viernes, 14 de octubre de 2016

EL CAMINO DE JERUSALÉN




Desde que Teseo, ayudado por la princesa Ariadna, venció al Minotauro y consiguió salir del Laberinto de Creta, la humanidad, en todos los lugares del mundo ha construido laberintos en los que perderse.
En jardinería, en construcciones, en decoraciones y hasta en pavimentos, se han diseñado laberintos con el fin doble de experimentar el placer, o el terror de perderse en su interior y el terror o placer de encontrar la salida. Sí, porque las dos situaciones pueden proporcionar sensaciones tan opuestas.
Pero no se trata de analizar la sugestión que produce un laberinto, las más de las veces festiva y que los hemos visto formar parte de las atracciones de ferias, construidos con cristales y espejos, para la exclusiva diversión de sus visitantes, sino de hablar de uno de los laberintos más conocidos y enigmáticos del mundo.
Se trata del mosaico construido sobre el suelo de la nave central, a escasos metros de la puerta principal, de la catedral de Chartres, en Francia.
En 1194, la catedral de Chartres, una ciudad francesa situada a unos setenta kilómetros al suroeste de París, ardió en un tremendo incendio provocado por un rayo que solo dejó en pie parte de sus torres y la cripta, en la que se guardaba una reliquia conocida como “La Sancta Camisia”, un supuesto trozo del vestido que llevaba la Virgen María al da a luz a su hijo, Jesús, que ya hay que tener imaginación, aunque todo tiene una explicación como se verá más adelante.
Aunque al principio aquel desastre natural se interpretó como castigo divino, el que solamente quedara en pie aquella cripta y que la “Camisia” estuviera intacta, fue tornando los conceptos y lo que fue castigo divino, ahora era un milagro.
La Divina Señora había preservado su vestimenta que con tanta fe se veneraba en aquella catedral. De inmediato, el obispado, varios colectivos y gremios ciudadanos y hasta el rey, propugnaron la construcción de un nuevo templo, que se alzó en el mismo lugar y en un tiempo record, para aquella época, incluso para ésta, si lo comparemos con el de la Sagrada Familia de Barcelona.
En 1220, el cuerpo principal estaba construido, aunque hubieron de pasar cuarenta años más hasta que, completamente terminada, fuese inaugurada y consagrada, ante la presencia del rey Luís IX, que ha pasado a la historia como San Luís.
La catedral de Nuestra Señora de Chartres ha sido recientemente declarada Patrimonio de la Humanidad y a lo largo de la historia ha servido de modelo a muchas otras catedrales europeas, principalmente francesas.
Pero no es eso lo más importante, sino el cúmulo de conocimientos ancestrales que su construcción encierra.
No ya quienes construyeron la nueva catedral, sino también los que construyeron la anterior, habían elegido un lugar en el que existió un monumento megalítico anterior a la invasión de los celtas, que ya consideraron aquel lugar como de culto.
La razón de haber escogido aquel lugar, y no otro, para crear un monumento megalítico, es algo que se desconoce, pero las civilizaciones megalíticas tenían muy claro dónde era el lugar adecuado para su construcción, apreciando de manera extrasensorial la presencia de fuerzas de la naturaleza que en él convergían. Desde el año 360, en aquel mismo lugar se habían ido levantando diferentes templos dedicados todos al culto a la Santísima Virgen, sustituyendo a los cultos paganos celtas en los que se invocaba a la “Virgo Paritura”, la Virgen que Concebirá.
Por eso nada tiene que extrañar que la camisa que llevaba en el momento del parto la “Virgen que Concibió”, fuera a terminar como reliquia santa en aquella catedral.
Desde tiempos muy antiguos zahoríes, considerablemente experimentados, coincidieron en asegurar que detectaban la existencia de al menos catorce corrientes de agua que se cruzaban a distintas alturas bajo el suelo y algunas personas han sido capaces de percibir cierta sensación de corriente eléctrica que no pueden explicar. No son, evidentemente, métodos muy científicos, pero era toda la tecnología que hasta hace poco se tenía al uso y que modernamente, con el nombre de radiestesia, se ha empleado con éxito para encontrar agua subterránea en terrenos muy castigados por las sequías.


Vista aérea de la catedral de Chartres

La nueva catedral, tal como se aprecia en la foto, presenta unas proporciones perfectas. Basadas en lo que se conoce como “proporción áurea”, guarda una total simetría en toda su construcción, menos en las dos torres, que son diferentes en diseño y altura. Están dedicadas al Sol y la Luna y esa es la razón de su asimetría.
Recientemente se descubrió que la altura de la torre del Sol es exactamente igual a la longitud del cuerpo de la catedral, 365 pies, los días del año solar.
La dedicada a la luna es, sin embargo, 28 pies más corta, los días del ciclo lunar.
Sus vidrieras, compuestas por ciento setenta y seis ventanas, tienen todavía los cristales originales y como ya era clásico desde la más remota antigüedad, producen unos efectos especiales en los solsticios y equinoccios.
Pero lo más sorprendente de toda esta maravilla arquitectónica es, sin duda alguna, su laberinto.
Al estar situado en la nave central, suele estar cubierto por sillas y bancadas, por lo que no resulta fácil de ver y mucho menos de recorrer. Pero desde hace ya muchos años el 21 de junio, día de San Luís, rey que la inauguró, se retiraban las sillas y el laberinto quedaba totalmente descubierto.
Ya más recientemente, desde Semana Santa hasta septiembre, todos los viernes queda expedito.
El laberinto está construido con un mosaico en el que se expresa una figura geométrica que ocupa todo el ancho de la nave central y que se cree que fue construido cuando ya el grueso de la obra catedralicia estaba concluido, por temor a que algún accidente de desplome de obra o de andamiajes pudiera deteriorarlo.

El célebre laberinto

En la parte baja de la fotografía se aprecia la entrada al laberinto. Es la única e inicia un camino que recorre todas las volutas, dibujadas con una precisión matemática que asombra cuando ya ha pasado casi un milenio de su construcción.
Se cree que este laberinto, como toda la catedral, sustituía a otro que existiera en la catedral vieja, pero esa hipótesis no ha podido ser demostrada.
En el centro hay una placa de cobre que se cree representaba una escena de la lucha entre Teseo y el Minotauro, pero, completamente desgastada, solo conserva restos de los remaches que sostuvieron dicha escena.
Sin haber constancia documental, se pensaba que allí, en el centro del laberinto había enterrado algún personaje muy importante, pero a mediados del siglo XIX se realizó una excavación de cinco metros de profundidad que no reveló ningún enterramiento, ni otro vestigio alguno de que allí se hubiese ocultado algo. El suelo fue repuesto tras la excavación.
Nunca ha tenido este dédalo un nombre propio, como ha ocurrido con otros laberintos, pero a finales del siglo XVIII, empieza a aparecer en algunos escritos con el nombre de “Camino de Jerusalén”.
La curiosidad de este nombre obedece a que el laberinto de Chartres, como otros muchos laberintos, se acostumbraba a recorrer de rodillas por parte de los peregrinos que hasta él se desplazaban, los cuales buscaban supuestamente la luz que irradiaba de su centro. No era fácil recorrerlo sin equivocarse, por lo que se cree que además de una penitencia, era un rito iniciático en busca de la luz.
Es algo parecido a lo que perseguían los peregrinos que se desplazaban a Jerusalén para recorrer de rodillas el camino que Jesús había recorrido con la cruz a cuestas.
Cuando la visita a Tierra Santa se hizo extremadamente peligrosa, las oleadas de peregrinos buscaron otros lugares en los que hacer ver su fe y uno de ellos fue esta catedral y su ya famoso laberinto.

Muy hábil, la Iglesia empezó a conceder las mismas indulgencias que se concedían a los peregrinos de Jerusalén, a aquellos que recorrieran de rodillas el laberinto, de ahí su nombre de “Camino de Jerusalén”.

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