jueves, 6 de abril de 2017

DE DÓNDE PARTIÓ LA BALA



Si hay una figura militar controvertida en España, es la del general Zumalacárregui. Todos lo hemos visto reflejado en los libros de historia que estudiamos en el bachiller, sin profundizar mucho sobre su persona o su trayectoria militar. Algunos otros lo han visto más de cerca en literatura especializada, o entrando en profundidad en las Guerras Carlistas, pero muy pocos han escrito realmente sobre aquel general que empezó su vida como soldado voluntario para combatir a las tropas invasoras de Napoleón y terminó liderando el ejército carlista contra las tropas liberales isabelinas.
Como ya sabemos, a la muerte de Fernando VII sin descendencia masculina, España se divide en dos bandos: los partidarios de que reine el infante Carlos María Isidro, hermano del rey y los partidarios de que lo haga su hija Isabel, después de que su padre, “in extremis”, hubiera dejado en suspenso, la Ley Sálica, que prohibía reinar a las mujeres.
Carlistas e isabelinos, también llamados “cristinos”, por la regencia de María Cristina, la reina madre, dos posturas encontradas sin ningún resquicio de solución, terminan  enfrentándose en una cruenta guerra civil, pues no solamente se disputan el trono de España sino que son el choque entre dos ideologías: las liberales, representadas por los partidarios de Isabel y las tradicionalistas, monárquicos absolutistas, representada por la facción carlista, cuyo lema era Dios, Patria y Rey.
La guerra se resolvió finalmente a favor del bando liberal, que era el gobierno y que tenía el mando sobre todos los ejércitos regulares del país, pero los carlistas presentaron dura batalla.
España se dividió entre las dos tendencias. Del lado carlista estaba la parte norte, pero fundamentalmente el País Vasco, Navarra, norte de Cataluña y la comarca del Maestrazgo, entre Teruel y Castellón. Del otro lado estaba el resto, en el que había muchos simpatizantes tradicionalistas. Pero en todo el resto de España surgieron núcleos o células carlistas, unas más activas que otras, pero presentes en casi toda la geografía nacional, siendo las de Talavera de la Reina, las primeras en levantarse contra el gobierno.
El amplio eco que el carlismo tenía en el sector rural, permitió ir formando escuadras de guerrilleros que, rememorando los tiempos de la lucha contra los franceses, traían en jaque al ejército regular español. Pero en eso llegaron dos personajes de gran talla: Zumalacárregui, que unificó las guerrillas creando un ejército en tierras vaco-navarras y Cabrera que hace lo propio en Aragón y Cataluña. En el resto de España, sin embargo y a pesar de la gran presencia, no se llegan a conformar sino pequeñas guerrillas, más inclinadas al bandolerismo que a la verdadera resistencia política y militar.
Tomás de Zumalacárregui Imaz, nació en Ormáiztegui, provincia de Guipúzcoa el 29 de diciembre de 1788; décimo de once hermanos, recibió una buena educación, como correspondía a la clase media alta a la que pertenecía.
Con veinte años se alistó en el ejército para luchar contra los franceses y padeció los dos sitios de Zaragoza, en el segundo de los cuales fue hecho prisionero. Consiguió escapar de su cautiverio para unirse a la partida de “El Pastor”, un guerrillero aguerrido, totalmente analfabeto, llamado Gaspar de Jáuregui. Tosco e inculto, pero dotado de inteligencia natural, pronto vio buenas cualidades en el joven Tomás y lo convirtió en su secretario que, con paciencia y dedicación, consiguió enseñarle a leer y escribir.
En el campo de batalla, el joven secretario no iba a la zaga de los más valientes e intrépidos guerrilleros y demostrando su valía con las armas en las múltiples refriegas, pronto comenzó su carrera de ascensos y fue destinado al primer regimiento de infantería de Guipúzcoa con el grado de subteniente. Dos años después era capitán, grado con el que terminó la guerra, pasando a desempeñar puestos civiles dentro de la capitanía general de las vascongadas.

Retrato del general Zumalacárregui

Durante el Trienio Liberal, dada su clara ideología absolutista, fue separado del servicio, pero cuando Fernando VII acaba con los liberales en 1823, Zumalacárregui se incorpora al regimiento de infantería y se le da el mando de un batallón de la división realista de Navarra, con el grado de teniente coronel.
Vino después la conocida como “Década ominosa”, en la que nuestro personaje debía encontrarse muy a gusto, pues el Rey Felón había acaparado todos los poderes del Estado y hacía y deshacía a su antojo. Fue ascendido directamente por el rey al empleo de coronel por su labor de organización en los regimientos en los que se encontraba destinado.
Con la muerte del rey y como era de esperar, toma parte por el príncipe Carlos, al que ya designaban como Carlos V y que, vistas como estaban las cosas, se había marchado a Portugal y desde allí se escondió en Inglaterra.
El fusilamiento en Pamplona el 14 de octubre de 1833 del brigadier Santos Ladrón de Cegama, el primer militar que proclamó públicamente al infante don Carlos como rey de España, hizo que Zumalacárregui tomase el relevo como comandante general de Navarra.
Desde el primer momento, el “Tío Tomás”, apodo por el que era conocido entre los guerrillero, se puso a la tarea de transformar a aquellos hombres, de heterogénea mezcolanza, en un cuerpo de ejército serio y formal, con el que poderse enfrentar al ejército gubernamental.
Tres cosas tenía bien claras Zumalacárregui: la primera es que necesitaban victorias que trascendieran fronteras y que obligaran a otros países a posicionarse en la contienda, pues hasta ese momento no se habían producido más que escaramuzas y asaltos guerrilleros.
Así, con su embrión de ejército ya formado, se enfrentó a las tropas isabelinas en repetidas ocasiones, logrando considerables victorias, hasta el punto de que el gobierno destituyó al general jefe de la tropas isabelinas, conde de Villarín, sustituyéndolo por el Marqués de Moncayo, que tuvo una suerte parecida a la de su antecesor y fue derrotado en varias batallas.
Ya había conseguido reconocimiento por parte de las potencias europeas, pero le quedaba una segunda cuestión y es que un ejército no podía luchar a favor de un rey que estaba en el exilio, por lo que obligó a don Carlos a venir a España y más concretamente a Navarra, donde mayor fuerza tenían sus seguidores.
En julio de 1834, don Carlos entró en España por el paso de Elizondo, donde le esperaba el invicto general navarro. Allí se celebró una primera reunión en la que el pretendiente abrazó a Zumalacárregui y le nombró jefe supremo de todas las tropas carlistas, con el grado de Mariscal de Campo.
Desde aquel momento los enfrentamientos entre carlistas e isabelinos, se inclinaban del lado de los primeros, consiguiendo Zumalacárregui una fama de general invicto que le acompañó batalla tras batalla, trascendiendo fronteras y hablándose de él como de un genio militar y estratega comparable a Napoleón.
La tercera cuestión que tenía bien clara el invicto general era que las Cortes Forales no podían seguir legislando a su albedrío y así, recortó sus competencias, dejándolas tan exiguas que solamente tenían capacidad para recaudar fondos que iban directamente a financiar la causa carlista.
Esta circunstancia es tan importante que ha sido sistemáticamente acallada por los nacionalistas vasco-navarros que han enaltecido la figura de Zumalacárregui hasta el extremo de querer presentarla como un luchador por la independencia vasca: un abertzale.
Nada más lejos de la realidad, hasta el punto de que el orate fundador del PNV, Sabino Arana y Goiri, nunca mencionó al general como un germen del nacionalismo vasco y todo tiene su inicio en un rumor. Uno de tantos que luego han hecho formar opinión.
En 1834 y ante el vacío de poder en que se encontraba el territorio, surge el rumor cada vez más creciente, de la posibilidad de que se declarase la independencia de las cuatro provincias y que a la cabeza del gobierno estaría el general Zumalacárregui. Diversos periódicos europeos se hicieron eco del rumor y lo publicaron, dando así carta de naturaleza a lo que nunca estuvo en la mente del general, que tenía un alto concepto del lema de su partido: Dios, Patria y Rey. Y la patria era España, no vasconia.
Es muy posible que la muerte del general, tan imprevista como estúpida, haya contribuido a cimentar su fama, porque es más que probable que tras aquellos inicios bélicos, fulgurantes, hubiese venido el lógico decaimiento porque una fuerza militar muy superior, habría logrado doblegarle finalmente.
Zumalacárregui murió por la septicemia provocada por el pésimo tratamiento de una herida de bala en su pierna izquierda. Se encontraba en un balcón, observando la toma de Bilbao, cuando una bala perdida le hirió levemente.
Se puso en manos de un curandero, un tal “Petrikillo”, que alcanzó tan nefasta fama por la chapuza que hizo en la pierna del general, que ha dado nombre a todos los curanderos-ensambladores vasco-navarros.
De dónde procedió aquella bala, es una incógnita, pues al parecer se encontraba lo suficientemente lejos del frente como para tener una amplia perspectiva, por lo que no parece claro que procediera del enemigo. Más bien fue una faena del llamado “fuego amigo”, o quizás, no tan amigo, porque entre la infausta camarilla del aspirante al trono, Zumalacárregui tenía notables enemigos.

Así han inventado los nacionalistas una historia a su medida que no se compadece con la verdad.

2 comentarios:

  1. ¿qué hubiese hecho Susana Díaz, Rajpy y el Pedro? Pena me da el antecedente-

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  2. Yo siempre le tuve en gran estima, aunque nunca fui Carlista, tuve muchos amigos seguidores de Carlos Hugo que iban anualmente a Montejurra..

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