viernes, 12 de mayo de 2017

UN BUEN ALIADO




Es posible perder una guerra habiendo ganado todas las batallas. En realidad, esta aseveración es un sofisma; queda irónico, incluso ingeniosos, pero no puede ser verdad: ¿si ganas siempre cómo es que pierdes al final?, aunque en la historia se han repetido casos como el de Pirro, rey de Épiro, una región costera del Adriático, al norte de Grecia, frente al “tacón de la Bota Italiana” que tras ser felicitado por sus generales por haber vencido a Roma, les contestó con sarcasmo que otra victoria como aquella y tendría que volverse a casa solo.
Hay muchos otros ejemplos, pero de lo que me proponía hablar hoy es de una faceta de la Primera Guerra Mundial en la que no hubo trincheras, ni gases mortíferos, ni nada de lo que convirtió Europa en un queso de Gruyere. Una guerra que no se desarrolló en nuestro continente, sino en el africano y que enfrentaba a alemanes con británicos, al más puro estilo colonial.
Tras años de duros enfrentamientos entre alemanes y aliados, los primeros vencieron en todas las batallas e incluso siguieron guerreando hasta una semana después de haberse acabado la guerra con la rendición de Alemania. Pero al final tuvieron que firmar también su rendición.
Los germanos llegaron tarde a la fiebre de colonización que enfermó al mundo. Se les habían adelantado casi todos los países europeos, pero por aquel entonces el Imperio Alemán era una potencia poderosa y, organizada por Bismarck, se convocó la Conferencia de Berlín de 1884, a la que acudieron todas las potencias coloniales del momento, las cuales permitieron que los del Kaiser se incorporaran a la depredación geográfica de lo poco que ya iba quedando y así, se asentaron con fuerza en las costas Índica y Atlántica de África.
Todo aquel inmenso continente del sur, menos Liberia a la que protegía Estados Unidos y Etiopía, por aquello del “Rey de Reyes”, estaba libre para que los países poderosos se lo apropiaran.
En la costa este africana, bañada por el Océano Índico, los alemanes se apoderaron de los inmensos territorios que hoy forman los países de Tanzania, Ruanda y Burundi; tan extensos como Francia y Alemania juntas.
Los británicos, varios años antes, se habían situado más arriba, en Kenia. Tenían mucha más tradición exploradora y habían contado con personajes de la talla de Stanley y Livingston que había descubierto inmensos territorios para la corona británica.
Así estaban las cosas cuando en 1914 el desgraciado y nunca bien valorado atentado anarquista acabó con la vida del Archiduque Francisco Fernando en Sarajevo y se desencadenó la primera Guerra Mundial.
El Imperio contra todos. El quinto suceso más sangriento de la historia de la Humanidad acababa de empezar y duraría cuatro años.
África no quedaría al margen de la contienda y en la entonces llamada África Oriental Alemana, se iniciaron los preparativos para guerrear contra los vecinos británicos.
Pocos meses antes de que el conflicto bélico se iniciara, Alemania había enviado al coronel Paul von Lettow-Vorbeck para hacerse cargo de todas las fuerzas militares y civiles de la zona; fuerzas por otro lado escasas pues estaban integradas por unos tres mil soldados alemanes bien pertrechados y entrenados y unos doce mil “askaris”, soldados nativos que desarrollaban diversas actividades, desde policía interior, hasta vanguardia del ejército.
Hay una anécdota curiosa en relación con el viaje de von Lettow a África y es que durante los largos días de navegación a bordo de un lujoso crucero de la época, conoció a una dama danesa llamada Karen Blixen, con la que trabó una buena amistad que perduraba incluso cuando sus dos países estaban en guerra. Años más tarde, Karen escribió una novela que la hizo famosa en todo el mundo: Memorias de África.

Coronel Paul von Lettow-Vorbek, con uniforme colonial

Iniciada la Primera Gran Guerra, las escasas fuerzas germanas que tenían que defender los inmensos territorios de la colonia Africana Oriental, estaban en estado de alerta, pendientes de los movimientos que sus vecinos ingleses realizaban y no habían pasado dos meses desde el inicio del conflicto cuando éstos intentaron invadir la colonia de Tanzania.
Para ello trajeron desde la India miles de soldados inativos, sin apenas preparación militar, desmotivados y no acostumbrados a navegar y a los que le cogió muy mal tiempo en la travesía y casi sin reponerse de las penalidades del viaje, se les volvió a embarcar en buques de guerra para intentar un desembarco y conquista de la importante ciudad de Tanga.
Ese fue su error, porque además de estar mandados por un general inepto y dubitativo llamado Arthur Aitken, se eligió un pésimo lugar para el desembarco.
Tanga es una ciudad en el litoral y el puerto más importante de toda la zona norte de Tanzania, situada en una bahía muy cercana a la frontera de Kenia.
Los británicos, oyeron un rumor, que no se molestaron en confirmar, que la mencionada bahía había sido minada, lo mismo que la entrada al puerto de Tanga, cosa que no era cierta, pero sin saber por qué, aceptaron la información como verídica. En consecuencia buscaron un lugar donde desembarcar el contingente de soldados indios y británicos.
El general Aitken eligió un lugar en la costa, al sur de Tanga, pero lo bastante cerca como para que sus soldados pudieran, por tierra, tomar la ciudad, pero durante el tiempo en el que el general inglés se mantenía dubitativo, los alemanes recibieron información del lugar en el que iban a desembarcar y les dio tiempo a fortificarse.
El lugar no podía ser peor para un desembarco. Era una zona de ciénaga, plagada de mosquitos de esos que, como decimos en Andalucía, no pican, simplemente empujan, además de contagiar numerosas enfermedades. No era posible usar caballerías para el transporte de los materiales bélicos y los suministros de boca, por lo que hubieron de servirse de porteadores nativos, que parecían inmunes a las picaduras. Los soldados muy bien pertrechados, pero excesivamente cargados y los porteadores mucho más, avanzaban muy lentamente hundiéndose en el cieno.
Antes de desembarcar, cuando los soldados indios supieron que la zona era pantanosa, usaron un sistema de protección que en su tierra les había dado siempre muy buen resultado y que no era otro que embadurnarse en petróleo para espantar a los tábanos.
Y eso hicieron y los enormes mosquitos huían aterrorizados ante el profundo olor a petróleo, ante el contento de los indios que avanzaban como podían entre aquel fangal.
Lo que no sabían era que poco más adelante, cuando ya el terreno era más seco y la selva se cerraba, había una inmensa población de abejas africanas, esas que se han ganado fama de dañinas y peligrosas. Lo que funcionó para los mosquitos, no hizo con las abejas sino todo el efecto contrario.
Aquel olor intenso, penetrante, alteraba su sistema nervioso hasta volverlas locas y las impulsaba a atacar de forma desaforada contra aquella agresión olfativa que les trastornaba sus sentidos.
Salieron de sus colmenas enfurecidas y se dirigieron como un ejército de millones de aguijones contra los profanadores de sus territorios.
Los picotazos de las abejas eran dolorosísimos y los soldados, no tenían manos para quitarse de encima aquella nube de zumbidos y pinchazos que les oscurecía el Sol y después de mucho manotear contra un ejército incontenible, arrojaron sus armas y sus impedimentas y salieron corriendo en dirección a la costa.
Momento que aprovechó von Lettow para hostigar al enemigo, con las escasas fuerzas de que disponía, pues solamente algunos de sus “askaris” estaban armados con los famosos fusiles Mauser, otros casi los llevaban de adorno y en cuanto a la artillería, tenía muy pocos cañones de corto alcance, que, no obstante, en aquellas circunstancias se mostraron muy eficaces.
Después de diezmar a los británicos, sobre todo a los indios, recogieron del campo de batalla montones de fusiles y armas cortas, así como provisiones de boca y millones de cartuchos. Magnífica recolección que se sumaba a la aplastante victoria obtenida.
Por las características expresadas, aquella batalla ha pasado a la historia como la Batalla de las Abejas, el mejor aliado con que contó Alemania en toda la contienda.
Los británicos intentaron nuevamente atacar Tanga, total, los muertos no eran suyos, pero nuevamente fracasaron y sufrieron muchas pérdidas, por lo que se vieron obligados a reembarcarse y abandonar la zona.
Esta victoria envalentonó a von Lettow, a la vez que desmoralizó a los británicos, porque cuando creyeron que los alemanes los masacrarían, el coronel mandó alto el fuego y permitió a los ingleses embarcar y además ofreció a los médicos alemanes para curar a los heridos del otro bando.
Cada vez que los británicos intentaron una escaramuza, se encontraban con las tropas de von Lettow, que dominaba la inteligencia militar de aquel territorio y volvía a derrotar a los ingleses, en las faldas del Kilimanjaro, o en la batalla de Jassin que tuvo lugar en enero de 1915 y en la que Lettow se proponía alejar la frontera de Kenia del importante y estratégico puerto de Tanga.
En todas las batallas formales que se celebraron en los cuatro años de guerra, siempre la potencia militar estaba de parte de los ingleses y con esa notable ventaja de partida, eran una y otra vez derrotados.
Von Lettow no perdió ni una sola de las batallas y escaramuzas guerrilleras que llevó a cabo contra los británicos, pero aún así, como todo el Imperio, perdió la guerra, aunque por no haberse enterado a tiempo, una semana después del armisticio, seguía hostigando a los ingleses con sus guerrillas y derrotándolos.

1 comentario:

  1. Yo de la 1ª Guerra Mundial solo recordaba la Batalla del Marne y la de Verdún, esta de las abejas en Africa me ha encantado.

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