El catorce de enero de 1858, cuando el emperador
francés Napoleón III y su esposa, la española Eugenia de Montijo, iban en el
carruaje imperial camino de la Ópera Garnier, un anarquista italiano llamado
Felice Orsini y tres cómplices, arrojaron tres bombas que produjeron ocho
muertos y ciento cuarenta y dos heridos, algunos caballos despanzurrados y un
carruaje para la chatarra, pero la pareja imperial salió ilesa del atentado.
Orsini, que resultó
herido, fue detenido al día siguiente y guillotinado el trece de marzo del
mismo año.
Un año
antes, con ocasión de un viaje a Inglaterra, Orsini pidió al armero Joseph
Taylor que construyera seis bombas que el mismo había diseñado. Se trataba de
una bomba arrojadiza que explotaba por impacto, cuando unos resaltes cargados
con fulminato de mercurio, el mismo que se utilizaba como “flash” en las
primitivas fotografías, iniciaban la explosión de la pólvora que contenía.
Era un
artefacto ingenioso que no necesitaba mecanismos de explosión retardado, lo que
la hacía efectiva, sin programación previa, en el momento de su utilización.
Sin embargo, como se verá, algunas de estas bombas no llegaron a explotar.
Bomba
Orsini
Años mas
tarde, las bombas Orsini se habían popularizado tanto, que eran la bomba
habitual de los anarquistas.
En España se
utilizaron varias veces este tipo de bombas, siendo las más famosas las que se
usaron por el anarquista Santiago Salvador Franch en el teatro del Liceo de
Barcelona.
El final del
siglo XIX y el principio del XX fue un época dura, violenta. En una España
convulsa, las ideas anarquistas, importadas principalmente de Italia, habían
arraigado en zonas muy concretas, pero sobre todo en Cataluña, Levante y
Andalucía. Los anarquistas empezaron primero con encarnizadas huelgas, cuya
intención era más acabar con los beneficios de la producción, en manos de los
aborrecidos burgueses que conseguir mejoras sociales o salariales para ellos
mismos. Al no conseguir por estos medios su propósito de descabalgar a la
burguesía, dieron paso a los robos, atracos a mano armada y atentados, y dentro
de estos, a los más sangrientos: los cometidos con bombas.
Circulaba en
manos de las células anarquistas, un libelo llamado El Indicador Anarquista que
era un compendio de directrices e instrucciones en donde, entre otras cosas, se
enseñaba a fabricar bombas Orsini, e incluso había un par de relojeros en
Barcelona que acoplaban un dispositivo de relojería para una explosión
retardada.
1893 fue un
año especialmente sangriento. Se había atentado contra la casa de Cánovas del
Castillo, que seis años después fue asesinado por los disparos del anarquista
italiano Angiolillo, cuando se encontraba en un balneario de Guipúzcoa
descansando.
Ese mismo
año, el veinticuatro de septiembre, el anarquista Paulino Pallás, arrojó una
bomba Orsini en una parada militar en Barcelona, con la intención de matar al
gobernador militar de Cataluña, el general Arsenio Martínez Campos, autor de la
proclama por la que se reinstauró la monarquía tras la Primera República.
El general
Martínez Campos salió herido levemente, pero como resultado de la explosión
murió un guardia civil. El autor fue detenido y en su juicio alegó que lo había
hecho para vengar a tres compañeros anarquistas, ejecutados en Jerez de la
Frontera el año anterior.
Como prensa
estúpida y sensacionalista la ha habido siempre, algunos periódicos presentaron
a Pallás como un héroe y un mártir de la causa, hasta el extremo de exacerbar
los instintos de algunos de sus correligionario, como el referido Santiago
Salvador, que con unos compinches quiso incluso robar el cadáver de su amigo y
compañero para que fuera venerado en círculos anarquistas.
Fotografía
de Santiago Salvador
No se conoce
muy bien cómo este joven, nacido en Castelserás, un pueblo de Teruel, en el
Bajo Aragón, muy próximo ya a Cataluña, que en aquella época tenía poco más de
dos mil habitantes y en el que sus padres eran unos agricultores acomodados,
había llegado a radicalizarse tanto en el anarquismo.
Sí se conoce
que con dieciséis años tuvo que abandonar su pueblo por haber tratado de matar
a su padre y marchó a Barcelona, en donde ejerció varios oficios, incluso el de
contrabandista, en ninguno de los cuales parece haber cuajado. Como no tenía
medios de subsistencia, se dedicó durante un tiempo a los robos, por lo que fue
detenido en alguna ocasión y debió ser en la cárcel, cuando por contagio de
algún otro recluso, encontrara en el anarquismo un medio de justificación a sus
tropelías, pues el movimiento anarquista vivía de los atracos y robos que sus
integrantes efectuaban.
Ante la
imposibilidad de robar el cadáver de Pallás, decidió vengar su muerte, para lo
que el día siete de noviembre, un día frío y lluvioso, vestido como un obrero y
con una bata o blusón amplio, de color gris que los artesanos solían usar,
entró en el Palacio del Liceo de Barcelona llevando escondidas en una faja, dos
bombas Orsini. Subió hasta el quinto piso y allí, en “el gallinero”, esperó el
momento propicio para cometer el atentado.
Evidentemente
las bombas irían dirigidas al patio de butacas, donde se concentraba la
burguesía catalana que tanto escozor producía en el anarquista.
Y el momento
propicio lo encontró al final del segundo acto de la ópera Guillermo Tell, que
era la que se estaba representado y cuando el público ovacionaba a la cantante,
arrojó la primera de las bombas que pulverizó cuatro asientos y destrozó otros
muchos a su alrededor, causando veintidós muertos y treinta y cinco heridos.
En ese
momento de gritos, carreras, humo, sangre y todo lo que una explosión conlleva,
arrojó la segunda de las bombas, que vino a caer en el regazo de una señora que
ya estaba muerta por la explosión. La bomba rodo por el suelo inclinado del
Liceo y fue recogida intacta.
Con el
revuelo formado, Salvador pudo escapar del teatro, que fue rápidamente cerrado
y después de deambular varios días por distintas poblaciones, se fue a
Zaragoza, a casa un primo llamado Julio Sánchez, que vivía en la calle San
Ildefonso 23.
Pero el
terrorista no es nada si no proclama sus actos y el de esta historia se
dedicaba a ir contando, a quien le quisiera escuchar, que él había sido quien
tiró la bomba del Liceo, porque había que acabar con la burguesía.
La prensa
internacional se hizo eco del atentado
Como es
natural a los pocos días, y más concretamente el uno de enero de 1894, la
policía irrumpió en el domicilio donde Salvador se encontraba acostado. Para
que no lo cogiesen vivo, ya que los anarquistas temían las torturas a las que
decían que los sometía la policía, llevaba siempre un revolver cargado, con el
que se disparó en un costado y trató de beberse un veneno de un frasco ya
preparado, lo cierto es que el disparo le produjo una herida leve y el frasco
no se lo llegó a beber.
Como es
natural fue encarcelado, enjuiciado y sentenciado a muerte.
Al
preguntársele si al arrojar la primera bomba no se había sobrecogido al ver el
dramático escenario que se presentaba, con cuerpos ensangrentados y gritos de
terror, el anarquista respondió con una flema que hace pensar en el irregular funcionamiento
del cerebro de estas personas, que en un primer momento se quedó impresionado,
pero en seguida se sobrepuso y arrojó la segunda bomba, porque creía que
actuaba por una causa justa, como era acabar con la burguesía.
Eso mismo
repitió en la prisión, hasta la saciedad, a dos sacerdotes que quisieron
conseguir su arrepentimiento y que no lo lograron y a los que decía que hasta
Jesucristo, en caso de que hubiera existido, sería anarquista.
Salvador fue
ejecutado a “garrote vil”, el día veintiuno de noviembre de 1894, un año después
del atentado, en el llamado “Patio de los cordeleros”, por el verdugo de la
audiencia de Barcelona, Nicomedes Méndez.
El famoso
cuadro de Ramón Casas denominado Garrote vil y pintado por aquellas fechas, muy
bien podría corresponder a la ejecución de Salvador.
El cuadro
de Casas, Garrote vil
Dos
curiosidades adornan esta historia: la primera es que en el Museo Histórico de
Barcelona se exhibe una bomba Orsini de la que se dice que fue la que no
estalló en el atentado del Liceo. Esto es falso, según se ha podido demostrar
hace ya unos años. La bomba que no estalló se la llevó a su casa el secretario
de la Audiencia Provincial de Barcelona, Pedro Armengol Cornet y actualmente
está en manos de su familia
La segunda,
ronda en torno a la ópera que se representaba: Guillermo Tell, casualmente era
la misma ópera a la que se dirigía Napoleón III, cuando Felice Orsini le
impidió disfrutar de su diversión preferida, arrojándole una bomba que desde
entonces lleva su nombre.
¿Por qué he contado todo esto?
¡Ah, sí!,
porque hace muy pocos días hemos tenido que soportar las declaraciones del
llamado “El Carnicero de Mondragón”, autor de diecisiete asesinatos y cuyo
nombre me resisto a escribir, en las que decía, además de no estar arrepentido
de nada, que no se consideraba un asesino, sino un ejecutor, que desconocía los
nombres de sus víctimas y no iba a pedir perdón.
Seguramente que este canalla también actuaba por
una causa justa.
Comisario, una vez mas te agradezco tan ilustrativa Lupa pues vemos como pasan los siglos y siguen existiendo descerebrados capaces de llevarse vidas por delante en aras de ser Ejecutores de su justicia (con minúsculas)
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