El día tres
de mayo de 1232, Federico II, rey de Sicilia, Emperador del Sacro Imperio
Romano Germánico y a la sazón cruzado por orden del papa Honorio III,
conquistaba nuevamente y por última vez Jerusalén, donde años antes ya se había
coronado rey.
Para cumplir
con el protocolo y la tradición religiosa, se impuso sobre el rey la cruz
pectoral del obispo Roberto, primer obispo de Jerusalén, de la que se decía
estaba confeccionada con la madera de la cruz en la que murió Jesucristo.
El supuesto
madero sagrado fue encontrado por Santa Elena, la madre del emperador
Constantino, en su visita a Jerusalén en el siglo IV.
Ese mismo
día y a muchos kilómetros de allí, en Caravaca, población cercana a Murcia, ocurriría, según dice la leyenda, un hecho
insólito, misterioso y milagroso a la vez.
En el trono
del reino taifa de Murcia se sentaba Ceyt Abu Ceyt, el cual acaba de lograr una
victoria sobre los cristianos, entre los que había hecho numerosos prisioneros.
Con intención de dedicar cada uno de ellos a la profesión que tuviere y sacarle
así más provecho, se hallaba con su corte interrogando a cada uno de aquellos
cristianos, cuando le llegó el turno a uno que dijo llamarse Ginés Pérez
Chirino y que su profesión era la de sacerdote misionero.
Le preguntó
el rey qué sabía hacer y el sacerdote respondió que decía misas, administraba
los sacramentos y proclamaba la palabra de Dios.
Quiso
entonces el rey saber cómo era una misa y pidió a Ginés que la celebrara a lo
que éste respondió que no tenía ningún inconveniente, siempre que contara con
los elementos necesarios.
Conseguidos
éstos, se dispuso a iniciar la celebración cuando observó que faltaba lo más
esencial: el crucifijo que debía presidir el altar. En ese momento,
descendieron desde los cielos dos ángeles y depositaron sobre el altar, una
cruz de dos brazos.
Ante tal
prodigio, el rey Ceyt y toda su corte se convirtieron al cristianismo.
Ciertamente
que yo también me habría convertido de haber presenciado un prodigio semejante,
pero me caben algunas dudas sobre la posibilidad de que esta leyenda tenga
algún viso de realidad, aunque hay un hecho cierto y es que por la época, había
en la región varios reyezuelos, uno de los cuales es llamado en la historia
como Zey Abuzey, nombre de similar fonación al de la leyenda, que se convirtió
al cristianismo adoptando el nombre de Vicente Bellvis.
A raíz de
tan milagroso acontecimiento, el pueblo cambió su nombre y desde entonces se
llama Caravaca de la Cruz.
Como es
natural no existe documentación alguna que avale este milagro, aunque sí testimonios
como el de fray Gil de Zamora, cronista de Fernando III El Santo, cuando años
más tarde tomó posesión de aquellos territorios, por vasallaje que el entonces
rey de la taifa de Murcia, ofreció a su abuelo Fernando II, para que lo defendiera
de otros reyezuelos almohades.
Desde
entonces, la Vera Cruz de Caravaca se guardó en un relicario, en la fortaleza-santuario
situada sobre un montículo que domina la ciudad.
Santuario-fortaleza
de Caravaca
En
principio, la custodia de aquella cruz fue concedida a los caballeros
Templarios que de forma muy eficiente contribuían al mantenimiento de las
fronteras con Al-Andalus, pero aproximadamente medio siglo más tarde, al
abandonar la zona los del Temple, le fue concedida a los caballeros de la orden
de Santiago.
Partiendo de
la base de que la aparición de la Vera Cruz, de la forma en que se ha relatado
no se la cree ni el que inventó la leyenda, existen varias teorías acerca de
cómo y por qué se encuentra allí tan extraordinario objeto de culto.
En los siglos
XII y XIII, la frontera del poderoso reino de Castilla y León, con el reino
andalusí de Granada, se renueva con el vasallaje del rey taifa de Murcia produciendo
una situación de poder castellano-leonés frente a los musulmanes. Esto hizo que
muchas órdenes militares se dirigieran a la zona, para guerrear contra los
almohades y entre todas ellas, la más poderosa, la de los templarios que venían
precisamente de Jerusalén, de la Sexta Cruzada y que acompañaban al rey
aragonés Jaime I, El Conquistador.
Es alrededor
de 1244 cundo aparece en Caravaca, un trozo de madera, un “lignum
crucis” del que se dice es parte del madero en el que crucificaron a Jesús.
Esta
reliquia actúa de poderoso imán atrayendo no solo a peregrinos, sino a gentes
de guerra, con las que se refuerzan las fronteras.
Es más que
posible que fueran los propios templarios, a los que no en balde se le asignó
la custodia de la reliquia, los que trajesen de Tierra Santa aquellas astillas.
Qué duda
cabe que la cristiandad estaba necesitada de estímulos que propiciasen el
incremento de la fe, muy maltrecha, no solamente por los escándalos del papado
y del clero en general, sino por la certidumbre de que Dios no estaba muy al
lado de su Iglesia, pues había permitido que se perdiera el reino de Palestina a manos de los sarracenos.
Por tanto,
la veneración de aquellas astillas que se guardaron en una cruz de dos brazos,
vino muy bien para incrementar la fe religiosa del momento y de inmediato la
Iglesia concedió un reconocimiento oficial hacia aquella Cruz y su veneración.
Cruz de
Caravaca actual
Eso hizo que
órdenes religiosas como franciscanos, jesuitas, jerónimos y hasta San Juan de
la Cruz y Santa Teresa de Jesús fundaran allí conventos.
Es entre los
siglos XVI y XVII, cuando se conceden jubileos especiales a los peregrinos de
la Vera Cruz, cosa de trascendental importancia pues en todo el orbe cristiano
solo hay cinco lugares jubilares: Roma, Jerusalén, Santiago, Santo Toribio de
Liébana y Caravaca de la Cruz.
Por cierto
que se dice que el trozo más grande de “lignum
crucis”, es precisamente el de Santo Toribio.
Y hasta aquí
la importancia que la Vera Cruz de Caravaca tiene para la cristiandad y cómo
fue su viaje de ida, pero lo curioso del caso es que si misterio hubo en este
primer viaje, misterio hubo en el de vuelta, pero vamos por partes.
La reliquia
de Caravaca se conserva en el santuario que ya hemos visto y dentro de un
sagrario; no es expuesta al público nada más que en horas de día. Antes de caer la
noche el capellán debe retirar la Cruz de su emplazamiento para la veneración
pública y guardarla en los aposentos interiores, dentro de un sagrario de
plata.
Pero la
noche del doce al trece de febrero de 1934, martes de carnaval y por tanto
vísperas del Miércoles de Ceniza, al capellán, Ildefonso Ramírez Alonso, se le
olvidó guardar la reliquia y por una casualidad, como la de su aparición,
persona o personas extrañas, aquella misma noche, hicieron un agujero en la
puerta lateral del santuario, que puede verse en la fotografía de arriba y
penetrando en el mismo sustrajeron el preciado tesoro.
Nada
consiguió la investigación que se llevó a cabo, pues ningún vestigio o huella
delataba la presencia de unos ladrones que habían despreciado todas las joyas
que en el santuario se guardaban, para llevarse únicamente la reliquia.
Unas
herramientas, al parecer poco apropiadas para violentar la puerta, aparecieron
abandonadas junto a ésta y un fino bramante, parecía indicar que los autores se
habían descolgado de la muralla por aquel lugar, pero nada parecía dar pistas
sobre lo que realmente había ocurrido.
Las
herramientas empleadas y el agujero practicado en la puerta lateral
Ni vecinos,
ni moradores del santuario, vieron ni oyeron nada desde las ocho de la tarde a
las seis de la mañana del día siguiente, en la que se abría normalmente el
santuario.
Las
investigaciones judiciales no condujeron a nada y el sumario quedó estancado.
Se ofreció una recompensa de veinte mil pesetas a quien devolviera la Cruz o
aportara datos sobre su paradero y se sabe que la recompensa fue cobrada por
alguien, pero la Cruz siguió sin aparecer.
En esto vino
la guerra y nadie volvió a hablar del suceso, salvo los doloridos vecinos de
Caravaca que sentían haber perdido su sagrada reliquia.
En los
primeros días de agosto de 1941 el abogado Manuel Martínez Alcaina anunció que
estaba a punto de descubrir quien había sido el autor del hecho. Aquella
declaración levantó un tremendo revuelo, pero el día doce de ese mismo mes, a
las tres de la tarde, cuando el abogado iba para su domicilio, en plena calle,
fue asesinado a tiros por José Luelmo Asensio, hermano del entonces alcalde de
la ciudad.
Ni en la
investigación ni en el posterior juicio se logró saber nada más sobre aquella
muerte, ni que relación tuvo con la desaparición de la Cruz. El abogado y su
asesino se llevaron el secreto a la tumba.
¿Qué ocurrió
entonces con la sagrada Cruz?
Según el
juez militar que se hizo cargo de la continuación del sumario, Francisco
Redondo Pérez, la tarde del trece de febrero de 1934, un grupo de personas
conocidas de la localidad se personaron en el santuario, donde los esperaba el
capellán que les entregó la reliquia, sin que fuera necesario ningún tipo de
violencia.
Dado el
momento político por el que se atravesaba, no queda muy clara la intencionalidad
de esta acción y no se sabe si la ocultación fue para preservar la reliquia de
las muchas barbaridades que se estaban cometiendo contra lo sagrado, o si fue
sencillamente para destruirla. Lo cierto es que tal como llegó se fue.
Pero no se
preocupen los creyentes, porque el papa Pío XII, ante las súplicas del obispo
de Murcia, le envió un trozo del mismo madero descubierto por Santa Elena y por
suscripción popular se construyó un nuevo relicario en el que se guardó la
astilla, que es el que hoy se venera.
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