jueves, 13 de abril de 2017

EL DEDO ACUSADOR



Hace ya bastantes años, cuando empezó a popularizarse Internet, circuló un escrito en el se resaltaban varias coincidencias existentes entre los asesinatos de Abraham Lincoln y John F. Kennedy.
La lectura de aquella relación era estremecedora, tan llena de funestas coincidencias que ponía el vello de punta. Había aparecido por primera vez en 1964, un año después del asesinato de Kennedy, en la prensa estadounidense.
Aunque en un principio se le dio total credibilidad, años más tarde fue desmentida en su mayor parte por el divulgador científico Martin Gardner, en la prestigiosa revista América Científica.
Algunas cosas no eran ciertas, otras no eran casualidades y algunas estaban tan introducidas a martillazos en la relación, que pronto se dejó de hablar de aquello.
Pero llegó Internet y muchas de las cosas que habían sido olvidadas, fueron sacadas a la luz, ahora con una distribución millones de veces superior.
Lincoln y Kennedy han sido el primero y el último presidente de los Estados Unidos asesinados. Por en medio ha habido otros dos: James Garfield y William MacKinley. Otros cuatro fallecieron durante el mandato, pero en realidad ninguno de ellos importa a los fines de este artículo, solamente Lincoln y Kennedy.
Si Kennedy no hubiera muerto tan prematuramente, muchas cosas habrían cambiado.
En primer lugar su imagen de héroe, político exitoso, esposo amantísimo y padre ejemplar, se hubiera desmoronado con mayor crueldad de lo que lo ha ido haciendo en años posteriores. Si no hubiera muerto víctima de un complot, que ni el informe Warren, ni los miles de estudios que posteriormente se han hecho, han sido capaces de elucidar, quizás nos habríamos enterado de algo. Algo habría cambiado.
Sin embargo, con la muerte de Lincoln, varias cosas no cambiaron. Siguieron por el derrotero en el que se habían iniciado y que el presidente, aunque las abanderaba, no era partidario de aquel rumbo.
Abraham Lincoln había nacido en Kentucky el 12 de febrero de 1809, en una familia modesta de granjeros que no proporcionó a sus hijos una educación más allá de lo necesario para contribuir al desarrollo de la granja. Pero Abraham hacía grandes esfuerzos para adquirir una educación que le permitiera salir de aquella vida que no le gustaba.
A los treinta y un años se casó con Mary Todd, hija de un banquero adinerado que, sin embargo, no había tenido una vida fácil que revertía en su insoportable carácter.
Lincoln dijo en muchas ocasiones que los estudios de derecho que consiguió acabar, así como la exquisita educación de la que él mismo hacía gala, eran fruto de su esfuerzo personal; que a lo largo de toda su vida había ido aprendiendo por donde pasaba y que la necesidad le había hecho superarse.
Parece ser que su temperamento no era muy estable y pasaba por altibajos de carácter que hoy estarían perfectamente diagnosticado como episodios depresivos.
Su biógrafo, Clarence Arthur Tripp, activista gay, psicólogo y terapeuta, escribió de Lincoln que fue a su casamiento con la misma alegría con la que va un buey al matadero y que si se casó con Mary Todd fue porque en una incipiente búsqueda de identidad sexual, había tenido acceso carnal con la joven, a la que dejó embarazada y su padre, el banquero, le obligó a casarse, para reparar el daño.
Lo cierto es que el joven Lincoln había mantenido una seria relación de cuatro años, con Joshua Speed, el cual lo abandonó para casarse, lo que le sumió en una depresión muy seria. Una amplia correspondencia acreditan esta relación de alcoba y en las que Abraham se despide con un invariable: “Siempre tuyo”.
Antes había mantenido una relación amorosa con un primo que estaba perdidamente enamorado de él. Billy Green, tenía dieciocho años y Lincoln algunos más.
Como es natural, el matrimonio no mitigó sus ocultos deseos sexuales y siendo ya presidente de los Estados Unidos se llevó como ayudante militar al coronel Elmer Ellsworth, a quien había conocido años antes en Chicago y con el que le unía una íntima amistad.
Da la casualidad de que Ellsworth fue el primer oficial del ejército de la Unión muerto en la Guerra de Secesión.
Su desaparición produjo una honda pena en el presidente, que lo llamaba “mi muchacho”, pero como un clavo saca a otro clavo, poco tardó el primer inquilino republicano de la Casa Blanca en buscarse un sustituto, esta vez en la persona de lo que hoy sería su “jefe de seguridad”, el capitán de la “Compañía K”, David Derickson, con el que se escondía en un refugio que la Casa Blanca tenía a las afueras de Washington para descanso y solaz de los presidentes.
Uno de sus asesores escribía de esas relaciones: Hay un soldado devoto del presidente, conduce con él y cuando la señora no está en la casa, duerme con él
La situación sentimental tormentosa en la que vivía el hombre más importante de la nación más nueva del mundo, era insostenible, a la vez que conjurada por un sello de silencio inquebrantable. Lincoln no podía “salir del armario”, como se dice ahora, momento en los que, hasta los sacerdotes, cuyos votos de castidad son de férreo cumplimiento, confiesan públicamente sus amores homosexuales, no ya sin pudor, sino con exultante y victoriosa alegría.
Pero aparte de esta faceta de la vida privada del presidente, Lincoln ha llegado a esta página por otra circunstancia mucho más trascendente: El paradigma de la abolición de la esclavitud, era un racista intransigente y recalcitrante.
Cuando en el año 1858 hacía campaña con el partido republicano para el Senado, dejó bien claro en sus discursos que él ni era, ni nunca había sido, partidario de la igualdad entre blancos y negros, subrayando que existían tantas diferencias que resultaba imposible que pudieran vivir juntos en situación de igualdad, tanto social, como política, por lo que si en algún momento se produjera aquella conjunción, sería en una posición de inferioridad de la raza negra. Aun así, tres años después se presentó para presidente y arrasó en los estados del norte, donde la inmensa mayoría estaba por la abolición de la esclavitud.
Había cambiado su discurso y ahora se presentaba como defensor de acabar de una vez con la difícil situación en la que vivían los esclavos, pero solamente cambió de discurso, sus sentimientos seguían siendo los mismos y en 1862, siendo ya presidente de los Estados Unidos, recibió en la Casa Blanca a un nutrido grupo de líderes negros a los que advirtió que aunque dejaran de ser esclavos, estaban muy lejos de ser iguales a los blancos y les reconvino a que buscaran la forma de vivir separados, porque eso sería lo mejor para ellos.
Gracias a las biografías que se van escribiendo en los últimos tiempos, fruto del estudio y la investigación, se ha conocido que entre 1854 y 1860, Lincoln pronunció ciento setenta y cinco discursos en los que siempre insistía en que abolir la esclavitud era una medida anticonstitucional.
Evidentemente cambió de criterio y en la Guerra de Secesión, lideró a los Estados de la Unión contra los Estados del Sur, llamados Confederados.
La abolición de la esclavitud estaba empezando a ser bien vista en todo el mundo y con esa bandera ganó la guerra, pero, curiosamente, en un principio, solamente abolió la esclavitud en los Estados confederados, los perdedores, sobre los que todavía no tenía casi control, pero en el norte, de momento, no hizo nada.
La realidad, también cruda con la idea de abolicionista que le encumbra, es que de los más de tres millones de esclavos, solo se emanciparon doscientos mil y eso pensando que, como resultado de su decisión, los negros nunca llegarían a tener iguales derechos que los blancos.
Poco antes de acabar la guerra, estudiaba con sus más directos colaboradores la posibilidad de deportar a todos los negros a algunas tierras fértiles, con buen clima, en donde pudieran vivir sin mezclarse con blancos y pensaba en Brasil, Guayanas, Surinam…
Más tarde, el presidente Monroe compró todo un país en África, al que puso de nombre Liberia y al que deportó miles de negros.
La idea de Lincoln fertilizó años más tarde, cuando ya no había posibilidad de solución a un problema que solamente se hubiese evitado si la esclavitud nunca hubiese existido, pero desgraciadamente no fue así.
En Washington se ha levantado un monumento llamado “Lincoln Memorial”, para conmemorar al presidente que “abolió la esclavitud”. Es un edificio bellísimo a cuyo frente hay un larguísimo estanque en el que se refleja el obelisco erigido en memoria de George Washington. Este obelisco de casi ciento setenta metros de altura, fue el más alto del mundo hasta que se construyó la Torre Eiffel. Desde la entrada principal, arriba de las escaleras que conducen al atrio del “Lincoln Memorial”, se ve el obelisco reflejado en las cristalinas aguas del estanque.
Su punta se dirige a la colosal estatua de Abraham Lincoln que preside la entrada del edificio y parece como si fuera un dedo acusador que quisiera recordarle las mentiras que fueron su vida.

Vista del obelisco reflejado en el estanque

1 comentario:

  1. El libertador de los esclavos, pronunció la célebre frase que marcó el carácter diferencial de los humanos: TODOS LOS HOMBRES NACEN IGUALES, PERO ES LA ULTIMA VEZ QUE LO SON.

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