El catorce
de abril de 1598 zarparon del puerto francés de La Hougue, en pleno Canal de la
Mancha, los navíos llamados “Catherine” y “Francoise” formando una flotilla
mandada por el marqués de La Roche, el cual había recibido del rey francés
Enrique IV, la orden de colonizar tierras que agregar a Canadá, así como la de
buscar un canal que comunicase directamente con China, que venía siendo una
obsesión permanente.
Desde luego
la aventura no era ilusionante. Ya se conocían las terribles adversidades
climáticas que había que soportar en las tierras del norte de América y tanto
Terranova, la península del Labrador, como Groenlandia, eran territorios ya
explorados y constatada la dureza de su clima, máxime en aquella época en que
la Tierra era azotada por lo que se ha llamado “Pequeña Edad de Hielo”. Pero la
idea de La Roche era la de formar un grupo de personas para colonizar nuevas
tierras y la orden del rey era tan amplia que podía recurrir a las medidas que
considerara más oportunas para conseguir su propósito.
Ante la
falta de voluntarios se recurrió a los condenados a penas de destierro y
trabajos forzosos, pero aún así no se llegaba a la cifra requerida. Así que se
amplió la oferta a delincuentes con largas condenas, indigentes y toda clase de
escoria social. Los elegidos tenían que poseer algunas habilidades, siendo
apreciados los agricultores, artesanos, los hábiles con las armas, así como los
que tuvieran un patrimonio con el que contribuir a los gastos y todos debían
gozar de buena salud.
Este último
punto era el más peliagudo, pues lo que se dice sanos, en aquella época había
poca gente y mucho menos si llevaban a la espalda años de condena, con una
alimentación deficitaria y una higiene casi inexistente.
Muchos de
los colonos que embarcaban en expediciones de este tipo no llegaron jamás a sus
destinos, pues las condiciones en las que se desarrollaban las travesías solían
ser demoledoras.
Con unos
cincuenta delincuentes y algo más de doce soldados, los dos buques partieron en
aquella fecha con rumbo hacia Canadá.
Dos semanas
después avistaron una isla ya conocida desde años antes que había tenido varios
nombres hasta que se la bautizó definitivamente como Isla del Sable, debido a
su parecido con esta arma. La isla tiene cuarenta y dos kilómetros de largo y
solamente dos en su parte más ancha, presentando una curvatura muy parecida a
un sable.
La peculiar
geografía de la Isla del Sable
Allí, en su
costa norte, desembarcaron los más de cincuenta colonos y algunos soldados,
mientras el marqués y los dos buques continuaron viaje para intentar descubrir
nuevas tierras, con la promesa de volver lo antes posible.
Cerca de un
corto río al que pusieron el nombre de Boncoeur, desembarcaron el personal y
las provisiones y los colonos de inmediato se pusieron mano a la obra para
construir cabañas en las que refugiarse del intenso frío.
La isla está
situada a unos trescientos kilómetros de la costa este de Canadá y el puerto
más cercano es Halifax. Su climatología es tan extrema, aparte de por lo septentrional
de su situación, porque se dan cita tres corrientes marinas procedentes del
Polo Norte y como consecuencia, además de recias tormentas, tiene más de ciento
veinte días al año de espesas nieblas. Se encontraba en aquellos momentos
completamente deshabitada, si bien, con anterioridad había sido colonizada por
escaso tiempo por portugueses, que fueron quienes la bautizaron con su nombre
actual y que habían dejado allí algunos animales domésticos, como vacas,
gallinas y algunos caballos.
Unas semanas
después del desembarco, el marqués de La Roche regresó a la isla, como había
prometido, pero no pudo desembarcar pues una fortísima tormenta lo arrastró con
vientos del este a tal velocidad que en doce días regresó a Francia.
Los colonos
exploraron la isla en profundidad, descubriendo que tenía una lago interior de
agua dulce, pero ni con la presencia del agua, la vegetación se había abierto
paso y no había árboles, solo matorral y hierba rasa que era el pasto del
ganado asilvestrado que encontraron.
Durante más
de dos años, los colonos se dedicaron a la única actividad posible que era la
caza de focas y el curtido de sus pieles y así, durante dos años, La Roche
enviaba con regularidad un barco con provisiones, armas y herramientas y
recibía a cambio un cargamento de valiosas pieles.
Pero ciertos
cambios políticos en Francia hicieron a La Roche perder su poder político y
relegado a otros cometidos, los colonos del Sable fueron poco a poco olvidados.
Como es
natural, el abandono produjo desesperación en los habitantes de la isla y las
revueltas eran constantes, acrecentadas por una temporada de fuertes temporales
que destrozaban sus instalaciones, optando por buscar refugios subterráneos y
al acabarse los suministros, cubrirse con pieles de foca, como si de hombres
prehistóricos se tratara.
Siete años
después el departamento de Rouen decidió realizar una expedición a la isla,
para avituallarla y relevar a los soldados, pero al llegar se encontraron un
panorama desolador. Solamente habían sobrevivido once hombres, el resto,
incluyendo al comandante de la guarnición y todos los soldados, habían muerto,
unos por hambre y enfermedad y otros a manos de los supervivientes, los cuales
a su vez presentaban un aspecto terrorífico: escuálidos, demacrados, con larga
barbas y cabelleras y arropados en pieles de animales atadas sobre el cuerpo.
Habían devorado casi todo lo que de comer había en la isla e incluso practicado
el canibalismo.
Con una
sensación de impotencia ante lo absurdo de aquella aventura, el capitán del
buque embarcó a los supervivientes, dejando en la isla a un monje que había
acompañado a los colonos que, sintiendo su muerte muy próxima, prefirió
quedarse allí para siempre.
A su llegada
a Francia el rey quiso recibirlos y aunque eran autores de horrendos crímenes,
se decidió no castigarlos y por el contrario se les compensó económicamente por
los sacrificios padecidos cuando fueron olvidados por el país.
Desde
entonces la isla está deshabitada, aunque eventualmente se desplazan hasta allí
algunas expediciones con la intención de estudiar algunas de sus
peculiaridades.
Una de ellas
es el ingente número de naufragios que se han sucedido en sus costas.
Es una isla
llana, de playas de arenas tendidas, sin prácticamente escollos, pero en sus
costas se han contabilizado más de trescientos cincuenta naufragios todos los
cuales están perfectamente documentados.
Cartografía
de la Isla en donde cada anotación corresponde a un naufragio
Antes se ha
referido que fuertes corrientes procedentes del Ártico se encuentran en
aquellas latitudes, lo que hace que se formen rápidos y remolinos, que ayudados
por la pertinaz niebla, produce la desviación de los barcos de su rombo, yendo
a encallar en los bajíos arenosos que rodean el islote. Antes de su nombre
actual, la isla era conocida como De La Arena, por la extensión de sus playas y
porque las corrientes marinas desplazan continuamente los bancos de arena,
siendo imprevisible su localización.
En la
actualidad en la Isla vive una mujer, una naturalista llamada Zoe Lucas que lleva
cuarenta años prácticamente sola y que sobrevive gracias a las provisiones que
con puntualidad un helicóptero le deja en la isla, en donde está acompañada de
unos cuatrocientos caballos, millares y millares de focas, algunas aves y
matorrales, porque los ochenta mil árboles que Canadá plantó a principios de
siglo XX, con la intención de hacer más fijo el terreno y crear un micro
sistema biológico, no funcionó y todos los árboles murieron.
Los caballos
proceden de distintos naufragios y durante los últimos cuatrocientos años se ha
ido creando una subespecie completamente autóctona conocida como Caballos del
Sable que son de mediana alzada y muy resistentes.
En algunas
ocasiones aparecen por la isla algunas expediciones de científicos que suelen
usar algunas de las construcciones que se hicieron el siglo pasado con fines
investigativos y que aún permanecen en pie y utilizan un pequeño aeródromo para
los desplazamientos.
La isla es
tan plana y con tan escasa elevación que se piensa que con el calentamiento
global y la subida del nivel del mar, será de las primeras islas en desaparecer.
Interesante la Isla del Sable. Un abrazo!!
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