La obsesión
del hombre por ofrecer a sus dioses las construcciones más grandes que se puedan
imaginar, parece surgir ya en la más oscura noche de los tiempos, incluso con
la posibilidad de que sea de otros días muy anteriores a esa noche.
En cuanto el
ser humano fue capaz de construir algo, erigió un monumento megalítico a los
dioses. Lo más sorprendente es que esa vocación ha sido mundial y en todo lugar,
en el que se haya desarrollado una civilización que se asentase en un territorio,
con visos de permanencia, erigía monumentos a sus deidades.
Dólmenes, menhires
y crómlechs…, salpican la geografía prehistórica de toda Europa; pirámides,
zigurats, mastabas y otras construcciones religiosas, señalan puntos de la
protohistoria en África, Eurasia y América.
Templos,
iglesia, catedrales y mezquitas, pueblan todo el mundo moderno.
Siempre
tratando de ser la mayor construcción, siempre procurando que el menhir o el
obelisco sea el más alto, o que el dolmen tenga la mayor luz, o que los anillos
de piedra del crómlech reflejen lo más exactamente posible las entradas de las
estaciones o la posición de las estrellas.
Los lugares
sagrados los eligieron los prehistóricos, las sucesivas civilizaciones fueron
fiándose de ellos y reemplazando el lugar de culto a los dioses ancestrales,
por los dioses que les iban llegando, como consecuencia de la permeabilidad de
las culturas.
Cómo elegían
los lugares, que con el paso de los siglos siguen mostrando un halo
misterioso o mágico, es algo que ignoramos, como ignoramos con qué
procedimiento contaron para transportar enormes bloque de piedra a unas
distancias que asustan. Pero lo cierto es que antes, mucho antes de conocer el
bronce o el hierro, serraron enormes bloque de piedra y los transportaron, a
veces, por espacio de muchos kilómetros, sin conocer la rueda, hasta dejarlos
depositados en el enigmático lugar elegido.
Esta es una
de las muchas incógnitas con las que se enfrentan los estudiosos de las
civilizaciones antiguas que han barajado teorías de lo más diversa, que
tratamos de explicar.
La más
recurrida y la más socorrida es la de que antes, mucho antes de que empezase
nuestra prehistoria, existieron otras civilizaciones que alcanzaron un nivel
tecnológico capaz de construir Stonehenge, las pirámides de Egipto y del
Yucatán, las figuras de la Isla de Pascua, las esferas perfectas de Costa Rica,
la de Bosnia o las de Nueva Zelanda, o la Piedra del Sur, de la que luego se
hablará.
Estas
civilizaciones, desaparecidas sin dejar rastro, o dejando un rastro que fue
aprovechado posteriormente por civilizaciones venideras, ocultando aquel
pasado, habrían alcanzado un alto nivel de desarrollo tecnológico que,
siguiendo esta teoría, habrían recibido a través de visitas de seres de fuera
de este mundo.
Es cierto
que existen muchos grabados, relieves, jeroglíficos que describen perfectamente
lo que ahora denominamos encuentros en la tercera fase, pero es algo tan
especulativo que apenas merece la pena entrar.
Es mejor
centrarse en buscar una forma que, hace tres, cuatro, o cinco mil años, egipcios,
sirios, olmecas, celtas, etc., pudieran utilizar para cortar y transportar
enormes bloques de piedra; pero eso no era todo: había luego que colocarlos en
su lugar, subiendo al vértice de una pirámide o clavándolo vertical en la
tierra.
Una de las
técnicas que se ha barajado está centrada en los egipcios, los cuales, dejando
de lado el controvertido trabajo de millares de esclavos arrastrando bloques de
cuatrocientas toneladas, habrían sido capaces de dominar la fuerza del viento y
usando enormes cometas, arrastraban los bloque de piedra con gran velocidad y
maestría, subiéndolos a las pirámides a través de rampas perfectamente
diseñadas.
Evidentemente,
los egipcios conocieron la fuerza del viento y la aprovecharon en sus naves,
pero una cosa es empujar una nave en el medio líquido en el que flota y otra
muy distinta arrastrar una piedra de quinientas toneladas, aunque fuera
ayudándose de rodillos, por cierto, de alguna madera que deberían traer de muy
lejos, pues aparte de palmeras, en Egipto casi no hay otro tipo de árbol.
Otra teoría,
muy interesante, escudriña en la posibilidad de que los egipcios y por
transmisión de ellos, otras civilizaciones, hubieran conocido un método para
ablandar la roca, hacerla manejable y volverla a solidificar en su lugar
definitivo.
Alguno de
los que lean lo que acabo de escribir estará pensando que quien esto escribe no
está muy bien centrado, pero no es así.
En 1889,
Charles Wilbour descubrió, en la una isla del Nilo llamada Sehel, una piedra
con una larga leyenda. Esta inscripción es conocida como la “Estela de Famine”,
o “Estela química de Jnum”.
En ella se
halla una receta para conseguir un elixir que ablanda las rocas. El científico
francés Joseph Davidovit, dice haber conseguido fabricar por este procedimiento
roca artificial.
Según la
misma estela, este sería un secreto revelado por los dioses, a los que
estaríamos obligado a darles figura humanoide, vistiendo traje espacial y
escafandra, tal como han sido muchas veces representados.
En caso de
que la dicha fórmula funcionara, sería una buena forma de tratar la piedra, haciendo
que se acoplase con exactitud milimétrica y formas caprichosas, porque de otro
modo resultan un tanto inexplicables construcciones como estas:
La idea, que
en principio puede resultar sorprendente, no está muy descaminada de lo que en
definitiva ha ocurrido en la naturaleza con las rocas metamórficas, que son
aquellas que han sufrido un proceso de transformación inducido por la
temperatura, la presión y la existencia de agentes químicos.
Pero no
siempre los constructores habrían utilizado esta técnica, pues hay evidencias
de las canteras de las que la piedra se ha extraído, así como que no es fácil
que dicha fórmula “filosofal” sirviera para todo tipo de roca, ya fueran de
arenisca o de granito.
Los bloques
de piedra más grandes que se han extraído, trasladado y colocado en su lugar,
son tres curiosas piedras conocidas como “Trilithon”, cada una de las cuales
pesa alrededor de mil quinientas toneladas.
Estas piedras
se encuentran en las ruinas del templo de Baalbeck, una antigua ciudad fenicia
dedicada al dios Baal, que luego pasó a ser griega y, por último, fue la ciudad
romana de Heliópolis (Ciudad del Sol), en tiempos de emperador Augusto y que
actualmente se encuentra en territorio de Libano.
Existen allí
las ruinas de un complejo de templos dedicados a Júpiter, Baco y Venus, unidos por dos grandes patios,
uno de ellos de extraña forma hexagonal. Allí, en la base del gran patio, están
colocados numerosos bloques de piedra de más de cuatrocientas cincuenta
toneladas cada uno de ellos.
Pero no
están sobre el suelo, sino sobre una base de dos filas de piedras mucho
menores, perfectamente colocadas y sobre estas, otra fila de piedras de mayor
tamaño y biseladas, sobre las que, por fin, van colocadas las llamadas
“Trilithon”.
Esta
construcción ciclópea ya estaba en Baalbeck cuando sobre ella construyeron los
romanos los tres templos mencionados más arriba.
Seguro que
ya estaban también cuando los griegos colonizaron la ciudad y casi seguro de
que precedieron a los fenicios.
Qué
civilización construyó esta especie de plaza sustentada por tan colosales
piedras, es algo que se escapa, pero un detalle muy significativo se asoma a la
ventana de lo enigmático: Aquella formidable construcción era para sustentar
algo que estaría sobre el enorme patio.
Compárese
el tamaño de las piedras con el de los dos hombres
La enorme diferencia entre el tamaño, el canteado, la colocación y la homogeneidad de las "Trilithon" y sus bases y la muralla que se construye posteriormente por los romanos sobre ellas es tal, que parece como si las primeras las construyeran un gran arquitecto y el mejor maestro cantero del mundo y las segundas dos peones de albañil poco cualificados, pero dejando aparte ese detalle: ¿Qué podría
ser algo de tanto peso para necesitar un basamento tan sólido?
De inmediato
entramos en el terreno de lo especulativo al no saber exactamente qué podría
ser. Analizando el patio se observa que nunca hubo allí ninguna construcción,
por lo que se infiere que no era para soportar algo permanente. Si por el
contrario, era para soportar provisionalmente una carga, esta debería ser
tremenda y transportable, por lo que viéndolo con la perspectiva de hace cuatro
mil años, no se ocurre otra cosa que fuera una plataforma para aterrizaje y
despegue de naves extraterrestres. Eso suponiendo que existan y que nos visitaran
ya en aquellas épocas.
Es una
hipótesis que no podremos comprobar, si bien los sucesivos descubrimientos
arqueológicos pueden ir centrando el dilema.
Y eso
ocurrió efectivamente con un descubrimiento posterior. Fue el de la famosa “Piedra
del Sur”, la más enorme talla en forma de columna o base que jamás el hombre
haya tallado.
Se
encontraba tumbada con cierta inclinación en lo que parecía la cantera de la
que fue extraída y que está situada a un cuarto de milla del templo de
Baalbeck.
Algo debió
ocurrir para que aquella piedra fuese abandonada repentinamente, pero la
evidente intención estaba en transportarla hasta la plataforma del templo.
¿Qué
extrañas fuerzas podrían mover aquella enorme piedra, si en los tiempos
actuales la mayor grúa que se conoce solo es capaz de levantar mil doscientas
toneladas?
Nunca lo
sabremos, pero lo que en este caso queda claro es que estos ciclópeos constructores
no utilizaban el extraño “elixir filosofal” capaz de ablandar la roca. Estos
iban a transportarla en sólido, tal como se aprecia en la fotografía.
La Piedra
del Sur
En la
observación de este gigantesco bloque de más de dos mil toneladas, se aprecia
un orificio circular, que no atraviesa el bloque, situado en el lado izquierdo
de la parte más próxima. Podría ser un punto de anclaje para efectuar su
tracción o desplazamiento, pero también podría ser para el ensamblaje
definitivo en su lugar.
No lo
sabemos, pero si hoy, con nuestra avanzada tecnología, no podríamos mover este
bloque, ¿cómo iban a hacerlo ello?
A la tierra se le considera que tiene entre 4.OOO y 4.500 millones de años, no me extrañaría la existencia de civilizaciones anteriores mas adelantada a la nuestra.
ResponderEliminarHace 5000 años, según mi subconsciente, yo era piloto de aeronaves.... Jjjjj. Un abrazo!!!
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