Si algo
distingue a nuestro pasado siglo XX de todos los anteriores, es por el enorme
desarrollo científico, cultural y social que experimentó casi desde su inicio.
Hasta buena
mitad del siglo XIX, en la que inventos como el vapor o la fotografía irrumpen
en la vida, podría decirse que, con algunos avances, los pueblos, las
sociedades occidentales, vivían casi como en tiempos del imperio romano.
Las casas no
tenían agua corriente, ni sistemas de alcantarillado, ni luz eléctrica, ni existía
la pluma estilográfica, mucho menos el bolígrafo y el jabón para el aseo era un
bien escaso. Habían ido cambiando las modas en el vestir, pero siempre
respetando las pautas de honestidad impuestas por el cristianismo.
Pero llegó
el siglo XX y popularizó el cinematógrafo, los automóviles, los largos viajes
en tren, en barco o en avión. Y sobre todo, impulsó el conocimiento científico.
Empezamos el siglo con Einstein y seguimos con una larguísima lista de físicos,
químicos, matemáticos, de renombre mundial, que jalonan los logros y avances
más descollantes de todas las ramas del saber.
Sobre todos
estos personajes, hay dos que, además de haber destacado sobre todos sus
colegas, se han visto envuelto en un aura de misterio que no deja de sorprender.
El primero
es el serbio Nikola Tesla, que actualmente empieza a ser mucho más conocido
que lo era hace una década, a raíz de la creación de una fábrica de coches
eléctricos que lleva su nombre. Este científico, sobre el que hace años escribí
un artículo que puede consultar en este enlace:
que había nacido a mediados
del XIX, está considerado un sabio del siglo XX, a quien hoy se le reconoce la
verdadera paternidad del importantísimo invento de la radio, el descubrimiento
de los Rayos X, que cedió a un amigo para que siguiera investigando, las
ventajas de la corriente alterna frente la continua que promocionaba nada menos
que Edison y lo que debería ser lo más importante: la conducción de la
corriente sin conductores, esos hilos de cobre que ensucian todos los paisajes.
Parece que
trabajaba en este sentido, junto con otras muchas materias de alto secreto porque
lo cierto es que cuando falleció, en 1943, su domicilio fue asaltado por
agentes no identificados del gobierno de EE.UU e incautada toda la
documentación allí existente, que era muchísima.
Pero todo
esto y algunas cosas más, ya las contaba en el artículo de referencia y ahora
lo traigo a colación solamente por el hecho enigmático de que las
investigaciones de un científico de ochenta y siete años, tuvieran tan
desmedido interés para el gobierno de la nación y este hecho lo quiero poner en
relación con el ocurrido con otro científico, una persona de un talento tan
excepcional como para que a los treinta años estuviera reconocido como uno de
los físicos más importantes de todos los tiempos.
Me estoy
refiriendo al tan extraordinariamente desconocido, como adelantado a tiempo, Ettore Majorana, del que casi nadie
ha oído hablar, salvo personas relacionadas con la física y poco más.
Nació Majorana el día 5 de agosto de 1906 en
la ciudad de Palermo, en la isla de Sicilia, en el seno de una familia de
científicos e intelectuales. Cuarto de cinco hermanos, destacó desde muy
pequeño por su capacidad para resolver operaciones matemáticas complejas, sin
usar nada más que su mente y a una velocidad increíble, así como su pericia con
el ajedrez, del que llegó a ser campeón provincial.
Hasta aquí
nada hay de singular. Muchos son los niños prodigio que en su adolescencia
experimentan un proceso de delicuescencia y nunca más se llega a saber de
ellos, pero este no es el caso de
Majorana. Con diecisiete años ingresó en la Escuela de Ingeniería de la
Universidad de Roma, en donde ya su hermano Luciano estudiaba ingeniería
aeronáutica y en donde conoció al que más tarde sería premio Nobel de Física,
Emilio Segré, que lo introdujo en el laboratorio que dirigía el que también
sería premio Nobel, Enrico Fermi, uno de los mayores talentos en el campo de la
física.
En seis años
se doctoró y empezó a trabajar con Fermi a tiempo total y dedicándose
especialmente al mundo del átomo, las partículas atómicas, la ionización y
todas las disciplinas relacionadas con esas materias.
Después de
un viaje a Alemania, volvió entusiasmado de que sus conocimientos hubieran sido
altamente apreciados por los científicos de aquel país, pero solamente por unos
pocos, los más destacados, entre los que se encontraba el danés Niels Böhr,
premio Nobel por sus descubrimiento sobre la estructura del átomo y la mecánica
cuántica.
Böhr, Fermi
y Segré, premios Nobel de Física y admiradores de Majorana
Pero no
quiero aburrir con esta tediosa relación de méritos, cuando lo que a esta
historia importa es el misterioso desenlace.
Majorana se encontraba muy deprimido, pues sus alumnos en la
universidad de Nápoles, donde había sido nombrado profesor, no entendían sus
explicaciones y cada día abandonaban su aula, hasta quedar desierta. También lo
estaba por alguna otra circunstancia desconocida aunque muy probablemente
relacionada con sus descubrimiento sobre la estructura de los átomos, que le
hacía pensar en negros barruntos.
Tan es así
que su mentor, el profesor Fermi, le obligaba a publicar algunos de los
trabajos que realizaba sobre las estructuras atómicas, en las revistas
especializadas, a lo que él se negaba sistemáticamente, por lo que se hacía con
nombres ficticios o de otros investigadores.
En la noche
del 25 de marzo de 1938 tomó un barco correo para ir desde Nápoles hasta
Palermo, a visitar a su madre, pero lo cierto es que no se tiene la certeza
sobre si desembarcó en aquel puerto.
La primera
versión que se dio del extraño caso es que Majorana
se había arrojado al mar, ahogándose, pero ese detalle no se pudo comprobar, si
bien es cierto que semejante comprobación tiene sus dificultades, de no
aparecer el cuerpo del ahogado. No obstante esa fue la versión oficial.
Antes de
embarcar, escribió dos cartas; la primera quedó en su habitación del Hotel
Boloña, en el que se alojaba en Nápoles. Iba dirigida a sus familiares y les
pedía que no guardaran luto por él y que si por razones sociales se veían
obligados a hacerlo, que no durase más de tres días. Era una clara advertencia
de suicidio, pero existieron dos cartas más y entre ambas, un telegrama. Estas
comunicaciones iba dirigida al director del Instituto de Física de Nápoles,
Antonio Carrelli, la primera también con tintes suicidas, pero tras echarla al
buzón de correos, debió arrepentirse, pues puso un telegrama a la misma
persona, pidiéndole que no tomara su carta en consideración. Seguidamente
escribió otra carta en la que daba a entender que había desistido del suicidio
y que continuaría con sus clases. Pero lo cierto es que nunca más se le volvió
a ver.
A pesar de
eso, pocos creyeron en el suicidio, porque la familia, muy apesadumbrada,
empezó una campaña de búsqueda, con publicación de su foto en los periódicos y
solicitando información sobre aquella persona. A las pocos semanas se produce
el primer resultado, aunque resulta infructuoso: el abad de un convento de
clausura de Nápoles, dice haber recibido a un joven muy parecido al de la foto
que se está publicando, que a principios de abril le solicitó ingresar en aquel
convento, sin más trámite. La petición fue denegada por la forma irregular de
realizarla y el joven, sin insistir, se marchó. Pero poco después se recibió
otra información, esta vez del convento de San Pascuale, de la ciudad de
Portici, muy próxima a Nápoles, con las mismas características que la anterior
y en cuyo convento también fue rechazado.
Una de la
pocas fotografías del científico
Ninguna
noticia más de Italia, ni de Europa, pero años más tarde, concretamente en
1950, el físico italiano Giorgio Dragoni que viajó a Argentina en el buque
“Giovanna C”, manifestó a su llegada a Buenos Aires que el desaparecido Majorana, había hecho aquel viaje y que
lo había reconocido a bordo del buque.
Algunas
investigaciones que se realizaron en Argentina, también revelaron la presencia
allí de Ettore Majorana, pero su
localización ha sido imposible, aunque con nombre y apellidos, se le ha
identificado por dos veces, pero por el tiempo transcurrido no fue posible
seguir su pista.
Sobre las
causas por las que una persona de la brillantez de este hombre, con apenas
treinta y dos años, decide desaparecer de todos los escenarios, se ha especulado
mucho y sobre todo lo ha hecho su más importante biógrafo, Leonardo Sciascia y
posteriormente el escritos Alfio Caruso, el cual especula, quizás con buen
sentido, que Majorana fue un
científico muy adelantado a su tiempo y que, muchos años antes de que se
hubiese determinado de forma precisa la estructura del átomo, tal como hoy la
conocemos, él ya la había descubierto y lo que es más, había comprendido el
enorme poder que se escondía dentro de aquella estructura microscópica: la
fisión del átomo; el principio para la construcción de las bombas atómicas, en
las que todavía se estaba a algunos años de poder desarrollar, pero que
evidentemente los gobiernos y entre ellos el de Mussolini, estaban muy
interesados en forzar la investigación.
Conocedor de
los efectos que ese arma podría tener en manos desaprensivas, optó por
desaparecer antes de que pudieran obligarle a trabajar para unos fines
indeseables.
Esta
hipótesis puede ser tanto verdad como engañosa, pero de cualquier forma ofrece
una posibilidad de aclarar las causas de la desaparición del físico nuclear más
importante del siglo XX.
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