Desde hace
ya muchas décadas, a raíz de despertarse el interés general por preservar el
patrimonio arqueológico, las empresas de construcción o de movimientos de
tierra en general, han venido sufriendo un verdadero problema cada vez que se
topan con yacimientos antiguos, lo que les obliga a parar las obras de
inmediato, dar conocimiento a los respectivos organismos competentes y esperar
a que los técnicos correspondientes decidan qué hacer con el hallazgo.
Eso, en
una ciudad cómo Cádiz, cuyo subsuelo es historia pura, supone que cada vez que
se clava la piqueta en la tierra te puedes estar buscando una ruina. Por eso,
en muchas ocasiones se ha obviado o tapado el hallazgo y se ha seguido la obra
con desprecio absoluto hacia la historia, pero en una situación comprensible.
Ha habido obras que se han parado por años, incluso para siempre, por encontrar
un yacimiento arqueológico importante.
Por eso,
en el año 1974, la empresa minera inglesa que explotaba unas minas al aire
libre en Riotinto, provincia de Huelva, de las que extraía principalmente cobre
en un paraje que actualmente se conoce como “Llano de los Tesoros”, cuando
realizaba unos movimientos de tierra para abrir nuevas vías de extracción,
adoptó la irresponsable medida de tapar y seguir trabajando cuando una potente
excavadora tropezó con una roca que sellaba una cueva, en cuyo interior
aparecieron huesos, cerámicas, armas, abalorios y lo más enigmático, más de un
centenar de esculturas que representaban bustos humanos.
Vista general de las
minas de Riotinto
Los
responsables de la empresa dispusieron que inmediatamente todo aquel material
se tratara como escombros y que fuese vertido lejos del lugar, para evitar que
la intervención de la administración paralizase las obras.
Pero unos
empleados recogieron parte de las esculturas de los bustos y en vez de tirarlas
las ocultaron en un camión que luego cubrieron de tierra y la trasladaron a una
finca de la provincia de Córdoba en donde las ocultaron.
Es
indudable que conocían el valor arqueológico del hallazgo, pero también es más
que probable que pensaran en otra clase de valor que aquellas piezas le podían
reportar.
Un tiempo
después, un reconocido arqueólogo y geólogo a quien probablemente recurrirían
en demanda de información, se hizo cargo de aquellas esculturas y las trasladó
a un pueblo de la provincia llamado Torrecampo, desde el que se hizo público el
fenomenal hallazgo.
Inmediatamente
los departamentos universitarios relacionados con esta materia, mostraron su
interés en examinar dichas esculturas, siendo los correspondientes a las
universidades de Córdoba y Granada los que realizaron las primeras y más
importantes pruebas.
Lo más
sorprendente, a simple vista, es que las esculturas pertenecen a hombres de
razas diversas, como se aprecia por sus rasgos generales muy marcados y
presentan una colección de “humanos, homínidos y humanoides” procedentes de muy
diversas partes de nuestro planeta.
Dos bustos pertenecientes a diferentes razas
Hay bustos
humanos de aspecto europeo, caucásico, pero también de rasgos negroides,
mongoles o amerindios, todos tallados con realismo y mucha aproximación a lo
que el artista estaba observando. Es decir, un compendio de razas, parte de las
cuales_ aquellos artistas no deberían conocer.
Y algo que
es aún más inquietante, unas extrañas caras de rostro triangular, ojos oblicuos
y boca muy pequeña.
Las piezas
fueron sometidas seguidamente a diferentes exámenes de orden técnico:
Difracción de Rayos X, espectroscopia, etc., concluyéndose que las rocas
utilizadas procedían de una misma cantera formada en el mioceno superior, una
etapa de la Tierra que comprende entre veintitrés y cinco millones de años
antes de nuestra era y en el que se terminaron de formar cordilleras como Los
Pirineos o el Himalaya. Para más concreción esas canteras estaban ubicadas en la
zona de Niebla, un pueblo entre Huelva y las Minas de Riotinto, el lugar del
hallazgo.
Después de
detallar exhaustivamente su composición, su morfología y sus características se
concluyó que procedían de una necrópolis de más de ¡once mil años de antigüedad!
Evidentemente
el hallazgo es desconcertante, por lo menos para lo que la ciencia moderna propugna
como verdadero.
En primer
lugar hay que considerar que para los estudiosos de las edades del hombre, el
periodo más cercano en donde empieza a apreciarse la construcción de
herramientas o armas de una cierta factura, es en el Neolítico, un periodo que
comenzó hace diez mil años, por lo que el yacimiento encontrado, con evidentes
signos de una cultura mucho más avanzada, es mil años más antiguo.
La misma ortodoxia
histórica nos habla del enigmático pueblo de Tartessos que bajo el reinado del mítico rey Habis,
había conocido la escritura, pues cuentan antiguos historiadores como Estrabón
que poseían leyes escritas con más de seis mil años de antigüedad. Precisamente
Tartessos se ubica en la zona de la que estamos hablando, pero en el caso de
que fueran los autores de las esculturas, tendrían que haberse asentado casi
cuatro mil años antes de lo que se les supone.
Indudablemente
un pueblo al que se atribuyen avances de la civilización tan importantes como
la agricultura y la apicultura, podría ser capaz de desarrollar una
sensibilidad escultórica como la que nos muestran estas estatuas, pero siguen
sin haber una explicación lógica a que aparezca un Australopitecus junto a un
Neandertal.
Una
ciencia tan especulativa como es la arqueología tiende a dar explicación a casi
todo y así se ha teorizado sobre la importancia que el lugar del hallazgo tenía
en la más remota antigüedad.
Evidentemente
las minas de Riotinto, de las que se extraía oro, plata, cobre y otros metales
muy apreciados, eran conocidas en todo lo que podríamos llamar “mundo
civilizado” de hace diez siglos, pues hay constancia de que tanto en
Mesopotamia como en el Alto Egipto apreciaban los metales extraídos de ellas y
más tarde los fenicios comerciaron abiertamente con toda la zona, en la que se
establecieron de manera permanente, pero eso fue cinco siglos después de que se
hubieran esculpido aquellos bustos.
Quinientos
años son muchos aunque es posible que en el lento y monótono discurrir de
aquellos tiempos hubieran pasado siglos desde que se descubrieron las minas y
se inició el comercio, hasta que los pueblos se asentaron allí de forma más
estable. En ese caso los escultores podrían ser de Tartessos, apoyados por
fenicios que como dominadores del Mar Mediterráneo trasladaban los minerales
hacia todos los confines y a su vez traían mano de obra para trabajar en las
minas.
Una cosa
como la que ocurre en la actualidad: movimientos de personas que justificaría
que los tartessios conocieran las razas negras y asiáticas.
Más
difícil es que ante un escultor se hubiese sentado un “homínido” que posara
para él, mientras esculpía su rostro en una piedra, porque hace once mil años
los homínidos estaban extintos o ¿es posible que en algún rincón del África
negra o en el corazón de Asia existieran, desgajados del resto de los que
habían evolucionado hasta humanos, unos vestigios de aquella fase de nuestra
evolución?
Lo mismo
ocurriría con los Neandertales pero ¿y los amerindios? ¿Cómo llegaron los
tartesios a conocer y esculpir aquella raza? Y ¿quiénes eran los de cabeza
triangular?
No hay
nada claro, pero es más que probable que la historia haya que reescribirla y
que lo que hasta ahora se ha afirmado como ortodoxia, no sea nada más que una
teoría y que antes de nuestra civilización, muchos miles de años antes,
existieran otras civilizaciones que por alguna razón que no conocemos se
extinguieron y cuyos vestigios aún no han aparecido.
Eso es más
que probable, porque está comprobado, que existe una tendencia desde la más
remota antigüedad de que las diferentes civilizaciones fueran a ocupar asentamientos antiguos, por lo que es posible
que excavando mucho más profundamente de lo que se ha hecho hasta ahora, para
descubrir culturas de diez mil años, nos encontremos con sorpresas que vengan a
corroborar la desaparición de civilizaciones muy anteriores y que llegaron a
alcanzar un alto grado de conocimientos.
Una de
esas podría ser la de la mítica Atlántida, cuyo verdadero asentamiento sigue
siendo un enigma, lo mismo que su propia existencia.
Quizás
fueran los atlantes los escultores de aquellas cabezas.
Las
esculturas se encuentran en la Casa-Museo “Posada del Moro”, de Torrecampo, en
donde hasta hace poco tiempo no se podían visitar ni fotografiar, lo que ha
privado de sacar a la luz tan enigmático descubrimiento que, como siempre, la
ortodoxia estará dispuesta a ocultar a costa de lo que sea, incluso de
privarnos del verdadero conocimiento.
Cada vez, que uno se informa mas de las colisiones existentes entre pruebas científicas halladas y relatos históricos mantenidos de forma axiomática por la historia, se convence mas de las "historias" que, a lo largo de los tiempos nos han vendido y le extraña menos las que nos quieren vender de tiempos contemporáneos a través de determinadas LeyesLeyesLeyes.
ResponderEliminarInteresante artículo J.Mari. Un abrazo muy fuerte, y feliz dia de Reyes.
ResponderEliminar