viernes, 7 de octubre de 2016

EL MISTERIO DE ELCHE




El Misterio de Elche es un drama religioso del siglo XV, que desde su estreno, ha sido representada cada año, ininterrumpidamente, dentro de una iglesia, aunque estas representaciones estuvieron prohibidas durante años .
Todos sus personajes son representados por varones, pues cuando se escribió, la presencia de mujeres en el escenario estaba vetada y la tradición ha hecho que se continúe con esta costumbre.
No tienen en Elche participación las damas; ¡qué le vamos a hacer!
Bastante representación tienen en otro campo de las artes, como es la escultura, y en este caso con una fuerza inusitada, al menos en su aparición.
Me estoy refiriendo a la Dama de Elche, escultura del busto de una mujer, del pueblo ibero, enjoyada y ataviada con lo mejor de su ajuar, que se encontró a finales del siglo XIX en las afueras de Elche, concretamente en un lugar llamado La Alcudia, que en principio era un huerto particular del doctor Manuel Campello Antón.
Este médico, aficionado a la arqueología, poseía, a las afueras de Elche, unas tierras que quería poner en regadío, para lo que estaba realizando unas obras de canalización. Según se cuenta, fue un hijo de 14 años, quien descubrió la escultura mientras cavaba. Era el día 4 de agosto de 1897.
Inmediatamente se suspendieron las obras y con mucho cuidado se procedió a la extracción de la escultura y posterior traslado a la casa del doctor.
En un principio y por carencia de conocimientos sobre la materia, se supuso que era una pieza musulmana, pero estudios más centrados, determinaron que era una escultura de la época ibera, unos quinientos años anterior a nuestra Era.
Eso la convertía, junto con el magnífico estado de conservación en que se encontraba, en una pieza única y pronto suscitó el interés de diversos museos y coleccionistas privados.
Un arqueólogo francés que visitaba la ciudad, Pierre Paris, tuvo ocasión de ver la escultura y quedó tan admirado que telegrafió al museo del Louvre, donde trabajaba, para comprarla en su nombre.
En efecto, así se hizo y el doctor Campello vendió su escultura por cinco mil doscientas pesetas de plata.
Veintiséis días después de su descubrimiento, la escultura fue embarcada en Alicante rumbo a Marsella.
Una vez en París, el director del museo bautizó la pieza como “La Dama de Elche”, nombre con el que se la ha conocido desde entonces y empezó a exhibirse como una pieza única en su género, de infinito valor artístico y arqueológico.
Como es natural, en un pequeño pueblo al que el hallazgo había catapultado a la fama, la noticia de la venta causó un tremendo malestar y se censuró duramente al doctor Campello por haber vendido aquella pieza que estaba destinada a ser emblema de la ciudad.
El gobierno español, enterado del  dislate perpetrado por Campello, inició rápidamente negociaciones para recuperar tan preciada escultura, pero no fue hasta 1941 cuando se consiguió un trueque por unos cuadros de Velázquez y El Greco.
La Dama de Elche se trasladó a Madrid y fue expuesta en la primera planta del Museo del Prado, hasta que se decidió su traslado al Museo Arqueológico Nacional en 1971. Allí preside el museo, como su pieza más importante.
Casi cien años llevaba la bellísima escultura ibera presidiendo cualquier lugar por el que pasaba, cuando tuvieron que venir a descabalgarla de su pedestal sospechando abiertamente de su autenticidad.
No era la primera vez que recaían sospechas sobre La Dama, pero eran aseveraciones circunstanciales que poca consistencia reunían entre todas. Se hablaba de lo extraño de que no hubieran aparecido otras obras o restos junto al busto, la casualidad de que se encontrara en Elche un representante del Louvre; lo rápido que se había vendido y sobre todo, lo barato que resultó para el museos parisino.
Pero en 1995 apareció un libro titulado “El caso de la Dama de Elche”, cuyo autor era el prestigioso profesor de arte de la universidad de Nuevo Méjico, en Estados Unidos, John Moffitt.
En su libro no se andaba por las ramas; acusaba al doctor Capello de haber sido el instigador de la falsificación y como artífice de la obra, al magnífico escultor y falsificador reconocido, Francisco Pallás y Puig, un artista valenciano que había estudiado Bellas Artes en la misma escuela que Sorolla y Benlliure, de quien fue muy amigo.
Para Moffitt, lo primero que resultaba extraño era que una obra del arte ibero se hubiese tallado a tamaño natural, cuando en ese periodo se tallaban obras a escala reducida. Luego, le asombraba el extraordinario estado de conservación que presentaba la escultura, cosa poco corriente dada la cronología de la obra, datada dos mil quinientos años atrás.
La perfecta definición de los caracteres de la dama, la personalidad que denota, la serenidad de su mirada, requerían una técnica que no estaba al alcance de los escultores iberos de hacía veinticinco siglos.
El “tocado imposible” que adorna la cabeza de la mujer, no se podría sostener sin caerse con los medios cosméticos de aquel momento.
Moffitt aporta también otras circunstancias como que Manuel Campello, el descubridor de la escultura no era hijo del doctor Campello, sino pura coincidencia en el apellido, y el cual habría hecho unas declaraciones en su momento en las que aseguraba que la tierra que rodeaba a la escultura, se desprendía con facilidad. Extraño detalle que no casa con el enterramiento de la pieza durante siglos.
Añadía que las prospecciones científicamente realizadas en el lugar, hacían coincidir el estrato en el que fue hallada, con la época romana y si bien, el enviado del Louvre se había esforzado en encontrar más restos en el lugar, no halló nada, ni de la época ibera ni de la romana.
Siguiendo con su razonamiento acerca de la falsificación, el profesor estadounidense advirtió el descubrimiento, unos años antes, de la escultura ibera “La Dama Oferente”, y otra escultura más pequeña conocida popularmente como “La Damita”, halladas en el Cerro de los Santos, provincia de Albacete y que se habían datado como del siglo II o I a.C., por tanto bastante más moderna que la datación de la de Elche.
Posiblemente esta segunda escultura que representa a una mujer de la aristocracia ibérica, sentada y ricamente ataviada, hubieran servido de inspiración al artista falsificador, pues entre ambas, los expertos aprecian cierto paralelismo, y el cual no había tenido en cuenta cómo era posible que, tres siglos antes, se hubiese esculpido con muchísimo más rigor escultórico, mejor técnica y más perfección en el trazo, una imagen como la de Elche.
El profesor Moffitt hizo la propuesta de realizar una datación con Carbono-14 con el fin de salir de dudas, aunque no es posible hacer semejante prueba sobre una piedra, circunstancia que sin duda el profesor conocía, pero sí que se podría hacer sobre los restos de pintura, pues la escultura da la impresión de haber estado policromada.

La Damita, en la que observan similitudes con la de Elche

Como es natural, ya que a nadie le gusta que vengan a su casa a menospreciar sus pertenencias, contra las aseveraciones, realmente poco sustanciosas del profesor, surgieron voces defensoras de la autenticidad de la escultura.
El centro Superior de Investigaciones Científicas encargó a la doctora Luxán la realización de estudios sobre la piedra, concluyéndose que se trata de una urna cineraria, destinada por tanto a contener los restos de algún personaje importante, dada la importancia de la escultura, que aún contenía restos de cenizas, de cuyo estudio se desprendió que eran humanas y que podían representar a una persona que hubiera tenido el tipo de alimentación que se fija para los iberos del siglo V a.C.


Detalle trasero del hueco cinerario

Un dato importante fue el aportado por el catedrático de arqueología de la Universidad Autónoma de Madrid, profesor Bendala, el cual advirtió que el broche de la toquilla de La Dama, no era conocido en el entorno cronológico en el que se supone la falsificación.
Queda formulada la controversia. Lo que ocurre siempre: especular es rentable. Moffitt vendió millares de libros en todo el mundo, e incluso se atrevió, diez años después a defender sus teorías, pidiendo casi disculpas a los españoles a los que cree haber ofendido. En esta ocasión el argumento que el profesor utiliza no es otro que los tres principios básicos que se deben seguir para la autentificación de una obra y que según él son: la procedencia; el examen del experto y las pruebas científicas.
Según él, ni la procedencia ni el examen científico se han realizado en esta obra, por lo que cabe especular sobre su autenticidad. Para Moffitt, no vale quejarse de las críticas, insta a hacer algo para rebatirlo.
¿Auténtica, falsa? Quién lo sabe. Este es el otro “misterio de Elche”, distinto del que mencionaba al inicio de este artículo.

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