Desde que
Teseo, ayudado por la princesa Ariadna, venció al Minotauro y consiguió salir
del Laberinto de Creta, la humanidad, en todos los lugares del mundo ha
construido laberintos en los que perderse.
En
jardinería, en construcciones, en decoraciones y hasta en pavimentos, se han
diseñado laberintos con el fin doble de experimentar el placer, o el terror de
perderse en su interior y el terror o placer de encontrar la salida. Sí, porque
las dos situaciones pueden proporcionar sensaciones tan opuestas.
Pero no se
trata de analizar la sugestión que produce un laberinto, las más de las veces festiva y que los hemos visto formar parte de las atracciones de ferias,
construidos con cristales y espejos, para la exclusiva diversión de sus
visitantes, sino de hablar de uno de los laberintos más conocidos y enigmáticos
del mundo.
Se trata del
mosaico construido sobre el suelo de la nave central, a escasos metros de la
puerta principal, de la catedral de Chartres, en Francia.
En 1194, la
catedral de Chartres, una ciudad francesa situada a unos setenta kilómetros al
suroeste de París, ardió en un tremendo incendio provocado por un rayo que solo
dejó en pie parte de sus torres y la cripta, en la que se guardaba una reliquia
conocida como “La Sancta Camisia”, un
supuesto trozo del vestido que llevaba la Virgen María al da a luz a su hijo,
Jesús, que ya hay que tener imaginación, aunque todo tiene una explicación como
se verá más adelante.
Aunque al
principio aquel desastre natural se interpretó como castigo divino, el que
solamente quedara en pie aquella cripta y que la “Camisia” estuviera intacta, fue tornando los conceptos y lo que
fue castigo divino, ahora era un milagro.
La Divina
Señora había preservado su vestimenta que con tanta fe se veneraba en aquella
catedral. De inmediato, el obispado, varios colectivos y gremios ciudadanos y
hasta el rey, propugnaron la construcción de un nuevo templo, que se alzó en el
mismo lugar y en un tiempo record, para aquella época, incluso para ésta, si lo
comparemos con el de la Sagrada Familia de Barcelona.
En 1220, el
cuerpo principal estaba construido, aunque hubieron de pasar cuarenta años más
hasta que, completamente terminada, fuese inaugurada y consagrada, ante la
presencia del rey Luís IX, que ha pasado a la historia como San Luís.
La catedral
de Nuestra Señora de Chartres ha sido recientemente declarada Patrimonio de la
Humanidad y a lo largo de la historia ha servido de modelo a muchas otras
catedrales europeas, principalmente francesas.
Pero no es
eso lo más importante, sino el cúmulo de conocimientos ancestrales que su
construcción encierra.
No ya
quienes construyeron la nueva catedral, sino también los que construyeron la
anterior, habían elegido un lugar en el que existió un monumento megalítico anterior
a la invasión de los celtas, que ya consideraron aquel lugar como de culto.
La razón de
haber escogido aquel lugar, y no otro, para crear un monumento megalítico, es
algo que se desconoce, pero las civilizaciones megalíticas tenían muy claro
dónde era el lugar adecuado para su construcción, apreciando de manera
extrasensorial la presencia de fuerzas de la naturaleza que en él convergían.
Desde el año 360, en aquel mismo lugar se habían ido levantando diferentes
templos dedicados todos al culto a la Santísima Virgen, sustituyendo a los
cultos paganos celtas en los que se invocaba a la “Virgo Paritura”, la Virgen que Concebirá.
Por eso nada
tiene que extrañar que la camisa que llevaba en el momento del parto la “Virgen
que Concibió”, fuera a terminar como reliquia santa en aquella catedral.
Desde tiempos
muy antiguos zahoríes, considerablemente experimentados, coincidieron en
asegurar que detectaban la existencia de al menos catorce corrientes de agua que
se cruzaban a distintas alturas bajo el suelo y algunas personas han sido
capaces de percibir cierta sensación de corriente eléctrica que no pueden
explicar. No son, evidentemente, métodos muy científicos, pero era toda la
tecnología que hasta hace poco se tenía al uso y que modernamente, con el
nombre de radiestesia, se ha empleado con éxito para encontrar agua subterránea
en terrenos muy castigados por las sequías.
Vista aérea
de la catedral de Chartres
La nueva
catedral, tal como se aprecia en la foto, presenta unas proporciones perfectas.
Basadas en lo que se conoce como “proporción áurea”, guarda una total simetría
en toda su construcción, menos en las dos torres, que son diferentes en diseño
y altura. Están dedicadas al Sol y la Luna y esa es la razón de su asimetría.
Recientemente
se descubrió que la altura de la torre del Sol es exactamente igual a la
longitud del cuerpo de la catedral, 365 pies, los días del año solar.
La dedicada
a la luna es, sin embargo, 28 pies más corta, los días del ciclo lunar.
Sus
vidrieras, compuestas por ciento setenta y seis ventanas, tienen todavía los
cristales originales y como ya era clásico desde la más remota antigüedad,
producen unos efectos especiales en los solsticios y equinoccios.
Pero lo más
sorprendente de toda esta maravilla arquitectónica es, sin duda alguna, su
laberinto.
Al estar
situado en la nave central, suele estar cubierto por sillas y bancadas, por lo
que no resulta fácil de ver y mucho menos de recorrer. Pero desde hace ya
muchos años el 21 de junio, día de San Luís, rey que la inauguró, se retiraban
las sillas y el laberinto quedaba totalmente descubierto.
Ya más
recientemente, desde Semana Santa hasta septiembre, todos los viernes queda
expedito.
El laberinto
está construido con un mosaico en el que se expresa una figura geométrica que
ocupa todo el ancho de la nave central y que se cree que fue construido cuando
ya el grueso de la obra catedralicia estaba concluido, por temor a que algún
accidente de desplome de obra o de andamiajes pudiera deteriorarlo.
El célebre
laberinto
En la parte
baja de la fotografía se aprecia la entrada al laberinto. Es la única e inicia
un camino que recorre todas las volutas, dibujadas con una precisión matemática
que asombra cuando ya ha pasado casi un milenio de su construcción.
Se cree que
este laberinto, como toda la catedral, sustituía a otro que existiera en la
catedral vieja, pero esa hipótesis no ha podido ser demostrada.
En el centro
hay una placa de cobre que se cree representaba una escena de la lucha entre
Teseo y el Minotauro, pero, completamente desgastada, solo conserva restos de
los remaches que sostuvieron dicha escena.
Sin haber
constancia documental, se pensaba que allí, en el centro del laberinto había
enterrado algún personaje muy importante, pero a mediados del siglo XIX se
realizó una excavación de cinco metros de profundidad que no reveló ningún
enterramiento, ni otro vestigio alguno de que allí se hubiese ocultado algo. El
suelo fue repuesto tras la excavación.
Nunca ha
tenido este dédalo un nombre propio, como ha ocurrido con otros laberintos,
pero a finales del siglo XVIII, empieza a aparecer en algunos escritos con el
nombre de “Camino de Jerusalén”.
La
curiosidad de este nombre obedece a que el laberinto de Chartres, como otros
muchos laberintos, se acostumbraba a recorrer de rodillas por parte de los
peregrinos que hasta él se desplazaban, los cuales buscaban supuestamente la
luz que irradiaba de su centro. No era fácil recorrerlo sin equivocarse, por lo
que se cree que además de una penitencia, era un rito iniciático en busca de la
luz.
Es algo
parecido a lo que perseguían los peregrinos que se desplazaban a Jerusalén para
recorrer de rodillas el camino que Jesús había recorrido con la cruz a cuestas.
Cuando la
visita a Tierra Santa se hizo extremadamente peligrosa, las oleadas de
peregrinos buscaron otros lugares en los que hacer ver su fe y uno de ellos fue
esta catedral y su ya famoso laberinto.
Muy hábil,
la Iglesia empezó a conceder las mismas indulgencias que se concedían a los
peregrinos de Jerusalén, a aquellos que recorrieran de rodillas el laberinto,
de ahí su nombre de “Camino de
Jerusalén”.
Gracias José María por tu enriquecedor articulo.
ResponderEliminarBonita historia!!
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