viernes, 19 de abril de 2019

EL "SOSIAS" DEL REY HUMBERTO





Hace ya casi cuarenta años, una tarde de feria en mi pueblo, El Puerto de Santa María, me encontraba saliendo de mi trabajo cuando por la puerta de la Comisaría apareció el escritor Camilo José Cela.
Venía acompañado de una señora más joven, vistosa y muy elegante y me preguntó si yo era policía.
Con una cara de asombro que se me debía notar a la legua, comprobé el pronunciado acento argentino de aquel “Cela”, el cual me confirmó que él era comisario de policía de Buenos Aires y no le extrañaba mi estupor ante su extraordinario parecido con el escritor gallego.
Aún recuerdo su nombre: Ernesto Dayafou, aunque no sé si se escribiría exactamente así, pero de esa forma sonaba. Estaba de vacaciones por España y acudía a la Comisaría para pedir consejo sobre las cosas que se podían hacer en la ciudad.
Estuvimos toda la tarde-noche de feria juntos, bebimos más vino fino del que mi nuevo amigo era capaz de soportar y cogió tal borrachera que al final tuve que llevarlos hasta su hotel.
En el curso de las muchísimas cosas de las que hablamos, me contó que en el tiempo que llevaba en España todo el mundo le confundía con el escritor Cela, todavía no premio Noble, pero sí muy famoso y que él creía que era su “sosias”, como en la obra “Anfitrión” de Plauto, mientras no abría la boca.
Nos vimos un par de días más y luego se marchó y no volví a saber nunca más de él.
Hay veces que la naturaleza ofrece estas especies de duplicidades que están constatadas desde muchos siglos atrás, como en la mitología escandinava, donde recibe el nombre de “doppelganger”, una especie de doble que camina al lado y es presagio de graves males.
Algo de presagio maléfico debe haber en la aparición de esos dobles que la literatura ha descrito desde Dostoievski, hasta Saramago y que la historia ha utilizado con profusión.
Se sabe que Churchill, Hitler, Rudolph Hess, Stalin, Ceaucescu, Saddam Husein, Isabel II de Inglaterra y hasta el papa Pablo VI, han utilizado dobles en algunos momentos de sus vidas, para acciones muy concretas.

“Sosias” de D. Trump y de Kim Jong-un

Toda esta introducción viene a cuento para relatar una historia que es tenida como cierta, se cuenta en muchos lugares, la publicó la prensa en su momento, pero debo reconocer que yo no he encontrado una constatación que le dé oficialidad.
A finales del siglo XIX Italia era, por fin, un país unificado. Había sido obra del rey Víctor Manuel II, el cual fallecía en 1878, sucediéndole su hijo que se autodenominó Humberto I de Italia, cuando en realidad le correspondía el ordinal “IV” de Saboya, pero pretendía realzar la corona italiana, sobre su descendencia de la poderosa casa de Saboya.
Humberto era de tendencia ultra conservadora, lo que le acarró no pocos ni leves problemas, tanto en el interior como en el exterior y se caracterizó por su forma de solventarlos, con extremada dureza, sobre todo cuando eran movilizaciones sindicales, organizaciones con las que siempre mantuvo una relación agria y tirante.
En su reinado un hecho de extraordinaria luctuosidad fue la represión de las masivas protestas ocurridas en Milán en 1898 motivadas por la subida del precio del trigo y de ciertos impuestos, contra las que utilizó el ejército ocasionando una masacre en la que perdieron la vida un total de cuatrocientas personas y más de dos mil resultaron heridas.
Este hecho provocó un fuerte odio en el pueblo, sobre todo en las zonas de la Lombardía y el Piamonte, en el norte del país, la zona más industrializada y próspera.
Pero al rey le importaba bien poco lo que se pensase de él. Vivía feliz con su enorme mostacho, tan del gusto de aquella época y su afición a los deportes.
Esta última debilidad le llevó el 28 de julio de 1900 a la ciudad de Monza, al norte de Milán, hoy famosa por su circuito de carreras y ya entonces destacado centro de eventos deportivos.
Allí fue a cenar a un restaurante en unión de sus más íntimos colaboradores y tras la cena tuvo una de las mayores sorpresas de su vida, cuando el propietario del local salió a saludar al monarca.
Al verse, ambos quedaron altamente sorprendidos, pues era como si se estuvieran contemplando en un espejo. Eran dos personas iguales y el rey, sorprendido, le pidió que se sentase a la mesa para conversar con él.
A partir de ese momento se fueron sucediendo una serie de coincidencias que resultan altamente sorprendentes.
El dueño del local se llamaba Humberto, lo mismo que el rey y también había nacido en Turín el mismo día que el monarca, el catorce de marzo de 1844.
No terminaban ahí las coincidencias, pues la esposa del hostelero se llamaba Margherite, igual que la reina y con la que se había casado el mismo día que el rey y aún más, había inaugurado su restaurante el mismo día en que Humberto I había sido coronado rey de Italia.
El monarca no salía de su asombro; era como si hubiese encontrado otro yo, idéntico a él y con las mismas circunstancias personales a lo largo de la vida.
Divertido, invitó a su “sosias” a que le acompañara al día siguiente a presidir las pruebas de atletismo para lo que había ido a Monza, a lo que su doble aceptó gustoso.
Al día siguiente, cumpliendo todos los protocolos, el monarca se dirigió al estadio para ocupar la presidencia del acto, reservando una silla para que la ocupara su otro yo, su “alter ego” que dirían los latinos, pero la prueba comenzó sin que éste hiciera acto de presencia.
Terminó el evento y el invitado no se había presentado, cosa que extrañó mucho al rey que preguntó a su secretario si sabía algo y entonces le comunicó que acababan de darle la noticia de que la persona que esperaban había sido asesinada de un disparo a las puertas del estadio.
Cumplido el protocolo, el rey se despidió de las autoridades y marchó hacia su carruaje que le esperaba a las mismas puertas donde momentos antes había sido asesinado su doble.
Una vez en el coche descapotado, en unión de alguno de sus ministros, se acercó un individuo que sin ser advertido le disparó cuatro tiros, tres de los cuales dieron en el cuerpo del rey que murió casi de inmediato.
El asesino era un anarquista llamado Gaetano Bresci, el cual con su acción magnicida se cobraba venganza por los compañeros muertos en la masacre de Milán.

Dibujo del magnicidio de Humberto I

Fue capturado, enjuiciado y condenado a muerte que le fue conmutada por cadena perpetua, muriendo en la cárcel antes de un año, en lo que se dijo fue un suicidio, pero muchas hipótesis apuntan a que fue asesinado.
A la tercera va la vencida, pues el rey Humberto I había sufrido ya dos atentados; en el primero salió ileso, en el segundo, en Nápoles, fue herido con un cuchillo por el también anarquista Giovanni Passannate y por último fue abatido por otro anarquista.
La historia es cuando menos inquietante, no se comprenden muy bien algunas cosas que quiero resaltar.
Por un lado no he sido capaz de encontrar documentación que acredite la veracidad de la existencia del doble del rey, del que no se conoce ni su apellido, ni el nombre de su restaurante, ni qué ocurrió tras su muerte, lo que resulta extraño.
Por otro lado ni poniéndose en la mentalidad del siglo XIX se comprende que un rey pueda caminar entre el pueblo sin medidas de protección, subir a un carruaje descubierto y permitir que las personas que están presenciando el acto, puedan acercarse tanto como para dispararle casi a quemarropa. Sobre todo cuando ya ha tenido dos atentados anteriores, el segundo de los cuales también cuerpo a cuerpo.
Todo eso me hace pensar que no es que no se adoptaran medidas de seguridad, sobre todo cuando acaba de ocurrir otro atentado en el mismo lugar de una persona a la que, si hacemos caso a la historia, se habría confundido con el rey, sino que algo más se esconde tras estos hechos.
No lo sé y no creo poderlo averiguar porque para eso habría que ir a Monza y realizar una labor de archivos importante, así que dejaremos la historia como está y pensemos que la mitología nórdica tiene razón cuando no presagia nada bueno para “el que camina a tu lado”.

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