viernes, 6 de julio de 2018

LA ZORRA GUARDANDO GALLINAS





En el año 1820 el “proceso independentista” era una realidad en nuestras Colonias Americanas.
José San Martín y Simón Bolívar, ambos militares españoles con ansias de independencia y sobre todo de revanchismo, tenían la rendición de Perú a la vista.
La Revolución Francesa y la guerra de la Independencia norteamericana habían abierto los ojos al independentismo y desde el famoso “Grito de Dolores” de 1810 (ver mi artículo: http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com.es/search?q=el+grito+de+dolores), Hispanoamérica era un hervidero.
En Lima estaban las cosas muy mal. España había abandonado a las Colonias a su propio destino y éste era el de sucumbir al avance del independentismo. Había reductos de resistencia que se oponían a los insurrectos, pero lo cierto es que las tropas realistas, sin medios materiales y humanos y sin suministros militares de ningún tipo, iban claudicando. En vista de que el enemigo estaba a las puertas de la capital del virreinato, el virrey del Perú, José de la Serna, tenía dos opciones: o entregar Lima a San Martín, que venía eufórico después de “liberar” Argentina y Chile, o bien retirarse con los restos del ejército realista hacia el interior, Cuzco, Potosí o Jauja y continuar la resistencia.
Cualquiera de las dos opciones era una afrenta al honor de un militar, pero entre ambas, el virrey consideraba que la capitulación tenía un carácter más definitivo que una momentánea retirada, aunque estaba en su ánimo la certeza de que no iba a recibir ninguna ayuda que hiciera posible retomar la lucha y hacer frente a los insurrectos que vencerían al final.
En cualquiera de los dos casos, existía un segundo problema que era cómo evitar que los inmensos tesoros acopiados en los últimos años en Lima, cayeran en manos de los rebeldes, pues eso supondría una doble inyección de moral y económica para continuar el ya imparable proceso descolonizador.
Pero ni siquiera había un buque español en El Callao al que confiar el traslado del tesoro a un lugar más seguro, que momentáneamente podía ser Méjico.
Realmente la situación debía ser angustiosa. tanto para las tropas llamadas realistas, por su afección al rey de España, como para la población civil que deseaba continuar siendo española. Sin ninguna ayuda de España, con un ejército cada vez menos numeroso por deserciones y pases al bando contrario, sin repuestos para el armamento que se iba deteriorando y con escasez de municiones, por no hablar de las carencias en uniformidad y sobre todo en suministros de boca, hacer frente a todo un ejército que contaba cada vez con mayor apoyo popular y al que ya muchos terratenientes y familias poderosas se estaban adhiriendo, en vista de cual iba a ser el desenlace final, era tarea casi imposible.
Salvar el tesoro acumulado en el palacio del virrey y en la catedral de Lima se convirtió en una prioridad, en la idea de que si esa cantidad de piezas valiosísimas cayera en manos de los insurrectos, podrían potenciar considerablemente su ejército, su armamento, y los efectos contra los leales al rey serían devastadores.
El traslado del tesoro estaba decidido y en veinticuatro enormes baúles, fuertemente sellados, se dispuso el traslado lo más rápido posible al puerto de El Callao y desde allí buscar un barco para trasladarlo a lugar seguro.
Muy mal tendrían que ir las cosas cuando lo único que se encontró fue un  mercante ingles llamado “Mary Dear” que capitaneaba William Thompson, un personaje turbio que había aparecido en las costas del Pacífico comerciando entre los puertos españoles. El virrey llegó a un acuerdo con Thompson al que ofreció un porcentaje de la carga que lleva, si la dejaba a salvo en el puerto de destino y aunque no se consigna de qué carga se trata, el capitán sospecha que debe ser un tesoro de enorme valor.
En efecto, monedas, medallas, objetos de orfebrería, incluso se habla de una estatua a tamaño real de una virgen, todo de oro y plata, así como innumerables obras de arte y lingotes de los preciados metales, es el contenido de los baúles que tenían un valor difícilmente calculable.
Con grandes dificultades, los pesados baúles fueron subidos a bordo del buque y también una pequeña guarnición para custodiarlo, concretamente seis soldados que también daban protección a unos cuantos ciudadanos de Lima que huían de los independentistas.
El destino debía ser Acapulco, el puerto al que arribaba el llamado Galeón de Manila en el tornaviaje y donde descargaba todas las mercaderías procedentes de Asia, que se trasladaban luego a España. Era por tanto una ruta muy segura y bien protegida de corsarios y piratas.
Pero claro, en el aturrullamiento del momento no se cayó en la idea de que el capitán Thompson y su barco no estaban muy distantes de aquella actividad que muchos gobiernos europeos protegían, con tal de debilitar aún más a España.
Así, nada más zarpar de El Callao, el capitán y su segundo empiezan a maquinar y deciden que por qué se van a llevar un porcentaje cuando pueden llevárselo todo.
Con buenas palabras y mejores promesas convencen a la tripulación que estaba compuesta solamente por ocho personas, en su mayoría jóvenes marinos, que hay que deshacerse de la escolta española y el pasaje y apoderarse del tesoro. Pero hay una dificultad que saben que si lo apresa algún navío español o de alguna otra nacionalidad, serán ahorcados. Asimismo entienden de la dificultad que va a ser deshacerse del tesoro, una vez que las autoridades españolas, que aún controlaban mal que bien el Pacífico, hayan dado la voz de alarma.
Entonces trazan un plan que consiste en que una vez deshechos de la escolta, dirigirse a un lugar seguro donde esconder el tesoro y esperar el momento adecuado para pignorarlo.
Y eso es lo que hacen. La escolta y los pasajeros terminan en el mar y el “Mary Dear” pone rumbo a una isla llamada Del Coco que es una isla deshabitada situada a unos quinientos kilómetros de las costas de Panamá y que tenía la particularidad de no tener propietario, es decir, ningún país la había reclamado como suya. Actualmente pertenece a Costa Rica.

Mapa de la época de la Isla del Coco

Los ingleses tienen noticias y conocen esa isla porque ha sido muchas veces refugio de piratas y lugar elegido para esconder tesoros, por lo que consideran que es lugar idóneo. Saben incluso que allá por el siglo XVII estuvo allí escondido el celebérrimo pirata Capitán Morgan, como demuestra la inscripción en una roca encontrada por el Comandante Cousteau.



Piedra con inscripciones. Hacia el centro se puede leer “MORGAN”

Una vez llegados a la isla, fondean en la bahía de Wafer, situada al norte y que da a playas de arenas tendidas que hacen fácil la descarga de los baúles. Seguidamente buscan una cueva apropiada para esconderlos e inician la descarga, no sin considerables esfuerzos, pues eran solamente diez personas para moverlos.
Es siguiente paso es ir a Panamá para avituallar el buque, dejar pasar unos días hasta que las cosas se tranquilicen y volver a por el tesoro una vez pasada la tormenta inicial.
Así lo hicieron, pero cuando ya iban de vuelta a la Isla del Coco, los intercepta un buque corsario español, el “Peruvian”, que había salido de Perú con la única orden de perseguir y capturar a los ladrones del que ya se tenían sospechas que no habría de dirigirse a su destino, sino que se iba a apropiar del tesoro.
Capturado el “Mary Dear” es registrado a fondo y al no hallar los baúles sospechan que han sido escondidos en alguna de las islas u otro lugar seguro, por lo que advierten a todos los tripulantes que si no dicen dónde se encuentran los baúles los irán matando uno a uno.
Empiezan por los marineros que no responden adecuadamente a las exigencias de los españoles, pues unos dicen no saber nada y otros que está escondido en una isla pero que no saben qué isla es. Esta última respuesta podría ser cierta, pues lógicamente la tripulación no tenía conocimientos de navegación como para saber de qué isla estaban hablando.
Los ocho marineros fueron fusilados y sus cuerpos arrojados al mar, quedando vivo solamente el capitán Thompson y su primer oficial que ante lo que acaban de ver deciden colaborar y confiesan que el tesoro está escondido en la Isla del Coco.
Después de algunas vicisitudes llegan a la isla pero llevan a bordo una epidemia de fiebres que tiene a la tripulación muy debilitadas, por lo que fondean en la bahía Wafer y esperan que mejore la salud de los marineros.
Son muchos días fondeados sin que la salud se reponga y la vigilancia sobre los dos presos se va relajando, hasta el extremo de que aprovechan un descuido y escapan nadando hasta tierra, donde se pierden y por mucho que son buscados no se les halla.
Creyendo que el tesoro está en la isla, pero sin haberlo encontrado, el Peruvian decide volver y dejar allí a los dos pitaras, en la certeza de que allí morirán.
Pero la Isla del Coco era muy visitada en aquellos tiempos y dos años más tarde el pirata Tomphson y su primer oficial, fueron rescatados y en el momento del rescate no llevaban encima ningún objeto que hiciera pensar en la existencia del tesoro.
Se dice que ambos murieron sin desvelar su secreto, aunque hay teorías que dicen lo contrario y que hubo quien estuvo haciendo viajes a la isla y recuperando poco a poco el tesoro escondido. No se puede asegurar que sea realidad y suena más a leyenda que envuelve uno de los tesoros más fabulosos perdidos por la estupidez humana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario