El título
carece totalmente de originalidad, es obvio, pues a lo largo de la historia se
ha empleado en la descripción de personajes que han destacado tanto en la
literatura como en las armas. El mismo Garcilaso de la Vega mereció ese calificativo,
pero eso no es obstáculo para aplicarlo a muchos otros que en nuestro glorioso
pasado, usaron de las dos eficaces armas para combatir al enemigo tanto en el
campo de batalla, como en la más difícil tarea de desmontar mentiras y falacias,
como el personaje del que me propongo escribir.
Ya lo he
dicho en varias ocasiones y es cosa casi entendible que personajes españoles de
gran talla hayan pasado inadvertidos dada la proliferación de descomunales
figuras con las que contemporizaron y ese es el caso de Gonzalo Jiménez de
Quesada.
Nació en
1509 posiblemente en Granada, aunque no se descarta Córdoba pues hay fuentes que lo sitúan en ambas
ciudades, en el seno de una familia acomodada en la que el padre ejercía la
abogacía.
Fue el
mayor de seis hermanos y a la edad adecuada fue enviado a Salamanca donde se
licenció en derecho, regresando a Granada, donde su familia estaba establecida,
en el año 1533; allí empieza a colaborar con su padre ante los tribunales, en
donde pronto se le empezó a conocer como “Gonzalo, el Mozo”, para diferenciarlo
de su padre.
Oleo de Gonzalo Jiménez de Quesada
Pero
escasa vocación de leguleyo debía tener el joven porque dos años después decide
dejar el derecho y enrolarse en una expedición hacia las Américas, en la que lo
acompañaron sus dos hermanos, Hernán y Francisco.
Mandaba
aquella expedición Pedro Fernández de Lugo, un acreditado conquistador de las
islas de La Palma y Tenerife, castigador de la piratería berberisca del
Mediterráneo y Adelantado de Canarias, desde donde organizó su expedición hacia
el río Magdalena, en la actual Colombia acompañado, como segundo en el mando, por
su hijo Alonso Luís.
Pronto el
De Lugo advirtió las grandes cualidades de Gonzalo y tras desembarcar en Santa
Marta, en la costa caribeña del Reino de Nueva Granada, como lo bautizó
precisamente Gonzalo, organizaron una expedición que llevaría dos frentes, uno
fluvial, con seis bergantines que se adentrarían por el intrincado río
Magdalena y otra parte por tierra, siguiendo el curso de dicho río.
Esta
segunda expedición fue puesta a las ordenes de Quesada y estaba compuesta por
más de seiscientos soldados. La intención perseguida era la de buscar una ruta
terrestres hacia el Perú.
La doble
expedición partió a remontar el Magdalena el día cinco de abril de 1536,
encontrándose con las enormes vicisitudes de atravesar bosques y ciénagas, como
las que García Márquez refiere en su novela Cien años de soledad, en donde se
escondían innumerables peligros, además de los hostiles nativos de la región,
sobre los que llevaban instrucciones de procurar su amistad, pero también la de
sacarle todo el oro y plata que tuvieran.
Gonzalo
Jiménez permaneció más de tres años en el interior de aquellas selvas, hasta
reunirse con otras dos expediciones que habían partido de Ecuador y Venezuela.
Es difícil
imaginar cómo es posible que tres expediciones partidas de puntos diferentes y
en distintos momentos fueran capaces de encontrarse en la inmensidad que aquel
territorio suponía, pero lo cierto es que así fue y mientras esperaba a las
otras expediciones, en un lugar conocido como Sabana de Bogotá, mandó construir
una iglesia que el seis de agosto de 1538 celebró su primera misa y en cuyo
lugar fundó la ciudad de Santa Fe de Bogotá, actual capital de Colombia, que toma
la fecha de la celebración de aquella primera eucaristía, como la de la
fundación de su ciudad.
Fundación de Santa Fe de Bogotá
Años
después. Quesada regresó a España con sus hermanos Hernán y Francisco, los
cuales, después de haber pasado por infinidad de peligros y riesgos en su etapa
de conquistadores, fallecieron en España cuando los alcanzó un rayo en una
tormenta.
La figura
de Gonzalo Jiménez de Quesada, teniendo una gran importancia histórica, ha
pasado desapercibida al coexistir con personajes de la talla de Hernán Cortés,
Francisco Pizarro, Diego de Almagro, Cabeza de Vaca y muchos otros que
alcanzaron tal notoriedad que eclipsaron totalmente a hombres de la talla del
que nos ocupamos.
Sin
embargo y después de haber conquistado un reino, fundado ciudades y haber
engrandecido notablemente las posesiones españolas en el Nuevo Continente, su
figura estaba diluida y prácticamente hasta el pasado siglo XX, nadie hablaba
de él si no era en estudios profundos y casi siempre de pasada.
Pero vino
a ocurrir un hecho que puso en primer plano la figura Jiménez de Quesada y es
que se descubrieron unos escritos publicados por él, a los que los
historiadores de la época y posteriores habían prestado poca o ninguna
atención.
Al
regresar a España tras su viaje de conquistador, empieza a apreciar cómo la
Leyenda Negra está calando profundamente contra España y que es alimentada,
fundamentalmente desde dos frentes.
Por uno,
el más famoso y consabido frente protestante, alentada por Lutero y por
Guillermo de Orange, entre otros y apoyada por la siempre sibilina Inglaterra,
celosa del enorme poder que estaba alcanzando España. Por otro lado una parte
importante de la supuesta intelectualidad italiana que cargaba tintas contra
nosotros, en un frente que lideraba el obispo de Nocera, Paolo Giovio, a quien
se conoce como Paulo Jovio, un médico, humanista, historiador y prelado de la
Iglesia que arremetía contra los españoles acusándoles de todas las barbaries
imaginables. A él se debe la falsificada información del famoso Saco de Roma,
en donde los soldados españoles participaron de una forma testimonial dentro de
un contingente alemán, holandés y belga, pues aquella acción no fue obra de
España sino decisión del emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, de
castigar las veleidades del papa.
Cierto que
el emperador del Sacro Imperio era también el rey de España, pero las
atrocidades que dicen se cometieron en aquel saqueo fue obra de soldados que no
eran precisamente españoles: lansquenetes, tudescos, mercenarios alemanes, a
los que no ha afectado el baldón que para los españoles ha supuesto la
participación en aquel desafortunado incidente.
En la
Italia renacentista, más que Leyenda Negra, se desarrolló un proceso de
“hispanofobia”, como relata Elvira Roca Barea en su libro y que suponía un odio
a todo lo español, pero el germen de ese odio no era otro que una insana
envidia al ver cómo era España la única que protegía sus costas de los ataques
berberiscos, o cómo el imperio español no paraba de crecer en extensión y riquezas,
o como fue precisamente con capital español que la ciudad de Roma había
adquirido el esplendor imperial de su pasado, o el hecho de que a finales del
siglo XVI, un tercio de la población de Roma fuera española, o que muchos
italianos prefirieran hacer carrera de armas en los ejércitos españoles, mucho
más eficaces y mejor considerados, o en la propia administración.
Y a pesar
de todo, el odio hacia España se incrementa luchando contra una realidad
incuestionable y el tal Jovio escribía y escribía atacando en sus obras a nuestra
patria, sin que fuera contestado apenas.
Hasta que
llegó Jiménez de Quesada a España de vuelta de su exitosa expedición creando el
Reino de Nueva Granada y su capital, Bogotá.
Se
sorprende e indigna contra la feroz e injusta crítica del obispo Jovio y no
duda en arremeter contra él, usando la pluma, esa otra arma que hace más daño
que la hoja de acero de la espada y que permanece por más tiempo abriendo la
herida del enemigo.
Poseído de
cólera escribe “El Antijovio” cuando
percibe que los escritos obispales, inicialmente en latín, están siendo
traducidos al español y al italiano, por lo que supone que están teniendo éxito
y que pueden influir muy negativamente en la propia estima de los españoles.
Pero así
es España y el libro no fue editado, lo que aclara perfectamente la escasa
preocupación por contrarrestar ese odio que se está generando.
El libro
no se publicó hasta 1952, cuando ya era muy tarde y se hizo con la intención de
que se conocieran voces que clamaban contra lo antiespañol.
Jiménez
Quesada era un hombre del Renacimiento que hablaba latín, griego, español,
italiano y árabe, que antepuso a su confort natural, al pertenecer a una
familia rica y dedicarse él a una notable profesión, el riesgo permanente de
engrandecer su querida patria. Murió cuando había cumplido los setenta años, en
una ciudad colombiana llamada Mariquita, completamente arruinado por las
numerosas expediciones que realizara por las selvas del continente, algunas de
las cuales lo fueron en la quimérica búsqueda de El Dorado.
España
sigue siendo igual y sus enemigos ya nos llamaron marranos y bestias, como hizo
el reformador Lutero y como sigue haciendo algún presidente autonómico, cuyo
odio a su país es incluso mayor que el del obispo de Nocera.
Interesante artículo que da luz a personajes importantes para la historia de España y que de no ser por tu interés en su búsqueda quedarían en el anonimato.
ResponderEliminarAdemás los enemigos actuales de nuestra España, quedan reflejados al final del artículo.