En el mes de junio del año 1587, un navío inglés que
navegaba por aguas del Golfo de Vizcaya, muy cerca de la costa, sufrió un
naufragio accidental. A la deriva y sujeto a unos restos flotantes se encontró,
días después, a un superviviente. Su aspecto era lamentable tras varios días
sometido al hambre, la sed y las inclemencias del tiempo.
Rescatado por un barco español, fue entregado a las
autoridades de la ciudad de San Sebastián, en donde se le sometió a un duro
interrogatorio sobre las circunstancias por las que su barco se había
aproximado tanto a las costas españolas.
Hay que recordar que en aquellos momentos y diríamos que
también antes y después, durante siglos, España e Inglaterra mantenían una
constante enemistad motivada por el dominio del mar y la cuestión religiosa,
por lo que un barco inglés cerca de las costas españolas era motivo de
investigación.
Muy hábil, el náufrago se declara en principio inglés y
católico y como motivo de su viaje dice que lo hace en peregrinación al
Monasterio de Monserrat, pero su historia no cuela y pensando que se trata de
un espía, lo trasladan a Madrid, en donde se le somete a un interrogatorio más
profundo, en el curso del cual, derrotado, como se diría en el argot policial,
tiene que decir la verdad y reconoce que es el hijo bastardo de la reina
Elizabeth I de Inglaterra y de su amante, Sir Robert Dudley.
Como es natural, la confesión causa estupor entre los
interrogadores que, de inmediato, ponen en conocimiento del rey Felipe II el
resultado del interrogatorio.
Vivía en Madrid un caballero inglés llamado Sir Francis
Englefield el cual fue requerido para que continuara el interrogatorio con
mucho más conocimiento sobre la Corona Inglesa que los jueces españoles y
emitiera un informe con sus conclusiones.
Hasta aquí lo que públicamente se conoce, pues todo el
asunto cayó poco a poco en el olvido y allí se quedó durmiendo el sueño de los
justos.
Nadie quería creer la historia que contaba aquel joven:
¿Hijo de una reina que era conocida como “La Reina Virgen”?, ¿una reina que
puso en peligro la sucesión dinástica en su trono por su negativa a contraer
matrimonio?
Elizabeth
I, la Reina Virgen
La verdad es que aquello no parecía muy lógico y no se le
habría dado ninguna credibilidad, por lo que se había olvidado para siempre, de
haber sido por la perspicacia de un investigador histórico de la Universidad de
Oxford llamado Paul Doherty, el cual encontró en el archivo de Simancas, cerca
de Valladolid, ese que está en un edificio que parece un castillo sacado de un
cuento de hadas, un expediente que llevaba por título “Documentación Englefield” y de cuyo estudio se desprendieron una
serie de aclaraciones, coincidencias con hechos reales y muchas otras
circunstancias más que, seguramente ya en su tiempo, hicieron pensar que aquel joven
era efectivamente hijo de la reina de Inglaterra.
Tras su descubrimiento Doherty continuó la investigación en
la Biblioteca Británica en donde encontró documentación que desde Madrid
remitió un ciudadano inglés que actuaba en España como espía y que en mayo de
1588, es decir, al año siguiente, daba cuenta de la detención de Dudley y de
qué manera las autoridades españolas tomaron en serio sus manifestaciones que
hasta el propio rey le asignó una pensión y alojamiento en la corte.
El espía inglés que respondía a unas iniciales y cuya
identidad se desconoce, había servido en la corte inglesa y en su
correspondencia manifiesta que aprecia un enorme parecido entre el joven
retenido en Madrid y su supuesto padre, al que conocía personalmente.
Sala
central de la Biblioteca Británica
De qué forma se había iniciado esta historia en largo de
narrar, pero sintetizaré al máximo.
Elizabeth I, la Reina Virgen, como se la conoce en la
historia, era hija de Enrique VIII y Ana Bolena y fue la última representante
de de la Casa Tudor, extinta por u contumacia en no querer contraer matrimonio
y tener descendencia.
Su madre fue ajusticiada por orden de su propio padre,
cuando Elizabeth tenía solamente tres años y seguidamente declarada hija
ilegítima. No es de extrañar que con estos principios, la joven desarrollase
animadversión al matrimonio, pero como se verá, no a los hombres en sí mismos.
No hubiera sido nunca reina sino mueren muy pronto sus
hermanastros Eduardo VI que sucedió a Enrique VIII y María I, la hija de
Catalina de Aragón, conocida como la “Sanguinaria”
y que ha dado nombre al celebre coctel “Bloody
Mary” , y, sobre todo, si antes de morir su padre no le hubiera restituido
sus derechos sucesorios. Así, por vueltas de la vida, se convirtió en reina y
en el trono permaneció por espacio de casi cuarenta y cinco años, durante los
que no accedió a contraer matrimonio, conservándose soltera, pero parece que no
entera, como ahora se diría.
Se comentaba en la corte los amoríos de la joven princesa
que no era demasiado recatada y así mostró sus delirios por el barón de
Seymour, nuevo esposo de Catalina Parr, viuda de su padre y a a su vez era
cuñado del rey fallecido, pues era hermano de otra de sus esposas, Juana
Seymour.
Con catorce años ya descollaba su femineidad y el barón que
tenía casi cuarenta, se quedo prendado de la niña , nada recatados, empezaron
un tórrido idilio en el que fueron sorprendidos por Catalina que les puso
tierra de por medio.
Poco tiempo después, Catalina muere de parto y el rijoso
barón reanuda su cortejo con la princesa, pero a su hermanastro, el rey Eduardo
VI le hace poca gracia aquel despropósito y lo manda ejecutar y confiscar todos
sus bienes.
Un nuevo romance surge en la vida de la princesa y esta vez
es con un antiguo compañero de juegos: Robert Dudley. Hijo de un duque, es un joven
guapo, atlético, divertido; en una palabra: Irresistible.
Solamente
había una dificultad y es que Robert estaba casado, aunque en privado esa
pequeña circunstancia no debió constituir un escollo, pues al acceder al trono
Elizabeth, tardó muy poco en distinguirlo con títulos, tierras, dineros y con
personal e íntima amistad, adjudicándole unos aposentos próximos a los de la
reina. Dos años después la esposa de Robert muere en un extraño accidente al
caerse por las escaleras de su mansión y esto desata los rumores que apuntan a
un asesinato por encargo de su propio marido para dejar el camino libre a su
casamiento con la reina, pero las cosas se le vuelven en contra y su viudez,
lejos de allanar obstáculos, se convierte en una barrera infranqueable por mor
de la sombra que planea sobre la muerte de su esposa.
No
obstante, el viudo sigue con sus mismas actividades y residiendo junto a la
reina, la cual, a finales de 1561 cae repentinamente enferma aquejada de
hidropesía, enfermedad común en la época. Esta enfermedad consiste en la
acumulación de líquidos en los tejidos, produciendo hinchazón en todo el cuerpo
y sobre todo en el abdomen.
La reina
se enclaustra en sus aposentos para poder ser atendida por los médicos de la
corte y unas cuantas semanas después aparece en público perfectamente curada y
su rastros de la enfermedad.
Entre
medias ha ocurrido algo significativo. Una noche, el aristócrata Robert
Southern es llamado a palacio con máxima urgencia y allí se le hace partícipe
de una gran confidencia. Una de las damas de la reina ha tenido una aventura
romántica con resultado no deseado y se ha traducido en un varón que hay que
ocultar a toda costa, pues la reina, en su enfermedad, no puede enterarse de
este desagradable incidente.
El noble
se ve atrapado en una trama en la que le imponen que se haga cargo del recién
nacido para criarlo y educarlo como si se tratara de un verdadero hijo suyo.
Imagino
que tras ciertas dificultades que la Corona estaría dispuesta a sortear por la
vía de la compensación, el noble se hace cargo de la criatura a la que pone por
nombre Arthur.
La vida
continúa despacio y veintidós años después, el joven Arthur descubre que no es
realmente hijo de Southern, sino que éste lo había adoptado, si bien ni en su
lecho de muerte le reveló la identidad de sus progenitores.
Pero el
joven consigue que un viejo amigo de su padre adoptivo le cuente la verdad que
no es otra que la de ser hijo ilegítimo de la reina y del entonces Lord
Leicester, en que se había convertido el amante de la reina.
No parece
que haya muchas dudas sobre la veracidad de este asunto, pues está bastante
documentado y seguro que existirá mucha más documentación que no ha salido ni
saldrá a la luz pública por la eficaz intervención de la casa real británica,
siempre tan celosa de sus intimidades, aunque esta sean de siglos atrás.
Nos
quedamos entonces con que la Reina Virgen no fue tan virgen y que en su empeño
por conservar la soltería dijo que su único matrimonio era con el pueblo de
Inglaterra, convirtiendo a todos su súbditos en hijos suyos.
Pero aunque
se hubiese casado con todo un pueblo, en su cama metía a un solo amante.
Bonita historia...
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