Recuerdo que
cuando preparaba las oposiciones, estudiaba el antiguo Código Civil, que fue
publicado en 1889 y del que buena parte aún continúa vigente, y en el que se establecía
claras diferencias entre los hijos, según estos hubieran nacido dentro del
matrimonio o fuera de él.
Los primeros
eran los hijos “legítimos”, a los que asistían todos los derechos; los otros
podían ser “naturales” cuando sus padres no estaban casados, aunque bien
pudieran estarlo, pues no había impedimento para hacerlo, o “ilegítimos”,
aquellos cuyos padres carecían de la capacidad para casarse, bien por estar ya
casados, por pertenecer a religiones distintas, o por veto de la Iglesia.
Esa vergonzosa
distinción estuvo vigente hasta 1974, en que se empezaron a incluir
modificaciones que afectaron de manera importarte al estado civil y sobre todo
a la equiparación de los hijos.
Y es que los
hijos “ilegítimos”, o los “naturales” no tenían las mismas capacidades legales
que los hijos “legítimos”. No podían heredar, llevar los apellidos de su padre,
sucederle, e incluso en casos muy extremos, los sacerdotes se negaron a
bautizarlo o a aceptarlos en el seno de la Iglesia.
Por extraño
que esto pueda parecernos hoy, era una costumbre muy extendida, sobre todo en
el orbe cristiano, pues otras religiones habían sido más tolerantes con los
hijos.
Algo similar
ha ocurrido hasta no hace mucho con el divorcio, cuya ley se introdujo en el
Código Civil en 1981, aunque en 1932, la II República ya aprobó una ley
reguladora de las situaciones matrimoniales, que fue derogada por el régimen
surgido de 1936.
En 1985, por
Ley Orgánica, se despenalizaron varios supuestos de aborto y en 2010 se legalizaron
varios supuestos de interrupción voluntaria del embarazo.
En 1978, el
Congreso aprobó la despenalización de los delitos de adulterio y amancebamiento.
Estos dos delitos, que en el fondo lo único que suponían era una infidelidad
matrimonial: adulterio en el caso de la mujer casada que yace con varón que no
sea su marido y amancebamiento que lo cometía el marido que tuviera “manceba”
dentro de la casa conyugal o “notoriamente fuera de ella”.
Para el
marido un desliz ocasional, la costumbre de visitar asiduamente burdeles o
tener una “mantenida” con la necesaria discreción, no era delito, pero para la
mujer una sola relación, fugaz, esporádica, la convertía en delincuente.
En fin, que
una serie de derechos fundamentales de las personas, habían venido siendo
conculcados con el amparo de las leyes y a lo largo de muchos siglos. Cierto
que en nuestro país teníamos un gran atraso legislativo, pero no mucho más que
una buena cantidad de países que con regímenes muchísimo más liberales que el
nuestro, siguen prohibiendo determinadas conductas sexuales consentidas entre personas
adultas.
Cuesta trabajo
creer que estos logros sociales lo consiguieron algunas naciones en el siglo VI
de nuestra era. Y así fue, efectivamente.
Tenemos que
trasladarnos al Imperio Bizantino; al punto más alto de su esplendor, cuando
además de la hegemonía que el imperio ejerce sobre todo el mundo conocido, sus
ciudadanos alcanzan también el punto más alto de sus derechos civiles.
Roma ya
sucumbió ante los bárbaros y su imperio se lo han repartido las diversas tribus
que llegaron desde los “limes”.
Y este logro
de la sociedad fue debido, casi exclusivamente, a una persona: Teodora de
Bizancio.
Teodora fue
quizás la mujer más influyente y poderosa de su época. Nacida en una humilde
familia, no hay conocimiento exacto de su lugar de nacimiento que unos suponen
en Siria y otros en Chipre, pero unánimemente, en torno al año 500.
Lo cierto es
que su familia, con su padre al frente, se trasladó a Constantinopla, en donde
el padre, Acacio, encontró trabajo como entrenador de osos para peleas en el
circo y su madre, cuyo nombre desconocemos, trabajaba como bailarina y actriz.
Así, la
familia consiguió salir adelante y Teodora, la menor de tres hermanas, era la
única que no tenía una actividad remunerada, pues sus dos hermanas, actuaban
como actrices en la compañía de su madre.
Teodora era
más bien torpe para la interpretación; no conseguía memorizar sus diálogos pero
aunque todavía era una adolescente, poseía una belleza sin igual y ya
demostraba poseer un don especial para encandilar al personal que acudía a los
espectáculos, con contoneos sinuosos y sugerentes que provocaban los delirios
de la audiencia masculina, mientras la entretenía contando historias cómicas de
contenido picante y dejando ver parte de su cuerpo, mientras se contoneaba
procazmente.
Cada día
avanzaba un poco más en la desvergüenza y soltura que mostraba en el escenario
hasta que llegó a la actuación que la hizo famosa en toda Constantinopla.
Salió al
escenario casi desnuda y se tumbó en el suelo. Unos esclavos esparcieron sobre
su cuerpo granos de cereales y dejaron entrar seis gansos hambrientos que
empezaron a picotear el grano, mientras Teodora simulaba estar sintiendo un
inmenso placer con los picotazos de las aves.
Desde
entonces la invitaban a realizar números privados en las fiestas de nobles y
ricos, ganándose la bien merecida fama de la prostituta más famosa y mejor
pagada de la capital del imperio, lo que significaba de todo el orbe cristiano.
Con una
amiga, llamada Antonina, abrió la casa de putas más cara y lujosa que jamás se
había visto, pero aunque la actividad era muy productiva, la cabeza de Teodora
estaba en otra parte, por eso cuando el recién nombrado gobernador de una
provincia africana, al que conocía de las fiestas palaciegas, le propuso
convertirse en su amante y marchar con él, aceptó sin dudarlo.
Durante
cuatro años permanecieron juntos y fruto de esta unión fue una hija sobre cuya
paternidad el gobernador tenía serias dudas.
Teodora se
marchó de su lado y regresó a Constantinopla. Tenía veinte años y una
larguísima experiencia amatoria, además de mucha facilidad de palabra, una
mente despierta que lo captaba todo al instante y un raciocinio impropio de su
incultura y baja extracción social.
En su viaje
de vuelta se entretuvo en Alejandría, pues allí quedó subyugada por la prédicas
de Severo, el patriarca de Antioquía y un hombre santo. A su lado, Teodora
adquiere una gran formación cristiana, con la que regresa a Constantinopla.
Allí, su
amiga y antigua socia, Antonina, sigue dirigiendo el burdel que años antes
habían creado juntas, pero Teodora ya no quiere ejercer ese oficio, ahora
aspira a otras metas.
Su amiga es
la amante del joven general Belisario, el más famoso estratega del imperio y el
cual es amigo íntimo de Justiniano, sobrino del emperador Justino y destinado a
sucederle.
Antonina
prepara una fiesta para que Teodora y Justiniano se conozcan, con el fin de que
se haga su amante, pero el futuro emperador queda tan prendado de la joven que
se enamora perdidamente de ella, convirtiéndola en su amante, pero con el deseo
de casarse con ella.
Por supuesto
que aquella boda no estaba bien vista en Bizancio, en donde una ley prohibía
expresamente el matrimonio de los nobles con prostitutas, pero Justiniano
estaba decidido y tras varios intentos, contrajeron matrimonio. Tenía entonces
Teodora veintisiete años.
Teodora y
Justiniano
Convertida
en emperatriz, empleo todos sus conocimientos hasta convertirse en la consejera
del emperador, que no veía más que por sus ojos. Ejerció tal influencia que fue
capaz de desplazar a todos los consejeros que tradicionalmente rodeaban al
emperador, hombres sabios, ricos, nobles y corruptos, por hombres simplemente
sabios, honrados y juiciosos.
Justiniano
fue quizás, el mas grande emperador romano de Oriente y a él se debe la mayor
recopilación de textos jurídicos de la historia: el “Corpus Iuris Civilis”.
En 532, con
ocasión de la revuelta de Niká, censuró la cobardía de su esposo para
enfrentarse a las muchedumbres que lo atenazaban y tras pronunciar unas
palabras ante el consejo del imperio, hizo ver a todos y en especial a su
esposo que “la púrpura es el mejor color para la mortaja”.
Envalentonado
por las palabras de Teodora, se lanzó con sus huestes contra los alteradores
que eran casi todos los ciudadanos de Constantinopla y consiguió restablecer el
orden.
Si a la
emperatriz le faltaba algo para el poder absoluto, aquello fue determinante.
Y como decía
al principio, Bizancio obtuvo un cuerpo jurídico con unos avances sociales que
nunca se habían visto y que no se consiguieron en la mayoría de los países
hasta quince siglos después.
La
intervención directa de Teodora no solo engrandeció Constantinopla, a la que
pobló de fuentes, jardines, plazas y numerosas otras obras sociales, sino que
consiguió avances para las clases sociales como el reconocimiento de los mismos
derechos, incluida la herencia, para los hijos bastardos, es decir, no
legítimos.
Intervino en
la edición de una ley que regulaba el aborto en circunstancias determinadas,
convirtiéndose en la primera ley que reguló esta materia en toda la historia.
Se autorizó
a la mujer a divorciarse con libertad y sin otras consecuencias legales, así
como a realizarse matrimonios entre las diferentes clases sociales, o
religiones, que tanto había dificultado su propio matrimonio.
Se prohibió
la prostitución cuando era ejercida de forma forzosa, lo que hoy diríamos que
se designa como “trata de blanca”, a la vez que se regulo su legal ejercicio en
condiciones de libertad, prohibiéndose los abusos, los malos tratos, las
prácticas vejatorias y una cosa muy importante: todos los prostíbulos debían
estar regentados por mujeres. Creó centros de acogidas para prostitutas
arrepentidas, instituciones que aún perduran.
Se
prohibieron los castigos para las adúlteras y hubiera seguido consiguiendo
beneficios sociales para las clases más necesitadas, si con cuarenta y siete
años, un cáncer de mama no le hubiese arrebatado la vida.
La Iglesia
Ortodoxa la ha convertido en santa, quizás en un exceso, aunque desde su
estancia junto a Severo, su conducta cambió y como esposa del emperador, jamás
dio motivos para las habladurías.
Bonita e interesante historia!!!
ResponderEliminarJustiniano siendo de familia humilde tuvo que valer mucho para alcanzar el poder yo creo que su personalidad estaba muy por encima de la putita Teodora que yo desconocía que se había dedicado a eso, el legado más importante de él es el llamado Código Justiniano, compendio de todo el derecho romano.
ResponderEliminar