenes, organizó una expedición naval compuesta por seis
embarcaciones modernas y muy bien equipadas que iban mandada por un capitán al
que se conoce con el nombre de “Rata”, pero en realidad, todos iban a las
órdenes de un navegante al que se conoce por el nombre de “Maui”,
indudablemente discípulo del sabio griego.
Partiendo de
la base de la redondez de la Tierra, aquella expedición se proponía rodearla,
eligiendo el camino de oriente, porque las rutas a través del Mediterráneo eran
muy peligrosas por la presencia de fenicios, sus mortales enemigos y piratas
libios y tunecinos.
Así pues,
salieron del Mar Rojo y aprovechando los vientos monzones, llegaron hasta la
India con facilidad, pues es ruta ya la conocían, entrando seguidamente en el
océano Pacífico.
Se cree que
la expedición llegó hasta las costas occidentales de América, concretamente a
la altura del actual Chile y muy posiblemente tocaron en la isla de Pascua.
Algunos estudiosos
egiptólogos estiman que bordearon el Cabo de Hornos y llegaron a Brasil, donde
existe una isla que lleva por nombre Rata.
Esta última hipótesis
es muy poco consistente, pero que llegaran a Chile es más que creíble.
Previamente
debieron desembarcar para abastecimiento y aguada en Nueva Guinea, donde se
pensó que habían rendido viaje y en donde el epigrafista Barry Fell, toda una
autoridad mundial en la ciencia de
descifrar las inscripciones, tradujo una inscripción hallada en una roca en las
llamadas Cuevas de los Navegantes, en la costa de Irian Jaya, en Sosora, en una
bahía llamada MClure.
La
inscripción dice: “La Tierra está
inclinada. Por lo tanto los signos de la mitad eclíptica tienden al sur, la
otra mitad crece en el horizonte. Este es el cálculo de Maui.”
A
continuación había un dibujo que se interpretó que se trataba del “tanawa” y
que sirvió para que se hiciera una copia en madera.
Junto a
estas grabaciones había otra inscripción, también en escritura jeroglífica, en
la que se habla de una expedición de seis barcos que manda el capitán Rata.
Ante estas
evidencias, se hace obligatorio pensar que aquella expedición de Ptolomeo III
llegó, al menos, hasta Nueva Guinea, pero muchos investigadores apostaban
porque la aventura no acabó allí y que después de pasar por la isla de Pascua,
arribaron a las costas de Chile, remontaron el río Rapel y su afluente, el
Tinguiririca y dejaron otra grabación en una roca, esta vez descubierta por el
naturalista alemán Karl Stolp en 1885. La inscripción se hallaba en una caverna
a bastantes kilómetros de la costa y casi en la cordillera de los Andes.
Nuevamente fue traducida por Barry Fell que aseguró que la inscripción
pertenecía a la misma expedición que dejó constancia en Nueva Guinea.
En esta
ocasión decía: “Límite sur de la costa
alcanzada por Maui. Esta región es límite de la tierra montañosa que el capitán
reclama mediante proclamación escrita en
esta tierra triunfante. A este límite sur llegó la flotilla de barcos. El
navegante reclama esta tierra para el rey de Egipto, para su reina y para su
noble hijo, comprendiendo un curso de 4000 millas escarpado, poderoso,
montañoso levantado en lo alto. Día 5 del año 16 del rey”.
A la luz de
estos dos descubrimientos, una buena parte de los investigadores históricos de
prestigio mundial, han empezado a creer que, efectivamente, los egipcios
llegaron, al menos, hasta la costa americana del Pacífico, sin que se tenga
constancia de que aquella expedición regresara a Egipto para poner a los pies
del faraón su descubrimiento.
Estudiando
las corrientes marinas y los vientos imperantes, parece posible que para un
navegante avezado y conocedor de su situación en el mar, la expedición se
podría haber realizado con el éxito que asegura la inscripción de Tinguiririca.
Si la expedición
no volvió, es de suponer que permaneciera en tierras americanas, siendo más que
posible que otros navegantes egipcios tratasen de ir en búsqueda de aquellos
compañeros, sobre todo porque Eratóstenes, el verdadero genio e impulsor de
expedición, querría comprobar que sus instrumentos y sus tablas astronómicas
eran correctas.
Eso podría
explicar las numerosas similitudes que presentan las culturas encontrada en las
Américas con las de Egipto, no solamente en la construcción de pirámides, sino
en rasgos fisonómicos, caracteres gráficos, símbolos jeroglíficos, etc.
Esto no es
obligatorio creerlo, pero que los egipcios llegaron a las costas occidentales
americanas, es un hecho incuestionable.
Interesante el articulo!!!
ResponderEliminarBuenos dias Jose María,
ResponderEliminarMi nombre es Mikel y hago un podcast sobre relatos de viajes. He visto su interesante artículo que habla sobre los viajeros egipcios y me gustaría incluirlo en el podcast. No he visto un mail de contacto por lo que si no le importa le paso el mio. mikeldelamisa@hotmail.com. Si tiene algún inconveniente en que se publique su articulo le ruego que me lo haga saber. Para que vea lo que hago, le paso el enlace del podcast. Un saludo y gracias por su atención. Este es el enlace del podcast: https://www.ivoox.com/podcast-cuento-contigo_sq_f1804073_1.html