Es así como
define el Nuevo Catecismo Cristiano a la fe del creyente y es así como lo ha
sido en todos los tiempos. Los creyentes de todas las religiones se entregan
ciegamente, sin plantearse duda alguna, ni mucho menos, escudriñar, averiguar,
estudiar, qué puede haber de verdad en todo lo que se le ha inculcado.
Eso, que yo
calificaría de una desatención y falta de interés por perseguir la verdad, es
calificado de acto meritorio por el entregado: No me planteo nada. Las cosas
son así, como me las enseñaron y no me importa nada más.
Y sigue
creyendo ciegamente sin ningún resquemor de su intelecto.
Si todas las
religiones son verdaderas, quiere decir que todas son falsas. Por otra parte,
si solo una de ellas es la verdadera y las demás falsas, cómo es que su Dios no
la extendió a todos los que somos las criaturas de su creación. Por qué permite
que haya confrontación de sus creyentes con los de otras creencias que Él sabe
que son falsas.
Puede que
los dioses de todas las religiones sea el mismo. Eso explicaría muchas cosas,
pero nunca podrá explicar cómo es que unos hablan de matar al infiel y el otro
de acogerlo.
A lo largo de toda la historia las religiones han
promovido más guerras que ninguna otra causa y si el imperio romano ha sido el
más largo y poderoso de todos los tiempos (más de mil quinientos años
gobernando occidente y buena parte de oriente), fue porque siempre aceptó a
todos los dioses que se le iban presentando conforme avanzaba en sus
conquistas, a muchos de los cuales llevaba a su propio panteón.
Y así, como
decía hace unas semanas en el artículo que hablaba del perdón de los pecados,
llegado el momento, tuvo la necesidad de incorporar el cristianismo, aquella fe
a la que tanto había perseguido.
Y a partir
de ese momento la naciente iglesia comenzó su ascensión y el imperio su
declive.
La condición
para que el imperio aceptase a los católicos y su doctrina era esencialmente
una: que dejasen de zurrarse entre ellos y que adoptaran un credo común.
Y tal como
decía en el artículo de referencia, lo consiguieron. De todo lo que se había
escrito, solamente cuatro evangelios eran los verdaderos, los demás, falsos;
apócrifos, como se dice refiriéndose a las escrituras que no están dentro del
canon cristiano.
Es curioso
que, si como se dice, la Biblia es un libro de inspiración divina, el
inspirador no dejara bien claro cuál era la doctrina que quería transmitir y si
todos los evangelistas relatan los mismos hechos, cómo existe tal diversidad
entre sus escritos.
Por eso, a
los señores prebostes de la iglesia que en 325 se reunieron en Nicea, por orden
de Constantino y con nuestro insigne obispo Osio a la cabeza, les esperaba una
dura tarea; y no era precisamente redactar el Credo Niceno, cosa que acometió
nuestro insigne obispo con más que afortunada redacción. El problema estribaba
en cribar los escritos y escoger de entre ellos los que más similitud tuvieran,
desechando al resto.
Aún así y
con un desecho de decenas de textos, se quedaron con cuatro, los Cuatro
Evangelios llamados Sinópticos, en los que quisieron ver más similitudes que
diferencias, pero que cualquier persona que los lea detalladamente comprende
rápidamente que no es así, que discrepan sobre hechos trascendentes; sobre el
más trascendente de toda la doctrina cristiana y base sobre la que se soporta,
como es la Resurrección de Jesús, hay una versión distinta en cada texto.
Las cosas
eran tan metidas con calzador que muchos de los asistentes, todos ellos obispos
y padres de la Iglesia, no quisieron firmar las actas del concilio y muchas de
las sectas cristianas siguieron practicando el arrianismo, aunque se había
declarado herejía en aquel concilio.
La cosa era
tan disparatada y así lo dejaban manifestado algunos de los asistentes que lo
hacían con un espíritu verdaderamente religioso, sin sumisión al emperador, que
aquellos cuatro evangelios citaban a menudo textos, frases, pensamientos, que
eran originales de muchos de los desechados como apócrifos.
Corrieron
rumores, se disparó el comentario y la imaginación suplió a la realidad y sobre
la elección de los textos de Marcos, Mateo, Lucas y Juan, como únicos
verdaderos, se dijeron cosas que realmente asustan a la inteligencia, sin
embargo, fueron creídas entonces, y se aceptan como base del cristianismo
ahora.
Se dijo, y
eso está recogido por escrito, que se utilizaron varios métodos en la elección,
todos ellos a cual más certero y científico, basado siempre en la elección
milagrosa. Uno de los métodos usado fue el del rezo, al que se sometió a todo
el concilio y durante horas, los asistentes rezaron con verdadera devoción,
tras lo que, los cuatro evangelios, volaron como si de aves se tratara y se
posaron juntos sobre un altar.
En otro
momento, se colocaron todos los textos sobre una mesa y mientras los apócrifos
caían al suelo, los cuatro elegidos no se movieron ni un ápice.
Otra
selección, ésta ya con intervención divina, fue colocar estos cuatro textos
sobre el altar e implorar a Dios que, si una sola palabra de las contenidas en
aquellos libros, era falsa, cayesen al suelo, cosa que como es natural, no
sucedió, porque Dios debía de estar de acuerdo con el contenido de aquellos
evangelios.
Y por último
la mayor expresión de fe: El Espíritu Santo, en forma de paloma, penetró en el
lugar del concilio y posándose sobre el hombro de cada uno de los obispos, les
fue susurrando cuáles eran auténticos y cuáles apócrifos.
No obstante,
según puede leerse en las actas de tan egregia reunión, algunos obispos
olvidaron en casa el “sonotone” y no se enteraron de lo que les decía la
paloma, o es que directamente no estaba de acuerdo con ella, a pesar de ser
quien era, porque rechazaron las actas y no acataron el resultado conciliar.
En fin, que
para creer en todo esto hay que tener verdadera fe que “es creer en aquello que
sabemos que no existe”.
Como es
natural, esta frase no es mía, ya quisiera yo tener ocurrencias así; es de Mark
Twain que además de escribir aventuras infantiles con las que nos deleitó,
también le daba al “tarro”.
Porque si
todas las verdades son iguales que estas, estamos arreglados, y es que tras
nuestra muerte no vamos a tener ni castigo ni recompensa. Simplemente vamos a
perder los veintiún gramos esos que dicen que perdemos al expirar y se acabó lo
que se daba. Todo lo demás será cuestión de creerlo, cosa muy loable, por supuesto.
Y no quería
concluir este episodio sin contar algo que me parece de lo más afortunado a la
hora de constatar la forma en la que se ha escrito la historia de la Iglesia.
Hace unos años, estuve en Roma en donde tuve la oportunidad de contemplar en directo,
en todas su magnitud y dimensiones, una escultura de Miguel Ángel que lleva por
título “El Moisés”.
Está en una
discreta iglesia de Roma llamada San Pietro in Vincoli, en cuya escalinata
estuve más de una hora sentado esperando a que abrieran.
Como es
natural, ya conocía la célebre escultura, pero al verla “en persona”, cualquier
recuerdo que tengas se diluye como un azucarillo en el café. Después de
contemplar el conjunto, los detalles y los mínimos detalles, hay una cosa que
suele llamar la curiosidad de los espectadores: ¿Qué son esos dos cuernos que
parece que salen de la cabeza de Moisés?
El Moisés
No hay
muchas respuestas, aparte de las que ha ofrecido la ortodoxia cristiana: Es la
radiación que emanaba de Moisés cuando bajaba de su entrevista con Yahveh.
Y así ha
pasado a la historia, pero hay otra explicación. Una que viene muy bien al caso
de este artículo: ¡Cómo se han inventado las cosas! O bien: ¡Cómo las han
tergiversado la ignorancia o la ambición!
Todo parte
de la “Vulgata”, nombre con el que se conoce a la Biblia traducida al latín
vulgar a finales del siglo IV por San Jerónimo, un padre de la Iglesia. En esa
desafortunada traducción, cuando describe que Moisés baja del monte Sinaí, de
entrevistarse con Dios, el texto original, en hebreo, dice que “la piel de su
rostro era radiante”. En ese idioma, el verbo “radiar”, comparte la misma raíz
que el sustantivo “cuerno” y el santo patriarca no se lo pensó más y tradujo
aquella frase como: “y su rostro era cornudo”. Y se quedó tan tranquilo; pero
lo grave es que aquella traducción se convirtió en el texto oficial que manejaba
la Iglesia.
Desde
entonces, pintores y escultores no se dieron a averiguar qué era aquella cosa
tan extraña de que Moisés hubiese bajado de su entrevista con Dios con unos
espléndidos cuernos y se dedicaron a pintarlo y esculpirlo de aquella forma,
tan poco afortunada, como enojosa será para Moisés, si es que se ha enterado de
semejante desafuero.
muy interesante bien elaborado y de facil comprension se ve que lo has trabajado con intensidad y has sabido separar el grano de la paja no suelo cultivar
ResponderEliminarel ego del autor pero en este como en otros muchos te tiendo la mano la aprieto te miro a ls ojos y te digo gracias
Amigo José Maria, acabo de leer tu, como siempre bien estructurado, documentado y escrito artículo.
ResponderEliminarDicho esto me gustaria hacer alguna puntualización, pues de una lectura ideologizada, parcial o interesada del mismo puede llegar a extraerse la erronea conclusión de que aquellos que somos "creyentes" constituimos una corte de perfetos imbeciles o descerebrados que simplemente y sin cuestionarnos nada nos "tragamaos" aquello que una u otra Organización Religiosa nos quiera contar. "Haberlos hailos", como dicen de las meigas gallegas, pero no todos.
Yo que creo que tus conclusiones vinen de la investigación hitorico-cientifica y por ello he entendido que tu critica incide y se vierte sobre eso,las distintas Organizaciones Religiosas que todas pretenden tener la posesisón del dogma, estoy hasta este punto en acuerdo total con tus coclusiones pero, permiteme que putualice una cuestión que para mi es importante.
A mi modesto entender nada tiene que ver lo que una u otra Organización Religiosa (humana por supuesto) quiera decir contar o tratar de dogmatizar, con la necsidad vital que el ser humano tiene de pensar en algo trascedente, llamemosle Dios, Ente Superior que Ordena el Universo o como se quiera, que no es una cuestión semantica de lo que aqui tratamos.
Yo confieso y estoy convencido de "haber visto la mano de Dios" en muchos de los avateres de mi vida, sin por ello estar de acuerdo, ni admitir a "pies juintillas", todos los pretendidos dogmas de la Iglesia.
En razón a esto pregunto ¿quien se atreveria con plena sinceridad a afirmar con rotundidad que nunca ha dudado sobre la existencia o no de ese Ser Superior?. Siceramente tambien, creo que nadie y prueba de ello es la autodefinición que de si mismo hacia el Ilustre Profesor de mi querida Universidad de Salamanca, Don Miguel de Unamuno cuando decia que "era un ateo que creia en Dios", en alusion a que aquello en que es imposible creer no llega a dudarse nunca, si hay dudas, ya hay un porcentaje de creencia.
Yo, permiteme querido amigo José Maria, que manifieste publicamente que aun discrepando y dudando muy mucho de los asertos asveraciones y dogmatismos de cada una de las Organizazciones Religiosas en las que militan millones de seres humanos y a las que tu te refires en tu artículo, si creo en Dios.
Como siempre gracias por hacer pensar con tus Articulos que devienen de unas magnifias y porbadas ivestigaciones y que, a mi juicio, merecerian un ambito de difusión mas amplio que este Blog incluso para estimular el debate culto que algunos de ellos puedieran originar.