viernes, 11 de enero de 2019

¡QUÉ BONITA ES LA IGNORANCIA!





Daría todo lo que sé por la mitad de lo que ignoro, dijo Descartes, el filósofo y matemático francés y  se pasó muy de largo.
Yo reduciría esa mitad ignorada a una décima e incluso una centésima parte de lo que desconozco: ¡es tanto! Con esto acepto mi ignorancia, lo que me parece que no deja de ser una actitud positiva, escasa en el género humano, pero mejor que no reconocerla.
Cierto que el desconocimiento se nota mucho más en unas personas que en otras. Si se es discreto y no se tiene afán de destacar nada más que en aquello en que uno se siente seguro, muchas personas conseguirán recorrer toda su vida sin haber demostrado su ignorancia. Pero si descollar en todo es la premisa fundamental de nuestra orientación en la vida, es seguro que la ignorancia saldrá a relucir mas pronto que tarde.
El problema no está en no saber, sino en no querer saber que se es un ignorante.
Sólo sé que no sé nada, dijo Sócrates en un alarde de inteligencia, cuando era uno de los hombres más sabios de su tiempo y de muchos tiempos, anteriores y posteriores.
En la actualidad y en una sociedad tan tecnificada como la que nos ha tocado vivir, el saber es esencial. Estamos en la era del conocimiento y se avanza en ese campo como nunca a lo largo de la historia.
Prácticamente tomas las ramas en las que se diversifica el árbol social, están impregnadas por el conocimiento. Saber cada vez más es un reto para todos los habitantes del mundo.
Bueno, para todos no; a los políticos parece que no les importa tanto el saber como el aparentar. Es mucho más importante fingir que se sabe y asegurar en sus currículums que se tienen tales o cuales títulos o que se han cursado estudios de cualquier cosa, aunque la realidad sea otra muy contraria. Se puede falsificar un postgrado o una tesis y no pasa nada. Incluso te pueden regalar los títulos. Se ignora casi todo y no pasa nada. Se demuestra constantemente la falta de conocimientos y no pasa nada y así ocurre que esa deficiencia, su escasa preparación, les empuja a continuar en política pase lo que pase. No tienen otra forma de seguir adelante con sus vidas, cuyo nivel quieren conservar.
No abren la boca para nada y cuando la abren hubiera sido mejor dejarla cerrada. Calientan el escaño, y pulsan un botón cuando se lo piden, sin plantearse si lo que está haciendo es lo correcto en conciencia.
Es necesario volver a los clásicos, a Sócrates y su discípulo Platón, hombre sabio donde los haya, el cual comenta en sus escritos que siendo joven, pensó, como otros de su tiempo, dedicarse a la política y explica las vicisitudes por las que hubo de pasar cuando los “Treinta Tiranos” impuestos por la ciudad enemiga de Esparta, se apoderaron del gobierno de Atenas.
Como quiera que algunos de aquellos mandatarios eran conocidos del filósofo, le solicitaron que colaborase con el nuevo gobierno, ya que dadas sus aptitudes personales y sus profundos conocimientos podría ser una persona muy válida para la sociedad y el propio gobierno. Hoy se vería como un “independiente” incrustado en el ejecutivo.
Pensaba Platón que aquellos gobernantes iban a sacar a la ciudad del régimen de vida injusto en que se encontraba anteriormente y la llevarían a un orden mejor, así que, fiel a sus ideas y principios, decidió colaborar con los Tiranos, por ver si lo conseguían.
Busto de Platón

Para su sorpresa pudo apreciar que en poco tiempo habían hecho parecer bueno al régimen anterior, como si de una edad de oro se tratara.
Y narra el insigne sabio que aquellos tiranos desalmados cometían tropelías de grueso calibre, una de las cuales fue la de enviar a Sócrates, ya anciano, pero siempre prestigioso y del que Platón era un devoto amigo, a que prendiera a un ciudadano para conducirle a la ejecución por la fuerza.
Tenían los gobernantes suficientes resortes para cumplir aquel mandato sin recurrir a la bajeza de utilizar a Sócrates en sus escarnios, pero deseaban la implicación del viejo filósofo para que se viera mezclado en el crimen.
El protagonista de esta historia consideraba a su viejo profesor como el hombre más justo de su tiempo, el cual, a riesgo de sufrir innumerables represalias y castigos, no accedió a ser cómplice de semejante ignominia.
Aquello pesó enormemente en la conciencia de Platón, al que otras indignidades similares provocaron tal repulsión que se abstuvo de colaborar con los Treinta.
Poco tiempo después cayó la nefasta tiranía y todo su sistema y los exiliados del régimen que durante aquel periodo se había visto obligados a alejarse del poder de aquellos indeseables, regresaron a Atenas y accedieron al gobierno de la polis, en una forma de alternancia muy común en política. También éstos se acercaron a Platón con ánimo de hacerle colaborar con ellos y nuevamente el filósofo sintió la tentación de aportar su capacidad y conocimientos a un régimen que parecía una regeneración del anterior y se mostraba respetuoso y moderado con los ciudadanos.
Pero era todo apariencia y algunos de los que se habían alzado con el poder de la ciudad, llevaron a Sócrates a los tribunales bajo absurdas acusaciones de impiedad y de corrupción de la juventud y hasta hicieron beber la cicuta a aquel que había sido capaz de enfrentarse al inmenso poder de la tiranía, mientras que los que le acusaban, vivían tranquilamente en sus destierros dorados.

Cuadro La muerte de Sócrates, de J.L. David

Cuando Platón comprobó el comportamiento de aquellos hombres que ejercían el poder público y conforme había ido madurando en edad y conocimientos, comprendió que le era imposible colaborar con un régimen que ya no respetaba las costumbres y prácticas de los antepasados cuando para él, como a la mayoría de sus conciudadanos, le resultaba imposible adquirir otras nuevas, tan distintas a las que les habían enseñado y que tan caladas estaban en la sociedad ateniense.
Las leyes se iban corrompiendo y su número crecía con extraordinaria rapidez y a pesar de su afán de dedicarse a la vida pública con intención de introducir algunas mejoras, declinó todos los ofrecimientos que casi permanentemente venía recibiendo.
Lamentablemente, el sabio terminó por adquirir el convencimiento de que todos los Estados están mal gobernados, sin excepción y empezó a reconocer que de la verdadera filosofía depende el tener una visión total de lo justo, tanto en el orden privado como en el público y no cesarán los males del género humano hasta que no sean recta y verdaderamente filósofos los que ocupen los cargos públicos.
Hay que trasladar el concepto que tenía Platón de la filosofía, que es el concepto clásico, a otro muy distinto que es lo que en la actualidad se entiende por tal. Ahora parece que los filósofos no se ocupan nada más que del pensamiento, de la ética y poco mas, pero para la antigua Grecia el significado exacto de filosofía es amor al conocimiento y ese conocimiento comprendía todas las ramas del saber, sin excepción.
Platón creó una escuela llamada Academia (de donde toman nombre las escuelas actuales), en la que estudió su discípulo Aristóteles, otro gran sabio griego que abarcó notables conocimientos en todas las áreas del saber.
Queda claro que era un hombre de profundos conocimientos en todos los campos y ahí están sus escritos, sus Diálogos, sobre ética, antropología, metafísica, cosmogonía, lenguaje, educación y tantísimos temas más.
Su conocimiento, su sabiduría, le hizo comprender que no se podía dedicar a la política al lado de aquellos energúmenos que no respetaban nada por tal de seguir afincados en el poder, por mucho que le apeteciera hacerlo.
Lástima que la falta de conocimientos actuales impulsen a los seres humanos a ir en la dirección contraria y optar por dedicarse a la política precisamente por el escaso bagaje intelectual que les acompaña. Se ingresa en un partido desde joven y no hace falta destacar mucho en nada, solamente perseverar y el propio partido te irá ascendiendo hasta que te ofrezcan un carguito, o te postules para él. Luego todo ha de venir rodado y si tienes facilidad para hablar o poder de convicción, el éxito está asegurado. No hace falta que sepas de nada, ni poco ni mucho, te aprendes lo que tienes que decir y lo sueltas las veces que haga falta.
Al principio de la democracia a un amigo, hombre ya maduro y muy bien preparado, le ofrecieron militar en un partido. Él se resistía bajo el argumento de su escasa preparación política y el que trataba de convencerlo le dijo: por eso no te preocupes, aquí los que sepamos leer y escribir llegaremos arriba.
Así es la ignorancia, atrevida e irresponsable que impulsa a acometer tareas sin estar preparado. Solamente las personas con formación, con conocimientos, son capaces de negarse a participar en actividades para las que no se está adecuadamente formado, o con las que no pueden identificarse, por más que la tentación sea mucha y muy fuerte.
No sé si se verá algún paralelismo entre lo escrito y la política actual, pero en ese caso es únicamente producto de la imaginación del lector.

3 comentarios:

  1. Jose María, la ciénaga política se licuefacta siempre. Buen artículo amigo.

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  2. Muy buen artículo.Oportuno.Triste.Un abrazo y continúa que siempre te lo agradeceremos los ignorantes.

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