jueves, 20 de abril de 2017

¿POR UNA CAUSA JUSTA?



El  catorce de enero de 1858, cuando el emperador francés Napoleón III y su esposa, la española Eugenia de Montijo, iban en el carruaje imperial camino de la Ópera Garnier, un anarquista italiano llamado Felice Orsini y tres cómplices, arrojaron tres bombas que produjeron ocho muertos y ciento cuarenta y dos heridos, algunos caballos despanzurrados y un carruaje para la chatarra, pero la pareja imperial salió ilesa del atentado.
Orsini, que resultó herido, fue detenido al día siguiente y guillotinado el trece de marzo del mismo año.
Un año antes, con ocasión de un viaje a Inglaterra, Orsini pidió al armero Joseph Taylor que construyera seis bombas que el mismo había diseñado. Se trataba de una bomba arrojadiza que explotaba por impacto, cuando unos resaltes cargados con fulminato de mercurio, el mismo que se utilizaba como “flash” en las primitivas fotografías, iniciaban la explosión de la pólvora que contenía.
Era un artefacto ingenioso que no necesitaba mecanismos de explosión retardado, lo que la hacía efectiva, sin programación previa, en el momento de su utilización. Sin embargo, como se verá, algunas de estas bombas no llegaron a explotar.


Bomba Orsini

Años mas tarde, las bombas Orsini se habían popularizado tanto, que eran la bomba habitual de los anarquistas.
En España se utilizaron varias veces este tipo de bombas, siendo las más famosas las que se usaron por el anarquista Santiago Salvador Franch en el teatro del Liceo de Barcelona.
El final del siglo XIX y el principio del XX fue un época dura, violenta. En una España convulsa, las ideas anarquistas, importadas principalmente de Italia, habían arraigado en zonas muy concretas, pero sobre todo en Cataluña, Levante y Andalucía. Los anarquistas empezaron primero con encarnizadas huelgas, cuya intención era más acabar con los beneficios de la producción, en manos de los aborrecidos burgueses que conseguir mejoras sociales o salariales para ellos mismos. Al no conseguir por estos medios su propósito de descabalgar a la burguesía, dieron paso a los robos, atracos a mano armada y atentados, y dentro de estos, a los más sangrientos: los cometidos con bombas.
Circulaba en manos de las células anarquistas, un libelo llamado El Indicador Anarquista que era un compendio de directrices e instrucciones en donde, entre otras cosas, se enseñaba a fabricar bombas Orsini, e incluso había un par de relojeros en Barcelona que acoplaban un dispositivo de relojería para una explosión retardada.
1893 fue un año especialmente sangriento. Se había atentado contra la casa de Cánovas del Castillo, que seis años después fue asesinado por los disparos del anarquista italiano Angiolillo, cuando se encontraba en un balneario de Guipúzcoa descansando.
Ese mismo año, el veinticuatro de septiembre, el anarquista Paulino Pallás, arrojó una bomba Orsini en una parada militar en Barcelona, con la intención de matar al gobernador militar de Cataluña, el general Arsenio Martínez Campos, autor de la proclama por la que se reinstauró la monarquía tras la Primera República.
El general Martínez Campos salió herido levemente, pero como resultado de la explosión murió un guardia civil. El autor fue detenido y en su juicio alegó que lo había hecho para vengar a tres compañeros anarquistas, ejecutados en Jerez de la Frontera el año anterior.
Como prensa estúpida y sensacionalista la ha habido siempre, algunos periódicos presentaron a Pallás como un héroe y un mártir de la causa, hasta el extremo de exacerbar los instintos de algunos de sus correligionario, como el referido Santiago Salvador, que con unos compinches quiso incluso robar el cadáver de su amigo y compañero para que fuera venerado en círculos anarquistas.

Fotografía de Santiago Salvador

No se conoce muy bien cómo este joven, nacido en Castelserás, un pueblo de Teruel, en el Bajo Aragón, muy próximo ya a Cataluña, que en aquella época tenía poco más de dos mil habitantes y en el que sus padres eran unos agricultores acomodados, había llegado a radicalizarse tanto en el anarquismo.
Sí se conoce que con dieciséis años tuvo que abandonar su pueblo por haber tratado de matar a su padre y marchó a Barcelona, en donde ejerció varios oficios, incluso el de contrabandista, en ninguno de los cuales parece haber cuajado. Como no tenía medios de subsistencia, se dedicó durante un tiempo a los robos, por lo que fue detenido en alguna ocasión y debió ser en la cárcel, cuando por contagio de algún otro recluso, encontrara en el anarquismo un medio de justificación a sus tropelías, pues el movimiento anarquista vivía de los atracos y robos que sus integrantes efectuaban.
Ante la imposibilidad de robar el cadáver de Pallás, decidió vengar su muerte, para lo que el día siete de noviembre, un día frío y lluvioso, vestido como un obrero y con una bata o blusón amplio, de color gris que los artesanos solían usar, entró en el Palacio del Liceo de Barcelona llevando escondidas en una faja, dos bombas Orsini. Subió hasta el quinto piso y allí, en “el gallinero”, esperó el momento propicio para cometer el atentado.
Evidentemente las bombas irían dirigidas al patio de butacas, donde se concentraba la burguesía catalana que tanto escozor producía en el anarquista.
Y el momento propicio lo encontró al final del segundo acto de la ópera Guillermo Tell, que era la que se estaba representado y cuando el público ovacionaba a la cantante, arrojó la primera de las bombas que pulverizó cuatro asientos y destrozó otros muchos a su alrededor, causando veintidós muertos y treinta y cinco heridos.
En ese momento de gritos, carreras, humo, sangre y todo lo que una explosión conlleva, arrojó la segunda de las bombas, que vino a caer en el regazo de una señora que ya estaba muerta por la explosión. La bomba rodo por el suelo inclinado del Liceo y fue recogida intacta.
Con el revuelo formado, Salvador pudo escapar del teatro, que fue rápidamente cerrado y después de deambular varios días por distintas poblaciones, se fue a Zaragoza, a casa un primo llamado Julio Sánchez, que vivía en la calle San Ildefonso 23.
Pero el terrorista no es nada si no proclama sus actos y el de esta historia se dedicaba a ir contando, a quien le quisiera escuchar, que él había sido quien tiró la bomba del Liceo, porque había que acabar con la burguesía.

La prensa internacional se hizo eco del atentado

Como es natural a los pocos días, y más concretamente el uno de enero de 1894, la policía irrumpió en el domicilio donde Salvador se encontraba acostado. Para que no lo cogiesen vivo, ya que los anarquistas temían las torturas a las que decían que los sometía la policía, llevaba siempre un revolver cargado, con el que se disparó en un costado y trató de beberse un veneno de un frasco ya preparado, lo cierto es que el disparo le produjo una herida leve y el frasco no se lo llegó a beber.
Como es natural fue encarcelado, enjuiciado y sentenciado a muerte.
Al preguntársele si al arrojar la primera bomba no se había sobrecogido al ver el dramático escenario que se presentaba, con cuerpos ensangrentados y gritos de terror, el anarquista respondió con una flema que hace pensar en el irregular funcionamiento del cerebro de estas personas, que en un primer momento se quedó impresionado, pero en seguida se sobrepuso y arrojó la segunda bomba, porque creía que actuaba por una causa justa, como era acabar con la burguesía.
Eso mismo repitió en la prisión, hasta la saciedad, a dos sacerdotes que quisieron conseguir su arrepentimiento y que no lo lograron y a los que decía que hasta Jesucristo, en caso de que hubiera existido, sería anarquista.
Salvador fue ejecutado a “garrote vil”, el día veintiuno de noviembre de 1894, un año después del atentado, en el llamado “Patio de los cordeleros”, por el verdugo de la audiencia de Barcelona, Nicomedes Méndez.
El famoso cuadro de Ramón Casas denominado Garrote vil y pintado por aquellas fechas, muy bien podría corresponder a la ejecución de Salvador.

El cuadro de Casas, Garrote vil

Dos curiosidades adornan esta historia: la primera es que en el Museo Histórico de Barcelona se exhibe una bomba Orsini de la que se dice que fue la que no estalló en el atentado del Liceo. Esto es falso, según se ha podido demostrar hace ya unos años. La bomba que no estalló se la llevó a su casa el secretario de la Audiencia Provincial de Barcelona, Pedro Armengol Cornet y actualmente está en manos de su familia
La segunda, ronda en torno a la ópera que se representaba: Guillermo Tell, casualmente era la misma ópera a la que se dirigía Napoleón III, cuando Felice Orsini le impidió disfrutar de su diversión preferida, arrojándole una bomba que desde entonces lleva su nombre.
 ¿Por qué he contado todo esto?
¡Ah, sí!, porque hace muy pocos días hemos tenido que soportar las declaraciones del llamado “El Carnicero de Mondragón”, autor de diecisiete asesinatos y cuyo nombre me resisto a escribir, en las que decía, además de no estar arrepentido de nada, que no se consideraba un asesino, sino un ejecutor, que desconocía los nombres de sus víctimas y no iba a pedir perdón.
Seguramente que este canalla también actuaba por una causa justa.

1 comentario:

  1. Comisario, una vez mas te agradezco tan ilustrativa Lupa pues vemos como pasan los siglos y siguen existiendo descerebrados capaces de llevarse vidas por delante en aras de ser Ejecutores de su justicia (con minúsculas)

    ResponderEliminar