Uno de los
marquesados más importantes e influyentes en la España de la Reconquista fue el
Marquesado de Villena.
Villena era,
a finales de la Edad Media, una importante ciudad de la actual provincia de
Alicante que se convirtió en la sede del primer marquesado de Castilla, en
1366, cuando el rey castellano, Enrique de Trastámara, se lo concedió a Alfonso
de Aragón, por haberle ayudado a destronar a su hermano, el legítimo rey Pedro
I, El Cruel.
Su poder era
inmenso y se dice que tenía bajo su hegemonía a más de ciento cincuenta mil
hombres y abarcaba partes importantes de las actuales provincias de Almería,
Murcia, Albacete, Alicante, Valencia y Cuenca, lo que puede dar idea de hasta
que punto llegaba su potencial.
Su primer
marqués, don Alfonso, se consideraba con derechos sucesorios a la corona de
Aragón cuando Martín I, El Humano, murió sin descendencia y sin nombrar
heredero, situación peliaguda que se resolvió con el compromiso de Caspe que
nombró rey a Fernando de Antequera.
Heredo el
marquesado su hijo Pedro, casado con Juana de Castilla, una hija del rey Enrique
de Trastámara, pero la envidia castellana le hizo caer en desgracia y tras
fallecer en la batalla de Aljubarrota, el rey lo desposeyó de su marquesado,
pero sus herederos continuaron ostentando el título de señor de Villena.
Pedro tuvo
varios hijos, pero a esta historia el que importa fue Enrique de Villenaque ya
en su tiempo sería conocido como el “Astrólogo”, el “Sabio” o el “Nigromante”.
Por parte de
su madre era nieto del rey castellano, por parte de su padre, su familia se consideraba
con derecho a la corona de Aragón.
Como se ve,
por su ascendencia, Enrique pertenecía a una de las familias más nobles e
importantes de Castilla y de Aragón.
Es evidente
que había nacido predestinado para ser caballero, pero nada de la nobleza, la
caballería, la guerra o la política, interesaba al joven Enrique de Villena.
Él prefería
las letras y sobre todo, las ciencias. Muy pronto destacó como traductor y como
poeta, casi al mismo tiempo que se especializaba en el estudio de la alquimia,
la astrología y las ciencias ocultas.
La
dedicación a estas disciplinas en los finales del siglo XIV, le acarreó
inmediatamente fama de brujo, creándose un ambiente nada propicio que, sin
embargo, inspiró y mucho, a autores posteriores.
Su obra se
ha perdido casi en su totalidad, pues a su muerte, el obispo de Segovia, fray
Lope Barrientos, por orden del rey de Castilla, Juan II, ordenó que hiciese un
profundo expurgo en su biblioteca y taller de trabajo y se mandase a la hoguera
todo aquello que no estuviera en orden con la religiosidad y sanas costumbres
de la época.
No era precisamente
el obispo hombre desalmado e inculto sino que, al contrario, versaba en
materias diferentes, pero sobre todo relacionadas con el ocultismo, por lo que deseaba
preservar buena parte de lo que ante sus ojos tenía. Por un lado la obediencia
a su rey y por otro el amor a la cultura, hizo que encargase a la hoguera muchos
de los libros allí encontrados, pero que preservarse muchos otros para
“provecho de sabios venideros”.
Lo que no se
quemó, fue celosamente guardado o no dado a conocer, por lo que decir de la
obra de Villena que prácticamente desapareció, se ajusta a la realidad.
Dice de él
Marcelino Menéndez Pelayo que no existe duda alguna de que Villena cultivó la
ciencia verdadera y positiva, pero desconocemos, desgraciadamente, con qué
adelantos contribuyó a engrandecerla. El filólogo e historiador español se
hace eco de un poema de Juan de Mena, poeta cordobés contemporáneo de Villena
que dice:
Aquel que tú
vees estar contemplando
En el
movimiento de tantas estrellas,
La fuerza,
la orden, la forma daquellas,
Que mide los
cursos de cómo e de quando;
E uvo
noticia filosofando
Del movedor
e los conmovidos;
De fuego, de
rayos, de son de tronidos,
E supo las
causas del mundo velando;
Aquel claro
padre, aquel dulce fuente,
Aquel que en
el Cástalo monte resuena,
Es D.
Enrique, señor de Villena,
Onra de
España e del siglo presente.
!O ínclyto
sabio, auctor muy sciente!
Otra e aun
otra vegada yo lloro
Porque
Castilla perdió tal tesoro
Non
conoscido delante la gente.
Perdió los
tus libros sin ser conoscidos,
E como en
exequias te fueron ya luego
Unos metidos
al ávido fuego,
E otros sin
orden no bien repartidos.
Uno de los
pocos libros que nos han llegado trata sobre astrología y otro sobre el mal de
ojo, temas estos que en la época no eran bien recibidos, sobre todo si la
astrología se distanciaba de la práctica de la Iglesia.
Sus dos
obras más importantes son Los doce trabajos de Hércules y Arte Cisoria que no
es otra cosa que el arte de cortar los alimentos a cuchillo, en donde no solo
se explica como trinchar el pavo, sino que es un compendio de costumbres
curiosas y un completo libro de cocina que, además, contiene normas de
urbanidad y etiqueta en la mesa, tan alejadas en estos tiempos actuales.
Portada del
libro
Entre otras
cualidades, fue Enrique de Villena el primero en traducir al castellano la
Eneida de Virgilio y las obras de Dante.
Por estas
circunstancias sus contemporáneos no prestaron demasiada atención al personaje
pero, a los pocos años de su muerte, numerosos alquimistas comenzaron a
inventar y escribir libros que falsamente atribuían al de Villena, aduciendo
que los habían hallado escondidos en su vieja biblioteca y fue creciendo el
rumor popular de que el sabio había obtenido todo su poder por un pacto con el
maléfico, como querían hacer ver los que lo reinventaban.
Comenzaron a
correr leyendas fantásticas que dos siglos más tarde, dieron mayor popularidad
al de Villena, como la de que habría perdido su sombra, burlándose así del
demonio y del pacto que con él tenía.
Algo así le
pasó al héroe infantil Peter Pan, que quizás perdió su sombra inspirado en esta
leyenda.
No menos
famosa fue la leyenda de la Cueva de Salamanca, en la que supuestamente había
aprendido ciencias ocultas a cargo del sacristán que no era otro que el mismo
diablo.
Lo que no
había sido en vida, comenzó a inspirar a escritores de la talla de Juan Ruíz de
Alarcón, Rojas Zorrilla, Quevedo, Juan Eugenio de Hartzenbusch, el de Los
amantes de Teruel o el más reciente, Fernández Bremón.
Pero sin
duda alguna, el hecho, supuestamente cierto, aunque bastante increíble, más
sobresaliente de la vida de tan curioso personaje es el de sus dos muertes.
Ya se ha
mencionado que mantenía un pacto con el demonio que tenía como finalidad última
vencer a la muerte, volviendo a nacer, no estirando la vida en una eterna juventud en la que se inspira el Fausto
de Goethe.
Así, cuando
le pareció que su última hora estaba cercana, tenía ya preparado un remedio
alquímico para regresar a la vida. La única dificultad era que necesitaba ayuda
para llevarlo a la práctica, así que se sinceró con su fiel sirviente, el cual
le ayudó a preparar toda la estrategia necesaria para conseguir el fin.
Lo más
importante que el sirviente debería hacer era ocultar su muerte. Nadie debería
saber que había fallecido. Una vez asegurado de su muerte, debería bajar el
cadáver al laboratorio y allí trocearlo en fragmentos inferiores a una onza. A
continuación introduciría los trozos en un recipiente de cristal preparado al
efecto que ya contendría un elixir especial y que enterraría en un montón de
estiércol de caballo. Allí permanecería nueve meses, lo mismo que dura un
periodo de gestación. Durante ese tiempo, el sirviente no podría dejar entrar a
nadie en la casa y, lo más importante, se tendría que hacer pasar por el
marqués, saliendo a pasear todos los días a la misma hora y con la misma
vestimenta que su señor acostumbraba.
Muerto su
dueño, el criado cumplió al pie de la letra las indicaciones de su amo, sin que
le temblara el pulso en ninguna de ellas, salvo la de vestir sus ropas y pasear
por las calles de la ciudad, en donde temía ser reconocido.
Pero se sucedieron
diversos paseos sin que nadie notase la diferencia y el criado fue cogiendo
confianza, hasta el extremo que saludaba a los conocidos con leve inclinación
de cabeza y mano al ala del sombrero.
Pero unas
semanas después, tuvo la poca fortuna de toparse con un sacerdote que llevaba
el viático a un enfermo. La norma general era arrodillarse y descubrirse a su
paso, costumbre que todos los viandantes ejecutaron, pero no así el criado que
temió verse descubierto, pues podría ser reconocido, y continuó embozado en su
capa y con el sombrero calado al paso del sacerdote.
Semejante
acción causó estupor en los demás viandantes y algunos se acercaron a él,
destocándolo de airada forma.
Inmediatamente
se descubrió el engaño y sospechando que la suplantación de la identidad de su
amo se debiera a la comisión de un hecho delictivo que tuviese que ver con la
vida de su señor, lo llevaron ante el Santo Oficio, en donde fue debidamente
“interrogado”.
Intentó el
pobre sirviente mantener silencio, pero la simple vista de las máquinas de
tortura, que generosamente le iban mostrando, acabó por rendir su resistencia y
narró todo lo que había ocurrido y cómo lo único que hacía era cumplir las
indicaciones de su amo.
Seguro que
el estupor se apoderaría de los santos varones de la Inquisición, que antes de
castigar al criado decidieron comprobar la veracidad de sus manifestaciones y
se desplazaron a la casa del difunto marqués.
Allí, en el
laboratorio, completamente cubierto de estiércol de caballo, el criado sacó la
frasca de cristal en cuyo interior se veía un incipiente embrión humano.
Aterrados
ante la extraña visión, el inquisidor ordenó su inmediata destrucción.
Dicen que cuando,
roto el cristal, pisoteaba al embrión, se escuchó un terrible grito.
Sin ninguna
duda que se trata de una leyenda tan falsa como la que más, pero indudablemente
amparada en la fama maldita que tenía aquel sabio llamado Enrique de Villena.
muy interesante como todos tus LUPAS
ResponderEliminarRelato interesante!!!
EliminarMe gusta, veremos quien expurga mi biblioteca espero que no quemen los esotéricos que tengo.
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