Son muchas
las ocasiones en las que la mano del hombre ha tratado de torcer a la de la
Naturaleza, pero son muy pocas en las que su afán por ir contra “natura” ha
tenido éxito.
La
historia está plagada de ejemplos que ponen de manifiesto, una y otra vez el
fracaso humano frente a la inmensa potencia natural. En años de mucha sequía se
ha construido negligentemente sobre antiguas ramblas mucho tiempo seca, o sobre
cauces de torrentes por donde nadie recordaba haber visto el agua correr, pero
un día, empieza a llover y lo hace como suele hacerlo actualmente, de forma muy
intensa y en poco espacio de tiempo. Al cabo de horas de esta lluvia
torrencial, los cauces se desbordan y el agua busca sus aliviaderos
ancestrales, aquellos que llevaba años sin utilizar y entonces, arrasa, inunda,
extingue muchas vidas.
Hace ya
unos años, me contó un amigo que ante una catástrofe natural provocada por la
lluvia, escuchó de labios de un técnico de medio ambiente una frase que lo dejó
consternado. Cuando veían el desastre que había provocado aquella avalancha de
agua y la posterior inundación de todas las zonas bajas de un río, el
Guadalete, que discurre desde su nacimiento con una magnitud más que discreta y
que se había llevado por delante puentes y destrozado las riberas, el experto,
con pasmosa serenidad dijo que siempre hay que tener en cuenta que un río en
cualquier momento puede presentar su escritura de propiedad.
Y es
verdad: hay que respetar lo que es de otros y no ir nunca contra la naturaleza,
por mucho que hayan ahora determinados movimientos más o menos populares que
nos digan que eso es lo moderno.
Cuando
Colón trajo la patata de América, no se podía imaginar la cantidad de hambre
que iba a quitarle al mundo.
Pero si la
patata no había crecido en el viejo continente sería por algo; no obstante éste
y otros nuevos cultivos, como el del tomate o el maíz, arraigaron en Europa a
la perfección y empezaron a cultivarse masivamente.
Tanto que,
muchos pueblos deprimidos, se vinieron alimentando de patatas casi
exclusivamente.
El
problema es cuando la mano del hombre tiende a torcer a la de la propia
naturaleza y eso ocurrió en Irlanda a mediados del siglo XIX, cuando todavía
era tierra británica, que para proteger el cultivo de cereales de Escocia,
Gales e Inglaterra que en aquellas tierras se daban muy bien, las autoridades
de Gran Bretaña obligaron a todos los agricultores irlandeses a cultivar
exclusivamente patatas, prohibiendo otros cultivos, sobre todo de cereal.
Pero la
patata tiene un enemigo mortal, una plaga que se llama “roya” y que está
producida por varios tipos de hongos que atacan tanto a las hojas, impidiendo
la floración como al propio tubérculo al que hace incomestible, hasta el
extremo de destruirlo convirtiéndolo en una papilla que hace imposible su
aprovechamiento incluso como simiente para nuevos cultivos.
Y como
quiera que esa enfermedad de la patata se da especialmente en climas muy
húmedos e Irlanda evidentemente es tierra muy húmeda, la “roya” se extendió a
todos los campos y acabó con el cultivo de la patata.
No había
otra cosa que comer, pues no tenían cereales, así que la gente empezó a morir
de inanición o a emigrar a mejores tierras.
Se calcula
que una cuarta parte de la población, dos millones de personas, sucumbió de
hambre primero y luego también de las innumerables enfermedades que se iban
desatando, como consecuencia del amontonamiento de cadáveres.
Mientras,
los británicos desplegaron el ejército para impedir el asalto de la población a
granjas donde se criaban animales, cuyo consumo era exclusivamente para la
metrópoli.
Aspecto de la patata atacada por la
“roya”
En masa emigraron los irlandeses a Estados
Unidos, de ahí la extraordinaria proliferación de irlandeses en aquel país.
Otro
desastre, quizás éste más dramático fue la hambruna de China de 1958 provocada
por un plan alocado, sin base científica y producto de la cerrazón comunista
que puso en marcha Mao Zedong (en mis tiempos de joven se decía Mao Tse Tung) y
que duró hasta 1961. El programa se llamó “Gran Salto Adelante” y era un cúmulo
de medidas sociales, económicas, políticas que pretendían cambiar
fundamentalmente la economía agraria de China mediante comunas, prohibición de
la agricultura privada.
En su
conjunto, este fabuloso proyecto causó entre quince y treinta millones de
muertos, según reconoció posteriormente la propia administración China, una vez
Mao hubo caído en desgracia.
Entre
otras barbaridades, el programa establecía un sofisma que nadie se molestó en
desmontar y en el que se achacaba el hambre del pueblo chino a la gran cantidad
de gorriones que había en el país y que se comían los granos de arroz, trigo y
otros cereales que estaban destinados al pueblo.
En
consecuencia se desató un odio a estos pobres pajarillos, de los que se decía
que cada uno comía cuatro kilos y medio de granos al año, que se extendió por
toda la población y a la orden del gobierno de acabar con el gorrión, se unió,
disciplinadamente toda la población.
Fueron
muchos los métodos empleados aparte de trampas y armas de pequeño calibre, como
sistemas tradicionales y el batir de ollas y cacerolas día y noche para que los
pájaros, asustados no cesaran de huir hasta caer rendidos.
Se destruían
los nidos y se mataban los polluelos, pero quizás lo más efectivo fueron los
venenos con los que se sembraron los campos y jardines, produciendo un desastre
ecológico en la cadena trófica.
Hay
fotografías que muestran carros cargados de pájaros muertos como un signo del
triunfo de la sociedad sobre el mísero animal, como la que se muestra aquí
abajo.
Pero los
gorriones no comen solamente grano; también se alimentan de insectos, tanto
voladores como terrestres y mosquitos, langostas, saltamontes, gusanos, larvas,
etc., constituyen la base de su alimentación, en mayor cantidad que el grano.
Ante la
falta de sus depredadores naturales, los insectos se hicieron amos de la
situación y aunque el programa también contemplaba acabar con moscas y
mosquitos, comida predilecta del gorrión, lo cierto es que estos pequeños
insectos son más difíciles de perseguir y casi siempre se han combatido
introduciendo a sus depredadores naturales, nunca exterminando a éstos.
Llegaron
plagas de toda clase de insectos, porque lo cierto es que los gorriones comen
muchos más insectos que grano y así lo advertían las autoridades científicas de
muchos países, alarmadas por la magnitud del desequilibrio que la locura de Mao
pudiera ocasionar en el orden ecológico mundial.
Pero, como
siempre, era una advertencia capitalista, de los enemigos del pueblo y siguió
persuadido de la eficacia de su plan.
No se sabe
si aquello era una ocurrencia suya, fruto de su observación de la naturaleza, o
alguien le había contado aquella patraña y él la había creído, lo cierto es
tardó cuatro años en darse cuenta de la realidad y cuando ya los gorriones de
China estaban al borde de la extinción.
Entonces,
cuando ya la población estaba padeciendo una tremenda hambruna como
consecuencia de la esquilmación de los campos por las sucesivas plagas de
langosta y otros coleópteros, el líder comunista, director espiritual del
pensamiento más retrógrado, si dirigió a su pueblo en uno de aquellos mensajes
interminables, propio de los carismáticos líderes comunistas y refiriéndose al
asunto de los gorriones dijo sencillamente a sus súbditos: Olvídenlo.
La
situación llegó a ser tan grave que el entonces dirigente de la URSS, Jruschov,
envió en secreto un cargamento con doscientos mil gorriones para repoblar y
tratar así de paliar las consecuencias de su devastación pero sin dar
publicidad para que el pueblo no se enterara lo que habría producido un gran
detrimento en la popularidad del líder.
Han pasado cuarenta años y a pesar de los
esfuerzos para recomponer el desastre, la situación no se ha estabilizado y aún
China, con sus inmensos territorios tiene una población de aves pequeñas, tipo
gorrión, mucho menor que otros países, incluso de su mismo entorno.
Me ha dado mucha alegría leer nuevamente un artículo tuyo. Enhorabuena y a seguir...un abrazo J.Mari!!!!
ResponderEliminar