viernes, 18 de enero de 2019

UN ARTILLERO CIENTÍFICO





Por el Tratado de Tordesillas, firmado en 1494, España y Portugal llegaron a un acuerdo sobre la forma de repartirse el recién descubierto continente americano, pero los límites, las fronteras entre los dominios coloniales de ambos países no se delimitaron, había tanto territorio para cada país que bien poco importaba colocar la división millas allá o acá.
Hubieron de pasar más de dos siglos hasta que ambos países firmaran el Tratado de San Ildefonso, en 1777 en el que España cedió parte de los territorios que había ocupado en Brasil y recibió a cambio parte del actual estado de Uruguay y las islas de Annobon y Fernando Poó, situadas frente a Guinea Ecuatorial, y a su vez se estableció la conveniencia de llevar a cabo las delimitaciones exactas de los territorios correspondientes a cada país, mediante la creación de una línea fronteriza de  manera definitiva.
En consecuencia, las Cortes de Madrid y Lisboa aprobaron una Real Instrucción por la que se encomendaba al virrey de Río de la Plata la dirección del proyecto de trazar la frontera definitiva entre los territorios del Brasil y el Virreinato, que sería ejecutado por técnicos de ambos países designados al efecto.
Las cosas de palacio van despacio y en aquellos tiempos mucho más, así que hasta 1784 no se iniciaron los trabajos que se dejaron en 1790 sin finalizar hasta el día de hoy.
Ambos países designaron a sus comisionados y por parte de España este nombramiento recayó en un personaje notable tanto en la milicia, o la ingeniería como en las ciencias naturales y tremendamente desconocido a pesar de su enorme aportación científica: Félix de Azara y Perera.
Había nacido en 1742 en la provincia de Huesca, sexto hijo de una familia acomodada de la baja nobleza aragonesa, en la que todos destacaron en diferentes ramas, tanto religiosa como civil, militar y judicial.
Criado en un entorno amante de la cultura su educación fue dirigida hacia la ilustración, con la que el joven estaba entusiasmado, dada su sed de conocimientos y su innata curiosidad.
Con solo once años empezó su formación académica en la universidad de Huesca, en donde permaneció cuatro años, al final de los cuales optó por la carrera militar, pues solamente en las academias militares se estudiaban las ramas de ciencia, mientras las universidades seguían ancladas en la enseñanza de las humanidades.
Así, con su buena formación y con dieciséis años comenzó su carrera militar en el Colegio de Artillería de Segovia y seis años después fue nombrado cadete del Regimiento de Artillería de Galicia.
Pero más que el castrense, su afán era continuar sus conocimientos en ciencias y matemáticas, por lo que solicitó ingresar en una de las escuelas más prestigiosas de la época, la Real y Militar Academia de Matemáticas de Barcelona, en donde estuvo dos años con buen aprovechamiento teórico, pero mediocre en lo práctico y el dibujo, según consta en su expediente académico.
Con veinticinco años era ingeniero militar y comenzó a desarrollar su labor en Cataluña realizando obras de reconstrucción de fortificaciones, correcciones hidrográficas y otras obras militares.
Pero su dedicación a la ingeniería no le hizo desdeñar su espíritu militar y con treinta y tres años participó en la expedición contra Argel, que tenía por misión demostrar al sultán la capacidad del ejército español para defender sus plazas del norte de África y que terminó de forma desastrosa.
Nada más desembarcar, Félix fue herido y dado por muerto en la misma playa, pero el atrevimiento de un marinero de sacarle la bala que tenía incrustada en el pecho, los cuidados de un amigo y una larga temporada de convalecencia, permitieron que tras cinco años de recuperación, se pudiese incorporar a la actividad normal.
Como es natural en un espíritu con afán de aprendizaje, aquellos años fueron muy provechosos para sus conocimientos.
En 1779  es nombrado capitán de Infantería e Ingeniero Extraordinario y un año después es ascendido a teniente coronel, con destino en Guipúzcoa.
Allí permaneció hasta que es nombrado por la comisión de límites española, como agregado a la marina de guerra, recibiendo en 1781 la orden de presentarse en Lisboa ante el embajador español que coordinaba la formación de la comisión conjunta que había de desplazarse hasta Montevideo, desde donde iniciarían los trabajos sobre las lindes.
Permaneció en tierras americanas durante veinte años, sin regresar a España en  ningún momento aunque durante ese largo periodo solicitó el relevo en varias ocasiones, pero no fue atendido.

Azara, un personaje importante pintado por Goya

Durante su estancia en tierras de Uruguay, Paraguay, Argentina y Brasil, había muchas etapas en la que se suspendía el trabajo y a veces éstas duraban meses e incluso años, durante los cuales Félix de Azara aprovechaba ventajosamente el tiempo, despertándose su vocación de naturalista, disciplina en la destacó sobremanera.
Ya había escrito un libro que lleva por título Geografía física y esférica y decidió ampliar el contenido con observaciones sobre aves y cuadrúpedos de las zonas cuyas fronteras estaba delimitando y así, a veces solo, a veces escasamente acompañado, con pocas vituallas y equipaje y sí algunas baratijas, para ganarse las simpatías de los nativos, recorría los parajes selváticos de la región, observando, analizando y clasificando aves y cuadrúpedos.
Su formación como científico le hizo proceder con muchísimo método en el registro de las diferentes especies que iba catalogando de las que hizo una clasificación muy acertada.
En aquella época, existía una tendencia general a creer que todas las especies animales de América eran producto de una degeneración general sufrida por el aislamiento al que había sido sometida aquella tierra, y que era consecuencia de las aseveraciones que el naturalista francés, marqués de Buffon, había reflejado en su extensísima obra Historia natural, general y particular, compuesta por treinta y seis tomos y ocho volúmenes adicionales que fue durante años la piedra angular en la que descansaron todas las investigaciones sobre la naturaleza.
Dejando de lado y por supuesto, los amplios conocimientos del marqués de Buffon, así como su capacidad de divulgación, Azara, que había estudiado parte de sus obras en profundidad, empezó a ver claro que los estudios del científico francés contenían fallos importantes pues demostraba que no conocía un gran número de especies americanas, se basaba en exámenes de animales o bien disecados y en mala conservación, o trasladados a Europa en muy malas condiciones, lo que podía hacer pensar que se estaba ante especies que degeneraban de sus primitivos caracteres. Pero la observación directa y en vivo de innumerables especies a las que estudió, describió, diferenció por sexos y catalogó, vinieron a demostrar que el francés estaba en un error, detectando además otra notable deficiencia y es que no conocía el ambiente natural en el que se desarrollaba la vida de aquellos animales y sobre el que Azara aportó innumerables datos.
En consecuencia, la publicación de sus trabajos, en los que además de las descripciones, vertía sus opiniones relacionadas con la evolución de aquellas especies,  aportó a la comunidad científica un material de observación y consulta de primer orden que tuvo la virtud de enfrentar las tesis comúnmente aceptadas a las nuevas informaciones que el español incorporaba.
Lo más importante de las aportaciones de Azara son precisamente las relacionadas con las evoluciones que las diferentes especies han venido observando a través de los tiempos, formulando una teoría sobre la herencia genética que es muy similar a la que Charles Darwin formularía muchos años después y que actualmente con algunas reticencias, está completamente aceptada.
La aportación fundamental de este destacado científico fueron sus observaciones personales ante mutaciones apreciadas en diferentes animales en las que proponía que existen causas de carácter interno que pueden explicar esas mutaciones, que es en definitiva lo que se contiene en la teoría de la evolución de las especies. Apreciaba que en el ser vivo existe la posibilidad de cambiar, aunque no comprendía ni sabía explicar cuales eran los mecanismos por los que se producían esos cambios, esa evolución.
Solamente por haberse adelantado a Darwin, Azara debería tener un mayor reconocimiento, pero es que además, el militar metido a estudioso, destacó como filósofo, historiador, literato y por supuesto en lo que fue su inicial dedicación de ingeniero.
Regresó a la Madre Patria cuando tenía cincuenta y nueve años e inmediatamente fue acogido por muchas sociedades científicas españolas y francesas y recibido con honores en el Museo de Historia Natural.
En 1803 rechazó el ofrecimiento del Virreinato de Nueva España que comprendía toda América Central, parte importante de Estados Unidos, las Antillas y Filipinas.
Murió en su pueblo natal, Barbuñales, el veintiséis de octubre de 1821 y sus restos mortales se encuentran en la catedral de Huesca, donde es medianamente reconocido, no así en su país ni en las tierras que tan profundamente estudió.
Una última curiosidad, antes de marchar a las Américas sufría unos continuos episodios de dolor abdominal con malestar general, persistente e intenso, lo que le hizo consultar con un médico de su entorno, el cual tras el somero examen al que lo sometió y un análisis de la dieta que observaba le recomendó que no comiese pan ni otros alimentos elaborados con harina. Desde que inició la nueva dieta desaparecieron las molestias. Evidentemente se trataba de un enfermo celíaco detectado por el médico que lo atendió que demostró así un magnífico ojo clínico, pues la enfermedad celíaca no fue descrita en medicina hasta finales del siglo XIX.

1 comentario:

  1. Pues verdaderamente hay personas muy interesantes que son desconocidos para mucha gente, gracias a ti estamos sabiendo de algunos de ellos.Muy interesante tu artículo.

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