viernes, 5 de abril de 2019

EL MARINO QUE HUNDIÓ LA BOLSA DE LONDRES





Antes de escribir este artículo me he cerciorado de que el personaje de esta historia no tuviera ninguna calle dedicada a su memoria en España, ni monumento de ninguna clase destinado a conmemorarle, porque después de lo que estamos viendo y padeciendo, es muy posible que se le tache de fascista, belicoso, xenófobo o cualquier otra lindeza y se retirara su nombre o su figura de lugares públicos.
Afortunadamente parece que no se le pueden hacer agravios de esa naturaleza y no solamente por no haber suscitado el odio injustificado que algunos españoles están desarrollando contra todo lo que huela a grandeza de nuestra historia, sino porque siendo un personaje de enorme talla militar, ha pasado casi desapercibido.
El personaje en cuestión es Luis de Córdova y Córdova, nacido el día cuatro de diciembre de 1706 en Sevilla.
Hijo de noble cuna por parte de sus dos progenitores, su padre fue capitán de navío y caballero de la Orden de Calatrava y a quien desde muy temprana edad solía acompañarlo en sus viajes por mar.
A la edad de quince años solicitó el ingreso en la Escuela Naval que entonces estaba en San Fernando y dos años más tarde recibe los despachos oficiales como alférez de fragata.
Desde su incorporación a la marina como oficial su actividad fue constante, habiendo participado activamente en la toma de Orán y la reconquista de Nápoles y Sicilia; con treinta y tres años es ascendido al grado de capitán de fragata.



Óleo de Luis de Córdova con el escrito de concesión de la Orden de Calatrava

En 1747 ya era capitán de navío y se le entrega el mando del buque de línea de línea “América” que en unión de navío “Dragón” combatieron a dos buques argelinos que rondaban las costas andaluzas y portuguesas y a los que dieron caza en aguas del Cabo de San Vicente.
Uno de los buques argelinos, el “Danzik”, era la nave capitana de la flota argelina, dedicada fundamentalmente a la piratería, que combatió durante un día, al cabo del cual fue abordada y su tripulación hecha prisionera. Era tal el estado en que había quedado el buque que no se pudo recuperar y fue quemado y hundido; el otro buque consiguió huir aunque muy mal parado.
Como consecuencia de tan importante golpe a la piratería berberisca, Luis de Córdova fue nombrado caballero de la Orden de Calatrava, como había sido su padre.
Con cincuenta y tres años, edad ya muy aventajada para la época, fue nombrado jefe de escuadra, en cuyo cargo permaneció catorce años, aunque su vida profesional siguió años más y en esa última época fue en la que protagonizó su hecho más glorioso.
Durante ese período de tiempo realizó innumerables viajes a tierras americanas en labores de escolta de convoyes y de patrullaje por aguas del Caribe, en constante lucha contra todos los barcos que iban a la piratería y el corso contra los intereses españoles. Sus intervenciones contra las naves inglesas y holandesas, fundamentalmente las que infectaban el Caribe, siempre fueron exitosas consiguiendo limpiar amplias zonas en una lucha desesperada contra todos los que se dedicaban a hostigar nuestros convoyes.
Una actividad tan prolongada e intensa le proporcionó una gran experiencia como marino y como guerrero y por esa razón cuando en 1779 España y Francia declaran la guerra a Gran Bretaña, por el tema de las colonias americanas, ambos países reúnen una escuadra combinada que se pone al mando del ya teniente general Córdova.
La escuadra española zarpa de Cádiz el veintitrés de junio y un mes mas tarde se le une la francesa al mando del almirante Guillouet y juntas se dirigen al Canal de la Mancha, sembrando el pánico entre los navíos ingleses que se resguardan en sus puertos. El objetivo final era el desembarcar tropas y proceder a la invasión de Gran Bretaña, pero diferencias de criterios entre el mando español y francés hicieron perder mucho tiempo durante el cual los ingleses se rehicieron.
No obstante la situación de pánico que se vivió en la isla solamente es comparable con la que produjo siglos antes la Armada Invencible. Córdova era partidario de la invasión inmediata, mientras Guillouet se mostraba indeciso porque en sus naves se había desencadenado una epidemia de tifus. La oportunidad fue única y se perdió por culpa francesa, lo mismo que años más tarde se perdió en Trafalgar.
La flota regresó a Brest, abandonando la operación, pero no se deshizo y continuó a las órdenes del marino español, no sin grandes reticencias francesas que argumentaban en su contra que era demasiado viejo para semejante responsabilidad, pero el gobierno español, por una vez, fue contundente y además de que la flota española era superior a la francesa, la experiencia en combate de Córdova no tenía parangón, así que en el famoso navío Santísima Trinidad, se izó la bandera del comandante de la escuadra.
El nueve de agosto de 1780 se realizó una nueva operación naval. En aguas próximas al Cabo Santa María, cerca de la costa de Portugal, el almirante Córdova apresó un convoy compuesto por tres fragatas que escoltaban a cincuenta y siete buques con un cargamento valiosísimo destinado a las colonias y que ha sido considerado como el mayor golpe recibido por la marina británica en toda su historia. Las fragatas nada más divisar al enemigo, se dieron a la vela y abandonaron a sus escoltados.

El Santísima Trinidad (óleo de época)

El asunto comenzó a gestarse cuando unos meses antes, espías al servicio de la corona española advirtieron de la pronta salida de un gran convoy para reforzar militarmente a sus mejores unidades que se encontraban desplazadas en las colonias americanas y en la ocupación de la India. Armas, municiones, enseres, ropas, pólvora, velas, cabos, herramientas y todo lo necesario para abastecer a dos ejércitos se estaba embarcando en el puerto de Portsmouth.
El botín ascendió a más de un millón y medio de libras esterlinas de la época una cifra astronómica que hizo tambalearse a la Bolsa londinense, la cual tardó meses en recuperarse, amén de producir la quiebra de numerosas empresas y consorcios de negocios británicos.
Aparte de los valiosos cargamentos, los buques apresados, que no habían sufrido prácticamente ningún daño, fueron vendidos en su mayor parte a particulares, pero la Armada se reservó los cinco más grandes que fueron incorporados a la flota española.
Días después de conocerse con precisión el alcance de la derrota naval, la Gaceta de Madrid publicaba la traducción de las noticias que habían salido en la prensa londinense en donde se decía que otra poderosa flota que estaba a punto de salir para la colonia de Canadá, había recibido la orden de permanecer en puerto.
Era tal el pánico que corrió por el Reino Unido que durante muchas semanas tuvieron sus buques amarrados a riesgo de dejar desabastecidas sus colonias y parar la producción de sus talleres.
Pero la consecuencia más desastrosa para Gran Bretaña fue el adelanto de la independencia de sus colonias que ante la falta de suministros básicos no pudieron resistir el empuje de los sublevados. La fundación de los Estados Unidos de Norteamérica se adelantó considerablemente gracias a la intervención española,  a la que pagaron con la felonía de arrebatarnos las pocas colonias que nos quedaban en 1898 (Cuba, Filipinas, Guam y Puerto Rico).
Pero no solamente fue Córdova un buen navegante, además era una persona de inteligencia despierta que no dudaba en aplicar los avances que se iban produciendo en la navegación, en beneficio de su actividad.
En cierta ocasión, altos mandos navales franceses preguntaron al segundo en el mando de Córdova, el famoso marino José de Mazarredo, que cómo se las arreglaba el almirante para saber retirarse antes de que surgiera una tempestad, o como en medio de ella optaba por salir de puerto.
Mazarredo les reveló el secreto tan bien guardado y es que el almirante hacía tiempo que había comprobado la eficacia de los barómetros para medir la presión atmosférica y cómo ésta, según bajara o subiera, advertía de los cambios climáticos.
Así, si con aparente buen tiempo, observaba que el barómetro empezaba a bajar, era indicación de que se acercaba una borrasca y en consecuencia disponía lo necesario para ponerse a resguardo y, al contrario, cuando refugiado en puerto a causa de un temporal, comprobaba que el barómetro comenzaba a subir, ordenaba que se dispusiera lo necesario para zarpar, ante la sorpresa de todos que uno o dos días después apreciaban el favorable cambio de tiempo.
En fin, un personaje brillante que murió con noventa años en San Fernando y que está enterrado en el Panteón de Marinos Ilustres, en el que el inicio de su epitafio reza: “Aquí está la parte mortal del inmortal Luis de Córdova...”

3 comentarios:

  1. Comisario, una vez mas mis felicitaciones por tan apasionante relato, para mi desconocido y en las muchas visitas hechas al Panteon de Marinos Ilustres he visto su tumba pero no conocia que hubiera hecho temblar la Bolsa londinense y apresurar la Independencia de las Colonias inglesas, debiera enviar copia a TRUMP para que le haga un homenaje al Almirante Luis Córdova.

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  2. Como siempre muy interesante ,estamos aprendiendo mucha historia ,gracias

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