No me estoy refiriendo al escritor Ramón de Campoamor y
Campoosorio, autor de bellísimas y románticas poesías que en nuestra juventud
aprendíamos de memoria, sino a otra Campoamor, más reciente y de la que se
habla mucho en estos reivindicativos tiempos: a doña Clara.
Luchadora impenitente y verdadera madre del sufragio
femenino que comenzó a colocar a la mujer en el lugar que verdaderamente le
corresponde.
No me gusta escribir de política porque cada hecho, cada
acto, tiene una interpretación según la manera de pensar de las personas; me
gusta la historia porque es terca y por mucho que se la intente manipular, al
final sale a relucir la verdad.
Por eso, aunque el personaje de hoy salió a la luz pública
en el mundo de la política, es un personaje real de nuestra reciente historia.
De modistilla en el barrio de Malasaña por imposición cruel
de la vida, a política de primer nivel, en un país en donde una mujer podía ser
reina, pero no titular de un derecho tan esencial como el del sufragio.
Tenía Clara treinta y tres años, cuando en 1921, decide
continuar aquellos estudios que la vida le había truncado y se matricula de
bachillerato, compaginándolo con su trabajo, entonces como auxiliar de
telégrafos y profesora de taquigrafía.
Dos años más tarde ya es bachiller y se matricula en la
universidad, cursando estudios de derecho, en los que se licencia años más
tarde. Abre un despacho en Madrid y empieza a crearse un nombre en el mundo de
la abogacía y pasado un año ya es tan conocida que incluso se permite rechazar
un cargo que le ofrece el dictador Primo de Rivera en su gobierno.
Años más tarde se declara ya abiertamente republicana integrándose
en el partido Acción Republicana y con la proclamación del 14 de abril del 31,
comienza a alcanzar la máxima popularidad, aunque después abandona su partido y
se une a los radicales de Lerroux.
Recorte
de prensa resaltando la noticia
En las primeras elecciones de la República, en las que las
mujeres no pueden votar, pero si ser elegidas, obtiene acta de diputado.
Forma parte de la Comisión Constitucional, es nombrada
delegada en la Asamblea de la Sociedad de Naciones y comienza su lucha para
lograr el voto femenino.
La historia ya la conocemos, la he repetido para dejar bien
claro el matiz republicano, la formación jurídica y el sentido común de esta
notable mujer, pero la intención de este artículo va mucho más allá.
Un periodista, polémico donde los haya, que entrevistaba a
Carlos Herrera, le preguntó si a Franco no había que exhumarlo del cerebro de
los españoles y Herrera le respondió de inmediato: Sí, sobre todo del cerebro
de los de izquierdas. Bueno, más o menos así.
Y es que de unos años a esta parte se ha desatado todo un
tsunami mediático para convertir algo que a nadie había importado, en materia
de primera necesidad nacional.
Y todo se inicia hace ya unos años con la ley de memoria
histórica, a la que yo me niego a escribir con mayúsculas, porque esa ley no
resiste ni siquiera un leve destello de la Historia.
Como en el futbol se quieren ganar en los despachos los
partidos que se pierden en el campo y eso es lo que la susodicha ley quiere
hacer, presentando como buenos, muy buenos a todos los que estaban del lado de
la República y malos, muy malos a los sublevados.
Pues bien, estoy leyendo un libro, altamente recomendable,
cuya autora es precisamente la titular de este artículo, doña Clara Campoamor y
se llama “La revolución española vista
por una republicana”.
Portada
del libro
Desde el comienzo del libro, por cierto amenísimo, se
entrevé el pensamiento de Campoamor. Comienza por analizar las causas por las
que los insurgentes se alzan contra un Estado de Derecho, contra un gobierno
nacido de una consulta popular totalmente legal y democrática celebrada en
febrero de 1936.
Su análisis no tiene una sola fisura y explica lo que ella
vivía como protagonista, en primera línea de aquella sociedad española a la que
los líderes de izquierda y derecha prometían cosas que no podían llevar a cabo.
Tras el triunfo de la izquierda, republicanos socialistas y
comunistas se ven obligados a formar bloque con los anarquistas, el verdadero
núcleo duro y que empezaron a imponer sus programas que los no ácratas no
conseguían detener. Se rompió así la continuidad política con los gobiernos
anteriores y empezaron a radicalizarse las posturas, a encarnizarse las relaciones
entre unos y otros y todos con los de derecha. En fin, una imposible armonía
absolutamente necesaria para gobernar ya que el llamado “frente obrero” imponía
unas exigencias cuyo cumplimiento se alejaba tanto de las posibilidades del
gobierno que éste alargaba las cuestiones lo indecible, ante el incremento del
nerviosismo y la agresividad de los otros.
Huelgas interminables asolaron Madrid en donde los del
frente obrero iban a comer a hoteles y restaurantes, negándose a pagar las
facturas y amenazando a los dueños, mientras que sus mujeres hacían lo mismo
con sus compras, acompañadas de fornidos hombres que hacían ostentación de los
revólveres que portaban en el cinto.
Se cortó, por averías, el suministro de agua a las casas y
el Ayuntamiento, incapaz de arreglarlo optó por repartir agua en grandes cubas
que circulaban por las calles. Mas tarde las huelgas empezaron a paralizar toda
la ciudad, en donde los ascensores dejaron de funcionar por sabotaje de los
obreros de las empresas del ramo, lo que produjo el confinamiento de miles de
personas que eran incapaces de bajar las escaleras y a eso había que añadir las
cinco o seis bombas que diariamente colocaban los huelguistas en los edificios
en construcción, haciéndolos saltar por los aires.
Amnistía para todos los presos de revoluciones anteriores,
reposición obligatoria en sus antiguos puestos de trabajo y otras exigencias
inadmisibles. El gobierno ya es incapaz de mantener un mínimo de orden público
y la agitación y la violencia se trasladan a las zonas agrarias, donde los
campesinos revolucionarios iniciaron ataques contra los que no pensaban como
ellos y, sobre todo, contra los patronos: ocupación de tierras, palizas,
incendios de edificios religiosos y civiles, extorsiones, bandolerismo al
estilo del siglo XIX, matanzas de gente de derecha, etc.
Haciendo correr el bulo de que las señoras católicas y los
sacerdotes distribuían caramelos envenenados entre los niños, se desató una
histeria colectiva que produjo incendio de iglesias y conventos, matanzas de
religiosos, señoras católicas y algún vendedor de caramelos. Una verdadera
locura.
La delación se impone y por no pagar una deuda se acusa de
fascista. Las tapias de la Casa de Campo y la Pradera de San Isidro amanecen
cada día llena de cadáveres amontonados. Se imponen los famosos “paseos”,
seguidos de un tiro en la nuca.
La propia Campoamor hace un recuento de los primeros tres
meses de gobierno del Frente Popular que estremece: centenares de incendios de
edificios, laicos y religiosos, a veces con sus moradores dentro; más de
setecientos atentados con setenta y dos muertes… y un gobierno incapaz de tomar
una decisión contra tamaño disparate.
Ocurre entonces lo irremediable y es que la derecha fascista
no sigue dispuesta a dejarse matar sin tomar protección o venganza y aunque
eran muy pocos, sin siquiera representación parlamentaria, se enfrentan a los
que los están acribillando a balazos y así se llega hasta el asesinato del
teniente Castillo y del líder de la derecha Calvo Sotelo, un peso previo al alzamiento
militar.
Cuando Campoamor dedica un capítulo entero a este último
asesinato, lo hace desde el conocimiento y la frialdad de un análisis que
produce escalofríos y lo cuenta ella como testigo presencial y de excepción,
pues no cabe duda de que era conocedora de datos que a la mayoría escapaban.
Ella misma se pregunta si al gobierno le sorprende la
sublevación militar, cuando desde hace mucho tiempo ha estado sordo y ciego a
sus preparativos, es incapaz de reaccionar y lo único que hace es entregar armas
a las organizaciones políticas.
Alaba la determinación con la que el pueblo hace frente a
los ejércitos sublevados en ciudades como Madrid y Barcelona, pero critica que
el gobierno de la República no gobernara ni fuera capaz de detener la entrega
de armas y describe a Azaña como un prisionero de los socialistas.
España giraba más y más a la izquierda y las milicias
populares, fuertemente armadas no se sometían a ninguna disciplina, actuaban a
su aire y fueron las que dirigieron en Madrid el asalto a los cuarteles
sublevados, hasta que los sitiados izaron la bandera blanca de la rendición. Se
les había prometido respetar sus vidas, pero no fue así y fueron todos
fusilados y sus cuerpos amontonados en el patio de los cuarteles, poniendo de
manifiesto la falta de mesura por ambos bandos.
Leyendo a Clara Campoamor se comprende fácilmente que algo
tenía que pasar, que la situación por la que se atravesaba era de todo punto
insostenible y que en el horizonte había solamente tres opciones: la
instalación de una república comunista libertaria, auspiciada por los
anarco-sindicalistas, o caer bajo la egida de la Rusia bolchevique.
La tercera opción fue la sublevación militar. ¿Hubiésemos
preferido cualquiera de las otras dos?
No se lo contó nadie, ni lo leyó en los libros de historia
manipulados por los sectarismos. A lo sumo lo pudo leer en la prensa del día,
el diario de sesiones del Congreso o en las caras de las gentes por la calle.
Así fue efectivamente👌👌👌
ResponderEliminarEfectivamente, describe como fue y es este país .
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