Es muy
conocido el acontecimiento histórico que sembró de una gran incertidumbre el
inicio del reinado de Carlos I. Fue lo que se conoce como la Guerra de las
Comunidades de Castilla, cuando Padilla, Bravo y Maldonado encabezaron un
movimiento de oposición violento contra el nuevo rey que, despreciando a la
nobleza y otras clases sociales españolas, desembarcó con un enorme séquito de
compatriotas flamencos, a los que iba colocando al frente de las diferentes
administraciones.
Los
comuneros fueron al final vencido en la batalla de Villalar, el 23 de abril de
1521 y en el pasado siglo XIX se recuperó la fecha y el lugar de tal manera que
es la fiesta con la que se conmemora el día de Castilla y León, desde que
alcanzó su autonomía.
Fueron momentos
muy difíciles para el nuevo monarca que además se veía comprometido con la
necesidad de viajar a Alemania para suceder a su abuelo, Maximiliano I y
hacerse con el Imperio Sacro, el mayor título de la cristiandad.
Pero no
fueron solo las luchas de las comunidades las que soliviantaron los primeros
años del reinado de Carlos, en toda la zona del Levante y en Baleares, había
surgido simultáneamente otro movimiento social que, aunque con algunos puntos
de diferencia sobre las comunidades, aglutinaban diferentes capas sociales
contra la monarquía.
Eran las
Germanías, una especie de sindicatos armados, autorizados por los Reyes
Católicos para defender a los artesanos de los constantes ataques de la
piratería berberisca que infectaba el Mediterráneo.
Nada tiene
que ver la palabra Germanía con germania, Alemania, germano, sino que procede
de “germá”, “hermano”.
Dejados a su suerte y abandonados de todos,
pues la nobleza había huido de las ciudades con las epidemias de peste que se
sucedieron, prácticamente arruinados y hambrientos, pero bien organizados y con
armas, decidieron las Germanías enfrentarse, como los comuneros, al virrey de
Valencia que representaba a la monarquía que como se ha dicho, estaba muy
ocupada en coronarse “Imperator”.
Lo que
empezó como una revuelta acabó siendo una guerra con todos sus ingredientes
entre los “agermanados”, integrantes de las Germanías y la corona, a la que
representaba la nobleza. Capitaneados por Vicente Peris, un artesano
especializado en la fabricación de terciopelo, convertido en capitán general de
los sublevados, tuvieron en jaque a las tropas realistas y las vencieron en la
batalla de Gandía lo que obligó a las tropas del virrey Hurtado de Mendoza a
buscar refugio en el castillo de Villena.
Para mayor
dinamismo de esta historia, apareció un personaje altamente singular, que
provocó un revuelo de importante calado en el pueblo llano; se trataba de
Antonio Navarro, conocido como “El Encubierto”.
Este
individuo, cuya primera aparición pública en Valencia es para recibir unos
latigazos que le impone la Inquisición por haber yacido con mujer casada, se
presenta ante un pueblo en estado de efervescencia desatada por la lucha de las
Germanías y se autoproclama como único y verdadero heredero de la corona
española. Dice ser hijo póstumo del príncipe Juan, a su vez hijo malogrado de
los Reyes Católicos y la archiduquesa Margarita de Austria que, efectivamente a
la muerte de su esposo estaba embarazada.
Como es
natural no presenta más pruebas que sus palabras, a las que desmiente la propia
historia, pues Margarita de Austria, tras la muerte de su esposo, dio a luz a una
niña que vivió escasos días.
Pero la
historia que contaba estaba bien urdida, pues el príncipe Juan había fallecido
en 1497, dejando a su esposa en avanzado estado de gestación y el tal Navarro
hacía creer que Felipe el Hermoso y el cardenal Mendoza habían conspirado para
que el fruto de aquella unión no se diera a conocer, pues de ser varón le
correspondería la corona de España.
Según la narración
que con encendidos discursos en los que arremetía contra la iglesia, la monarquía,
la nobleza y sobre todo, añadiendo tintes apocalípticos que hacía “El Encubierto”,
a veces desde el púlpito de alguna iglesia, él sería el verdadero rey de España e instaba
ardientemente a mantener la revuelta contra la corona apelando a la justicia
divina que le habría de colocar a él en el trono.
En poco
tiempo, dado el ardor que ponía en sus manifestaciones públicas, el pueblo
comenzó a conocerlo por “El Rey Encubierto”, el cual decía llamarse Enrique
Enríquez de Ribera y así el pueblo lo creía verdadero descendiente de la
realeza, impresionado por la supuesta solvencia de su nombre y apellidos.
Encumbrado por el populacho, montó en Játiva
una verdadera corte, en la que se vestía como un noble que tenía su guardia
personal que lo protegía y custodiaba tanto en el trono, cuando impartía
justicia, armaba caballeros, otorgaba títulos nobiliarios, concedía rentas y
prebendas a quienes le servían, como cuando paseaba ufano y victorioso entre
los que él consideraba su pueblo.
Decía que
siendo un niño de pecho, los conspiradores antes mencionados, habían mandado a
unos verdugos a que acabasen con su vida, pero estas personas se compadecieron
de él y no lo mataron sino que lo llevaron a Gibraltar, donde lo crió una
modesta familia.
Al pasar los
años, habría entrado al servicio de un rico mercader de Orán de donde tuvo que
salir huyendo cuando descubrieron el romance que mantenía con la esposa del
mercader.
Desde allí
habría llegado a Valencia y tras encender a las masas con sus discursos, la
comunidad a la que lideraba, empezó a considerarlo un verdadero mesías, sobre todo cuando a
raíz de un pequeño ataque a tropas reales, había salido indemne de una lluvia
de flechas, hecho que se convirtió rápidamente en leyenda que él mismo
acrecentaba llegando a decir que las armas de combate tradicionales no podían
hacerle daños y que solamente podría morir en Jerusalén.
Los dos
episodios amorosos a los que se han hecho referencia, dan la idea de un
seductor irresistible, algo que no casa con la descripción que de él hace un prestigioso
historiador especializado en aquella época llamado Ricardo García Cárcel y que
dice que era de mediano cuerpo, membrudo, manos cortas, piernas torcidas,
rostro delgado y nariz aguileña, agregando y este detalle si que puede ir muy
al gusto para la seducción amorosa, que hablaba muy bien castellano y la lengua
de palacio.
Pero aquella
falsa protección mesiánica que El Encubierto decía tener, cayó por su propio
peso, pues el 19 de mayo de 1522, unos matones a sueldo del virrey Hurtado de
Mendoza, acabaron con la vida del impostor a puñaladas.
Pero la
justicia exigía aún más castigo para quien había revolucionado el panorama
valenciano y así, su cuerpo fue entregado a la Inquisición de Valencia, donde
se le juzgó, ya muerto y se le condenó a morir en la hoguera, no sin antes
haberle cortado la cabeza que fue expuesta en una de las torres de Quart, en la
muralla medieval de la ciudad y que custodian la puerta más importante. La estupidez humana no conoce límites y los deseos de venganza tampoco.
Las Torres
de Quart, donde colgaron la cabeza del Encubierto
Es curioso
que gracias al proceso inquisitorial, la historia de “El Encubierto” se ha
llegado a conocer con cierto detalle, pues por parte de las autoridades
administrativas y militares no se le dio importancia alguna.
Durante gran
parte de la Edad Media corrió por diferentes países europeos un mito relativo a
la leyenda sobre la repentina aparición de un rey mesiánico que vendría a
salvar a Europa del cúmulo de desgracias que le estaban lloviendo.
Así habría
surgido el mito de la vuelta del rey Arturo, en Inglaterra, o la suplantación
de Balduino I de Flandes, muerto en plena Cruzada, cuando un ermitaño borgoñón,
llamado Bertrand de Ray se quiso hacer pasar por el monarca fallecido
veinticinco años después de su muerte y consiguió soliviantar al pueblo contra
Juana, la hija de Balduino y entonces reina, hasta que en 1226 fue ajusticiado
por revolucionario y suplantador.
Quizás el
caso más literario es el del Pastelero de Madrigal, Gabriel Espinosa que se hizo
pasar por el fallecido rey portugués don Sebastián, hasta que terminó en la
horca, como todos los impostores. Este relato fue inmortalizado por Zorrilla en
su drama Traidor, inconfeso y mártir y dio tema a mi artículo de hace unos años
que puedes consultar aquí: http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com/search?q=que+es+un+bandarra
.
Curiosamente
todo el asunto de Las Germanías concluyó con la muerte del Encubierto y con la
destitución del virrey Hurtado de Mendoza, nombrándose en su lugar como
virreina, a Germana de Foix, viuda del Rey Católico Fernando y la primera
amante que Carlos I tuvo al llegar a España.
¿Aplicación de la cuota femenina o simple nepotismo?
¿Aplicación de la cuota femenina o simple nepotismo?
Me ha gustado mucho el articulo. Un abrazo José Mari.
ResponderEliminarInteresante artículo José María.. curiosa las dos acepciones de Germanías un abrazo
ResponderEliminarLeyendo tu artículo sobre El Encubierto me ha venido al la cabeza y no se porqué el desgraciado Sánchez que hoy maneja España a su gusto.No se cuando habrá justicia para él.
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