viernes, 4 de noviembre de 2016

CONSTRUYENDO A LO GRANDE




La obsesión del hombre por ofrecer a sus dioses las construcciones más grandes que se puedan imaginar, parece surgir ya en la más oscura noche de los tiempos, incluso con la posibilidad de que sea de otros días muy anteriores a esa noche.
En cuanto el ser humano fue capaz de construir algo, erigió un monumento megalítico a los dioses. Lo más sorprendente es que esa vocación ha sido mundial y en todo lugar, en el que se haya desarrollado una civilización que se asentase en un territorio, con visos de permanencia, erigía monumentos a sus deidades.
Dólmenes, menhires y crómlechs…, salpican la geografía prehistórica de toda Europa; pirámides, zigurats, mastabas y otras construcciones religiosas, señalan puntos de la protohistoria en África, Eurasia y América.
Templos, iglesia, catedrales y mezquitas, pueblan todo el mundo moderno.
Siempre tratando de ser la mayor construcción, siempre procurando que el menhir o el obelisco sea el más alto, o que el dolmen tenga la mayor luz, o que los anillos de piedra del crómlech reflejen lo más exactamente posible las entradas de las estaciones o la posición de las estrellas.
Los lugares sagrados los eligieron los prehistóricos, las sucesivas civilizaciones fueron fiándose de ellos y reemplazando el lugar de culto a los dioses ancestrales, por los dioses que les iban llegando, como consecuencia de la permeabilidad de las culturas.
Cómo elegían los lugares, que con el paso de los siglos siguen mostrando un halo misterioso o mágico, es algo que ignoramos, como ignoramos con qué procedimiento contaron para transportar enormes bloque de piedra a unas distancias que asustan. Pero lo cierto es que antes, mucho antes de conocer el bronce o el hierro, serraron enormes bloque de piedra y los transportaron, a veces, por espacio de muchos kilómetros, sin conocer la rueda, hasta dejarlos depositados en el enigmático lugar elegido.
Esta es una de las muchas incógnitas con las que se enfrentan los estudiosos de las civilizaciones antiguas que han barajado teorías de lo más diversa, que tratamos de explicar.
La más recurrida y la más socorrida es la de que antes, mucho antes de que empezase nuestra prehistoria, existieron otras civilizaciones que alcanzaron un nivel tecnológico capaz de construir Stonehenge, las pirámides de Egipto y del Yucatán, las figuras de la Isla de Pascua, las esferas perfectas de Costa Rica, la de Bosnia o las de Nueva Zelanda, o la Piedra del Sur, de la que luego se hablará.
Estas civilizaciones, desaparecidas sin dejar rastro, o dejando un rastro que fue aprovechado posteriormente por civilizaciones venideras, ocultando aquel pasado, habrían alcanzado un alto nivel de desarrollo tecnológico que, siguiendo esta teoría, habrían recibido a través de visitas de seres de fuera de este mundo.
Es cierto que existen muchos grabados, relieves, jeroglíficos que describen perfectamente lo que ahora denominamos encuentros en la tercera fase, pero es algo tan especulativo que apenas merece la pena entrar.
Es mejor centrarse en buscar una forma que, hace tres, cuatro, o cinco mil años, egipcios, sirios, olmecas, celtas, etc., pudieran utilizar para cortar y transportar enormes bloques de piedra; pero eso no era todo: había luego que colocarlos en su lugar, subiendo al vértice de una pirámide o clavándolo vertical en la tierra.
Una de las técnicas que se ha barajado está centrada en los egipcios, los cuales, dejando de lado el controvertido trabajo de millares de esclavos arrastrando bloques de cuatrocientas toneladas, habrían sido capaces de dominar la fuerza del viento y usando enormes cometas, arrastraban los bloque de piedra con gran velocidad y maestría, subiéndolos a las pirámides a través de rampas perfectamente diseñadas.
Evidentemente, los egipcios conocieron la fuerza del viento y la aprovecharon en sus naves, pero una cosa es empujar una nave en el medio líquido en el que flota y otra muy distinta arrastrar una piedra de quinientas toneladas, aunque fuera ayudándose de rodillos, por cierto, de alguna madera que deberían traer de muy lejos, pues aparte de palmeras, en Egipto casi no hay otro tipo de árbol.
Otra teoría, muy interesante, escudriña en la posibilidad de que los egipcios y por transmisión de ellos, otras civilizaciones, hubieran conocido un método para ablandar la roca, hacerla manejable y volverla a solidificar en su lugar definitivo.
Alguno de los que lean lo que acabo de escribir estará pensando que quien esto escribe no está muy bien centrado, pero no es así.
En 1889, Charles Wilbour descubrió, en la una isla del Nilo llamada Sehel, una piedra con una larga leyenda. Esta inscripción es conocida como la “Estela de Famine”, o “Estela química de Jnum”.
En ella se halla una receta para conseguir un elixir que ablanda las rocas. El científico francés Joseph Davidovit, dice haber conseguido fabricar por este procedimiento roca artificial.
Según la misma estela, este sería un secreto revelado por los dioses, a los que estaríamos obligado a darles figura humanoide, vistiendo traje espacial y escafandra, tal como han sido muchas veces representados.
En caso de que la dicha fórmula funcionara, sería una buena forma de tratar la piedra, haciendo que se acoplase con exactitud milimétrica y formas caprichosas, porque de otro modo resultan un tanto inexplicables construcciones como estas:



La idea, que en principio puede resultar sorprendente, no está muy descaminada de lo que en definitiva ha ocurrido en la naturaleza con las rocas metamórficas, que son aquellas que han sufrido un proceso de transformación inducido por la temperatura, la presión y la existencia de agentes químicos.
Pero no siempre los constructores habrían utilizado esta técnica, pues hay evidencias de las canteras de las que la piedra se ha extraído, así como que no es fácil que dicha fórmula “filosofal” sirviera para todo tipo de roca, ya fueran de arenisca o de granito.
Los bloques de piedra más grandes que se han extraído, trasladado y colocado en su lugar, son tres curiosas piedras conocidas como “Trilithon”, cada una de las cuales pesa alrededor de mil quinientas toneladas.
Estas piedras se encuentran en las ruinas del templo de Baalbeck, una antigua ciudad fenicia dedicada al dios Baal, que luego pasó a ser griega y, por último, fue la ciudad romana de Heliópolis (Ciudad del Sol), en tiempos de emperador Augusto y que actualmente se encuentra en territorio de Libano.
Existen allí las ruinas de un complejo de templos dedicados a Júpiter,  Baco y Venus, unidos por dos grandes patios, uno de ellos de extraña forma hexagonal. Allí, en la base del gran patio, están colocados numerosos bloques de piedra de más de cuatrocientas cincuenta toneladas cada uno de ellos.
Pero no están sobre el suelo, sino sobre una base de dos filas de piedras mucho menores, perfectamente colocadas y sobre estas, otra fila de piedras de mayor tamaño y biseladas, sobre las que, por fin, van colocadas las llamadas “Trilithon”.
Esta construcción ciclópea ya estaba en Baalbeck cuando sobre ella construyeron los romanos los tres templos mencionados más arriba.
Seguro que ya estaban también cuando los griegos colonizaron la ciudad y casi seguro de que precedieron a los fenicios.
Qué civilización construyó esta especie de plaza sustentada por tan colosales piedras, es algo que se escapa, pero un detalle muy significativo se asoma a la ventana de lo enigmático: Aquella formidable construcción era para sustentar algo que estaría sobre el enorme patio.

Compárese el tamaño de las piedras con el de los dos hombres

La enorme diferencia entre el tamaño, el canteado, la colocación y la homogeneidad de las "Trilithon" y sus bases y la muralla que se construye posteriormente por los romanos sobre ellas es tal, que parece como si las primeras las construyeran un gran arquitecto y el mejor maestro cantero del mundo y las segundas dos peones de albañil poco cualificados, pero dejando aparte ese detalle: ¿Qué podría ser algo de tanto peso para necesitar un basamento tan sólido?
De inmediato entramos en el terreno de lo especulativo al no saber exactamente qué podría ser. Analizando el patio se observa que nunca hubo allí ninguna construcción, por lo que se infiere que no era para soportar algo permanente. Si por el contrario, era para soportar provisionalmente una carga, esta debería ser tremenda y transportable, por lo que viéndolo con la perspectiva de hace cuatro mil años, no se ocurre otra cosa que fuera una plataforma para aterrizaje y despegue de naves extraterrestres. Eso suponiendo que existan y que nos visitaran ya en aquellas épocas.
Es una hipótesis que no podremos comprobar, si bien los sucesivos descubrimientos arqueológicos pueden ir centrando el dilema.
Y eso ocurrió efectivamente con un descubrimiento posterior. Fue el de la famosa “Piedra del Sur”, la más enorme talla en forma de columna o base que jamás el hombre haya tallado.
Se encontraba tumbada con cierta inclinación en lo que parecía la cantera de la que fue extraída y que está situada a un cuarto de milla del templo de Baalbeck.
Algo debió ocurrir para que aquella piedra fuese abandonada repentinamente, pero la evidente intención estaba en transportarla hasta la plataforma del templo.
¿Qué extrañas fuerzas podrían mover aquella enorme piedra, si en los tiempos actuales la mayor grúa que se conoce solo es capaz de levantar mil doscientas toneladas?
Nunca lo sabremos, pero lo que en este caso queda claro es que estos ciclópeos constructores no utilizaban el extraño “elixir filosofal” capaz de ablandar la roca. Estos iban a transportarla en sólido, tal como se aprecia en la fotografía.

La Piedra del Sur

En la observación de este gigantesco bloque de más de dos mil toneladas, se aprecia un orificio circular, que no atraviesa el bloque, situado en el lado izquierdo de la parte más próxima. Podría ser un punto de anclaje para efectuar su tracción o desplazamiento, pero también podría ser para el ensamblaje definitivo en su lugar.

No lo sabemos, pero si hoy, con nuestra avanzada tecnología, no podríamos mover este bloque, ¿cómo iban a hacerlo ello?

2 comentarios:

  1. A la tierra se le considera que tiene entre 4.OOO y 4.500 millones de años, no me extrañaría la existencia de civilizaciones anteriores mas adelantada a la nuestra.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hace 5000 años, según mi subconsciente, yo era piloto de aeronaves.... Jjjjj. Un abrazo!!!

      Eliminar