viernes, 3 de agosto de 2018

EL "TOCA PELOTAS"



Días atrás, un amigo me mandó un mensaje con un artículo sobre los “Palpati”, unos supuestos cargos dentro de la jerarquía vaticana que tienen como misión palpar los órganos sexuales de la persona que haya sido elegido papa, con el fin de certificar que efectivamente, se trata de un varón, circunstancia que el palpador anunciaría de viva voz, diciendo: “Tiene dos y cuelgan bien”. Para esta operación el nuevo papa se sentaba en una silla especial con un orificio en el centro, donde colocaría sus santísimas posaderas de manera que sus testículos quedaran colgando para poder hacer una eficaz palpación.
¿A qué se debía esta precaución? Según cuenta la tradición, o las leyendas, alrededor del primer milenio hubo un papa que resultó ser una mujer, la cual dio a luz en plena calle cuando era conducida desde el Vaticano al Palacio de Letrán, residencia de los papas de aquella época. Es conocida como “La Papisa Juana” y fue muerta por lapidación en el mismo momento de su alumbramiento.
Pero esta leyenda parece tener escaso fundamento, si bien ha persistido durante mil años y aparece reflejada en numerosos documentos de diferentes épocas, pero todos haciendo referencia a un documento inicial que más adelante se expondrá.
En el transcurso de los siglos han sido varios los casos de mujeres que se han hecho pasar por hombres y como tales han conseguido renombre y prestigio, hasta que se descubre su sexo y su cuento queda desmontado. Quizás el caso de más resonancia, al menos para los españoles, es el de Catalina Erauso, la Monja Alférez, monja, conquistador aguerrido, escritora y también asesina, que alcanzó la fama en la conquista de Chile. Pero sin menospreciar otros como el de santa Hildegunda que ingresó en un monasterio con el nombre de Hermano José, o santa Eugenia que habiendo consagrado su virginidad a Dios, vivió y murió vestida de hombre, siendo abad de un convento en Alejandría y por supuesto, Juana de Arco.
Ni otros casos de seglares como el de James Barry que se puede consultar en mi artículo: http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com/2013/04/quien-fue-james-barry.html; o el caso de Charles Beumont, conocido como caballero D’Eon, que debió nacer con los dos sexos, pues ya le bautizaron con cuatro nombre, dos de hombre y dos de mujer y que llevo una vida apasionante presentándose como de uno u otro sexo.
Aparte de estos casos y centrándonos en esta historia, el correo de mi amigo me impulsó a sacar un libro que tengo desde hace años y que se llama “El Papa Mujer” y releer al menos los puntos más destacados, para poder contarlos aquí.
Según el mencionado libro la primera vez que se tiene constancia escrita de este hecho es a través de un dominico llamado Martín Polonus que en el siglo XIII era confesor del papa, por lo que, no teniendo mucho trabajo, se dedicó a la actividad preferida de los intelectuales de la época, rebuscar crónicas en las bibliotecas y archivos y así escribió la llamada  Crónica Pontifica e Imperial que rápidamente se hizo muy popular ya que representaba la propia opinión de la Iglesia. De esta obra se hicieron numerosas copias y se distribuyeron por todo el orbe católico.
En esta crónica aparece un papa al que el dominico llama “Juan Anglicanus” que como papa habría sucedido a León IV y precedió a Benedicto III, pero en la cronología del papado, estos dos papas se sucedieron sin interregno, pues el primero murió en 855 y Benedicto empezó su pontificado en ese mismo año, muriendo tres años después. Algunos cronistas posteriores que bebieron en la fuente del dominico, tampoco mencionan otro nombre y desde la primera crónica se describe a este personaje como de origen alemán que había estudiado en Atenas y estaba provisto de una gran inteligencia. Se trasladó luego a Roma, donde alcanzó un alto grado dentro de la Iglesia Católica. Siempre estaba acompañado por una persona a la que el dominico llama familiar y de este individuo, el “Anglicanus”, quedó embarazada, dando a luz durante su pontificado y en plena calle.
Esto mismo se recoge en crónicas muy posteriores y se habla de unos hechos ocurridos cuatro o cinco siglos atrás, pero no hay ninguna documentación más que avale esta historia.
Portada del libro


La Iglesia lo ha escrito todo y un hecho de esta relevancia forzosamente tendría que haber tenido documental, o al menos la crónica o “el reportaje” que algún interesado de la época habría hecho. Podría haber sido una anotación en los libros oficiales, un acta levantada al respecto, una declaración de algún asistente al parto e incluso una carta que alguno de los que conocían el hecho hubiera escrito a cualquier superior, familiar o amigo, pero no hay nada de eso, sin embargo Martin Polonus lo reflejó en su famosa Crónica.
De alguna parte lo tendría que haber sacado porque no era persona de inventarse una historia tan disparatada.
Anastasio el Bibliotecario era un erudito que vivió en la época a que estamos haciendo referencia y escribió un tratado sobre la historia de los papas que se titula Liber Pontificalis y que narra con mucha pasión pontificados que él mismo había vivido.
Consultado este manuscrito se comprobó que allí se hacía referencia a la Papisa Juana, pero era un añadido de no se sabe muy bien qué época, escrito por distinta mano, a pie de página y tinta diferente, pero con otra salvedad quizás más importante y es que esa escritura interrumpe la narración de la vida de León IV que sigue en la página siguiente. Otros ejemplares del mencionado libro carecen de esa anotación, por lo que queda muy claro que fue un añadido, quizás mal intencionado, con el ánimo de contribuir al descredito de la Iglesia, que si no se ha podido demostrar que se blasonara con un suceso tan deplorable, bien es cierto que tuvo sus “papisas”, mujeres que gobernaron la iglesia desde la cama de los papas.
Es una porción histórica que se conoce la “pornocracia” y que está descrita por los propios prelados de la iglesia, avergonzados de la situación de inmoralidad, crueldad y vicio que se alcanzó en su más alta magistratura.
Puede consultar mis artículos en los que traté de esta historia, en los siguientes enlaces:
A grandes rasgos, dos mujeres, Teodora y su hija Marozia, fueron descaradamente amantes de varios papas e intervinieron en el nombramiento de sus sucesores y la propia hija se quedó embarazada de un papa y su hijo llegó a serlo también, pontificando con el nombre de Juan XI.
Quizás para ocultar, o al menos, disimular, semejante desvergüenza se inventó lo de la Papisa Juana, como si creando un escándalo mayor, el otro quedara soslayado, o como si siendo uno falso, el otro también lo fuera.
Se especula también la influencia que la Reforma Protestante tuvo para el descredito de la curia romana, lo cual es posible, pero hay un hecho que no podemos dejar de resaltar.
Quizás la Papisa no existiera, pero lo que sí han existido y existen, son las llamadas “sedias curiales”, los famosos asientos agujereados que tienen su historia.
La consagración de cada nuevo pontífice tenía lugar en la basílica de San Juan de Letrán y durante cuatro siglos en la ceremonia se utilizaron dos asientos agujereados. Estaban en la capilla de San Silvestre, dentro de la basílica, esculpidos en pórfido, una especie de granito rojo y el nuevo papa se sentaba en el de la derecha, donde adoptaba una posición como si estuviera tumbado y allí recibía una vara, símbolo de poder y las llaves de la basílica y del palacio papal, símbolo de abrir y cerrar, atar y desatar.
Seguidamente el papa se cambiaba al otro sitial y devolvía la vara y las llaves, como signo de humildad.
Esos asientos permanecieron en la capilla hasta que el papa Pío VI, alrededor de 1780 mandó que los trasladaran al Museo Pío Clementino, germen de los actuales Museos Vaticanos.
Allí se conserva una de esas sillas que yo he tenido ocasión de ver, pero la otra desapareció camino de París, dentro del enorme botín producto del saqueo que llevaron a cabo Napoleón y sus tropas cuando en 1812 detuvo al papa Pío VII y lo llevó prisionero a Fontainebleau.
Esta segunda silla se encontraba en el museo del Louvre, cuya dirección, recientemente, ha manifestado que no conservan el “trono pontifical”.
No sé cómo explicar la existencia de las silla, pero quizás se deba a que es muy bien conocido que las altas magistraturas que habían de permanecer mucho tiempo sentados, tenían sillas o tronos, agujereados en los que defecaban delante de sus súbditos mientras cumplían las obligaciones del cargo. Era una cosa de lo más natural, como también lo era padecer fuertes trastornos intestinales debidos a los malos hábitos alimenticios.
Estos trastornos solían darse con mayor frecuencia en las clases pudientes, que basaban su dieta fundamentalmente en la carne, mucho de ella procedente de la caza. La falta de fibra en su alimentación, por no ingerir apenas frutas y verduras, producía importantes estreñimientos que solían devenir en dolorosas hemorroides que afectaban de tal manera que no soportaban el dolor al estar sentados, razón por la que se agujereaban los asientos de quienes las padecían.
Y para terminar, lo que pudiera ser una explicación lógica de la persistencia de la leyenda: El Tarot.
Efectivamente, en la baraja del Tarot el número dos de los Arcanos Mayores es La Papisa o Gran Sacerdotisa que no apareció en las esotéricas barajas hasta doscientos años después de la fecha en la que se centra su posible existencia, por lo que no pudo influir en su creación, pero si en el mantenimiento del histórico bulo.

Y sintiéndolo por mi amigo, el que me envió el artículo, los “Palpati” no han existido nunca aunque el mantenimiento de su leyenda ha corrido paralelo al de la Papisa.

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