En el año
1820 el “proceso independentista” era una realidad en nuestras Colonias Americanas.
José San
Martín y Simón Bolívar, ambos militares españoles con ansias de independencia y
sobre todo de revanchismo, tenían la rendición de Perú a la vista.
La
Revolución Francesa y la guerra de la Independencia norteamericana habían
abierto los ojos al independentismo y desde el famoso “Grito de Dolores” de
1810 (ver mi artículo: http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com.es/search?q=el+grito+de+dolores),
Hispanoamérica era un hervidero.
En Lima
estaban las cosas muy mal. España había abandonado a las Colonias a su propio
destino y éste era el de sucumbir al avance del independentismo. Había reductos
de resistencia que se oponían a los insurrectos, pero lo cierto es que las
tropas realistas, sin medios materiales y humanos y sin suministros militares
de ningún tipo, iban claudicando. En vista de que el enemigo estaba a las
puertas de la capital del virreinato, el virrey del Perú, José de la Serna,
tenía dos opciones: o entregar Lima a San Martín, que venía eufórico después de
“liberar” Argentina y Chile, o bien retirarse con los restos del ejército
realista hacia el interior, Cuzco, Potosí o Jauja y continuar la resistencia.
Cualquiera
de las dos opciones era una afrenta al honor de un militar, pero entre ambas, el
virrey consideraba que la capitulación tenía un carácter más definitivo que una
momentánea retirada, aunque estaba en su ánimo la certeza de que no iba a
recibir ninguna ayuda que hiciera posible retomar la lucha y hacer frente a los
insurrectos que vencerían al final.
En
cualquiera de los dos casos, existía un segundo problema que era cómo evitar
que los inmensos tesoros acopiados en los últimos años en Lima, cayeran en
manos de los rebeldes, pues eso supondría una doble inyección de moral y
económica para continuar el ya imparable proceso descolonizador.
Pero ni
siquiera había un buque español en El Callao al que confiar el traslado del
tesoro a un lugar más seguro, que momentáneamente podía ser Méjico.
Realmente la
situación debía ser angustiosa. tanto para las tropas llamadas realistas, por
su afección al rey de España, como para la población civil que deseaba
continuar siendo española. Sin ninguna ayuda de España, con un ejército cada
vez menos numeroso por deserciones y pases al bando contrario, sin repuestos
para el armamento que se iba deteriorando y con escasez de municiones, por no
hablar de las carencias en uniformidad y sobre todo en suministros de boca,
hacer frente a todo un ejército que contaba cada vez con mayor apoyo popular y
al que ya muchos terratenientes y familias poderosas se estaban adhiriendo, en
vista de cual iba a ser el desenlace final, era tarea casi imposible.
Salvar el
tesoro acumulado en el palacio del virrey y en la catedral de Lima se convirtió
en una prioridad, en la idea de que si esa cantidad de piezas valiosísimas
cayera en manos de los insurrectos, podrían potenciar considerablemente su
ejército, su armamento, y los efectos contra los leales al rey serían
devastadores.
El traslado
del tesoro estaba decidido y en veinticuatro enormes baúles, fuertemente
sellados, se dispuso el traslado lo más rápido posible al puerto de El Callao y
desde allí buscar un barco para trasladarlo a lugar seguro.
Muy mal
tendrían que ir las cosas cuando lo único que se encontró fue un mercante ingles llamado “Mary Dear” que
capitaneaba William Thompson, un personaje turbio que había aparecido en las
costas del Pacífico comerciando entre los puertos españoles. El virrey llegó a
un acuerdo con Thompson al que ofreció un porcentaje de la carga que lleva, si
la dejaba a salvo en el puerto de destino y aunque no se consigna de qué carga
se trata, el capitán sospecha que debe ser un tesoro de enorme valor.
En efecto,
monedas, medallas, objetos de orfebrería, incluso se habla de una estatua a
tamaño real de una virgen, todo de oro y plata, así como innumerables obras de
arte y lingotes de los preciados metales, es el contenido de los baúles que
tenían un valor difícilmente calculable.
Con grandes
dificultades, los pesados baúles fueron subidos a bordo del buque y también una
pequeña guarnición para custodiarlo, concretamente seis soldados que también
daban protección a unos cuantos ciudadanos de Lima que huían de los
independentistas.
El destino
debía ser Acapulco, el puerto al que arribaba el llamado Galeón de Manila en el
tornaviaje y donde descargaba todas las mercaderías procedentes de Asia, que se
trasladaban luego a España. Era por tanto una ruta muy segura y bien protegida
de corsarios y piratas.
Pero claro,
en el aturrullamiento del momento no se cayó en la idea de que el capitán
Thompson y su barco no estaban muy distantes de aquella actividad que muchos
gobiernos europeos protegían, con tal de debilitar aún más a España.
Así, nada
más zarpar de El Callao, el capitán y su segundo empiezan a maquinar y deciden
que por qué se van a llevar un porcentaje cuando pueden llevárselo todo.
Con buenas
palabras y mejores promesas convencen a la tripulación que estaba compuesta solamente
por ocho personas, en su mayoría jóvenes marinos, que hay que deshacerse de la
escolta española y el pasaje y apoderarse del tesoro. Pero hay una dificultad
que saben que si lo apresa algún navío español o de alguna otra nacionalidad,
serán ahorcados. Asimismo entienden de la dificultad que va a ser deshacerse
del tesoro, una vez que las autoridades españolas, que aún controlaban mal que
bien el Pacífico, hayan dado la voz de alarma.
Entonces
trazan un plan que consiste en que una vez deshechos de la escolta, dirigirse a
un lugar seguro donde esconder el tesoro y esperar el momento adecuado para
pignorarlo.
Y eso es lo
que hacen. La escolta y los pasajeros terminan en el mar y el “Mary Dear” pone
rumbo a una isla llamada Del Coco que es una isla deshabitada situada a unos
quinientos kilómetros de las costas de Panamá y que tenía la particularidad de
no tener propietario, es decir, ningún país la había reclamado como suya.
Actualmente pertenece a Costa Rica.
Mapa de la
época de la Isla del Coco
Los ingleses
tienen noticias y conocen esa isla porque ha sido muchas veces refugio de
piratas y lugar elegido para esconder tesoros, por lo que consideran que es
lugar idóneo. Saben incluso que allá por el siglo XVII estuvo allí escondido el
celebérrimo pirata Capitán Morgan, como demuestra la inscripción en una roca
encontrada por el Comandante Cousteau.
Piedra con
inscripciones. Hacia el centro se puede leer “MORGAN”
Una vez
llegados a la isla, fondean en la bahía de Wafer, situada al norte y que da a
playas de arenas tendidas que hacen fácil la descarga de los baúles.
Seguidamente buscan una cueva apropiada para esconderlos e inician la descarga,
no sin considerables esfuerzos, pues eran solamente diez personas para
moverlos.
Es siguiente
paso es ir a Panamá para avituallar el buque, dejar pasar unos días hasta que
las cosas se tranquilicen y volver a por el tesoro una vez pasada la tormenta
inicial.
Así lo
hicieron, pero cuando ya iban de vuelta a la Isla del Coco, los intercepta un
buque corsario español, el “Peruvian”, que había salido de Perú con la única
orden de perseguir y capturar a los ladrones del que ya se tenían sospechas que
no habría de dirigirse a su destino, sino que se iba a apropiar del tesoro.
Capturado el
“Mary Dear” es registrado a fondo y al no hallar los baúles sospechan que han
sido escondidos en alguna de las islas u otro lugar seguro, por lo que
advierten a todos los tripulantes que si no dicen dónde se encuentran los
baúles los irán matando uno a uno.
Empiezan por
los marineros que no responden adecuadamente a las exigencias de los españoles,
pues unos dicen no saber nada y otros que está escondido en una isla pero que
no saben qué isla es. Esta última respuesta podría ser cierta, pues lógicamente
la tripulación no tenía conocimientos de navegación como para saber de qué isla
estaban hablando.
Los ocho
marineros fueron fusilados y sus cuerpos arrojados al mar, quedando vivo
solamente el capitán Thompson y su primer oficial que ante lo que acaban de ver
deciden colaborar y confiesan que el tesoro está escondido en la Isla del Coco.
Después de
algunas vicisitudes llegan a la isla pero llevan a bordo una epidemia de
fiebres que tiene a la tripulación muy debilitadas, por lo que fondean en la
bahía Wafer y esperan que mejore la salud de los marineros.
Son muchos
días fondeados sin que la salud se reponga y la vigilancia sobre los dos presos
se va relajando, hasta el extremo de que aprovechan un descuido y escapan
nadando hasta tierra, donde se pierden y por mucho que son buscados no se les
halla.
Creyendo que
el tesoro está en la isla, pero sin haberlo encontrado, el Peruvian decide
volver y dejar allí a los dos pitaras, en la certeza de que allí morirán.
Pero la Isla
del Coco era muy visitada en aquellos tiempos y dos años más tarde el pirata
Tomphson y su primer oficial, fueron rescatados y en el momento del rescate no
llevaban encima ningún objeto que hiciera pensar en la existencia del tesoro.
Se dice que
ambos murieron sin desvelar su secreto, aunque hay teorías que dicen lo
contrario y que hubo quien estuvo haciendo viajes a la isla y recuperando poco
a poco el tesoro escondido. No se puede asegurar que sea realidad y suena más a
leyenda que envuelve uno de los tesoros más fabulosos perdidos por la estupidez
humana.
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