Días atrás, un amigo me mandó un mensaje con un artículo sobre los “Palpati”, unos
supuestos cargos dentro de la jerarquía vaticana que tienen como misión palpar
los órganos sexuales de la persona que haya sido elegido papa, con el fin de
certificar que efectivamente, se trata de un varón, circunstancia que el
palpador anunciaría de viva voz, diciendo: “Tiene dos y cuelgan bien”. Para
esta operación el nuevo papa se sentaba en una silla especial con un orificio
en el centro, donde colocaría sus santísimas posaderas de manera que sus
testículos quedaran colgando para poder hacer una eficaz palpación.
¿A qué se
debía esta precaución? Según cuenta la tradición, o las leyendas, alrededor del
primer milenio hubo un papa que resultó ser una mujer, la cual dio a luz en
plena calle cuando era conducida desde el Vaticano al Palacio de Letrán,
residencia de los papas de aquella época. Es conocida como “La Papisa Juana” y
fue muerta por lapidación en el mismo momento de su alumbramiento.
Pero esta
leyenda parece tener escaso fundamento, si bien ha persistido durante mil años
y aparece reflejada en numerosos documentos de diferentes épocas, pero todos
haciendo referencia a un documento inicial que más adelante se expondrá.
En el
transcurso de los siglos han sido varios los casos de mujeres que se han hecho
pasar por hombres y como tales han conseguido renombre y prestigio, hasta que
se descubre su sexo y su cuento queda desmontado. Quizás el caso de más
resonancia, al menos para los españoles, es el de Catalina Erauso, la Monja
Alférez, monja, conquistador aguerrido, escritora y también asesina, que
alcanzó la fama en la conquista de Chile. Pero sin menospreciar otros como el
de santa Hildegunda que ingresó en un monasterio con el nombre de Hermano José,
o santa Eugenia que habiendo consagrado su virginidad a Dios, vivió y murió
vestida de hombre, siendo abad de un convento en Alejandría y por supuesto, Juana de Arco.
Ni otros
casos de seglares como el de James Barry que se puede consultar en mi artículo:
http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com/2013/04/quien-fue-james-barry.html;
o el caso de Charles Beumont, conocido como caballero D’Eon, que debió nacer
con los dos sexos, pues ya le bautizaron con cuatro nombre, dos de hombre y dos
de mujer y que llevo una vida apasionante presentándose como de uno u otro
sexo.
Aparte de
estos casos y centrándonos en esta historia, el correo de mi amigo me impulsó a
sacar un libro que tengo desde hace años y que se llama “El Papa Mujer” y
releer al menos los puntos más destacados, para poder contarlos aquí.
Según el
mencionado libro la primera vez que se tiene constancia escrita de este hecho
es a través de un dominico llamado Martín Polonus que en el siglo XIII era
confesor del papa, por lo que, no teniendo mucho trabajo, se dedicó a la
actividad preferida de los intelectuales de la época, rebuscar crónicas en las
bibliotecas y archivos y así escribió la llamada Crónica Pontifica e Imperial que rápidamente
se hizo muy popular ya que representaba la propia opinión de la Iglesia. De
esta obra se hicieron numerosas copias y se distribuyeron por todo el orbe católico.
En esta
crónica aparece un papa al que el dominico llama “Juan Anglicanus” que como
papa habría sucedido a León IV y precedió a Benedicto III, pero en la
cronología del papado, estos dos papas se sucedieron sin interregno, pues el
primero murió en 855 y Benedicto empezó su pontificado en ese mismo año,
muriendo tres años después. Algunos cronistas posteriores que bebieron en la
fuente del dominico, tampoco mencionan otro nombre y desde la primera crónica
se describe a este personaje como de origen alemán que había estudiado en
Atenas y estaba provisto de una gran inteligencia. Se trasladó luego a Roma,
donde alcanzó un alto grado dentro de la Iglesia Católica. Siempre estaba
acompañado por una persona a la que el dominico llama familiar y de este
individuo, el “Anglicanus”, quedó embarazada, dando a luz durante su
pontificado y en plena calle.
Esto mismo
se recoge en crónicas muy posteriores y se habla de unos hechos ocurridos
cuatro o cinco siglos atrás, pero no hay ninguna documentación más que avale
esta historia.
Portada del
libro
La Iglesia
lo ha escrito todo y un hecho de esta relevancia forzosamente tendría que haber
tenido documental, o al menos la crónica o “el reportaje” que algún
interesado de la época habría hecho. Podría haber sido una anotación en los
libros oficiales, un acta levantada al respecto, una declaración de algún
asistente al parto e incluso una carta que alguno de los que conocían el hecho
hubiera escrito a cualquier superior, familiar o amigo, pero no hay nada de
eso, sin embargo Martin Polonus lo reflejó en su famosa Crónica.
De alguna
parte lo tendría que haber sacado porque no era persona de inventarse una
historia tan disparatada.
Anastasio el
Bibliotecario era un erudito que vivió en la época a que estamos haciendo
referencia y escribió un tratado sobre la historia de los papas que se titula
Liber Pontificalis y que narra con mucha pasión pontificados que él mismo había
vivido.
Consultado
este manuscrito se comprobó que allí se hacía referencia a la Papisa Juana,
pero era un añadido de no se sabe muy bien qué época, escrito por distinta
mano, a pie de página y tinta diferente, pero con otra salvedad quizás más
importante y es que esa escritura interrumpe la narración de la vida de León IV
que sigue en la página siguiente. Otros ejemplares del mencionado libro carecen
de esa anotación, por lo que queda muy claro que fue un añadido, quizás mal
intencionado, con el ánimo de contribuir al descredito de la Iglesia, que si no
se ha podido demostrar que se blasonara con un suceso tan deplorable, bien es
cierto que tuvo sus “papisas”, mujeres que gobernaron la iglesia desde la cama
de los papas.
Es una
porción histórica que se conoce la “pornocracia” y que está descrita por los
propios prelados de la iglesia, avergonzados de la situación de inmoralidad,
crueldad y vicio que se alcanzó en su más alta magistratura.
Puede
consultar mis artículos en los que traté de esta historia, en los siguientes
enlaces:
A grandes rasgos,
dos mujeres, Teodora y su hija Marozia, fueron descaradamente amantes de varios
papas e intervinieron en el nombramiento de sus sucesores y la propia hija se
quedó embarazada de un papa y su hijo llegó a serlo también, pontificando con
el nombre de Juan XI.
Quizás para
ocultar, o al menos, disimular, semejante desvergüenza se inventó lo de la
Papisa Juana, como si creando un escándalo mayor, el otro quedara soslayado, o
como si siendo uno falso, el otro también lo fuera.
Se especula
también la influencia que la Reforma Protestante tuvo para el descredito de la
curia romana, lo cual es posible, pero hay un hecho que no podemos dejar de
resaltar.
Quizás la
Papisa no existiera, pero lo que sí han existido y existen, son las llamadas
“sedias curiales”, los famosos asientos agujereados que tienen su historia.
La
consagración de cada nuevo pontífice tenía lugar en la basílica de San Juan de
Letrán y durante cuatro siglos en la ceremonia se utilizaron dos asientos
agujereados. Estaban en la capilla de San Silvestre, dentro de la basílica,
esculpidos en pórfido, una especie de granito rojo y el nuevo
papa se sentaba en el de la derecha, donde adoptaba una posición como si
estuviera tumbado y allí recibía una vara, símbolo de poder y las llaves de la
basílica y del palacio papal, símbolo de abrir y cerrar, atar y desatar.
Seguidamente
el papa se cambiaba al otro sitial y devolvía la vara y las llaves, como signo
de humildad.
Esos
asientos permanecieron en la capilla hasta que el papa Pío VI, alrededor de
1780 mandó que los trasladaran al Museo Pío Clementino, germen de los actuales
Museos Vaticanos.
Allí se
conserva una de esas sillas que yo he tenido ocasión de ver, pero la otra desapareció
camino de París, dentro del enorme botín producto del saqueo que llevaron a
cabo Napoleón y sus tropas cuando en 1812 detuvo al papa Pío VII y lo llevó
prisionero a Fontainebleau.
Esta segunda
silla se encontraba en el museo del Louvre, cuya dirección, recientemente, ha
manifestado que no conservan el “trono pontifical”.
No sé cómo
explicar la existencia de las silla, pero quizás se deba a que es muy bien
conocido que las altas magistraturas que habían de permanecer mucho tiempo
sentados, tenían sillas o tronos, agujereados en los que defecaban delante de
sus súbditos mientras cumplían las obligaciones del cargo. Era una cosa de lo
más natural, como también lo era padecer fuertes trastornos intestinales
debidos a los malos hábitos alimenticios.
Estos
trastornos solían darse con mayor frecuencia en las clases pudientes, que
basaban su dieta fundamentalmente en la carne, mucho de ella procedente de la
caza. La falta de fibra en su alimentación, por no ingerir apenas frutas y
verduras, producía importantes estreñimientos que solían devenir en dolorosas
hemorroides que afectaban de tal manera que no soportaban el dolor al estar
sentados, razón por la que se agujereaban los asientos de quienes las padecían.
Y para
terminar, lo que pudiera ser una explicación lógica de la persistencia de la
leyenda: El Tarot.
Efectivamente,
en la baraja del Tarot el número dos de los Arcanos Mayores es La Papisa o Gran
Sacerdotisa que no apareció en las esotéricas barajas hasta doscientos años
después de la fecha en la que se centra su posible existencia, por lo que no
pudo influir en su creación, pero si en el mantenimiento del histórico bulo.
Y
sintiéndolo por mi amigo, el que me envió el artículo, los “Palpati” no han
existido nunca aunque el mantenimiento de su leyenda ha corrido paralelo al de
la Papisa.
Muy interesante y anecdótico.
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