viernes, 11 de agosto de 2017

SABIOS ENIGMÁTICOS




Si algo distingue a nuestro pasado siglo XX de todos los anteriores, es por el enorme desarrollo científico, cultural y social que experimentó casi desde su inicio.
Hasta buena mitad del siglo XIX, en la que inventos como el vapor o la fotografía irrumpen en la vida, podría decirse que, con algunos avances, los pueblos, las sociedades occidentales, vivían casi como en tiempos del imperio romano.
Las casas no tenían agua corriente, ni sistemas de alcantarillado, ni luz eléctrica, ni existía la pluma estilográfica, mucho menos el bolígrafo y el jabón para el aseo era un bien escaso. Habían ido cambiando las modas en el vestir, pero siempre respetando las pautas de honestidad impuestas por el cristianismo.
Pero llegó el siglo XX y popularizó el cinematógrafo, los automóviles, los largos viajes en tren, en barco o en avión. Y sobre todo, impulsó el conocimiento científico. Empezamos el siglo con Einstein y seguimos con una larguísima lista de físicos, químicos, matemáticos, de renombre mundial, que jalonan los logros y avances más descollantes de todas las ramas del saber.
Sobre todos estos personajes, hay dos que, además de haber destacado sobre todos sus colegas, se han visto envuelto en un aura de misterio que no deja de  sorprender.
El primero es el serbio Nikola Tesla, que actualmente empieza a ser mucho más conocido que lo era hace una década, a raíz de la creación de una fábrica de coches eléctricos que lleva su nombre. Este científico, sobre el que hace años escribí un artículo que puede consultar en este enlace:
que había nacido a mediados del XIX, está considerado un sabio del siglo XX, a quien hoy se le reconoce la verdadera paternidad del importantísimo invento de la radio, el descubrimiento de los Rayos X, que cedió a un amigo para que siguiera investigando, las ventajas de la corriente alterna frente la continua que promocionaba nada menos que Edison y lo que debería ser lo más importante: la conducción de la corriente sin conductores, esos hilos de cobre que ensucian todos los paisajes.
Parece que trabajaba en este sentido, junto con otras muchas materias de alto secreto porque lo cierto es que cuando falleció, en 1943, su domicilio fue asaltado por agentes no identificados del gobierno de EE.UU e incautada toda la documentación allí existente, que era muchísima.
Pero todo esto y algunas cosas más, ya las contaba en el artículo de referencia y ahora lo traigo a colación solamente por el hecho enigmático de que las investigaciones de un científico de ochenta y siete años, tuvieran tan desmedido interés para el gobierno de la nación y este hecho lo quiero poner en relación con el ocurrido con otro científico, una persona de un talento tan excepcional como para que a los treinta años estuviera reconocido como uno de los físicos más importantes de todos los tiempos.
Me estoy refiriendo al tan extraordinariamente desconocido, como adelantado a  tiempo, Ettore Majorana, del que casi nadie ha oído hablar, salvo personas relacionadas con la física y poco más.
Nació Majorana el día 5 de agosto de 1906 en la ciudad de Palermo, en la isla de Sicilia, en el seno de una familia de científicos e intelectuales. Cuarto de cinco hermanos, destacó desde muy pequeño por su capacidad para resolver operaciones matemáticas complejas, sin usar nada más que su mente y a una velocidad increíble, así como su pericia con el ajedrez, del que llegó a ser campeón provincial.
Hasta aquí nada hay de singular. Muchos son los niños prodigio que en su adolescencia experimentan un proceso de delicuescencia y nunca más se llega a saber de ellos, pero este no es el caso de Majorana. Con diecisiete años ingresó en la Escuela de Ingeniería de la Universidad de Roma, en donde ya su hermano Luciano estudiaba ingeniería aeronáutica y en donde conoció al que más tarde sería premio Nobel de Física, Emilio Segré, que lo introdujo en el laboratorio que dirigía el que también sería premio Nobel, Enrico Fermi, uno de los mayores talentos en el campo de la física.
En seis años se doctoró y empezó a trabajar con Fermi a tiempo total y dedicándose especialmente al mundo del átomo, las partículas atómicas, la ionización y todas las disciplinas relacionadas con esas materias.
Después de un viaje a Alemania, volvió entusiasmado de que sus conocimientos hubieran sido altamente apreciados por los científicos de aquel país, pero solamente por unos pocos, los más destacados, entre los que se encontraba el danés Niels Böhr, premio Nobel por sus descubrimiento sobre la estructura del átomo y la mecánica cuántica.


Böhr, Fermi y Segré, premios Nobel de Física y admiradores de Majorana

Pero no quiero aburrir con esta tediosa relación de méritos, cuando lo que a esta historia importa es el misterioso desenlace.
Majorana se encontraba muy deprimido, pues sus alumnos en la universidad de Nápoles, donde había sido nombrado profesor, no entendían sus explicaciones y cada día abandonaban su aula, hasta quedar desierta. También lo estaba por alguna otra circunstancia desconocida aunque muy probablemente relacionada con sus descubrimiento sobre la estructura de los átomos, que le hacía pensar en negros barruntos.
Tan es así que su mentor, el profesor Fermi, le obligaba a publicar algunos de los trabajos que realizaba sobre las estructuras atómicas, en las revistas especializadas, a lo que él se negaba sistemáticamente, por lo que se hacía con nombres ficticios o de otros investigadores.
En la noche del 25 de marzo de 1938 tomó un barco correo para ir desde Nápoles hasta Palermo, a visitar a su madre, pero lo cierto es que no se tiene la certeza sobre si desembarcó en aquel puerto.
La primera versión que se dio del extraño caso es que Majorana se había arrojado al mar, ahogándose, pero ese detalle no se pudo comprobar, si bien es cierto que semejante comprobación tiene sus dificultades, de no aparecer el cuerpo del ahogado. No obstante esa fue la versión oficial.
Antes de embarcar, escribió dos cartas; la primera quedó en su habitación del Hotel Boloña, en el que se alojaba en Nápoles. Iba dirigida a sus familiares y les pedía que no guardaran luto por él y que si por razones sociales se veían obligados a hacerlo, que no durase más de tres días. Era una clara advertencia de suicidio, pero existieron dos cartas más y entre ambas, un telegrama. Estas comunicaciones iba dirigida al director del Instituto de Física de Nápoles, Antonio Carrelli, la primera también con tintes suicidas, pero tras echarla al buzón de correos, debió arrepentirse, pues puso un telegrama a la misma persona, pidiéndole que no tomara su carta en consideración. Seguidamente escribió otra carta en la que daba a entender que había desistido del suicidio y que continuaría con sus clases. Pero lo cierto es que nunca más se le volvió a ver.
A pesar de eso, pocos creyeron en el suicidio, porque la familia, muy apesadumbrada, empezó una campaña de búsqueda, con publicación de su foto en los periódicos y solicitando información sobre aquella persona. A las pocos semanas se produce el primer resultado, aunque resulta infructuoso: el abad de un convento de clausura de Nápoles, dice haber recibido a un joven muy parecido al de la foto que se está publicando, que a principios de abril le solicitó ingresar en aquel convento, sin más trámite. La petición fue denegada por la forma irregular de realizarla y el joven, sin insistir, se marchó. Pero poco después se recibió otra información, esta vez del convento de San Pascuale, de la ciudad de Portici, muy próxima a Nápoles, con las mismas características que la anterior y en cuyo convento también fue rechazado.

Una de la pocas fotografías del científico


Ninguna noticia más de Italia, ni de Europa, pero años más tarde, concretamente en 1950, el físico italiano Giorgio Dragoni que viajó a Argentina en el buque “Giovanna C”, manifestó a su llegada a Buenos Aires que el desaparecido Majorana, había hecho aquel viaje y que lo había reconocido a bordo del buque.
Algunas investigaciones que se realizaron en Argentina, también revelaron la presencia allí de Ettore Majorana, pero su localización ha sido imposible, aunque con nombre y apellidos, se le ha identificado por dos veces, pero por el tiempo transcurrido no fue posible seguir su pista.
Sobre las causas por las que una persona de la brillantez de este hombre, con apenas treinta y dos años, decide desaparecer de todos los escenarios, se ha especulado mucho y sobre todo lo ha hecho su más importante biógrafo, Leonardo Sciascia y posteriormente el escritos Alfio Caruso, el cual especula, quizás con buen sentido, que Majorana fue un científico muy adelantado a su tiempo y que, muchos años antes de que se hubiese determinado de forma precisa la estructura del átomo, tal como hoy la conocemos, él ya la había descubierto y lo que es más, había comprendido el enorme poder que se escondía dentro de aquella estructura microscópica: la fisión del átomo; el principio para la construcción de las bombas atómicas, en las que todavía se estaba a algunos años de poder desarrollar, pero que evidentemente los gobiernos y entre ellos el de Mussolini, estaban muy interesados en forzar la investigación.
Conocedor de los efectos que ese arma podría tener en manos desaprensivas, optó por desaparecer antes de que pudieran obligarle a trabajar para unos fines indeseables.

Esta hipótesis puede ser tanto verdad como engañosa, pero de cualquier forma ofrece una posibilidad de aclarar las causas de la desaparición del físico nuclear más importante del siglo XX.

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