Si hay una
figura militar controvertida en España, es la del general Zumalacárregui. Todos
lo hemos visto reflejado en los libros de historia que estudiamos en el
bachiller, sin profundizar mucho sobre su persona o su trayectoria militar.
Algunos otros lo han visto más de cerca en literatura especializada, o entrando
en profundidad en las Guerras Carlistas, pero muy pocos han escrito realmente
sobre aquel general que empezó su vida como soldado voluntario para combatir a
las tropas invasoras de Napoleón y terminó liderando el ejército carlista
contra las tropas liberales isabelinas.
Como ya
sabemos, a la muerte de Fernando VII sin descendencia masculina, España se
divide en dos bandos: los partidarios de que reine el infante Carlos María Isidro,
hermano del rey y los partidarios de que lo haga su hija Isabel, después de que
su padre, “in extremis”, hubiera
dejado en suspenso, la Ley Sálica, que prohibía reinar a las mujeres.
Carlistas e
isabelinos, también llamados “cristinos”, por la regencia de María Cristina, la
reina madre, dos posturas encontradas sin ningún resquicio de solución,
terminan enfrentándose en una cruenta
guerra civil, pues no solamente se disputan el trono de España sino que son el
choque entre dos ideologías: las liberales, representadas por los partidarios
de Isabel y las tradicionalistas, monárquicos absolutistas, representada por la
facción carlista, cuyo lema era Dios, Patria y Rey.
La guerra se
resolvió finalmente a favor del bando liberal, que era el gobierno y que tenía
el mando sobre todos los ejércitos regulares del país, pero los carlistas
presentaron dura batalla.
España se
dividió entre las dos tendencias. Del lado carlista estaba la parte norte, pero
fundamentalmente el País Vasco, Navarra, norte de Cataluña y la comarca del
Maestrazgo, entre Teruel y Castellón. Del otro lado estaba el resto, en el que
había muchos simpatizantes tradicionalistas. Pero en todo el resto de España
surgieron núcleos o células carlistas, unas más activas que otras, pero presentes
en casi toda la geografía nacional, siendo las de Talavera de la Reina, las
primeras en levantarse contra el gobierno.
El amplio
eco que el carlismo tenía en el sector rural, permitió ir formando escuadras de
guerrilleros que, rememorando los tiempos de la lucha contra los franceses,
traían en jaque al ejército regular español. Pero en eso llegaron dos
personajes de gran talla: Zumalacárregui, que unificó las guerrillas creando un
ejército en tierras vaco-navarras y Cabrera que hace lo propio en Aragón y
Cataluña. En el resto de España, sin embargo y a pesar de la gran presencia, no
se llegan a conformar sino pequeñas guerrillas, más inclinadas al bandolerismo
que a la verdadera resistencia política y militar.
Tomás de
Zumalacárregui Imaz, nació en Ormáiztegui, provincia de Guipúzcoa el 29 de
diciembre de 1788; décimo de once hermanos, recibió una buena educación, como
correspondía a la clase media alta a la que pertenecía.
Con veinte
años se alistó en el ejército para luchar contra los franceses y padeció los dos
sitios de Zaragoza, en el segundo de los cuales fue hecho prisionero. Consiguió
escapar de su cautiverio para unirse a la partida de “El Pastor”, un
guerrillero aguerrido, totalmente analfabeto, llamado Gaspar de Jáuregui. Tosco
e inculto, pero dotado de inteligencia natural, pronto vio buenas cualidades en
el joven Tomás y lo convirtió en su secretario que, con paciencia y dedicación,
consiguió enseñarle a leer y escribir.
En el campo
de batalla, el joven secretario no iba a la zaga de los más valientes e intrépidos
guerrilleros y demostrando su valía con las armas en las múltiples refriegas,
pronto comenzó su carrera de ascensos y fue destinado al primer regimiento de
infantería de Guipúzcoa con el grado de subteniente. Dos años después era
capitán, grado con el que terminó la guerra, pasando a desempeñar puestos
civiles dentro de la capitanía general de las vascongadas.
Retrato del
general Zumalacárregui
Durante el
Trienio Liberal, dada su clara ideología absolutista, fue separado del
servicio, pero cuando Fernando VII acaba con los liberales en 1823,
Zumalacárregui se incorpora al regimiento de infantería y se le da el mando de
un batallón de la división realista de Navarra, con el grado de teniente
coronel.
Vino después
la conocida como “Década ominosa”, en la que nuestro personaje debía
encontrarse muy a gusto, pues el Rey Felón había acaparado todos los poderes
del Estado y hacía y deshacía a su antojo. Fue ascendido directamente por el
rey al empleo de coronel por su labor de organización en los regimientos en los
que se encontraba destinado.
Con la
muerte del rey y como era de esperar, toma parte por el príncipe Carlos, al que
ya designaban como Carlos V y que, vistas como estaban las cosas, se había
marchado a Portugal y desde allí se escondió en Inglaterra.
El
fusilamiento en Pamplona el 14 de octubre de 1833 del brigadier Santos Ladrón
de Cegama, el primer militar que proclamó públicamente al infante don Carlos
como rey de España, hizo que Zumalacárregui tomase el relevo como comandante
general de Navarra.
Desde el
primer momento, el “Tío Tomás”, apodo por el que era conocido entre los
guerrillero, se puso a la tarea de transformar a aquellos hombres, de
heterogénea mezcolanza, en un cuerpo de ejército serio y formal, con el que
poderse enfrentar al ejército gubernamental.
Tres cosas
tenía bien claras Zumalacárregui: la primera es que necesitaban victorias que
trascendieran fronteras y que obligaran a otros países a posicionarse en la
contienda, pues hasta ese momento no se habían producido más que escaramuzas y
asaltos guerrilleros.
Así, con su
embrión de ejército ya formado, se enfrentó a las tropas isabelinas en
repetidas ocasiones, logrando considerables victorias, hasta el punto de que el
gobierno destituyó al general jefe de la tropas isabelinas, conde de Villarín,
sustituyéndolo por el Marqués de Moncayo, que tuvo una suerte parecida a la de
su antecesor y fue derrotado en varias batallas.
Ya había
conseguido reconocimiento por parte de las potencias europeas, pero le quedaba
una segunda cuestión y es que un ejército no podía luchar a favor de un rey que
estaba en el exilio, por lo que obligó a don Carlos a venir a España y más
concretamente a Navarra, donde mayor fuerza tenían sus seguidores.
En julio de
1834, don Carlos entró en España por el paso de Elizondo, donde le esperaba el
invicto general navarro. Allí se celebró una primera reunión en la que el
pretendiente abrazó a Zumalacárregui y le nombró jefe supremo de todas las
tropas carlistas, con el grado de Mariscal de Campo.
Desde aquel
momento los enfrentamientos entre carlistas e isabelinos, se inclinaban del
lado de los primeros, consiguiendo Zumalacárregui una fama de general invicto
que le acompañó batalla tras batalla, trascendiendo fronteras y hablándose de
él como de un genio militar y estratega comparable a Napoleón.
La tercera
cuestión que tenía bien clara el invicto general era que las Cortes Forales no
podían seguir legislando a su albedrío y así, recortó sus competencias,
dejándolas tan exiguas que solamente tenían capacidad para recaudar fondos que
iban directamente a financiar la causa carlista.
Esta
circunstancia es tan importante que ha sido sistemáticamente acallada por los
nacionalistas vasco-navarros que han enaltecido la figura de Zumalacárregui
hasta el extremo de querer presentarla como un luchador por la independencia
vasca: un abertzale.
Nada más
lejos de la realidad, hasta el punto de que el orate fundador del PNV, Sabino
Arana y Goiri, nunca mencionó al general como un germen del nacionalismo vasco
y todo tiene su inicio en un rumor. Uno de tantos que luego han hecho formar
opinión.
En 1834 y
ante el vacío de poder en que se encontraba el territorio, surge el rumor cada
vez más creciente, de la posibilidad de que se declarase la independencia de
las cuatro provincias y que a la cabeza del gobierno estaría el general
Zumalacárregui. Diversos periódicos europeos se hicieron eco del rumor y lo
publicaron, dando así carta de naturaleza a lo que nunca estuvo en la mente del
general, que tenía un alto concepto del lema de su partido: Dios, Patria y Rey.
Y la patria era España, no vasconia.
Es muy
posible que la muerte del general, tan imprevista como estúpida, haya
contribuido a cimentar su fama, porque es más que probable que tras aquellos
inicios bélicos, fulgurantes, hubiese venido el lógico decaimiento porque una
fuerza militar muy superior, habría logrado doblegarle finalmente.
Zumalacárregui
murió por la septicemia provocada por el pésimo tratamiento de una herida de
bala en su pierna izquierda. Se encontraba en un balcón, observando la toma de
Bilbao, cuando una bala perdida le hirió levemente.
Se puso en manos
de un curandero, un tal “Petrikillo”, que alcanzó tan nefasta fama por la
chapuza que hizo en la pierna del general, que ha dado nombre a todos los
curanderos-ensambladores vasco-navarros.
De dónde
procedió aquella bala, es una incógnita, pues al parecer se encontraba lo
suficientemente lejos del frente como para tener una amplia perspectiva, por lo
que no parece claro que procediera del enemigo. Más bien fue una faena del
llamado “fuego amigo”, o quizás, no tan amigo, porque entre la infausta
camarilla del aspirante al trono, Zumalacárregui tenía notables enemigos.
Así han
inventado los nacionalistas una historia a su medida que no se compadece con la
verdad.
¿qué hubiese hecho Susana Díaz, Rajpy y el Pedro? Pena me da el antecedente-
ResponderEliminarYo siempre le tuve en gran estima, aunque nunca fui Carlista, tuve muchos amigos seguidores de Carlos Hugo que iban anualmente a Montejurra..
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