jueves, 13 de septiembre de 2018

HIJO DE LA TIERRA



Seguimos hablando de hijos bastardos que cuando lo eran de reyes, nobles o altas dignidades civiles, militares o eclesiásticas no estaban tan mal vistos como cuando eran del pueblo llano, muchos de los cuales terminaban en el arroyo o en la inclusa.
El 7 de abril de 1629 nacía en la calle Leganitos de Madrid, un niño al que pusieron por nombre Juan José.
Era hijo de una actriz muy famosa llamada María Calderón, a la que se conocía popularmente como “La Calderona” y de Felipe IV, rey de España.
El niño fue bautizado por un padrino de renombre, todo un caballero de la Orden de Calatrava y con una anotación curiosa en el margen de su hoja de bautismo: “Juan hijo de la tierra”.
El rey se había casado en 1615 con Isabel de Borbón, hija de rey francés Enrique IV, con la que ya tenía cuatro hijas y esperaba, embarazada por quinta vez y esperanzada de que aquello que llevaba en su vientre fuese un niño, un heredero, la estabilidad de un reino.
Mientras, esta “embarazosa” circunstancia era aprovechada por el monarca para echar sus canitas al aire acompañado de su amigo y favorito, el duque de Medina de las Torres, Ramiro de Guzmán.
En una de esas noches de juerga, Ramiro llevó al rey al famoso Corral de la Cruz, en el que actuaba una compañía de cómicos, en su mayoría perteneciente a la misma familia: los Calderones.

Partida de nacimiento de Juan José de Austria

El rey quedó prendado de la belleza de una de las actrices cantantes que se desenvolvía en la escena con un aire natural y sensual a la vez y la que su favorito, terminado el espectáculo, le presentó: La Calderona, a la cual conocía muy bien, como a toda la familia, pues aquella exuberante mujer era amante suya de tiempo atrás y toda la familia vivía beneficiada del apoyo que el duque les prestaba por “beneficiarse” a su vez a aquella prenda.
Muy a su pesar y visto el interés del rey por la guapa, el duque no dudó en hacerse a un lado y dejar al monarca vía libre hasta el lecho de aquella espléndida mujer.
Rápidamente se corrió la voz de que el rey tenía una nueva amante, cosa que era normal en la época e incluso consentida por las esposas en la realeza y la nobleza, pero en aquel caso la Calderona era tan espectacular que la reina no conseguía tragar aquel sapo y así, cierto día que se celebraba un espectáculo taurino en la Plaza Mayor de Madrid al que asistían los reyes y también la Calderona, la reina ordenó a su guardia que expulsaran a aquella mujer de la Plaza. La reacción del rey no se hizo rogar pues a los pocos días dispuso la reserva de un balcón de la plaza para su amante, al que llamó “Balcón de Marizápalos” en honor de un baile muy especial que ejecutaba su amante, balcón que aun conserva ese nombre.
Juana Calderón quedó prontamente embarazada y fruto de aquella unión fue el Hijo de la Tierra al que antes hemos aludido. Pero las malas lenguas decían que el duque Ramiro se seguía viendo con la actriz y que el hijo que engendraba era de él y no del rey, aunque para el caso es lo mismo, porque nada más nacer y bautizarlo, el pequeño fue entregado a un ama de cría que se trasladó con el recién nacido a León, donde permaneció varios años, hasta la muerte de su nodriza que había actuado como madre y así se lo reconocía el pequeño. A partir de esa orfandad ficticia el pequeño fue trasladado a Ocaña, donde empezó a recibir una esmerada educación, nombrándosele un ayo y dos preceptores que dirigieron su instrucción.
Tan buena disposición mostraba el adolescente que no faltó quien reviviera las circunstancias de su nacimiento y encontrara en él más a un hijo del duque Ramiro que al del propio rey, persona que no destacaba precisamente por galanura ni su agudeza intelectual.
Un escrito de la época describe así al joven: “En las facciones del cuerpo, como en las habilidades e inclinaciones del ánimo, salió este niño una vivísima imagen de don Ramiro de Guzmán, semejanza que se ha ido recogiendo más claramente al paso que ha ido adelantándose en la edad, el talle, el semblante, el pelo, la voz, la lascivia, la ambición, la venganza, el fausto, la fantasía, la ineficacia y las facciones se ven, tan correspondidas en uno y otro, como la copia corresponde al original”.
Sin duda un mal amigo, pues por lo que escribe parece conocer muy bien al muchacho y a su supuesto padre, lo que hace pensar se tratase de una persona próxima al entorno.
La reina había dado a luz un hijo varón, el príncipe Baltasar Carlos, unos meses después del nacimiento del bastardo, por lo que la corona de España estaba asegurada, pero eran tiempos muy difíciles y pocos infantes llegaban a la edad adulta.
Así, en 1646, con diecisiete años y cuando iba a asistir con su padre a unos funerales en Zaragoza por la muerte de su madre, ocurrida dos años antes, se sintió indispuesto y tuvo que guardar cama. Pocos días después moría víctima de la viruela, una enfermedad terrible en aquellos tiempos.
La situación se tornó caótica, pues había muerto el heredero de la corona que quedaba desierta, con un rey viudo al que quedaba solamente una hija de las tres que había tenido.
Tal fue la desesperación de toda la corte que incluso se pensó como sucesor en el bastardo Juan José de Austria, el cual, en 1642 había sido reconocido por el rey como hijo natural suyo.
Como era costumbre que ya se mencionó en el anterior artículo, el rey quiso disponer que su hijo ocupase altas dignidades eclesiásticas y le nombró Gran Prior de la Orden de Malta, pero ya los tiempos no eran como un par de siglos antes que el rey hacía lo que le venía en gana y en este caso, el infante Juan José no podía profesar por no tener edad suficiente, que cumplió en 1645, a los dieciséis años.
Un año después moría su hermanastro y se convulsionaba la corte.
Rápidamente se buscó una nueva esposa para Felipe IV, al que casaron con su sobrina Mariana de Austria. El rey tenía cuarenta y cuatro años y la reina quince. Muy apropiado, cuando además la joven era su sobrina carnal, hija de su hermana.
Hasta qué extremos llegaba la estupidez humana que rodeaba a la realeza, es difícil de comprender, porque aun no existiendo constancia médica o científica de la forma en la que la descendencia se iba degradando conforme aumentaba la consanguineidad de los matrimonios, era bien visible que los bastardos parecían personas más normales, más fuertes e inteligentes que los hijos habidos en los endogámicos matrimonios reales.

 
Hijos de un mismo padre. La diferencia es sensible

Pero en este caso la diferencia sería palmaria. Llegaría al extremo de acabar con una dinastía, porque en el matrimonio de Felipe y Mariana nacieron varios vástagos, de los que solo sobrevivieron dos, una niña llamada María Teresa, feísima como su hermano que llegaría a ser emperatriz y un niño, Carlos II de España.
El infante Juan José, a pesar de sus cargos religiosos, igual que otros infantes bastardos, empezó a destacar en terrenos militar y político. Aquí aprovechaba el buen sabor que su antecesor, el hermanastro de Felipe II, don Juan de Austria, había dejado en la historia de España.
En este caso, la contribución del infante a nuestra historia no fue menor, si bien no del renombre de haber sido vencedor de Lepanto, pero este Hijo de la Tierra desarrolló sus labores en todo el reino de Nápoles, al que apaciguó tras unas graves revueltas debidas a unos impuestos inadecuados; fue virrey de Sicilia y participó muy activamente en la guerra en Cataluña, consiguiendo la capitulación de Barcelona, donde ocupó también el cargo de virrey; más tarde fue gobernador en los Países Bajos y por último capitán general del ejército que trató infructuosamente de conquistar Portugal.
Como se ve por su trayectoria, fue un hombre activo y eficaz, muy alejado de lo que era su hermanastro Carlos, el tristemente nombrado como “El Hechizado”, que tras su muerte sin descendencia y un reinado francamente sombrío, dio paso a una nueva dinastía, la borbónica, a una Guerra de Sucesión y a una convulsión social y política en todo el país.
La desgracia de Juan José y con ella la de nuestro país, fue haber fallecido un año antes que su hermanastro, pues de haberle sobrevivido, los destinos de España hubieran sido posiblemente otros quizás mejores, quién sabe.

2 comentarios:

  1. Comisario Felicitacines por este otro importante relato que nos retrotraen a aquellos años gloriosos de España y que es imposible que vuelvan.

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  2. Un anónimo cantó:
    El príncipe al parecer/por lo endeble y patiblando/es hijo de contrabando/pues no se puede tener.

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