No era uno
de mis juegos preferidos, pero los zagales de mi pueblo jugábamos al “Salto del
Carnero” que consistía en formar un círculo con varios jugadores en el que los
números pares saltaban sobre los impares que estaban agachados, recorriendo el
círculo hasta llegar a su posición, momento en el que se agachaban para que los
impares hicieron lo propio.
No era muy
divertido, pero sí que exigía el esfuerzo de saltar sobre tus compañeros a
buena velocidad, para que el que venía saltando detrás de ti no te alcanzase.
Una buena forma de hacer ejercicio, con un juego que se ha perdido vencido por
las consolas, las tablets y los teléfonos inteligentes..
Hay otro “Salto
del Carnero” y es el que se emplea en el mundo ferroviario para definir la
forma en que una bifurcación de las vías ha de cruzar a las demás de su misma
dirección para desviarse y que lo hará a distinto nivel, tanto por encima de
las vías, tendiendo un puente, como por debajo, excavando un túnel.
Es lo que
vemos en los numerosos nudos de comunicaciones de nuestras carreteras, en donde
se obvia el colapso que produciría un cruce al mismo nivel, elevando la
desviación, o usando un túnel para hacerlo por debajo.
Son dos
acepciones de la frase que no tienen mucha enjundia que digamos, pero hay una
tercera acepción que es mucho más original y es una singularidad de la Cámara
Baja del Parlamento Alemán, el Bundestag.
Que yo tenga
noticia es un procedimiento de votación que no se usa en ningún otro Parlamento
del mundo y la singularidad de su nombre obedece a la imagen pintada en un
cuadro que representaba una escena de la Odisea de Homero.
Pero vayamos
por parte. Tras la caída del Muro de Berlín en 1989, los parlamentarios
alemanes decidieron trasladar su sede desde Bonn, a Berlín, al emblemático
edificio conocido como el Reichstag, que había acogido durante siglos al
parlamento alemán y que por quedar dentro de la zona Este, muy cerca de la
Puerta de Branderburgo y por tanto en lado soviético, no podía ser utilizado.
Pero el
edificio ya había sido reparado de un terrible incendio sufrido en época de
Hitler y estaba apto para su uso, así que las cortes alemanas se trasladaron al
emblemático y bellísimo edificio.
Fachada del
Reichstag; a la cúpula se sube por una escalera de caracol interna
En él, el
salón de plenos tiene tres puertas, por las que los parlamentarios acceden a
sus escaños.
Sobre una de
estas puertas existía, tiempo atrás, un cuadro que debió quemarse en el
incendio a que se ha aludido anteriormente, en el que se representaba al
cíclope Polifemo, el personaje mitológico de la Odisea de Homero, con un solo
ojo en la frente y en el que Ulises hunde una estaca ardiendo cuando el gigante
duerme, aprovechando la ocasión para huir de la cueva en la que él y sus compañeros
de viaje están prencerrados y para eso se agarran a las lanas de la barriga de
los grandes carneros que el monstruo guarda también en la cueva y salen sin que
éste, que palpa los carneros según van saliendo se perciba que colgados de sus
lanas van Ulises y los suyos.
Es muy
posible que en la actualidad, el parlamento alemán cuente con un sistema
informatizado para controlar el voto de cada diputado, pero tiempo atrás,
muchas de las votaciones que se practicaban eran a mano alzada, un sistema muy
directo, pero poco fiable, toda vez que nada impedía que un diputado levantase
la mano a favor de una propuesta y luego hiciese lo mismo a favor de la
contraria, así que tanto el presidente de la cámara, como los secretarios,
contaban las manos que se habían levantado en cada votación.
A veces no
coincidía el conteo de unos y otros, porque aparecían más votos que
parlamentarios, o los números anotados por cada uno de los que contaban eran
diferentes.
Cerámica en
la que se aprecia a los hombres de Ulises asidos a los carneros
En esas
ocasiones el presidente de la cámara optaba por una solución definitiva. Hacía
vaciar la cámara hasta el último diputado y entonces los hacía entrar usando cada
una de las tres puertas: una para el “sí”, otra para el “no” y la tercera para
la abstención.
En cada
puerta colocaba a un secretario que contaba los congresistas que iban entrando
y así la cosa no fallaba.
Una de las
tres opciones había de pasar forzosamente bajo la puerta que contenía el cuadro
al que antes se ha hecho referencia y algún diputado, con sentido del humor
calificó aquella modalidad de votación como “El salto del carnero”, en
clara alusión a las imágenes del cuadro y desde entonces, en Alemania, a esta
forma de votar se la viene conociendo con tan singular nombre.
Hasta el 28
de mayo de 2014 (BOE de 27 de julio 2014) existió un pueblo de la comarca de
Osona, entre Barcelona y Gerona, pero provincia de la primera, que se llamaba
Santa María de Corcó.
Desde la
fecha indicada, el municipio pasó a denominarse L’Esquirol, por decisión de su
ayuntamiento, basada en una consulta popular que ni siquiera alcanzó el 50% de
participación ciudadana. Con ese nombre que se le adjudico al pueblo tiempo
atrás como una especie de mote, era conocido en toda la comarca y lo debía a
una famosa y muy antigua posada que, en el vestíbulo, tenía como mascota a una
ardilla enjaulada, animal que en catalán se llama “esquirol”.
Pero aunque
la gente de la zona conocía la anécdota de la mascota, verdaderamente el nuevo
nombre del pueblo se había hecho famoso por otros hechos, de mucha más dudosa
honorabilidad.
Panorámica
del bonito pueblo de L’Esquirol
En los
primeros años del siglo XX, el sector textil, preeminente en toda Cataluña,
sufrió unas terribles huelgas que lo tenían prácticamente paralizado.
Reivindicaciones de todo tipo se amontonaban en los folios presentados ante la
patronal en demanda de mejoras. Pero el sector, muy potente en aquel momento,
resistía y se enfrentaba a los huelguistas, e incluso actuaba contra ellos.
En la
comarca de Osona existían grandes e importantes telares, cuya actividad era
prácticamente nula, dada la presión social que los trabajadores venían
efectuando con sus continuadas huelgas. Los habitantes de Santa María de Corcó
se ofrecieron masivamente para trabajar en los telares de la zona, sustituyendo
a los huelguistas, consiguiendo así volver a hacer productivo el sector, claro
que con graves perjuicios para los demandantes de mejoras.
Esta
insolidaria actuación de contratar personas ajenas para “romper las huelgas”,
está muy mal vista por la sociedad en general, pero parece que la necesidad de
los habitantes de Santa María de Corcó era superior a su dignidad y decidieron
contratarse a pesar de lo que dirían de ellos y las demás presiones que debieran
soportar. A estos trabajadores se les empezó a llamar “esquiroles”, por
proceder de aquel pueblo al que se identificaba por la ardilla y así, con el
paso del tiempo, a todos los trabajadores que se contrataban para suplir a los
que estaban en huelga, no solamente en Cataluña, sino en toda España, se les
viene conociendo con el nombre de “esquiroles”, en recuerdo de aquellos
insolidarios trabajadores de principios del pasado siglo.
Claro que yo
me pregunto si con esos antecedentes y las connotaciones despectivas que la
palabra encierra, era conveniente cambiar el nombre del pueblo, aunque siendo
catalán y estando bajo la advocación de Santa María, todo puede ser posible.
En otros
idiomas a los obreros que no secundan las huelgas, o los que son contratados
para romperlas. se les conoce con distintos nombre y así, por ejemplo, en Gran
Bretaña, entre varias designaciones, la más gráfica es la de “blackleg”, “pata
negra”, como nuestro apreciadísimo jamón ibérico, porque los mineros en huelga,
se ponían a la puerta de las instalaciones y señalaban con el dedo a aquellos
que llevaban el polvillo negro del carbón adherido a los pantalones, señal de
que habían trabajado en la mina.
Si los
españoles fuésemos “tan nuestros” como lo son algunos otros, nos veríamos cambiando
el sustantivo por el que se conoce a uno de los manjares más apreciados en el
mundo entero.
¡Cómo se va
a llamar nuestro jamón, como unos “esquiroles”!
Jjj, muy bueno, yo conozco ese pueblo, mi primer destino fue Vic, capital de la comarca de Osona.
ResponderEliminarMuy interesante.
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