Por el Tratado de Tordesillas, firmado en 1494, España y
Portugal llegaron a un acuerdo sobre la forma de repartirse el recién
descubierto continente americano, pero los límites, las fronteras entre los
dominios coloniales de ambos países no se delimitaron, había tanto territorio
para cada país que bien poco importaba colocar la división millas allá o acá.
Hubieron de pasar más de dos siglos hasta que ambos países
firmaran el Tratado de San Ildefonso, en 1777 en el que España cedió parte de
los territorios que había ocupado en Brasil y recibió a cambio parte del actual
estado de Uruguay y las islas de Annobon y Fernando Poó, situadas frente a
Guinea Ecuatorial, y a su vez se estableció la conveniencia de llevar a cabo las
delimitaciones exactas de los territorios correspondientes a cada país,
mediante la creación de una línea fronteriza de manera definitiva.
En consecuencia, las Cortes de Madrid y Lisboa aprobaron una
Real Instrucción por la que se encomendaba al virrey de Río de la Plata la dirección
del proyecto de trazar la frontera definitiva entre los territorios del Brasil
y el Virreinato, que sería ejecutado por técnicos de ambos países designados al
efecto.
Las cosas de palacio van despacio y en aquellos tiempos
mucho más, así que hasta 1784 no se iniciaron los trabajos que se dejaron en
1790 sin finalizar hasta el día de hoy.
Ambos países designaron a sus comisionados y por parte de
España este nombramiento recayó en un personaje notable tanto en la milicia, o
la ingeniería como en las ciencias naturales y tremendamente desconocido a
pesar de su enorme aportación científica: Félix
de Azara y Perera.
Había nacido en 1742 en la provincia de Huesca, sexto hijo
de una familia acomodada de la baja nobleza aragonesa, en la que todos
destacaron en diferentes ramas, tanto religiosa como civil, militar y judicial.
Criado en un entorno amante de la cultura su educación fue
dirigida hacia la ilustración, con la que el joven estaba entusiasmado, dada su
sed de conocimientos y su innata curiosidad.
Con solo once años empezó su formación académica en la
universidad de Huesca, en donde permaneció cuatro años, al final de los cuales
optó por la carrera militar, pues solamente en las academias militares se
estudiaban las ramas de ciencia, mientras las universidades seguían ancladas en
la enseñanza de las humanidades.
Así, con su buena formación y con dieciséis años comenzó su
carrera militar en el Colegio de Artillería de Segovia y seis años después fue
nombrado cadete del Regimiento de Artillería de Galicia.
Pero más que el castrense, su afán era continuar sus
conocimientos en ciencias y matemáticas, por lo que solicitó ingresar en una de
las escuelas más prestigiosas de la época, la Real y Militar Academia de
Matemáticas de Barcelona, en donde estuvo dos años con buen aprovechamiento
teórico, pero mediocre en lo práctico y el dibujo, según consta en su
expediente académico.
Con veinticinco años era ingeniero militar y comenzó a
desarrollar su labor en Cataluña realizando obras de reconstrucción de
fortificaciones, correcciones hidrográficas y otras obras militares.
Pero su dedicación a la ingeniería no le hizo desdeñar su
espíritu militar y con treinta y tres años participó en la expedición contra
Argel, que tenía por misión demostrar al sultán la capacidad del ejército
español para defender sus plazas del norte de África y que terminó de forma
desastrosa.
Nada más desembarcar, Félix fue herido y dado por muerto en
la misma playa, pero el atrevimiento de un marinero de sacarle la bala que
tenía incrustada en el pecho, los cuidados de un amigo y una larga temporada de
convalecencia, permitieron que tras cinco años de recuperación, se pudiese
incorporar a la actividad normal.
Como es natural en un espíritu con afán de aprendizaje,
aquellos años fueron muy provechosos para sus conocimientos.
En 1779 es nombrado
capitán de Infantería e Ingeniero Extraordinario y un año después es ascendido
a teniente coronel, con destino en Guipúzcoa.
Allí permaneció hasta que es nombrado por la comisión de
límites española, como agregado a la marina de guerra, recibiendo en 1781 la
orden de presentarse en Lisboa ante el embajador español que coordinaba la
formación de la comisión conjunta que había de desplazarse hasta Montevideo,
desde donde iniciarían los trabajos sobre las lindes.
Permaneció en tierras americanas durante veinte años, sin
regresar a España en ningún momento
aunque durante ese largo periodo solicitó el relevo en varias ocasiones, pero
no fue atendido.
Azara,
un personaje importante pintado por Goya
Durante su estancia en tierras de Uruguay, Paraguay,
Argentina y Brasil, había muchas etapas en la que se suspendía el trabajo y a
veces éstas duraban meses e incluso años, durante los cuales Félix de Azara
aprovechaba ventajosamente el tiempo, despertándose su vocación de naturalista,
disciplina en la destacó sobremanera.
Ya había escrito un libro que lleva por título Geografía
física y esférica y decidió ampliar el contenido con observaciones sobre aves y
cuadrúpedos de las zonas cuyas fronteras estaba delimitando y así, a veces
solo, a veces escasamente acompañado, con pocas vituallas y equipaje y sí
algunas baratijas, para ganarse las simpatías de los nativos, recorría los
parajes selváticos de la región, observando, analizando y clasificando aves y
cuadrúpedos.
Su formación como científico le hizo proceder con muchísimo
método en el registro de las diferentes especies que iba catalogando de las que
hizo una clasificación muy acertada.
En aquella época, existía una tendencia general a creer que
todas las especies animales de América eran producto de una degeneración
general sufrida por el aislamiento al que había sido sometida aquella tierra, y
que era consecuencia de las aseveraciones que el naturalista francés, marqués
de Buffon, había reflejado en su extensísima obra Historia natural, general y particular, compuesta por treinta y
seis tomos y ocho volúmenes adicionales que fue durante años la piedra angular
en la que descansaron todas las investigaciones sobre la naturaleza.
Dejando de lado y por supuesto, los amplios conocimientos
del marqués de Buffon, así como su capacidad de divulgación, Azara, que había
estudiado parte de sus obras en profundidad, empezó a ver claro que los
estudios del científico francés contenían fallos importantes pues demostraba
que no conocía un gran número de especies americanas, se basaba en exámenes de
animales o bien disecados y en mala conservación, o trasladados a Europa en muy
malas condiciones, lo que podía hacer pensar que se estaba ante especies que
degeneraban de sus primitivos caracteres. Pero la observación directa y en vivo
de innumerables especies a las que estudió, describió, diferenció por sexos y catalogó, vinieron a demostrar que el francés estaba en un error,
detectando además otra notable deficiencia y es que no conocía el ambiente natural
en el que se desarrollaba la vida de aquellos animales y sobre el que Azara
aportó innumerables datos.
En consecuencia, la publicación de sus trabajos, en los que
además de las descripciones, vertía sus opiniones relacionadas con la evolución
de aquellas especies, aportó a la
comunidad científica un material de observación y consulta de primer orden que
tuvo la virtud de enfrentar las tesis comúnmente aceptadas a las nuevas informaciones
que el español incorporaba.
Lo más importante de las aportaciones de Azara son
precisamente las relacionadas con las evoluciones que las diferentes especies
han venido observando a través de los tiempos, formulando una teoría sobre la
herencia genética que es muy similar a la que Charles Darwin formularía muchos
años después y que actualmente con algunas reticencias, está completamente
aceptada.
La aportación fundamental de este destacado científico
fueron sus observaciones personales ante mutaciones apreciadas en diferentes
animales en las que proponía que existen causas de carácter interno que pueden
explicar esas mutaciones, que es en definitiva lo que se contiene en la teoría
de la evolución de las especies. Apreciaba que en el ser vivo existe la
posibilidad de cambiar, aunque no comprendía ni sabía explicar cuales eran los
mecanismos por los que se producían esos cambios, esa evolución.
Solamente por haberse adelantado a Darwin, Azara debería
tener un mayor reconocimiento, pero es que además, el militar metido a
estudioso, destacó como filósofo, historiador, literato y por supuesto en lo
que fue su inicial dedicación de ingeniero.
Regresó a la Madre Patria cuando tenía cincuenta y nueve
años e inmediatamente fue acogido por muchas sociedades científicas españolas y
francesas y recibido con honores en el Museo de Historia Natural.
En 1803 rechazó el ofrecimiento del Virreinato de Nueva
España que comprendía toda América Central, parte importante de Estados Unidos,
las Antillas y Filipinas.
Murió en su pueblo natal, Barbuñales, el veintiséis de
octubre de 1821 y sus restos mortales se encuentran en la catedral de Huesca,
donde es medianamente reconocido, no así en su país ni en las tierras que tan
profundamente estudió.
Una última curiosidad, antes de marchar a las Américas
sufría unos continuos episodios de dolor abdominal con malestar general,
persistente e intenso, lo que le hizo consultar con un médico de su entorno, el
cual tras el somero examen al que lo sometió y un análisis de la dieta que
observaba le recomendó que no comiese pan ni otros alimentos elaborados con
harina. Desde que inició la nueva dieta desaparecieron las molestias.
Evidentemente se trataba de un enfermo celíaco detectado por el médico que lo
atendió que demostró así un magnífico ojo clínico, pues la enfermedad celíaca
no fue descrita en medicina hasta finales del siglo XIX.
Pues verdaderamente hay personas muy interesantes que son desconocidos para mucha gente, gracias a ti estamos sabiendo de algunos de ellos.Muy interesante tu artículo.
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