Antes de
escribir este artículo me he cerciorado de que el personaje de esta historia no
tuviera ninguna calle dedicada a su memoria en España, ni monumento de ninguna
clase destinado a conmemorarle, porque después de lo que estamos viendo y
padeciendo, es muy posible que se le tache de fascista, belicoso, xenófobo o cualquier
otra lindeza y se retirara su nombre o su figura de lugares públicos.
Afortunadamente
parece que no se le pueden hacer agravios de esa naturaleza y no solamente por
no haber suscitado el odio injustificado que algunos españoles están
desarrollando contra todo lo que huela a grandeza de nuestra historia, sino
porque siendo un personaje de enorme talla militar, ha pasado casi
desapercibido.
El
personaje en cuestión es Luis de Córdova y Córdova, nacido el día cuatro de
diciembre de 1706 en Sevilla.
Hijo de noble
cuna por parte de sus dos progenitores, su padre fue capitán de navío y caballero
de la Orden de Calatrava y a quien desde muy temprana edad solía acompañarlo en
sus viajes por mar.
A la edad
de quince años solicitó el ingreso en la Escuela Naval que entonces estaba en
San Fernando y dos años más tarde recibe los despachos oficiales como alférez
de fragata.
Desde su
incorporación a la marina como oficial su actividad fue constante, habiendo
participado activamente en la toma de Orán y la reconquista de Nápoles y
Sicilia; con treinta y tres años es ascendido al grado de capitán de fragata.
Óleo de Luis de Córdova con el
escrito de concesión de la Orden de Calatrava
En 1747 ya
era capitán de navío y se le entrega el mando del buque de línea de línea
“América” que en unión de navío “Dragón” combatieron a dos buques argelinos que
rondaban las costas andaluzas y portuguesas y a los que dieron caza en aguas
del Cabo de San Vicente.
Uno de los
buques argelinos, el “Danzik”, era la nave capitana de la flota argelina,
dedicada fundamentalmente a la piratería, que combatió durante un día, al cabo
del cual fue abordada y su tripulación hecha prisionera. Era tal el estado en
que había quedado el buque que no se pudo recuperar y fue quemado y hundido; el
otro buque consiguió huir aunque muy mal parado.
Como
consecuencia de tan importante golpe a la piratería berberisca, Luis de Córdova
fue nombrado caballero de la Orden de Calatrava, como había sido su padre.
Con
cincuenta y tres años, edad ya muy aventajada para la época, fue nombrado jefe
de escuadra, en cuyo cargo permaneció catorce años, aunque su vida profesional
siguió años más y en esa última época fue en la que protagonizó su hecho más
glorioso.
Durante
ese período de tiempo realizó innumerables viajes a tierras americanas en
labores de escolta de convoyes y de patrullaje por aguas del Caribe, en
constante lucha contra todos los barcos que iban a la piratería y el corso
contra los intereses españoles. Sus intervenciones contra las naves inglesas y
holandesas, fundamentalmente las que infectaban el Caribe, siempre fueron
exitosas consiguiendo limpiar amplias zonas en una lucha desesperada contra
todos los que se dedicaban a hostigar nuestros convoyes.
Una
actividad tan prolongada e intensa le proporcionó una gran experiencia como
marino y como guerrero y por esa razón cuando en 1779 España y Francia declaran
la guerra a Gran Bretaña, por el tema de las colonias americanas, ambos países
reúnen una escuadra combinada que se pone al mando del ya teniente general
Córdova.
La
escuadra española zarpa de Cádiz el veintitrés de junio y un mes mas tarde se
le une la francesa al mando del almirante Guillouet y juntas se dirigen al
Canal de la Mancha, sembrando el pánico entre los navíos ingleses que se resguardan
en sus puertos. El objetivo final era el desembarcar tropas y proceder a la
invasión de Gran Bretaña, pero diferencias de criterios entre el mando español
y francés hicieron perder mucho tiempo durante el cual los ingleses se
rehicieron.
No
obstante la situación de pánico que se vivió en la isla solamente es comparable
con la que produjo siglos antes la Armada Invencible. Córdova era partidario de
la invasión inmediata, mientras Guillouet se mostraba indeciso porque en sus
naves se había desencadenado una epidemia de tifus. La oportunidad fue única y
se perdió por culpa francesa, lo mismo que años más tarde se perdió en
Trafalgar.
La flota
regresó a Brest, abandonando la operación, pero no se deshizo y continuó a las
órdenes del marino español, no sin grandes reticencias francesas que
argumentaban en su contra que era demasiado viejo para semejante responsabilidad,
pero el gobierno español, por una vez, fue contundente y además de que la flota
española era superior a la francesa, la experiencia en combate de Córdova no
tenía parangón, así que en el famoso navío Santísima Trinidad, se izó la
bandera del comandante de la escuadra.
El nueve
de agosto de 1780 se realizó una nueva operación naval. En aguas próximas al
Cabo Santa María, cerca de la costa de Portugal, el almirante Córdova apresó un
convoy compuesto por tres fragatas que escoltaban a cincuenta y siete buques
con un cargamento valiosísimo destinado a las colonias y que ha sido
considerado como el mayor golpe recibido por la marina británica en toda su
historia. Las fragatas nada más divisar al enemigo, se dieron a la vela y
abandonaron a sus escoltados.
El Santísima Trinidad (óleo de época)
El asunto
comenzó a gestarse cuando unos meses antes, espías al servicio de la corona
española advirtieron de la pronta salida de un gran convoy para reforzar
militarmente a sus mejores unidades que se encontraban desplazadas en las
colonias americanas y en la ocupación de la India. Armas, municiones, enseres,
ropas, pólvora, velas, cabos, herramientas y todo lo necesario para abastecer a
dos ejércitos se estaba embarcando en el puerto de Portsmouth.
El botín
ascendió a más de un millón y medio de libras esterlinas de la época una cifra
astronómica que hizo tambalearse a la Bolsa londinense, la cual tardó meses en
recuperarse, amén de producir la quiebra de numerosas empresas y consorcios de
negocios británicos.
Aparte de
los valiosos cargamentos, los buques apresados, que no habían sufrido
prácticamente ningún daño, fueron vendidos en su mayor parte a particulares,
pero la Armada se reservó los cinco más grandes que fueron incorporados a la
flota española.
Días
después de conocerse con precisión el alcance de la derrota naval, la Gaceta de
Madrid publicaba la traducción de las noticias que habían salido en la prensa londinense
en donde se decía que otra poderosa flota que estaba a punto de salir para la
colonia de Canadá, había recibido la orden de permanecer en puerto.
Era tal el
pánico que corrió por el Reino Unido que durante muchas semanas tuvieron sus
buques amarrados a riesgo de dejar desabastecidas sus colonias y parar la
producción de sus talleres.
Pero la
consecuencia más desastrosa para Gran Bretaña fue el adelanto de la
independencia de sus colonias que ante la falta de suministros básicos no
pudieron resistir el empuje de los sublevados. La fundación de los Estados
Unidos de Norteamérica se adelantó considerablemente gracias a la intervención
española, a la que pagaron con la
felonía de arrebatarnos las pocas colonias que nos quedaban en 1898 (Cuba,
Filipinas, Guam y Puerto Rico).
Pero no
solamente fue Córdova un buen navegante, además era una persona de inteligencia
despierta que no dudaba en aplicar los avances que se iban produciendo en la
navegación, en beneficio de su actividad.
En cierta
ocasión, altos mandos navales franceses preguntaron al segundo en el mando de
Córdova, el famoso marino José de Mazarredo, que cómo se las arreglaba el
almirante para saber retirarse antes de que surgiera una tempestad, o como en
medio de ella optaba por salir de puerto.
Mazarredo
les reveló el secreto tan bien guardado y es que el almirante hacía tiempo que
había comprobado la eficacia de los barómetros para medir la presión
atmosférica y cómo ésta, según bajara o subiera, advertía de los cambios
climáticos.
Así, si
con aparente buen tiempo, observaba que el barómetro empezaba a bajar, era
indicación de que se acercaba una borrasca y en consecuencia disponía lo necesario
para ponerse a resguardo y, al contrario, cuando refugiado en puerto a causa de
un temporal, comprobaba que el barómetro comenzaba a subir, ordenaba que se
dispusiera lo necesario para zarpar, ante la sorpresa de todos que uno o dos
días después apreciaban el favorable cambio de tiempo.
En fin, un
personaje brillante que murió con noventa años en San Fernando y que está
enterrado en el Panteón de Marinos Ilustres, en el que el inicio de su epitafio
reza: “Aquí está la parte mortal del
inmortal Luis de Córdova...”
Comisario, una vez mas mis felicitaciones por tan apasionante relato, para mi desconocido y en las muchas visitas hechas al Panteon de Marinos Ilustres he visto su tumba pero no conocia que hubiera hecho temblar la Bolsa londinense y apresurar la Independencia de las Colonias inglesas, debiera enviar copia a TRUMP para que le haga un homenaje al Almirante Luis Córdova.
ResponderEliminarBonita historia...
ResponderEliminarComo siempre muy interesante ,estamos aprendiendo mucha historia ,gracias
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