viernes, 28 de octubre de 2016

EL SABIO MALDITO




Uno de los marquesados más importantes e influyentes en la España de la Reconquista fue el Marquesado de Villena.
Villena era, a finales de la Edad Media, una importante ciudad de la actual provincia de Alicante que se convirtió en la sede del primer marquesado de Castilla, en 1366, cuando el rey castellano, Enrique de Trastámara, se lo concedió a Alfonso de Aragón, por haberle ayudado a destronar a su hermano, el legítimo rey Pedro I, El Cruel.
Su poder era inmenso y se dice que tenía bajo su hegemonía a más de ciento cincuenta mil hombres y abarcaba partes importantes de las actuales provincias de Almería, Murcia, Albacete, Alicante, Valencia y Cuenca, lo que puede dar idea de hasta que punto llegaba su potencial.
Su primer marqués, don Alfonso, se consideraba con derechos sucesorios a la corona de Aragón cuando Martín I, El Humano, murió sin descendencia y sin nombrar heredero, situación peliaguda que se resolvió con el compromiso de Caspe que nombró rey a Fernando de Antequera.
Heredo el marquesado su hijo Pedro, casado con Juana de Castilla, una hija del rey Enrique de Trastámara, pero la envidia castellana le hizo caer en desgracia y tras fallecer en la batalla de Aljubarrota, el rey lo desposeyó de su marquesado, pero sus herederos continuaron ostentando el título de señor de Villena.
Pedro tuvo varios hijos, pero a esta historia el que importa fue Enrique de Villenaque ya en su tiempo sería conocido como el “Astrólogo”, el “Sabio” o el “Nigromante”.
Por parte de su madre era nieto del rey castellano, por parte de su padre, su familia se consideraba con derecho a la corona de Aragón.
Como se ve, por su ascendencia, Enrique pertenecía a una de las familias más nobles e importantes de Castilla y de Aragón.
Es evidente que había nacido predestinado para ser caballero, pero nada de la nobleza, la caballería, la guerra o la política, interesaba al joven Enrique de Villena.
Él prefería las letras y sobre todo, las ciencias. Muy pronto destacó como traductor y como poeta, casi al mismo tiempo que se especializaba en el estudio de la alquimia, la astrología y las ciencias ocultas.
La dedicación a estas disciplinas en los finales del siglo XIV, le acarreó inmediatamente fama de brujo, creándose un ambiente nada propicio que, sin embargo, inspiró y mucho, a autores posteriores.
Su obra se ha perdido casi en su totalidad, pues a su muerte, el obispo de Segovia, fray Lope Barrientos, por orden del rey de Castilla, Juan II, ordenó que hiciese un profundo expurgo en su biblioteca y taller de trabajo y se mandase a la hoguera todo aquello que no estuviera en orden con la religiosidad y sanas costumbres de la época.
No era precisamente el obispo hombre desalmado e inculto sino que, al contrario, versaba en materias diferentes, pero sobre todo relacionadas con el ocultismo, por lo que deseaba preservar buena parte de lo que ante sus ojos tenía. Por un lado la obediencia a su rey y por otro el amor a la cultura, hizo que encargase a la hoguera muchos de los libros allí encontrados, pero que preservarse muchos otros para “provecho de sabios venideros”.
Lo que no se quemó, fue celosamente guardado o no dado a conocer, por lo que decir de la obra de Villena que prácticamente desapareció, se ajusta a la realidad.
Dice de él Marcelino Menéndez Pelayo que no existe duda alguna de que Villena cultivó la ciencia verdadera y positiva, pero desconocemos, desgraciadamente, con qué adelantos contribuyó a engrandecerla. El filólogo e historiador español  se hace eco de un poema de Juan de Mena, poeta cordobés contemporáneo de Villena que dice:
Aquel que tú vees estar contemplando
En el movimiento de tantas estrellas,
La fuerza, la orden, la forma daquellas,
Que mide los cursos de cómo e de quando;
E uvo noticia filosofando
Del movedor e los conmovidos;
De fuego, de rayos, de son de tronidos,
E supo las causas del mundo velando;
Aquel claro padre, aquel dulce fuente,
Aquel que en el Cástalo monte resuena,
Es D. Enrique, señor de Villena,
Onra de España e del siglo presente.
!O ínclyto sabio, auctor muy sciente!
Otra e aun otra vegada yo lloro
Porque Castilla perdió tal tesoro
Non conoscido delante la gente.
Perdió los tus libros sin ser conoscidos,
E como en exequias te fueron ya luego
Unos metidos al ávido fuego,
E otros sin orden no bien repartidos.

Uno de los pocos libros que nos han llegado trata sobre astrología y otro sobre el mal de ojo, temas estos que en la época no eran bien recibidos, sobre todo si la astrología se distanciaba de la práctica de la Iglesia.
Sus dos obras más importantes son Los doce trabajos de Hércules y Arte Cisoria que no es otra cosa que el arte de cortar los alimentos a cuchillo, en donde no solo se explica como trinchar el pavo, sino que es un compendio de costumbres curiosas y un completo libro de cocina que, además, contiene normas de urbanidad y etiqueta en la mesa, tan alejadas en estos tiempos actuales.

Portada del libro

Entre otras cualidades, fue Enrique de Villena el primero en traducir al castellano la Eneida de Virgilio y las obras de Dante.
Por estas circunstancias sus contemporáneos no prestaron demasiada atención al personaje pero, a los pocos años de su muerte, numerosos alquimistas comenzaron a inventar y escribir libros que falsamente atribuían al de Villena, aduciendo que los habían hallado escondidos en su vieja biblioteca y fue creciendo el rumor popular de que el sabio había obtenido todo su poder por un pacto con el maléfico, como querían hacer ver los que lo reinventaban.
Comenzaron a correr leyendas fantásticas que dos siglos más tarde, dieron mayor popularidad al de Villena, como la de que habría perdido su sombra, burlándose así del demonio y del pacto que con él tenía.
Algo así le pasó al héroe infantil Peter Pan, que quizás perdió su sombra inspirado en esta leyenda.
No menos famosa fue la leyenda de la Cueva de Salamanca, en la que supuestamente había aprendido ciencias ocultas a cargo del sacristán que no era otro que el mismo diablo.
Lo que no había sido en vida, comenzó a inspirar a escritores de la talla de Juan Ruíz de Alarcón, Rojas Zorrilla, Quevedo, Juan Eugenio de Hartzenbusch, el de Los amantes de Teruel o el más reciente, Fernández Bremón.
Pero sin duda alguna, el hecho, supuestamente cierto, aunque bastante increíble, más sobresaliente de la vida de tan curioso personaje es el de sus dos muertes.
Ya se ha mencionado que mantenía un pacto con el demonio que tenía como finalidad última vencer a la muerte, volviendo a nacer, no estirando la vida en una  eterna juventud en la que se inspira el Fausto de Goethe.
Así, cuando le pareció que su última hora estaba cercana, tenía ya preparado un remedio alquímico para regresar a la vida. La única dificultad era que necesitaba ayuda para llevarlo a la práctica, así que se sinceró con su fiel sirviente, el cual le ayudó a preparar toda la estrategia necesaria para conseguir el fin.
Lo más importante que el sirviente debería hacer era ocultar su muerte. Nadie debería saber que había fallecido. Una vez asegurado de su muerte, debería bajar el cadáver al laboratorio y allí trocearlo en fragmentos inferiores a una onza. A continuación introduciría los trozos en un recipiente de cristal preparado al efecto que ya contendría un elixir especial y que enterraría en un montón de estiércol de caballo. Allí permanecería nueve meses, lo mismo que dura un periodo de gestación. Durante ese tiempo, el sirviente no podría dejar entrar a nadie en la casa y, lo más importante, se tendría que hacer pasar por el marqués, saliendo a pasear todos los días a la misma hora y con la misma vestimenta que su señor acostumbraba.
Muerto su dueño, el criado cumplió al pie de la letra las indicaciones de su amo, sin que le temblara el pulso en ninguna de ellas, salvo la de vestir sus ropas y pasear por las calles de la ciudad, en donde temía ser reconocido.
Pero se sucedieron diversos paseos sin que nadie notase la diferencia y el criado fue cogiendo confianza, hasta el extremo que saludaba a los conocidos con leve inclinación de cabeza y mano al ala del sombrero.
Pero unas semanas después, tuvo la poca fortuna de toparse con un sacerdote que llevaba el viático a un enfermo. La norma general era arrodillarse y descubrirse a su paso, costumbre que todos los viandantes ejecutaron, pero no así el criado que temió verse descubierto, pues podría ser reconocido, y continuó embozado en su capa y con el sombrero calado al paso del sacerdote.
Semejante acción causó estupor en los demás viandantes y algunos se acercaron a él, destocándolo de airada forma.
Inmediatamente se descubrió el engaño y sospechando que la suplantación de la identidad de su amo se debiera a la comisión de un hecho delictivo que tuviese que ver con la vida de su señor, lo llevaron ante el Santo Oficio, en donde fue debidamente “interrogado”.
Intentó el pobre sirviente mantener silencio, pero la simple vista de las máquinas de tortura, que generosamente le iban mostrando, acabó por rendir su resistencia y narró todo lo que había ocurrido y cómo lo único que hacía era cumplir las indicaciones de su amo.
Seguro que el estupor se apoderaría de los santos varones de la Inquisición, que antes de castigar al criado decidieron comprobar la veracidad de sus manifestaciones y se desplazaron a la casa del difunto marqués.
Allí, en el laboratorio, completamente cubierto de estiércol de caballo, el criado sacó la frasca de cristal en cuyo interior se veía un incipiente embrión humano.
Aterrados ante la extraña visión, el inquisidor ordenó su inmediata destrucción.
Dicen que cuando, roto el cristal, pisoteaba al embrión, se escuchó un terrible grito.

Sin ninguna duda que se trata de una leyenda tan falsa como la que más, pero indudablemente amparada en la fama maldita que tenía aquel sabio llamado Enrique de Villena.

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