Es posible
perder una guerra habiendo ganado todas las batallas. En realidad, esta
aseveración es un sofisma; queda irónico, incluso ingeniosos, pero no puede ser
verdad: ¿si ganas siempre cómo es que pierdes al final?, aunque en la historia
se han repetido casos como el de Pirro, rey de Épiro, una región costera del
Adriático, al norte de Grecia, frente al “tacón de la Bota Italiana” que tras
ser felicitado por sus generales por haber vencido a Roma, les contestó con
sarcasmo que otra victoria como aquella y tendría que volverse a casa solo.
Hay muchos
otros ejemplos, pero de lo que me proponía hablar hoy es de una faceta de la
Primera Guerra Mundial en la que no hubo trincheras, ni gases mortíferos, ni
nada de lo que convirtió Europa en un queso de Gruyere. Una guerra que no se
desarrolló en nuestro continente, sino en el africano y que enfrentaba a
alemanes con británicos, al más puro estilo colonial.
Tras años de
duros enfrentamientos entre alemanes y aliados, los primeros vencieron en todas
las batallas e incluso siguieron guerreando hasta una semana después de haberse
acabado la guerra con la rendición de Alemania. Pero al final tuvieron que
firmar también su rendición.
Los germanos
llegaron tarde a la fiebre de colonización que enfermó al mundo. Se les habían
adelantado casi todos los países europeos, pero por aquel entonces el Imperio
Alemán era una potencia poderosa y, organizada por Bismarck, se convocó la
Conferencia de Berlín de 1884, a la que acudieron todas las potencias coloniales
del momento, las cuales permitieron que los del Kaiser se incorporaran a la
depredación geográfica de lo poco que ya iba quedando y así, se asentaron con
fuerza en las costas Índica y Atlántica de África.
Todo aquel
inmenso continente del sur, menos Liberia a la que protegía Estados Unidos y
Etiopía, por aquello del “Rey de Reyes”, estaba libre para que los países
poderosos se lo apropiaran.
En la costa este
africana, bañada por el Océano Índico, los alemanes se apoderaron de los inmensos
territorios que hoy forman los países de Tanzania, Ruanda y Burundi; tan
extensos como Francia y Alemania juntas.
Los
británicos, varios años antes, se habían situado más arriba, en Kenia. Tenían
mucha más tradición exploradora y habían contado con personajes de la talla de
Stanley y Livingston que había descubierto inmensos territorios para la corona
británica.
Así estaban
las cosas cuando en 1914 el desgraciado y nunca bien valorado atentado
anarquista acabó con la vida del Archiduque Francisco Fernando en Sarajevo y se
desencadenó la primera Guerra Mundial.
El Imperio
contra todos. El quinto suceso más sangriento de la historia de la Humanidad
acababa de empezar y duraría cuatro años.
África no
quedaría al margen de la contienda y en la entonces llamada África Oriental
Alemana, se iniciaron los preparativos para guerrear contra los vecinos
británicos.
Pocos meses
antes de que el conflicto bélico se iniciara, Alemania había enviado al coronel
Paul von Lettow-Vorbeck para hacerse cargo de todas las fuerzas militares y civiles
de la zona; fuerzas por otro lado escasas pues estaban integradas por unos tres
mil soldados alemanes bien pertrechados y entrenados y unos doce mil “askaris”,
soldados nativos que desarrollaban diversas actividades, desde policía
interior, hasta vanguardia del ejército.
Hay una
anécdota curiosa en relación con el viaje de von Lettow a África y es que
durante los largos días de navegación a bordo de un lujoso crucero de la época,
conoció a una dama danesa llamada Karen Blixen, con la que trabó una buena
amistad que perduraba incluso cuando sus dos países estaban en guerra. Años más
tarde, Karen escribió una novela que la hizo famosa en todo el mundo: Memorias
de África.
Coronel
Paul von Lettow-Vorbek, con uniforme colonial
Iniciada la
Primera Gran Guerra, las escasas fuerzas germanas que tenían que defender los
inmensos territorios de la colonia Africana Oriental, estaban en estado de
alerta, pendientes de los movimientos que sus vecinos ingleses realizaban y no
habían pasado dos meses desde el inicio del conflicto cuando éstos intentaron
invadir la colonia de Tanzania.
Para ello
trajeron desde la India miles de soldados inativos, sin apenas preparación
militar, desmotivados y no acostumbrados a navegar y a los que le cogió muy mal
tiempo en la travesía y casi sin reponerse de las penalidades del viaje, se les
volvió a embarcar en buques de guerra para intentar un desembarco y conquista
de la importante ciudad de Tanga.
Ese fue su
error, porque además de estar mandados por un general inepto y dubitativo
llamado Arthur Aitken, se eligió un pésimo lugar para el desembarco.
Tanga es una
ciudad en el litoral y el puerto más importante de toda la zona norte de
Tanzania, situada en una bahía muy cercana a la frontera de Kenia.
Los
británicos, oyeron un rumor, que no se molestaron en confirmar, que la
mencionada bahía había sido minada, lo mismo que la entrada al puerto de Tanga,
cosa que no era cierta, pero sin saber por qué, aceptaron la información como
verídica. En consecuencia buscaron un lugar donde desembarcar el contingente de
soldados indios y británicos.
El general
Aitken eligió un lugar en la costa, al sur de Tanga, pero lo bastante cerca
como para que sus soldados pudieran, por tierra, tomar la ciudad, pero durante
el tiempo en el que el general inglés se mantenía dubitativo, los alemanes
recibieron información del lugar en el que iban a desembarcar y les dio tiempo
a fortificarse.
El lugar no
podía ser peor para un desembarco. Era una zona de ciénaga, plagada de
mosquitos de esos que, como decimos en Andalucía, no pican, simplemente
empujan, además de contagiar numerosas enfermedades. No era posible usar
caballerías para el transporte de los materiales bélicos y los suministros de
boca, por lo que hubieron de servirse de porteadores nativos, que parecían
inmunes a las picaduras. Los soldados muy bien pertrechados, pero excesivamente
cargados y los porteadores mucho más, avanzaban muy lentamente hundiéndose en
el cieno.
Antes de
desembarcar, cuando los soldados indios supieron que la zona era pantanosa,
usaron un sistema de protección que en su tierra les había dado siempre muy
buen resultado y que no era otro que embadurnarse en petróleo para espantar a
los tábanos.
Y eso
hicieron y los enormes mosquitos huían aterrorizados ante el profundo olor a
petróleo, ante el contento de los indios que avanzaban como podían entre aquel
fangal.
Lo que no
sabían era que poco más adelante, cuando ya el terreno era más seco y la selva
se cerraba, había una inmensa población de abejas africanas, esas que se han
ganado fama de dañinas y peligrosas. Lo que funcionó para los mosquitos, no
hizo con las abejas sino todo el efecto contrario.
Aquel olor
intenso, penetrante, alteraba su sistema nervioso hasta volverlas locas y las
impulsaba a atacar de forma desaforada contra aquella agresión olfativa que les
trastornaba sus sentidos.
Salieron de
sus colmenas enfurecidas y se dirigieron como un ejército de millones de
aguijones contra los profanadores de sus territorios.
Los
picotazos de las abejas eran dolorosísimos y los soldados, no tenían manos para
quitarse de encima aquella nube de zumbidos y pinchazos que les oscurecía el
Sol y después de mucho manotear contra un ejército incontenible, arrojaron sus
armas y sus impedimentas y salieron corriendo en dirección a la costa.
Momento que
aprovechó von Lettow para hostigar al enemigo, con las escasas fuerzas de que
disponía, pues solamente algunos de sus “askaris” estaban armados con los
famosos fusiles Mauser, otros casi los llevaban de adorno y en cuanto a la
artillería, tenía muy pocos cañones de corto alcance, que, no obstante, en
aquellas circunstancias se mostraron muy eficaces.
Después de
diezmar a los británicos, sobre todo a los indios, recogieron del campo de
batalla montones de fusiles y armas cortas, así como provisiones de boca y
millones de cartuchos. Magnífica recolección que se sumaba a la aplastante
victoria obtenida.
Por las
características expresadas, aquella batalla ha pasado a la historia como la
Batalla de las Abejas, el mejor aliado con que contó Alemania en toda la
contienda.
Los
británicos intentaron nuevamente atacar Tanga, total, los muertos no eran
suyos, pero nuevamente fracasaron y sufrieron muchas pérdidas, por lo que se
vieron obligados a reembarcarse y abandonar la zona.
Esta
victoria envalentonó a von Lettow, a la vez que desmoralizó a los británicos,
porque cuando creyeron que los alemanes los masacrarían, el coronel mandó alto
el fuego y permitió a los ingleses embarcar y además ofreció a los médicos
alemanes para curar a los heridos del otro bando.
Cada vez que
los británicos intentaron una escaramuza, se encontraban con las tropas de von
Lettow, que dominaba la inteligencia militar de aquel territorio y volvía a
derrotar a los ingleses, en las faldas del Kilimanjaro, o en la batalla de
Jassin que tuvo lugar en enero de 1915 y en la que Lettow se proponía alejar la
frontera de Kenia del importante y estratégico puerto de Tanga.
En todas las
batallas formales que se celebraron en los cuatro años de guerra, siempre la
potencia militar estaba de parte de los ingleses y con esa notable ventaja de
partida, eran una y otra vez derrotados.
Von Lettow no perdió ni una sola de las batallas y
escaramuzas guerrilleras que llevó a cabo contra los británicos, pero aún así,
como todo el Imperio, perdió la guerra, aunque por no haberse enterado a
tiempo, una semana después del armisticio, seguía hostigando a los ingleses con
sus guerrillas y derrotándolos.
Yo de la 1ª Guerra Mundial solo recordaba la Batalla del Marne y la de Verdún, esta de las abejas en Africa me ha encantado.
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