viernes, 15 de marzo de 2019

LA PLUMA Y LA ESPADA





El título carece totalmente de originalidad, es obvio, pues a lo largo de la historia se ha empleado en la descripción de personajes que han destacado tanto en la literatura como en las armas. El mismo Garcilaso de la Vega mereció ese calificativo, pero eso no es obstáculo para aplicarlo a muchos otros que en nuestro glorioso pasado, usaron de las dos eficaces armas para combatir al enemigo tanto en el campo de batalla, como en la más difícil tarea de desmontar mentiras y falacias, como el personaje del que me propongo escribir.
Ya lo he dicho en varias ocasiones y es cosa casi entendible que personajes españoles de gran talla hayan pasado inadvertidos dada la proliferación de descomunales figuras con las que contemporizaron y ese es el caso de Gonzalo Jiménez de Quesada.
Nació en 1509 posiblemente en Granada, aunque no se descarta Córdoba  pues hay fuentes que lo sitúan en ambas ciudades, en el seno de una familia acomodada en la que el padre ejercía la abogacía.
Fue el mayor de seis hermanos y a la edad adecuada fue enviado a Salamanca donde se licenció en derecho, regresando a Granada, donde su familia estaba establecida, en el año 1533; allí empieza a colaborar con su padre ante los tribunales, en donde pronto se le empezó a conocer como “Gonzalo, el Mozo”, para diferenciarlo de su padre.

Oleo de Gonzalo Jiménez de Quesada

Pero escasa vocación de leguleyo debía tener el joven porque dos años después decide dejar el derecho y enrolarse en una expedición hacia las Américas, en la que lo acompañaron sus dos hermanos, Hernán y Francisco.
Mandaba aquella expedición Pedro Fernández de Lugo, un acreditado conquistador de las islas de La Palma y Tenerife, castigador de la piratería berberisca del Mediterráneo y Adelantado de Canarias, desde donde organizó su expedición hacia el río Magdalena, en la actual Colombia acompañado, como segundo en el mando, por su hijo Alonso Luís.
Pronto el De Lugo advirtió las grandes cualidades de Gonzalo y tras desembarcar en Santa Marta, en la costa caribeña del Reino de Nueva Granada, como lo bautizó precisamente Gonzalo, organizaron una expedición que llevaría dos frentes, uno fluvial, con seis bergantines que se adentrarían por el intrincado río Magdalena y otra parte por tierra, siguiendo el curso de dicho río.
Esta segunda expedición fue puesta a las ordenes de Quesada y estaba compuesta por más de seiscientos soldados. La intención perseguida era la de buscar una ruta terrestres hacia el Perú.
La doble expedición partió a remontar el Magdalena el día cinco de abril de 1536, encontrándose con las enormes vicisitudes de atravesar bosques y ciénagas, como las que García Márquez refiere en su novela Cien años de soledad, en donde se escondían innumerables peligros, además de los hostiles nativos de la región, sobre los que llevaban instrucciones de procurar su amistad, pero también la de sacarle todo el oro y plata que tuvieran.
Gonzalo Jiménez permaneció más de tres años en el interior de aquellas selvas, hasta reunirse con otras dos expediciones que habían partido de Ecuador y Venezuela.
Es difícil imaginar cómo es posible que tres expediciones partidas de puntos diferentes y en distintos momentos fueran capaces de encontrarse en la inmensidad que aquel territorio suponía, pero lo cierto es que así fue y mientras esperaba a las otras expediciones, en un lugar conocido como Sabana de Bogotá, mandó construir una iglesia que el seis de agosto de 1538 celebró su primera misa y en cuyo lugar fundó la ciudad de Santa Fe de Bogotá, actual capital de Colombia, que toma la fecha de la celebración de aquella primera eucaristía, como la de la fundación de su ciudad.

Fundación de Santa Fe de Bogotá

Años después. Quesada regresó a España con sus hermanos Hernán y Francisco, los cuales, después de haber pasado por infinidad de peligros y riesgos en su etapa de conquistadores, fallecieron en España cuando los alcanzó un rayo en una tormenta.
La figura de Gonzalo Jiménez de Quesada, teniendo una gran importancia histórica, ha pasado desapercibida al coexistir con personajes de la talla de Hernán Cortés, Francisco Pizarro, Diego de Almagro, Cabeza de Vaca y muchos otros que alcanzaron tal notoriedad que eclipsaron totalmente a hombres de la talla del que nos ocupamos.
Sin embargo y después de haber conquistado un reino, fundado ciudades y haber engrandecido notablemente las posesiones españolas en el Nuevo Continente, su figura estaba diluida y prácticamente hasta el pasado siglo XX, nadie hablaba de él si no era en estudios profundos y casi siempre de pasada.
Pero vino a ocurrir un hecho que puso en primer plano la figura Jiménez de Quesada y es que se descubrieron unos escritos publicados por él, a los que los historiadores de la época y posteriores habían prestado poca o ninguna atención.
Al regresar a España tras su viaje de conquistador, empieza a apreciar cómo la Leyenda Negra está calando profundamente contra España y que es alimentada, fundamentalmente desde dos frentes.
Por uno, el más famoso y consabido frente protestante, alentada por Lutero y por Guillermo de Orange, entre otros y apoyada por la siempre sibilina Inglaterra, celosa del enorme poder que estaba alcanzando España. Por otro lado una parte importante de la supuesta intelectualidad italiana que cargaba tintas contra nosotros, en un frente que lideraba el obispo de Nocera, Paolo Giovio, a quien se conoce como Paulo Jovio, un médico, humanista, historiador y prelado de la Iglesia que arremetía contra los españoles acusándoles de todas las barbaries imaginables. A él se debe la falsificada información del famoso Saco de Roma, en donde los soldados españoles participaron de una forma testimonial dentro de un contingente alemán, holandés y belga, pues aquella acción no fue obra de España sino decisión del emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, de castigar las veleidades del papa.
Cierto que el emperador del Sacro Imperio era también el rey de España, pero las atrocidades que dicen se cometieron en aquel saqueo fue obra de soldados que no eran precisamente españoles: lansquenetes, tudescos, mercenarios alemanes, a los que no ha afectado el baldón que para los españoles ha supuesto la participación en aquel desafortunado incidente.
En la Italia renacentista, más que Leyenda Negra, se desarrolló un proceso de “hispanofobia”, como relata Elvira Roca Barea en su libro y que suponía un odio a todo lo español, pero el germen de ese odio no era otro que una insana envidia al ver cómo era España la única que protegía sus costas de los ataques berberiscos, o cómo el imperio español no paraba de crecer en extensión y riquezas, o como fue precisamente con capital español que la ciudad de Roma había adquirido el esplendor imperial de su pasado, o el hecho de que a finales del siglo XVI, un tercio de la población de Roma fuera española, o que muchos italianos prefirieran hacer carrera de armas en los ejércitos españoles, mucho más eficaces y mejor considerados, o en la propia administración.
Y a pesar de todo, el odio hacia España se incrementa luchando contra una realidad incuestionable y el tal Jovio escribía y escribía atacando en sus obras a nuestra patria, sin que fuera contestado apenas.
Hasta que llegó Jiménez de Quesada a España de vuelta de su exitosa expedición creando el Reino de Nueva Granada y su capital, Bogotá.
Se sorprende e indigna contra la feroz e injusta crítica del obispo Jovio y no duda en arremeter contra él, usando la pluma, esa otra arma que hace más daño que la hoja de acero de la espada y que permanece por más tiempo abriendo la herida del enemigo.
Poseído de cólera escribe “El Antijovio” cuando percibe que los escritos obispales, inicialmente en latín, están siendo traducidos al español y al italiano, por lo que supone que están teniendo éxito y que pueden influir muy negativamente en la propia estima de los españoles.
Pero así es España y el libro no fue editado, lo que aclara perfectamente la escasa preocupación por contrarrestar ese odio que se está generando.
El libro no se publicó hasta 1952, cuando ya era muy tarde y se hizo con la intención de que se conocieran voces que clamaban contra lo antiespañol.
Jiménez Quesada era un hombre del Renacimiento que hablaba latín, griego, español, italiano y árabe, que antepuso a su confort natural, al pertenecer a una familia rica y dedicarse él a una notable profesión, el riesgo permanente de engrandecer su querida patria. Murió cuando había cumplido los setenta años, en una ciudad colombiana llamada Mariquita, completamente arruinado por las numerosas expediciones que realizara por las selvas del continente, algunas de las cuales lo fueron en la quimérica búsqueda de El Dorado.
España sigue siendo igual y sus enemigos ya nos llamaron marranos y bestias, como hizo el reformador Lutero y como sigue haciendo algún presidente autonómico, cuyo odio a su país es incluso mayor que el del obispo de Nocera.

1 comentario:

  1. Interesante artículo que da luz a personajes importantes para la historia de España y que de no ser por tu interés en su búsqueda quedarían en el anonimato.
    Además los enemigos actuales de nuestra España, quedan reflejados al final del artículo.

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