Hace ya
bastantes años, cuando empezó a popularizarse Internet, circuló un escrito en
el se resaltaban varias coincidencias existentes entre los asesinatos de
Abraham Lincoln y John F. Kennedy.
La lectura
de aquella relación era estremecedora, tan llena de funestas coincidencias que
ponía el vello de punta. Había aparecido por primera vez en 1964, un año
después del asesinato de Kennedy, en la prensa estadounidense.
Aunque en un
principio se le dio total credibilidad, años más tarde fue desmentida en su
mayor parte por el divulgador científico Martin Gardner, en la prestigiosa
revista América Científica.
Algunas
cosas no eran ciertas, otras no eran casualidades y algunas estaban tan
introducidas a martillazos en la relación, que pronto se dejó de hablar de
aquello.
Pero llegó
Internet y muchas de las cosas que habían sido olvidadas, fueron sacadas a la
luz, ahora con una distribución millones de veces superior.
Lincoln y
Kennedy han sido el primero y el último presidente de los Estados Unidos
asesinados. Por en medio ha habido otros dos: James Garfield y William
MacKinley. Otros cuatro fallecieron durante el mandato, pero en realidad
ninguno de ellos importa a los fines de este artículo, solamente Lincoln y
Kennedy.
Si Kennedy
no hubiera muerto tan prematuramente, muchas cosas habrían cambiado.
En primer
lugar su imagen de héroe, político exitoso, esposo amantísimo y padre ejemplar,
se hubiera desmoronado con mayor crueldad de lo que lo ha ido haciendo en años
posteriores. Si no hubiera muerto víctima de un complot, que ni el informe
Warren, ni los miles de estudios que posteriormente se han hecho, han sido
capaces de elucidar, quizás nos habríamos enterado de algo. Algo habría
cambiado.
Sin embargo,
con la muerte de Lincoln, varias cosas no cambiaron. Siguieron por el derrotero
en el que se habían iniciado y que el presidente, aunque las abanderaba, no era
partidario de aquel rumbo.
Abraham
Lincoln había nacido en Kentucky el 12 de febrero de 1809, en una familia
modesta de granjeros que no proporcionó a sus hijos una educación más allá de
lo necesario para contribuir al desarrollo de la granja. Pero Abraham hacía
grandes esfuerzos para adquirir una educación que le permitiera salir de
aquella vida que no le gustaba.
A los
treinta y un años se casó con Mary Todd, hija de un banquero adinerado que, sin
embargo, no había tenido una vida fácil que revertía en su insoportable
carácter.
Lincoln dijo
en muchas ocasiones que los estudios de derecho que consiguió acabar, así como
la exquisita educación de la que él mismo hacía gala, eran fruto de su esfuerzo
personal; que a lo largo de toda su vida había ido aprendiendo por donde pasaba
y que la necesidad le había hecho superarse.
Parece ser
que su temperamento no era muy estable y pasaba por altibajos de carácter que
hoy estarían perfectamente diagnosticado como episodios depresivos.
Su biógrafo,
Clarence Arthur Tripp, activista gay, psicólogo y terapeuta, escribió de
Lincoln que fue a su casamiento con la misma alegría con la que va un buey al
matadero y que si se casó con Mary Todd fue porque en una incipiente búsqueda
de identidad sexual, había tenido acceso carnal con la joven, a la que dejó
embarazada y su padre, el banquero, le obligó a casarse, para reparar el daño.
Lo cierto es
que el joven Lincoln había mantenido una seria relación de cuatro años, con
Joshua Speed, el cual lo abandonó para casarse, lo que le sumió en una
depresión muy seria. Una amplia correspondencia acreditan esta relación de
alcoba y en las que Abraham se despide con un invariable: “Siempre tuyo”.
Antes había
mantenido una relación amorosa con un primo que estaba perdidamente enamorado
de él. Billy Green, tenía dieciocho años y Lincoln algunos más.
Como es
natural, el matrimonio no mitigó sus ocultos deseos sexuales y siendo ya
presidente de los Estados Unidos se llevó como ayudante militar al coronel
Elmer Ellsworth, a quien había conocido años antes en Chicago y con el que le
unía una íntima amistad.
Da la
casualidad de que Ellsworth fue el primer oficial del ejército de la Unión
muerto en la Guerra de Secesión.
Su
desaparición produjo una honda pena en el presidente, que lo llamaba “mi
muchacho”, pero como un clavo saca a otro clavo, poco tardó el primer inquilino
republicano de la Casa Blanca en buscarse un sustituto, esta vez en la persona
de lo que hoy sería su “jefe de seguridad”, el capitán de la “Compañía K”,
David Derickson, con el que se escondía en un refugio que la Casa Blanca tenía
a las afueras de Washington para descanso y solaz de los presidentes.
Uno de sus
asesores escribía de esas relaciones: Hay un soldado devoto del presidente,
conduce con él y cuando la señora no está en la casa, duerme con él
La situación
sentimental tormentosa en la que vivía el hombre más importante de la nación
más nueva del mundo, era insostenible, a la vez que conjurada por un sello de
silencio inquebrantable. Lincoln no podía “salir del armario”, como se dice
ahora, momento en los que, hasta los sacerdotes, cuyos votos de castidad son de
férreo cumplimiento, confiesan públicamente sus amores homosexuales, no ya sin
pudor, sino con exultante y victoriosa alegría.
Pero aparte
de esta faceta de la vida privada del presidente, Lincoln ha llegado a esta
página por otra circunstancia mucho más trascendente: El paradigma de la
abolición de la esclavitud, era un racista intransigente y recalcitrante.
Cuando en el
año 1858 hacía campaña con el partido republicano para el Senado, dejó bien
claro en sus discursos que él ni era, ni nunca había sido, partidario de la
igualdad entre blancos y negros, subrayando que existían tantas diferencias que
resultaba imposible que pudieran vivir juntos en situación de igualdad, tanto
social, como política, por lo que si en algún momento se produjera aquella
conjunción, sería en una posición de inferioridad de la raza negra. Aun así,
tres años después se presentó para presidente y arrasó en los estados del
norte, donde la inmensa mayoría estaba por la abolición de la esclavitud.
Había
cambiado su discurso y ahora se presentaba como defensor de acabar de una vez
con la difícil situación en la que vivían los esclavos, pero solamente cambió
de discurso, sus sentimientos seguían siendo los mismos y en 1862, siendo ya
presidente de los Estados Unidos, recibió en la Casa Blanca a un nutrido grupo
de líderes negros a los que advirtió que aunque dejaran de ser esclavos,
estaban muy lejos de ser iguales a los blancos y les reconvino a que buscaran
la forma de vivir separados, porque eso sería lo mejor para ellos.
Gracias a
las biografías que se van escribiendo en los últimos tiempos, fruto del estudio
y la investigación, se ha conocido que entre 1854 y 1860, Lincoln pronunció
ciento setenta y cinco discursos en los que siempre insistía en que abolir la
esclavitud era una medida anticonstitucional.
Evidentemente
cambió de criterio y en la Guerra de Secesión, lideró a los Estados de la Unión
contra los Estados del Sur, llamados Confederados.
La abolición
de la esclavitud estaba empezando a ser bien vista en todo el mundo y con esa
bandera ganó la guerra, pero, curiosamente, en un principio, solamente abolió
la esclavitud en los Estados confederados, los perdedores, sobre los que
todavía no tenía casi control, pero en el norte, de momento, no hizo nada.
La realidad,
también cruda con la idea de abolicionista que le encumbra, es que de los más
de tres millones de esclavos, solo se emanciparon doscientos mil y eso pensando
que, como resultado de su decisión, los negros nunca llegarían a tener iguales
derechos que los blancos.
Poco antes
de acabar la guerra, estudiaba con sus más directos colaboradores la
posibilidad de deportar a todos los negros a algunas tierras fértiles, con buen
clima, en donde pudieran vivir sin mezclarse con blancos y pensaba en Brasil,
Guayanas, Surinam…
Más tarde,
el presidente Monroe compró todo un país en África, al que puso de nombre
Liberia y al que deportó miles de negros.
La idea de
Lincoln fertilizó años más tarde, cuando ya no había posibilidad de solución a
un problema que solamente se hubiese evitado si la esclavitud nunca hubiese
existido, pero desgraciadamente no fue así.
En
Washington se ha levantado un monumento llamado “Lincoln Memorial”, para
conmemorar al presidente que “abolió la esclavitud”. Es un edificio bellísimo a
cuyo frente hay un larguísimo estanque en el que se refleja el obelisco erigido
en memoria de George Washington. Este obelisco de casi ciento setenta metros de
altura, fue el más alto del mundo hasta que se construyó la Torre Eiffel. Desde
la entrada principal, arriba de las escaleras que conducen al atrio del “Lincoln
Memorial”, se ve el obelisco reflejado en las cristalinas aguas del estanque.
Su punta se
dirige a la colosal estatua de Abraham Lincoln que preside la entrada del
edificio y parece como si fuera un dedo acusador que quisiera recordarle las
mentiras que fueron su vida.
Vista del
obelisco reflejado en el estanque
El libertador de los esclavos, pronunció la célebre frase que marcó el carácter diferencial de los humanos: TODOS LOS HOMBRES NACEN IGUALES, PERO ES LA ULTIMA VEZ QUE LO SON.
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