viernes, 22 de marzo de 2019

NEY, EL RUBICUNDO MARISCAL





El 28 de febrero de 1815 Napoleón escapó de su fingida prisión en la isla de Elba y con unos mil soldados que conservaba como una especie de guardia personal, desembarcó en Antibes, ciudad costera entre Niza y Cannes. Había elegido voluntariamente su destierro en Elba cuya escasa población lo recibió con recelo y donde de inmediato comenzó a realizar importantes obras de infraestructura que los vecinos acogieron con entusiasmo. Pero su única intención era la de volver a París y hacerse nuevamente con el poder.
Mientras, Francia había nombrado rey a Luis XVIII, el cual, nada más tener noticias del regreso de Napoleón, envió al Mariscal Michel Ney, para que lo capturara.
Dicen que Ney, al recibir el encargo directamente del rey dijo que traería a Napoleón en una jaula de hierro, emprendiendo la marcha de inmediato al frente del Quinto Regimiento de Línea.
Pero entre los muchos errores que el rey había cometido en su corto reinado, quizás el más importante fue el de no haber purgado el ejército de militares leales a Bonaparte, el cual era considerado un genio militar y profundamente admirado por las altas jerarquías castrenses.
 Días más tarde se encontraron en las inmediaciones de la ciudad de Grenoble, al pie de los Alpes, en donde Napoleón marchó totalmente solo a encontrarse con el ejército del mariscal Ney y tras una breve exhortación a los soldados del Quinto Regimiento, el mariscal se pasó al bando del emperador y juntos marcharon hacia París.
No fue esta la única deserción, pues por donde las tropas sublevadas iban pasando, se les iban adhiriendo infinidad de soldados, incluso regimientos enteros, como ocurrió el 19 de marzo, cuando el ejército acampado en las afueras de París para su defensa, se pasó en bloque a las filas napoleónicas.
De inmediato el rey comprendió que todo estaba perdido y huyó de París hacia Holanda, albergándose en Gante.
Napoleón y su fiel Ney entraron triunfantes en la capital del Sena y dio comienzo a lo que se ha dado en llamar “Imperio de los Cien días”.
Porque eso fue lo que duró hasta la derrota de Waterloo, donde Napoleón y Ney fueron hechos prisioneros.
El emperador fue trasladado a la isla de Santa Elena y Ney juzgado y condenado a muerte, fue fusilado en el muro trasero del palacio de Luxemburgo, el día 20 de noviembre de 1815.
Pero antes de continuar, es preciso hacer un poco de historia sobre este brillante militar, cuya muerte, como se verá no deja de estar recubierta por un halo misterioso.
Michel Ney nació en 1769 en la región fronteriza de Lorena, hijo de un veterano militar francés reconvertido en tonelero y madre alemana.
Aunque empezó muy joven a trabajar en el mundo de los licores, cuando tuvo la edad reglamentaria se alistó en el ejército francés, del que tanto había oído hablar a su padre y en donde inmediatamente destacó por su inteligencia natural y su valor y en donde empezó a ser conocido cariñosamente por “El rubicundo” dado el color sonrosado de su cara. Con veinticinco años ya era capitán y dos años más tarde, por méritos de guerra, fue ascendido a general de brigada.
Tras el golpe de estado de Napoleón, al que no conocía personalmente, se coloca claramente en su contra, pero su esposa, Aglaè Augié, amiga íntima de Hortensia, hija de Josefina, la primera esposa del futuro emperador, lo convence para que cambie de bando.
Cuando ambos militares se conocen, quedan mutuamente impresionados, iniciando una amistad que duró siempre.
Fue ministro y mariscal, la más alta graduación militar y así llegó hasta el momento de su ejecución.
Cuando tras la derrota de Waterloo los ingleses mandados por el duque de Wellington lo hacen prisionero, lo entregan al rey de Francia que inicia un juicio contra el mariscal a resultas del cual es condenado a muerte por traición, llevándose a cabo la ejecución en presencia del propio Wellington.
Un piquete de soldados formó frente al muro del Palacio de Luxemburgo, actual sede del senado francés y según todas las crónicas, disparó al corazón de Ney que cayó ensangrentado.

Dibujo del fusilamiento del mariscal Ney

Pero no se le dio el tiro de gracia, preceptivo en los fusilamientos y su cadáver no fue mostrado ni tan siquiera a su esposa, recibiendo inmediata sepultura.
No pasó mucho tiempo cuando empezó a correr un rumor que fue agrandándose hasta adquirir dimensiones formidables y que hablaba de que el mariscal Ney no había muerto, sino que vivía bajo otra identidad, en tierras americanas.
Hacia 1819, en Carolina del Sur, una de las trece colonias que se separaron de Inglaterra, apareció un hombre que se hacía llamar Peter Stewart Ney y cuyo parecido con el famoso mariscal Ney era sorprendente.
El primero en dar la voz de aviso fue un marinero llamado Philip Petrie, enrolado en un buque llamado City of Philadelfia, que dijo haber sido soldado a las órdenes del mariscal, al que sin ningún lugar a dudas había reconocido como uno de los pasajeros que zarpando de un puerto al norte de Europa, había llegado al continente americano, desembarcando en Charleston en el mes de enero de 1816. Eso sería un par de meses tras su supuesta ejecución.
Curiosamente, el tal Peter hablaba correctamente alemán, chapurreaba inglés y decía no saber francés, aunque en numerosas ocasiones, sus convecinos lo habían sorprendido en librerías y bibliotecas consultando libros escritos en francés.
Es de señalar que tras la independencia de Inglaterra, Francia y España estuvieron muy presentes en las nuevas colonias, por lo que el francés era lengua de uso muy corriente que este ciudadano decía extrañamente no conocer.
Otra circunstancia que le hacían semejarse al desaparecido mariscal es que Peter era un experto espadachín que manejaba el sable a la perfección, sobre todo montando a caballo, actividad que también dominaba.
El mariscal Ney había servido toda su vida en el regimiento de Húsares, que son unidades de caballería.
En sus últimos años había dado clases en un prestigioso colegio de Carolina hasta que falleció en 1846.
Un detalle de su personalidad era la afición a la bebida, a la que se entregaba sin mesura y aunque siempre negaba ser otra cosa que profesor, cuando se encontraba bajo los efectos del alcohol confesaba a sus más allegados ser el verdadero mariscal francés.
Pero no es que solamente dijera eso por alardear es que quienes le escuchaban relataron que contaba con toda suerte de detalles las batallas en las que había participado junto a Napoleón e incluso explicaba la razón por la que se había salvado del fusilamiento, el cual fue un simulacro ideado por el propio duque de Wellington, con el que aparte el lógico enfrentamiento por pertenecer a ejércitos en guerra, le unía el estrecho lazo de ser hermanos masones.
Uno de sus alumnos en el Davidson College, que en realidad es una universidad privada de Carolina del Norte, manifestó que en el año 1821 llevó a clase un periódico que publicaba la muerte de Napoleón en la isla de Santa Elena y que al leer la noticia, el profesor Peter Stewart se desmayó y hubo que llevarlo a la enfermería, en donde el médico oficial del Colegio le hizo un reconocimiento general, comprobando que tenía varias heridas en todo el cuerpo, algunas de las cuales se observaba a simple vista que eran de gravedad y producida por armas blancas, aunque también observó alguna que parecía producto de metralla o de fusilería.
Murió con setenta y siete años, según consta en la placa de bronce de su tumba, que sería la misma edad que tendría el mariscal.


Lápida de Peter Stewart Ney
Como puede leerse en la inscripción, se da por sentado que quien yace allí fue un soldado de la revolución francesa a las órdenes de Napoleón.
Acabada la época napoleónica, José Bonaparte, que había sido rey de España y de donde había huido con un considerable tesoro en joyas y piezas de oro, cargo elevado en la francmasonería, se refugió en los Estados Unidos, desde donde ayudó a muchos bonapartistas masones, a huir a las colonias americanas.
Uno de ellos pudo ser el mariscal Ney, porque en toda esta polémica existe un hecho incontrovertido y es que casi un siglo después, en 1903, concretamente, la tumba de Ney en el cementerio Père-Lachaise, el más grande de los de París, fue abierta para trasladar los restos a otro lugar, comprobándose que el ataúd que debería contener el cuerpo del mariscal estaba vacío.
Es probable que nunca sepamos la realidad de esta historia que suena más a novelesca que a realidad, pero unas pruebas caligráficas realizadas recientemente, sobre escritos indubitados de ambos personajes, arrojan una coincidencia del ciento por ciento.

4 comentarios:

  1. Un relato sumamente interesante.
    Óscar Lobato

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  2. Muy interesante y a tenor de los indicios que relatas ,muy posiblemente podría tratarse de la misma persona

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