El Misterio de Elche es un
drama religioso del siglo XV, que desde su estreno, ha sido representada cada año, ininterrumpidamente, dentro de una iglesia, aunque estas representaciones
estuvieron prohibidas durante años .
Todos sus personajes son
representados por varones, pues cuando se escribió, la presencia de mujeres en
el escenario estaba vetada y la tradición ha hecho que se continúe con esta
costumbre.
No tienen en Elche
participación las damas; ¡qué le vamos a hacer!
Bastante representación tienen
en otro campo de las artes, como es la escultura, y en este caso con una fuerza
inusitada, al menos en su aparición.
Me estoy refiriendo a la Dama
de Elche, escultura del busto de una mujer, del pueblo ibero, enjoyada y
ataviada con lo mejor de su ajuar, que se encontró a finales del siglo XIX en
las afueras de Elche, concretamente en un lugar llamado La Alcudia, que en
principio era un huerto particular del doctor Manuel Campello Antón.
Este médico, aficionado a la
arqueología, poseía, a las afueras de Elche, unas tierras que quería poner en
regadío, para lo que estaba realizando unas obras de canalización. Según se
cuenta, fue un hijo de 14 años, quien descubrió la escultura mientras cavaba.
Era el día 4 de agosto de 1897.
Inmediatamente se suspendieron
las obras y con mucho cuidado se procedió a la extracción de la escultura y
posterior traslado a la casa del doctor.
En un principio y por carencia
de conocimientos sobre la materia, se supuso que era una pieza musulmana, pero
estudios más centrados, determinaron que era una escultura de la época ibera,
unos quinientos años anterior a nuestra Era.
Eso la convertía, junto con el
magnífico estado de conservación en que se encontraba, en una pieza única y
pronto suscitó el interés de diversos museos y coleccionistas privados.
Un arqueólogo francés que
visitaba la ciudad, Pierre Paris, tuvo ocasión de ver la escultura y quedó tan
admirado que telegrafió al museo del Louvre, donde trabajaba, para comprarla en
su nombre.
En efecto, así se hizo y el
doctor Campello vendió su escultura por cinco mil doscientas pesetas de plata.
Veintiséis días después de su
descubrimiento, la escultura fue embarcada en Alicante rumbo a Marsella.
Una vez en París, el director
del museo bautizó la pieza como “La Dama de Elche”, nombre con el que se la ha
conocido desde entonces y empezó a exhibirse como una pieza única en su género,
de infinito valor artístico y arqueológico.
Como es natural, en un pequeño
pueblo al que el hallazgo había catapultado a la fama, la noticia de la venta
causó un tremendo malestar y se censuró duramente al doctor Campello por haber
vendido aquella pieza que estaba destinada a ser emblema de la ciudad.
El gobierno español, enterado
del dislate perpetrado por Campello,
inició rápidamente negociaciones para recuperar tan preciada escultura, pero no
fue hasta 1941 cuando se consiguió un trueque por unos cuadros de Velázquez y
El Greco.
La Dama de Elche se trasladó a
Madrid y fue expuesta en la primera planta del Museo del Prado, hasta que se
decidió su traslado al Museo Arqueológico Nacional en 1971. Allí preside el
museo, como su pieza más importante.
Casi cien años llevaba la
bellísima escultura ibera presidiendo cualquier lugar por el que pasaba, cuando
tuvieron que venir a descabalgarla de su pedestal sospechando abiertamente de
su autenticidad.
No era la primera vez que
recaían sospechas sobre La Dama, pero eran aseveraciones circunstanciales que
poca consistencia reunían entre todas. Se hablaba de lo extraño de que no
hubieran aparecido otras obras o restos junto al busto, la casualidad de que se
encontrara en Elche un representante del Louvre; lo rápido que se había vendido
y sobre todo, lo barato que resultó para el museos parisino.
Pero en 1995 apareció un libro
titulado “El caso de la Dama de Elche”, cuyo autor era el prestigioso profesor
de arte de la universidad de Nuevo Méjico, en Estados Unidos, John Moffitt.
En su libro no se andaba por
las ramas; acusaba al doctor Capello de haber sido el instigador de la
falsificación y como artífice de la obra, al magnífico escultor y falsificador
reconocido, Francisco Pallás y Puig, un artista valenciano que había estudiado
Bellas Artes en la misma escuela que Sorolla y Benlliure, de quien fue muy
amigo.
Para Moffitt, lo primero que
resultaba extraño era que una obra del arte ibero se hubiese tallado a tamaño
natural, cuando en ese periodo se tallaban obras a escala reducida. Luego, le
asombraba el extraordinario estado de conservación que presentaba la escultura,
cosa poco corriente dada la cronología de la obra, datada dos mil quinientos
años atrás.
La perfecta definición de los
caracteres de la dama, la personalidad que denota, la serenidad de su mirada,
requerían una técnica que no estaba al alcance de los escultores iberos de hacía
veinticinco siglos.
El “tocado imposible” que
adorna la cabeza de la mujer, no se podría sostener sin caerse con los medios
cosméticos de aquel momento.
Moffitt aporta también otras
circunstancias como que Manuel Campello, el descubridor de la escultura no era
hijo del doctor Campello, sino pura coincidencia en el apellido, y el cual
habría hecho unas declaraciones en su momento en las que aseguraba que la
tierra que rodeaba a la escultura, se desprendía con facilidad. Extraño detalle
que no casa con el enterramiento de la pieza durante siglos.
Añadía que las prospecciones
científicamente realizadas en el lugar, hacían coincidir el estrato en el que fue
hallada, con la época romana y si bien, el enviado del Louvre se había
esforzado en encontrar más restos en el lugar, no halló nada, ni de la época ibera
ni de la romana.
Siguiendo con su razonamiento
acerca de la falsificación, el profesor estadounidense advirtió el
descubrimiento, unos años antes, de la escultura ibera “La Dama Oferente”, y
otra escultura más pequeña conocida popularmente como “La Damita”, halladas en
el Cerro de los Santos, provincia de Albacete y que se habían datado como del
siglo II o I a.C., por tanto bastante más moderna que la datación de la de
Elche.
Posiblemente esta segunda
escultura que representa a una mujer de la aristocracia ibérica, sentada y ricamente
ataviada, hubieran servido de inspiración al artista falsificador, pues entre
ambas, los expertos aprecian cierto paralelismo, y el cual no había tenido en
cuenta cómo era posible que, tres siglos antes, se hubiese esculpido con
muchísimo más rigor escultórico, mejor técnica y más perfección en el trazo,
una imagen como la de Elche.
El profesor Moffitt hizo la
propuesta de realizar una datación con Carbono-14 con el fin de salir de dudas,
aunque no es posible hacer semejante prueba sobre una piedra, circunstancia que
sin duda el profesor conocía, pero sí que se podría hacer sobre los restos de
pintura, pues la escultura da la impresión de haber estado policromada.
La Damita, en la que observan
similitudes con la de Elche
Como es natural, ya que a
nadie le gusta que vengan a su casa a menospreciar sus pertenencias, contra
las aseveraciones, realmente poco sustanciosas del profesor, surgieron voces
defensoras de la autenticidad de la escultura.
El centro Superior de
Investigaciones Científicas encargó a la doctora Luxán la realización de
estudios sobre la piedra, concluyéndose que se trata de una urna cineraria,
destinada por tanto a contener los restos de algún personaje importante, dada
la importancia de la escultura, que aún contenía restos de cenizas, de cuyo
estudio se desprendió que eran humanas y que podían representar a una persona
que hubiera tenido el tipo de alimentación que se fija para los iberos del
siglo V a.C.
Detalle trasero del hueco
cinerario
Un dato importante fue el
aportado por el catedrático de arqueología de la Universidad Autónoma de
Madrid, profesor Bendala, el cual advirtió que el broche de la toquilla de La
Dama, no era conocido en el entorno cronológico en el que se supone la
falsificación.
Queda formulada la
controversia. Lo que ocurre siempre: especular es rentable. Moffitt vendió
millares de libros en todo el mundo, e incluso se atrevió, diez años después a
defender sus teorías, pidiendo casi disculpas a los españoles a los que cree
haber ofendido. En esta ocasión el argumento que el profesor utiliza no es otro
que los tres principios básicos que se deben seguir para la autentificación de
una obra y que según él son: la procedencia; el examen del experto y las
pruebas científicas.
Según él, ni la procedencia ni
el examen científico se han realizado en esta obra, por lo que cabe especular
sobre su autenticidad. Para Moffitt, no vale quejarse de las críticas, insta a
hacer algo para rebatirlo.
¿Auténtica, falsa? Quién lo sabe.
Este es el otro “misterio de Elche”, distinto del que mencionaba al inicio de
este artículo.
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